miércoles, 26 de septiembre de 2018

¿Está EE UU al borde de la decadencia económica?

Edificio de la Bolsa de Nueva York (New York Stock Exchange, NYSE)
Edificio de la Bolsa de Nueva York (New York Stock Exchange, NYSE) REUTERS
Desde 1970, la sociedad americana vive como si la caída del imperio fuese algo inminente

El hombre sin perspectiva no tiene valor” (Aristóteles). El filósofo griego utilizó la palabra “perspectiva” como sinónimo de “contexto”, “historia”, “conocimiento de circunstancias”. Cualquier momento económico de la historia de la humanidad necesita, para ser comprendido, de ese tipo de perspectiva. Por ejemplo, en EE UU, Trump ganó las elecciones presidenciales con el lema Make America great again. Simplón, ¿verdad?
Con sus defectos, Trump encapsuló, en esa frase, varias cuestiones esenciales para la sociedad y economía americanas: el miedo a un nuevo tipo de globalización que, por contraste con la de dos décadas atrás, se lleva los trabajos manufactureros a paraísos comunistas de bajísimos costes laborales con los que las corporaciones americanas no pueden competir, ya que o reducen costes laborales o pierden negocio; y la angustia ante las nuevas tecnologías de la información y la digitalización que, con absoluta facilidad, eficacia y eficiencia, trasladan el conocimiento, el diseño, la innovación y hasta el marketing a aquellos lugares donde la mano de obra es más barata, como China. La consecuencia es doble: pérdida de puestos de trabajo y descapitalización intelectual, en EE UU y Occidente. Los chinos han inventado muy bien dos cosas: la pólvora y el arte de copiar e imitar. Harina de otro costal es que su crecimiento tenga pies cortos y de barro.
Trump no es el primero en utilizar la frase de Hacer América grande de nuevo. Ya la utilizó Bill Clinton en su primer discurso de la Unión: es un tema recurrente, cuando menos desde hace casi cinco décadas. Habría que preguntarse el porqué y cuáles son las causas de que, desde 1970 a 2018, la sociedad americana haya vivido cada día como si la caída del imperio fuera a suceder de inmediato.
En 1970, las tecnologías de la información empezaron a tener forma concreta y, por ejemplo, los cálculos matemáticos dejaron de hacerlos los estadísticos de la NASA y pasaron a realizarlos inmensos ordenadores de IBM. Entre 1970 y 2018 ha habido cinco grandes recesiones globales, todas originadas en Estados Unidos y expandidas como un virus por todo el planeta. También este dato tiene a los norteamericanos en vilo, tanto al hombre y mujer de la calle como al economista experto y al inversor y al empresario y directivo; se preguntan: ¿para cuándo la siguiente? Y está la sociología, entendiendo aquí por ella como el sentir general de la gente. Ya dijimos que muchos viven en continua ansiedad y que, según el departamento de Sanidad americano (1 de septiembre de 2018), “un 80% de norteamericanos toma medicinas prescritas contra la depresión, el miedo, la angustia, el pánico, la ansiedad y el insomnio”.
En Estados Unidos, cada vez que, pongamos por caso, una potencia enemiga toma al país –supuestamente– la delantera, se ponen histéricos: Yuri Gagarin se da un paseo por el espacio exterior y los americanos piensan que los soviéticos les ganan la batalla espacial (ignorando que los soviéticos y países acólitos pasaban hambre).Kennedy respondió: “Antes de que acabe la década de los sesenta, pondremos un hombre en la Luna”. Nikita Kruschev, como Stalin ­antes que él, amaba solo un tipo de estadísticas sobre producción y productividad: las falsas. Así que los directores de fábrica inflaban las cifras que enviaban a Moscú, no fuera que el Kremlin les enviara de ­vacaciones pagadas a Siberia.
Los americanos tuvieron un colectivo ataque de ansiedad, pensando que la industrialización de la Unión Soviética que hizo Stalin entre 1926 y 1953 les pasaba por la izquierda. Nada más lejos de la realidad. El crecimiento del producto interior bruto (PIB) ,acompañado de fuertes aumentos de productividad, determinan el crecimiento del PIB per cápita y, por tanto, la riqueza de cada persona. Los soviéticos vivían en la edad de piedra, pero con tanto espía infiltrado como tenían en Occidente, los americanos creían que los retrasados eran ellos, cuando, en realidad, vivieron una edad de oro, con Eisenhower y Kennedy, de crecimientos del PIB del 6% y pleno empleo.
Se construyeron autopistas: en vez de dos meses, podía cruzarse el país en coche en cinco días. Se construyeron aeropuertos y el tráfico aéreo se disparó. Producción y consumo se separaron y los americanos cada vez compraban más en centros comerciales, que complementaron el pequeño comercio.

En los ochenta, Japón iba a comerse el mundo, empezando por América. “Pánico en el estadio: los japoneses trabajan mucho, tienen dinero y van a comprar el país”. No fue así. Como explican Daron Acemoglu y James Robinson en Why nations fail, las instituciones de Japón no eran inclusivas y, añade Ruchir Sharma (economista jefe de Morgan Stanley para emergentes), en sus obras The rise and fall of nations y Breakout nations, Japón estaba sujeta a dos crisis (bombas) a punto de explorar: la demográfica, ausencia de natalidad, y la deuda.
Es un lugar común destacar que, cuando el nivel de deuda pública de un país excede su PIB…, “Houston, tenemos un problema”.

Eso le pasó a Japón, que vivió dos décadas de fuerte estancamiento económico que, muy moderadamente, Shinzo Abe ha revertido, pero sin ser capaz de que los japoneses tengan más hijos. El problema es tan grave que, en un alarde de inteligencia y piedad, el ministro de finanzas japonés, Taro Aso, pidió a los “mayores que no sean egoístas y no supongan una carga ni para sus hijos ni para el Estado.
En la última década, la aparición de China como segunda economía del mundo, que dobla a la japonesa en PIB y mantiene el 32% de la deuda pública americana, a la par que manipula su moneda (lo único, creo, en que Obama y Trump han estado de acuerdo), ha generado fuerte ansiedad en la población estadounidense. “Los chinos nos hackean, nos copian, nos quitan los empleos de manufactura/producción, compran nuestras empresas, roban nuestra propiedad intelectual con impunidad, compiten con Estados Unidos en nuestro terreno, las TIC, con Alibaba versus Amazon y Tencent versus Google, por ejemplo”. Pero a los chinos les está pasando lo mismo que a Japón, en proporción al tamaño del país y la economía. El capitalismo de Estado chino llevó a financiar con dinero público las inversiones de empresas semiprivadas chinas controladas por el Gobierno.
El endeudamiento público chino excede su PIB, con la diferencia con respecto a Estados Unidos de que estos pueden endeudarse, porque su crecimiento económico se lo permite, pero en el caso chino es al revés: ni este año China está en crecimiento al 6% ni en 2017 creció al 6,8%. Los datos están falseados y así han sido reportados al FMI y al Banco Mundial, que se han dado cuenta.
Basta comparar los datos reportados oficialmente con los que tiene en su poder el Partido Comunista chino (el único partido que hay, por otro lado) y apreciar “mentira” en el primer caso y “verdad”, en el segundo. Xi Jinping ha ordenado paralizar toda operación en el exterior, financiada con dinero público (lo que afectará a España entre 2018/2019 en 20.000 millones de euros menos de inversión extranjera) y ha rebajando fuertemente los costes laborales. Partido y Ejército Rojo han sido reforzados, para mantener el orden social. China no comprará América, guerras comerciales aparte.

Varios autores ponen el dedo en la llaga del porqué la nueva globalización nos afecta negativamente. Entre 1880 y 1990 la creación de riqueza que fue a parar a los países ricos desarrollados pasó del 20% hasta el 70%. La nueva globalización que empieza con la computación de los noventa y continúa con la digitalización o cuarta revolución industrial hace que la riqueza vuele de un lugar a otro del planeta en un segundo.
Richard Baldwin, en su libro The Great Convergence: Information Technology and the New Globalization; Rana Foroohar, en Makers and Takers, y Robert Gordon, en The rise and fall of American growth, defienden que la riqueza de una nación depende de una creciente fuerza laboral, deuda pública controlada, baja inflación, regulación mínima y luchar contra la desigualdad social.
Si Adam Smith levantara la cabeza…; pues escribiría La riqueza de las naciones con ordenador y no con pluma.



JORGE DÍAZ-CARDIEL

25/09/2018

https://cincodias.elpais.com/cincodias/2018/09/24/mercados/1537815978_931290.html?por=mosaico

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