lunes, 3 de septiembre de 2018

¿Hay unos valores europeos específicos?

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Europa es un continente diferente de los otros y que no tiene que sustituir sus valores por los occidentales

Valores son aquellas ideas o creencias que sirven para mantener o introducir las costumbres que más nos importan. Si unas costumbres resultan obsoletas, los valores que las sostenían también decaen. Y eso podría pasar con los valores europeos.
Si los valores europeos, originales o no del continente (libertad, igualdad, dignidad, bienestar, progreso, etcétera), no son exclusivos sino ya mundiales, ¿qué puede haber de específico o singular en los valores europeos? Hay que admitir, de entrada, la lógica de esta pregunta si reconocemos, al mismo tiempo, que Europa es un continente diferente de los otros y que no tenemos que sustituir valores europeos por valores occidentales, todavía más difícil de determinar.
Hay, no obstante, unos valores específicamente europeos. Valores que no pueden ser compartidos por otros pueblos, o que, como sea, no lo son. Diremos, a título genérico, dos. Uno, el propio valor de Europa. El otro, el modo europeo de tener los valores.

I. Europa como valor

Europa como valor. Como idea, como ideal, y al fin como un imperativo moral. Pero, a veces, desde las campañas de Napoleón hasta los partidos xenófobos actuales, pasando por el nazismo, se ha utilizado el nombre de Europa como excusa: lema imperial, consigna de partido o simplemente pretexto comercial. Es el eurocentrismo, que acaba siendo otra forma de racismo. Pero no tiene que ser así si al ideal de Europa le queremos dar un significado ético. Contra una Europa étnica hay una Europa ética. Albert Camus escribió en un momento dado: “ ( Lettres, III). A él se lo enseñó la guerra de Argelia. A nosotros, la de Bosnia y el asedio de Sarajevo. O, ahora, lo extrema derecha en el continente, que defiende Europa contra los inmigrantes al mismo tiempo que hace del ataque al europeísmo su excusa.

Europa como valor es al menos tres cosas, ninguna de ellas incompatible con una visión universalista. Primero: representa la posibilidad de un proyecto supranacional que empieza a hacerse realidad. Se está llevando a cabo un hecho histórico: el ensayo precursor de una gobernación y una convivencia cosmopolitas. Así, y sin perder los raíces locales, el proceso actual de unidad europea tendría que servir de estímulo y de precedente para un mundo que no tiene más alternativa que la de avanzar hacia una federación mundial de nacionalidades. Una idea que ya defendía Kant en el siglo XVIII. Al mismo tiempo, Europa, como valor, es la representación de un ideal de democracia, aquella que se funda en los principios de libertad, igualdad, estado de derecho, división de poderes y pluralismo político. Y, en tercer lugar, Europa como valor es hacer presentes y vinculantes aquellos valores que más caracterizan el legado moral y político europeo y lo singularizan entre los de otras regiones del mundo. En un intento de síntesis, estos últimos valores serían:
1. La verdad racional, un legado del mundo helénico. Grecia aportó, cierto, otros valores: democracia, virtud, ciudadanía, filosofía, etcétera. Pero su gran innovación fue la inscripción de la verdad en el logos. La verdad tiene que ser pensada, dialogada, contrastada. Siempre puesta a prueba. Es todavía hoy una idea tan útil como liberadora. Para los griegos, a diferencia de Oriente, la verdad no es identificación con brahman, el todo, sino una objetivación. Una actividad intelectual dispuesta a renovar su resultado, y cuya moralidad no es convertirse en aquello mismo que se conoce, sino, precisamente, ponerlo enfrente, en la dualidad conciencia/mundo. La sabiduría se centra en el conocimiento, episteme.

El eurocentrismo puede acabar siendo otra forma de racismo, pero contra una Europa étnica hay una Europa ética

2. La civilidad, o suma del Derecho Civil más la Ciudadanía, herencia del mundo romano. Roma ofrece un modelo urbano y de vías interurbanas. Una característica de Europa es el plano común y la proximidad entre sus ciudades. Todo contribuirá a la extensión del derecho civil y del principio de ciudadanía. La lex deja de basarse en un ius cósmico o popular, vengativo. Radica en la civitas. Pero a pesar del hundimiento del Imperio Romano de Occidente, el año 476, el emperador Justiniano salvará desde Bizancio el conjunto del derecho con el Corpus , que influye todavía en la vida, ­libertades y patrimonio de los europeos actuales, así como en la concepción del Estado y el papel aglutinador de la ley.

3. La dignidad humana, proveniente de la tradición judeocristiana. La segunda crisis imperial, la del Imperio Romano de Oriente, con la caída de Constantinopla, en 1453, espoleó, al mismo tiempo que la aparición de la imprenta (1450), el movimiento humanista y la imitación del mundo clásico grecolatino. Pico della Mirandola escribe, en 1486, el Discurso sobre la dignidad del hombre, y se va extendiendo el cosmopolita Derecho de gentes. Así se irá fijando la dignidad como valor inalienable, y los crímenes contra ella considerados como imprescriptibles. Junto a los trofeos coloniales y comerciales, el humanismo influirá en la idea de Europa sobre sí misma. Esta va dejando de ser la Christianitas medieval (de Carlomagno o de la Europa de las Cruzadas y las universidades, siglos XII-XIII), para pasar a ser la punta de lanza de un Occidens conquistador (el neoimperialismo de Carlos I) y al mismo tiempo sensible al Derecho natural de los seres humanos. El papel aquí de los Evangelios es innegable.

Europa es la representación de un ideal de democracia, fundada en los principios de libertad e igualdad

4. El pensamiento crítico, que tiene su origen en el Humanismo secular y en la Ilustración. A partir del siglo XVIII, el s iglo de las luces, Europa ya se llama a sí misma con este nombre. Había sufrido, desde la antigua Roma, grandes divisiones interiores. La última, con Lutero. Y todavía faltará una más: la de 1945, a raíz del triunfo soviético sobre Hitler. Pero el pensamiento iluminista unificó Europa con la inteligencia y la adhesión a dos ideas ya universales: ciencia y emancipación. En adelante, no se concebirá la razón sino como una facultad crítica y de uso público: Montesquieu, Hume, laEncyclopédie. También por primera vez se defenderá la unidad política de Europa ( Rousseau y la République européenne) y hasta la del mundo ( Kant y el derecho de ciudadanía mundial).

No tardemos en ver, mientras tanto, que un valor atraviesa estos cuatro mencionados, y es, sin embargo, su condición de posibilidad, es, en una sola palabra, el valor de la libertad. De manera que Europa como valor sería inconcebible sin, al fin, el ideal y el imperativo de libertad. ¿Es un desiderátum? Lo es; como todo valor. Pero sin olvidar que su fuente se encuentra en la propia historia de Europa y su mejor legado moral y político. No es un desiderátum fuera del espacio y el tiempo, ni arbitrario. Podemos decir, pues, que los deberes de los europeos arrancan de la obligada memoria del legado europeo. Quizás nuestro primer deber como europeos.

II. El modo europeo de tener valores

Por otra parte, hay un modo europeo de tener los valores. Una manera de concebirlos, y de tratar de encajarlos, que hace también diferentes los valores europeos. Partimos, si se quiere, de una concepción binaria de los valores: el bien y el mal, lo femenino y lo masculino, lo justo y lo injusto, etcétera. Pero ni mantenemos por eso los valores en una disyuntiva, en un antagonismo irreductible; ni tampoco, como encontramos en otras culturas, los intercambiamos o fusionamos entre ellos. El modo europeo es mantener los valores opuestos en un antagonismo activo o, cuando menos, latente. Cada valor se acompaña de su doble, es susceptible de ser convertido en este, y por lo tanto es definido también, en parte, por este.

Con memoria de sí misma, de sus hallazgos y sus estruendos, Europa es demasiado consciente y está por lo tanto avisada de que de la libertad se puede pasar a la tiranía, de la igualdad a la desigualdad, de la to­lerancia a la intolerancia, de la democracia a la dictadura, de la razón a la irracionalidad, de la civilización a la barbarie. Platón describió estos cambios de un régimen a otro en La República. Nosotros estamos evolucionando poco a poco de los nacionalismos estatales a una supranacionalidad. Pero también, mientras, o al final, corremos el riesgo de ir, ­escaleras abajo, desde el europeísmo aceptable a un eurocentrismo re­vulsivo. Porque cada valor de los europeos entraña el riesgo de su opuesto. Lo sabemos, y porque unos lo temen y otros prefieren ignorarlo, la fórmula a la cual vierte este modo europeo de tener los valores es la del necesario compromiso con los va­lores. Admitimos y proclamamos que nuestra relación con los valores no es receptiva ni rutinaria. Que ni siquiera se permite ser confiada. ­Sino que es una relación de alerta y compromiso, que tiene que ser ac­tiva.

El más específico de los valores europeos reside precisamente en cómo nos comprometemos con ellos

Lo más específico, pues, de los valores europeos no radica sólo en su especificidad de contenido –de hecho ya universal–, sino en la manera cómo los europeos conciben y se comprometen con sus valores. Porque somos sabedores y estamos advertidos de su fragilidad y del riesgo de convertirse los valores en su contrario. Cada valor contiene su opuesto como origen, riesgo y posible destino. Tenemos, por lo tanto, el derecho a los valores ideales, pero el deber de no ser ingenuos y no sentirnos con un alma inocente y confiada ante ellos. Reconocemos que los valores europeos son alterables, con el riesgo, sobre todo, de convertirse en alternables, si no tenemos bastante memoria y cuidado de ellos: pueden cambiar en su contrario. No son valores equívocos, ni aún menos ambivalentes, sino siempre cerca de caer en la ambigüedad si no hacen lo bastante para descartar el riesgo de alterarse en su alterno. Ya había dicho al principio que la singularidad europea es una paradoja.
La historia y el presente de Europa nos enseña que los ideales europeos provienen del choque y debate con sus contrarios; que se dan entre estos contrarios y podrían ocurrir en estos. Así, por ejemplo, si decimos libertad no podemos ignorar que su génesis va ligada con la tiranía, o con el colonialismo, y con el rechazo acto seguido de estos. Si decimos tolerancia nos lleva también a tener presente la sombra de la intolerancia. O si decimos europeísmo no podemos ignorar el eurocentrismo.
Si decimos, en fin, valores, no podemos ignorar el nihilismo que ya denunciaba Nietzsche. Cada valor se acompaña de su doble, y el compromiso con aquel es no acabar ligado con este, como el capitán Ahab con la gran ballena blanca.

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