sábado, 30 de noviembre de 2024

Qué ocurre si marcas el código ##002# en tu móvil: el truco poco conocido contra los ciberataques

 



Hoy en día apenas hay cosas que no se puedan hacer con y desde un smartphone, y podemos estar seguros de que las compañías del sector están trabajando para desarrollar nueva tecnología que nos permita realizar estas actividades.

Pero no son solo las apps de los smartphones las que nos permiten tener el mundo en nuestras manos, sino que los propios sistemas que se ejecutan en el teléfono están repletos de funciones y herramientas que, aunque no lo sepamos nos facilitan y agilizan determinadas acciones.

En el caso de hoy vamos a tratar qué ocurre si marcas el código ##002# en tu teléfono, ya sea Android o de iOS, y te adelantamos que podría relevarte si te han estado espiando, aunque se trate de una técnica poco común y normalmente aplicada para personas que manejan información confidencial e importante.

Para qué sirve ##002#

Este código es uno de los muchos códigos de funciones ocultas que tienen los smartphones, este, al igual que los otros sirve como atajo para realizar acciones sin tener que buscarlas y por norma general son las mismas tanto para Android como para iOS.

La función que cumple esta combinación es la de desactivar todos los desvíos de llamada de tu móvil, los hayas activado tú o no. Como decíamos antes, esto puede prevenir que alguien te espíe, ya que en el pasado se han visto varios casos de espionaje que consistían en desviar las llamadas para controlar con quien te comunicas.

Lo cierto, es que es poco probable que te ocurra, ya que estas técnicas son normalmente empleadas para obtener información confidencial y de gran valor. Activarlo te ayudará a borrar automáticamente todos los desvíos que tengas, y no va a afectar ninguna otra función o permiso que haya en tu teléfono.

Cómo activar este código

Activarlo es muy sencillo, consiste en un proceso de segundos que cualquiera puede hacer. Para ello tienes que abrir la app de teléfono (aquellas desde donde haces las llamadas) y marcar el código en cuestión, ##002#, y pulsar el botón como si fueras a hacer una llamada.

Cuando lo hagas se abrirá una ventana en el que se te indica todos los desvíos que se han desactivado. En el caso de que tuvieras varios desvíos activados te marcará cuales, si encuentras alguna sorpresa o algo sospechosos, es conveniente que compruebes la seguridad y privacidad de tu dispositivo.


Ni China ni la globalización: la fuerza que está 'aplastando' a los trabajadores de EEUU esta vez viene de dentro

 

Imagen: Alamy


  • La entrada de China en la OMC en 2001 golpeó al trabajador americano
  • El golpe se ha recrudecido tras el covid por la llamada 'excusaflación'
  • Hundimiento del coste laboral unitario en proporción al precio de venta



El paro de EEUU sigue muy cerca de mínimos históricos pese a haber subido algunas décimas en los últimos meses. Las noticias de aumentos salariales y el temor a las presiones inflacionarias aparejadas han ocupado el grueso de la hemeroteca laboral estadounidense más reciente. La baja tasa de despidos en comparación con otras fases históricas comparables -exceptuando las grandes tecnológicas- también ha ocupado titulares. Incluso se ha hablado de un resurgir sindical y de un momentum de mayor empoderamiento de los empleados americanos tras décadas de letargo. Si esto es así... cabe preguntarse por qué impera el descontento entre los trabajadores del país, como se ha visto reflejado en la victoria electoral de Donald Trump (algo que ya se apreció en 2016). No se trata solo de inflación y del nivel de precios que se encuentran los obreros al ir al supermercado. El trabajador americano empezó a notar en 2001 un 'aplastamiento' que ahora, más de 20 años después, se ha recrudecido. La diferencia es que esta vez el enemigo no viene de 'fuera'.

El inicio de ese 'aplastamiento', usando sus propias palabras (crushed en inglés), lo fecha Albert Edwards, veterano estratega de Société Générale el día de diciembre de 2001 en el que China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC). La entrada del gigante asiático en este órgano internacional rubricaba el proceso de apertura emprendido unos 20 años antes y abría de par en par las compuertas mundiales para que Pekín pudiese comerciar a escala global sin restricciones.

Analizando las raíces de la nueva victoria electoral de Trump, Edwards habla sin tapujos: "Los votantes no son estúpidos. Saben que desde que China entró en la OMC, la participación de la mano de obra local en la renta nacional ha sido aplastada. Sí, el desempleo es bajo, pero si rascamos la superficie descubriremos que el crecimiento del empleo se ha concentrado totalmente en los trabajadores no nacidos en el país y que la gente tiene cada vez más que trabajar en varios empleos a tiempo parcial para llegar a fin de mes".

"Los trabajadores estadounidenses han sufrido mucho desde diciembre de 2001, cuando China entró en la OMC y un culto a la globalización extrema empezó a apoderarse de la mayor parte de la profesión económica y de la dirección política. Sin duda, el afán de las empresas occidentales por maximizar sus beneficios mediante la externalización de la producción a China y otros países ha sacado de la pobreza a millones de personas en el mundo emergente. Pero ha empobrecido a gran parte de la mano de obra estadounidense a expensas del capital", constata el analista de SG.

Un argumento que entronca con una opinión que recientemente ha aflorado con fuerza en la opinión pública y entre los analistas: EEUU fue muy generoso con China en los 90 y ahora se están pagando las consecuencias. Así lo sintetizaba Marko Papic, estratega jefe de BCA Research, en un informe reciente: "EEUU, tras haber ascendido a la cúspide del poder hegemónico, contempló el desarrollo económico de China con magnanimidad. Si Washington hubiera querido aislar a China en la década de 1990, como había hecho durante muchas décadas antes, ese desarrollo económico se habría dirigido hacia otro lado. Independientemente de las reformas internas de China".

La mejor forma de visualizar cómo los baratos costes laborales de la 'gran fábrica china' y el engrasamiento de las cadena de suministro 'han 'aplastado' al trabajador americano es el gráfico que acompaña al informe de Edwards, en el que se refleja la proporción de los costes laborales unitarios en el precio de venta final de los productos de las corporaciones. Teniendo en cuenta la definición de coste laboral unitario como el coste medio de la mano de obra por unidad de producción, en el gráfico se aprecia cómo esta variable cae en picado a partir de 2001, representando cada vez una porción más pequeña del precio de venta final.

Si se observa la parte más reciente del gráfico, tras la Gran Crisis Financiera la línea vuelve a subir de nuevo, hasta llegar a la post-pandemia, cuando se vuelve a desplomar violentamente. ¿Qué ha ocurrido? "Los trabajadores comenzaron a pugnar inmediatamente después de la crisis de 2008, pero las empresas vieron la oportunidad de recuperar las ganancias perdidas en las secuelas inflacionistas de la pandemia. Se le puede llamar inflación impulsada por los beneficios. Puede llamarse inflación de los vendedores. Yo digo lo que veo, y prefiero llamarlo por lo que es: greedflation", explica Edwards. El término que emplea se puede traducir al español como 'inflación por avaricia' o 'excusaflación', y se ha empleado para las empresas americanas que han aprovechado el contexto internacional (pandemia y guerra en Ucrania) para subir de más los precios.

Tal y como desgrana el estratega de SG, las empresas han podido imponer subidas de precios que amplían los márgenes de beneficios al amparo de dos acontecimientos clave: las restricciones de la oferta tras el covid y las presiones sobre los costes de las materias primas tras la invasión rusa de Ucrania. Edwards tampoco se olvida de la Administración Biden, a la que manda cierto recado: "Otra de las principales fuentes del reciente repunte de los márgenes de beneficio es la masiva expansión fiscal. Por resumir, el gobierno ha estado gastando más en beneficio de las empresas".

El analista se fija en un ejemplo concreto: los seguros de automóvil en EEUU: "Desde principios de 2021, los seguros de automóvil en EEUU han subido un extraordinario 57% y un 14% interanual. La inflación de los seguros ha superado con creces la inflación del coste de las piezas, el mantenimiento o la sustitución del vehículo".

Casos como este no solo han hecho al trabajador de a pie castigar a los demócratas en las urnas por una asfixiante inflación en gastos cotidianos esenciales, sino que han acelerado una dinámica que ya viene produciéndose desde hace décadas.

Si de gráficos va a la cosa, los estrategas de Bank of America publicaron hace meses uno muy revelador y que explica en cierto modo el sentimiento de protesta del trabajador americano. El trazo, que perfectamente podría titular 'un mundo que ya no existe', muestra cómo en 1970 los salarios de los trabajadores representaban el 52% del PIB y en 2023 el 44%.

La gran pregunta ahora es si el Make America Great Again (MAGA) y la agresiva política de aranceles de Trump (fabricar en América, consumir en América) puede cambiar el escenario en un mundo que, pese a la pandemia, la desconfianza hacia China y la geopolítica sigue altamente globalizado. Aunque un candidato tan pro-empresarial como Trump (él mismo ha estado toda su vida metido en los negocios) y los precedentes de su primer mandato no invitan a pensar en un entendimiento con la clase trabajadora, el tono ha sido pretendidamente diferente en esta campaña.

El apoyo entre los grandes sindicatos a los demócratas no ha sido tan contundente como en otras ocasiones y los miembros de base se han volcado más hacia Trump. El argumento que se ha repetido desde el equipo del presidente electo es que "Trump luchará una vez más para poner más dinero en los bolsillos de los trabajadores, negociar buenos acuerdos comerciales en todo el mundo y proteger los empleos sindicalizados bien remunerados aquí en casa", ha verbalizado Karoline Leavitt, secretaria de prensa nacional de la campaña de Trump.


Los descuartizadores de empresas: cómo EEUU troceó Standard Oil y AT&T... y por qué Microsoft y Google son su mayor reto

 

Foto: eE.

  • Dividir firmas con bases regionales es más fácil que hacerlo por negocios
  • Las firmas tecnológicas son más complicadas de dividir que las que tienen equipamiento físico


La pasión antimonopolios ha vuelto a EEUU. El pasado 5 de agosto, un juez condenó a Google por prácticas monopolísticas y abrió la puerta a posibles condenas que van desde su troceamiento hasta la venta de su navegador Chrome. Y esta semana, la FTC ha redoblado las investigaciones contra Microsoft por empaquetar aplicaciones como Teams dentro de Office.

La política antitrust estadounidense tiene mucho de épica al descuartizar a grandes gigantes, pero también esconde una gran paradoja. EEUU es el país de la fe absoluta en el mercado para poner en su sitio a las compañías: no tiene reparo en cortar por lo sano cuando una corporación entra en fase de monopolio. No hay reacción tan violenta en el mundo para defender la libre competencia.

Solo hay que mirar a la Vieja Europa. A la UE también le preocupan las prácticas monopolísticas y la Comisión va en paralelo a la justicia estadounidense abriendo investigaciones contra las tecnológicas, pero la filosofía es otra, con un enfoque a la protección del consumidor. Esto no quiere decir que las autoridades europeas no se hayan enfrentado a grandes empresas. De hecho, ha retado a los viejos monopolios de telecomunicaciones o ferrocarril con orígenes públicos, pero con la estrategia de ponerlos a competir en varios países a la vez para romper el control del mercado. De ahí que Telefónica diera el salto a Alemania y otros países, mientras en España tuvo que abrir su mercado a operadores extranjeros, como la francesa Orange. Y lo mismo ahora está pasando con el transporte ferroviario.

Y el Gobierno de Joe Biden quiere salir por la puerta grande, y tiene como objetivo a las grandes tecnológicas que dominan el mercado estadounidense. Esta batalla tiene famosos precedentes: EEUU tiene experiencia a la hora de descuartizar grandes monopolios, como Standard Oil o AT&T. Pero también tiene un 'Houdini' en su historial, una firma gigante que logró salir con vida del trance: Microsoft. ¿Qué tienen las tecnológicas que les hacen más escurridizas?

Standard Oil: El caso más icónico

El origen de todas estas preguntas está en 1890, cuando EEUU aprobó la llamada "Ley Sherman" contra los cárteles de empresas. En aquellos años, era común que un grupo de empresas del mismo sector situadas en distintos estados se aliaran formalmente: creaban una empresa matriz que las coordinaba, y así se aseguraban de que ninguna de ellas compitiera entre sí, fijando precios y repartiéndose los beneficios.

Standard Oil fue el ejemplo más icónico. En 1882, los principales inversores de 40 compañías petrolíferas crearon una firma que gestionaría sus acciones: en la práctica, una empresa que serviría de matriz de las otras 40 y controlaría su actividad. Una década después, para evitar la ley que acababa de aprobarse, una de esas empresas, Standard Oil de Nueva Jersey, compró las acciones de todas las demás y se convirtió en una megaempresa.

La firma gestionaba todos los procesos relacionados con el petróleo: la extracción, el refinado, el transporte y la venta al público. Controlaba hasta la fabricación de derivados del petróleo, como la vaselina. Y, por supuesto, la firma cobraba los precios más altos posibles en cada uno de los pasos, lo que convirtió a su presidente, John D. Rockefeller, en uno de los primeros milmillonarios: él solo llegó a poseer el 1,5% de todo el PIB de EEUU, equivalente a unos 440.000 millones de dólares actuales.

Sin embargo, las circunstancias estaban bastante claras: pese a los intentos de ofuscar la idea de un cártel mediante la fusión de todas las compañías, el Tribunal Supremo sentenció que esta firma era un ejemplo de libro de lo que la Ley Sherman quería evitar. Así, ordenó cancelar la fusión que habría creado Standard Oil y dar independencia a las 43 firmas que controlaba. Y, por supuesto, los dueños fueron multados y recibieron una prohibición de volver a formar un cártel. Prohibición que funcionó: las 43 empresas resultantes empezaron a competir entre sí, los precios bajaron y nuevos rivales aparecieron. Y más de un siglo después, muchos de sus descendientes aún sobreviven a día de hoy tras varias fusiones, compras y cambios de nombre: ExxonMobil (fusión de aquella SO de Nueva Jersey y la SO de Nueva York), Chevron (SO California), Marathon Petroleum (SO Ohio) o ConocoPhillips (heredera de Continental Oil). Incluso Saudi Aramco, la petrolera estatal de Arabia Saudí, nació como Californian-Arabian Standard Oil.

Ese mismo día, sin embargo, hubo otra sentencia similar con resultados menos alentadores. American Tobacco era otro cártel que agrupaba a 65 compañías tabaqueras. Pero, en vez de ordenar la independencia de las 65, el Supremo ordenó su división en 4 compañías: American Tobacco, R. J. Reynolds, Liggett & Myers y Lorillard. No habían pasado ni 30 años cuando las cuatro volvieron a los tribunales por organizar un oligopolio, y tres de ellas fueron condenadas de nuevo por pactar precios. Una señal de que dividir monopolios no sirve si no se crea un nuevo mercado con suficiente competencia.

AT&T: Cuando los monopolios ocurren por 'accidente'

El segundo gran caso fue el de AT&T. Aquí se produjo lo que se puede considerar un monopolio 'natural' o 'accidental'. Las causas fueron dos. Por un lado, la patente del teléfono dejó sin rivales a la firma creada por Alexander Graham Bell para fabricarlos, Western Electric. Y la dificultad y el coste de instalar líneas telefónicas por todo el país dejó a AT&T, heredera de la firma de Bell, como la única compañía con el dinero y la capacidad de llegar hasta las zonas rurales más perdidas. No solo eso, sino que el monopolio tenía, en su visión, un beneficio: los clientes pagaban más por las llamadas locales (la inmensa mayoría de todas), a cambio de que las llamadas de 'larga distancia' (a otros estados) fueran más baratas.

El resultado de estas dos circunstancias es que, en 1913, el Gobierno de EEUU aceptó que la firma operara como monopolista a cambio de garantizar cobertura universal. Pero tras la II Guerra Mundial, esa posición de ventaja empezó a tener cada vez más enemigos en Washington, al considerar que estaba abusando de ella.

Así, en 1956 hubo una primera denuncia antimonopolio, para limitar su capacidad de cobrar más a los usuarios. Así, le obligaron a aceptar que sus clientes usaran teléfonos comprados a otros fabricantes distintos a Western Electric, que los cobraba más caros; a vender su fabricante canadiense Northern Electric (que, una vez independizado, acabó vendiendo más en EEUU que la propia Western Electric); y, finalmente, a vender su filiales en Canadá, Japón y el Caribe.

Pero el avance de la tecnología y la aparición incipiente de los teléfonos móviles, y la sospecha de que AT&T estaba frenando su desarrollo, llevaron al Departamento de Justicia a considerar que el 'monopolio natural' debía llegar a su fin. En 1974 puso una segunda demanda, esta vez solicitando el troceamiento de la firma. Y tras 10 años de batallas legales, en 1984 AT&T se rindió y aceptó negociar su propia división. El resultado fue la venta de las 7 filiales regionales que operaba en el país, creando de la nada siete empresas telefónicas rivales.

Aun así, el problema sigue vivo: los herederos de AT&T crearon pequeños monopolios en sus regiones, y la competencia de otras firmas 'vecinas' en las gigantescas áreas rurales del país es tan escasa que la mayoría de los consumidores tienen apenas una o dos opciones. Todo el mundo quiere operar en Nueva York o en Los Ángeles, pero nadie quiere ser el que lleve los cables de fibra óptica a un rancho perdido en Wyoming. El resultado es que los precios medios de internet en EEUU son mucho más altos que en otros países desarrollados: el doble que en Alemania o el triple que en Corea del Sur.

Microsoft: Cómo separar Internet Explorer de Windows

Todos estos casos hablaban de un mundo antiguo en el que las empresas poseían y vendían bienes físicos, con filiales separadas que se podían dividir con relativa facilidad. Pero en 1994, el problema al que se enfrentaba el Departamento de Justicia era diferente: Microsoft tenía un monopolio en ordenadores personales, porque su software, Windows, era superior al de sus rivales. En aquel momento Apple no era una rival digna de tal nombre y las patentes de Microsoft hacían muy difícil que otras empresas diseñaran una 'marca blanca' de Windows. Y en un mundo en el que aún no existían los teléfonos móviles o las tablets, dominar los ordenadores suponía dominar el universo de internet.

El acuerdo al que llegaron con Microsoft suponía recordarles un artículo clave de la vetusta Ley Clayton, que se creó en 1914 para añadir potencia a la Ley Sherman: es ilegal obligar a un cliente que quiere comprar un producto A a tener que llevarse además un producto B aunque no quiera. En otras palabras: el empaquetamiento obligatorio de bienes y servicios es ilegal.

Pero la firma que dirigía entonces Bill Gates decidió que le merecía la pena jugar con las definiciones. Cuando todos los ordenadores Windows empezaron a llevar Internet Explorer (IE) y Windows Media Player, Microsoft alegó que no eran "productos empaquetados", sino "características adicionales" del sistema operativo. Pero cuando IE acabó por comerse a todos sus rivales, consiguiendo una cuota de mercado de más del 95%, el Gobierno decidió llevarle a los tribunales.

El juicio se centró en decidir si IE era una parte intrínseca del sistema operativo o un mero extra que se podía eliminar sin provocar ningún otro efecto secundario. Si era lo primero, no era un producto 'empaquetado'. Si era lo segundo, sí lo era, y había eliminado a la competencia de forma ilegal. Y la actitud de la multinacional, que presentó vídeos falsificados como pruebas, entre otros, llevó a los jueces a declararles culpables de monopolio.

Sin embargo, había un problema. Aquí no había un "Microsoft Texas" ni un "Microsoft Pensilvania" que pudieran competir entre sí. El equipo de IE trabajaba en la misma oficina, coordinándose con el equipo de Windows. Dividir la firma no era tan fácil como fue en el caso de sus antecesores. Finalmente, el acuerdo al que llegaron las partes fue permitir que otras firmas tuvieran acceso a la documentación para programar para Windows y facilitar a los usuarios la posibilidad de instalar programas distintos a los que vienen de serie con el sistema operativo.

El acuerdo fue tachado de demasiado blando por diversos expertos, que pensaban que el acuerdo no suponía una verdadera sanción que obligara a que la firma cambiara su comportamiento. Y 20 años después, el Departamento de Justicia ha vuelto a denunciar a la multinacional por motivos similares: en este caso, por empaquetar Teams junto a Office.

La estrategia para trocear Google

La última víctima es Alphabet. El pasado mes de agosto fue condenada por 'prácticas monopolísticas'. Y el Departamento de Justicia está destinando muchos esfuerzos en demostrar, a través de testigos y documentos, que Google poseía desde hace mucho tiempo el talento y la capacidad tecnológica para tener herramientas de búsquedas generativa de IA. El asunto no es baladí. Si se confirma este extremo, demostraría que los consumidores se vieron perjudicados con su estrategia. Para el buscador de Google, funcionar con IA lo cambia todo. El futuro de encontrar contenido en Internet ya no estaría basado en indicaciones de textos, sino en la palabra.

En los setenta, el Departamento de Justicia logró desmembrar AT&T con una estrategia procesal parecida. Probó que la teleco no quiso lanzarse y desarrollar el negocio de la telefonía móvil para mantener el control de los teléfonos fijos.

La respuesta de Google a la acusación directa es que fueron prudentes con la nueva tecnología por el posible daño social. "Nuestra sensación era que aún no era responsable poner esa tecnología frente a los usuarios debido a los riesgos que implica", declaró Raghavan. El directivo ha reconocido que los avances se mantenían en secreto, pero se seguía trabajando en ellos. "Lo manteníamos bajo las sábanas, pero lo estábamos desarrollando gradualmente".

El Departamento de Justicia asegura que tan pronto como se hizo público el acuerdo de Microsoft con OpenAI, así como sus movimientos para integrar estrechamente ChatGPT en su motor de búsqueda Bing, en Google hubo un mandato interno de "código rojo" para aplicar la IA generativa en todos sus principales productos.

La pregunta aquí es cómo se podría desmembrar la empresa una vez condenada por monopolio. Los antecedentes de Microsoft dificultan una decisión así. La mejor respuesta posible, dadas las circunstancias, sería trocear a la empresa por negocio: separar el departamento de publicidad nacido de Doubleclick, por ejemplo. Una decisión que, de ocurrir, sería tan histórica como las dos grandes de la historia estadounidense.


viernes, 29 de noviembre de 2024

Por qué depositar ropa usada en un contenedor de reciclaje no permite tener la conciencia tranquila

 

Varias personas buscan en el vertedero de residuos textiles de Weija, a las afueras de Acra, en Ghana, el 9 de octubre de 2023.Kevin McElvaney (© Kevin McElvaney / Greenpeace)


Greenpeace advierte en una investigación coincidiendo con el Black Friday que el consumo de moda rápida es “una bomba de relojería ambiental”. El sistema se mantiene gracias a los países del Sur Global, donde acaban las prendas que no queremos. En África, el 40% de la ropa usada termina en vertederos o quemada




Un pantalón pasa mucho menos tiempo en nuestro armario que en el vertedero de África donde puede terminar después de que lo dejemos en un contenedor, reconfortados por la idea de estar dándole una segunda vida. Muy probablemente, la prenda recorrerá miles de kilómetros, con la huella de carbono que ese viaje supone, y, debido a un sistema colapsado y descontrolado y a la mala calidad de sus materiales, tal vez nunca vuelva a usarse. Su ‘segunda vida’ será finalmente una montaña de basura en países del Sur Global o una contaminante hoguera al aire libre, donde acaba por ejemplo el 40% de la ropa que enviamos a África. Es la alarmante fotografía que traza Greenpeace coincidiendo con el Black Friday, en una investigación publicada este miércoles.

“La economía circular no es compatible con el modelo de producción y consumo desbocados que tenemos. En estos momentos, la fabricación y adquisición de ropa están muy por encima de lo que el sistema es capaz de gestionar con vistas a reciclar y de lo que el planeta puede asumir como volumen de residuos”, explica Sara del Río, coordinadora de la investigación de Greenpeace, en una entrevista con este periódico.

Un “símbolo de este modelo perverso” es el Black Friday, donde las compras se disparan atraídas por precios más bajos, alerta Greenpeace. La ONG recalca que este patrón de consumo de ropa es “una bomba de relojería medioambiental” que no se puede sostener sin los países del Sur Global para, “primero, producir ropa, y, segundo, gestionar los residuos que generan las prendas que desechamos”.
La fabricación y adquisición de ropa en estos momentos están muy por encima de lo que el sistema es capaz de gestionar con vistas a reciclar y de lo que el planeta puede asumir como volumen de residuos
Sara del Río, Greenpeace

Un informe de 2024 de la Agencia Europea del Medioambiente (EEA), que utiliza datos de 2020, concluye que en ese año la Unión Europea generó 6,95 millones de toneladas de residuos textiles, unos 16 kg por persona. De estos, solo 4,4 kg se recogieron por separado para su potencial reutilización y reciclaje, y 11,6 kg acabaron en la basura junto a otros residuos domésticos.

Pero España está por encima de la media europea y supera los 20 kg por persona y año, de los que solo se recogen selectivamente 2,1 kg. Y de este volumen, solo el 4% (0,8 kg) es ropa y calzado que depositamos en los contenedores, después de haberlos utilizado. España envía esas prendas usadas a más de un centenar de países, en su mayoría africanos y asiáticos. Los tres destinos que mayor cantidad de ropa usada importan desde nuestro país son Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Pakistán, que a menudo no son su destino final.



Residuos disfrazados de ropa


La ONG, que recuerda que la industria textil es responsable del 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, insiste en que esta situación se ha exacerbado en pocos años. La exportación de ropa usada desde la Unión Europea (UE) se triplicó y pasó de 550.000 toneladas en 2000 hasta casi 1,7 millones en 2019.


En España, según datos oficiales recabados por Greenpeace, el 92% (129.705 toneladas) de los residuos textiles vendidos a otros países en 2023 fueron ropa usada. ¿Ropa usada o residuos disfrazados?, se pregunta la ONG. “La cantidad de residuos textiles ha aumentado y al mismo tiempo ha cambiado la composición de la ropa, porque se han incorporado materiales sintéticos, como el poliéster o el nilón, más contaminantes y de peor calidad. Estamos exportando teóricamente prendas de segunda mano, pero en muchos casos no podrán volver a usarse”, explica Del Rio, agregando que también se han detectado en la ropa sustancias peligrosas para la salud, como cadmio o mercurio.


Cada prenda ha recorrido una media de 9.000 kilómetros, y en total, las 23 han recorrido 205.121 km, lo que equivale a dar cinco veces la vuelta a la Tierra.

Para sustentar estos datos, Greenpeace ha seguido durante un año y gracias a rastreadores camuflados en los tejidos, el viaje de 23 prendas de ropa que fueron depositadas por la ONG entre agosto y septiembre de 2023 en contenedores de tiendas de Mango y Zara de varias ciudades españolas. Cada una ha recorrido una media de 9.000 kilómetros, y en total, las 23 han sumado 205.121 km, lo que equivale a dar cinco veces la vuelta a la Tierra, hasta aterrizar en 11 países diferentes, la mayoría del Sur Global, principalmente en Asia y África. Entre las prendas geolocalizadas, cinco llegaron a Togo, Camerún y Costa de Marfil. Un pantalón viajó, por ejemplo, 22.000 kilómetros en 215 días, desde Madrid hasta Abiyán, pasando por Emiratos Árabes Unidos, hasta que su pista se perdió. “Una prueba de este sistema insostenible”, afirman los investigadores de Greenpeace.


Según datos de la EEA, alrededor del 46% de los textiles desechados por los países europeos termina en África, y el 41 %, en Asia. En África, se intenta que puedan ser reutilizados, ya que existe una demanda de ropa usada y barata procedente de Europa. Pero, según Greenpeace, un 40% de la ropa que llega al continente no se vende y termina quemada o en un vertedero. En Kenia, por ejemplo, según la organización de reciclaje Afrika Collect Textiles, el 40 % de la ropa usada que reciben es de tan mala calidad que ya no la puede usar nadie.


Las toneladas de basura textil en Kenia, Ghana o Tanzania también tienen un impacto en el desarrollo y salud de sus habitantes, porque la gestión de estos desechos no es la adecuada. “Son destinos que emergen de repente como zonas receptoras en las que el medio ambiente se destroza también muy rápidamente”, lamenta Del Río. Además, varios países africanos se plantean limitar las importaciones de textiles usados, con el fin de proteger la producción textil local.

Varias personas hurgan entre residuos textiles y plásticos en un vertedero en Nakuru, en Kenia, en febrero de 2023.JAMES WAKIBIA (SOPA/LIGHTROCKET/GETTY)

En Asia, paradójicamente, la región del mundo donde más ropa nueva se fabrica, la mayoría de los textiles usados llegan a lugares ubicados en zonas francas cercanas a puertos o aeropuertos, donde se clasifican y se reexportan a países africanos o asiáticos, donde potencialmente pueden convertirse en trapos o rellenos industriales, o ser desechados en vertederos o incinerados por su escaso valor.

Greenpeace también recuerda el caso de Bangladés, donde la industria textil, utilizada por algunas marcas europeas, genera el 20 % del PIB y más del 80 % de los ingresos por exportaciones, al tiempo que emplea a 4,5 millones de personas, en su mayoría mujeres. Sin embargo, nueve de cada diez trabajadores no pueden permitirse comprar alimentos suficientes para ellos y sus familias con el salario que reciben.



Una nueva ley en 2025


Los contenedores en tiendas son por ahora voluntarios, pero a partir de 2025 y en virtud de la ley de residuos y suelos contaminados, de 2022, los ayuntamientos tendrán que instalar muchos más para recoger residuos textiles de forma separada y las tiendas también tendrán la obligación de colocarlos, para que se depositen ahí las prendas usadas. Al mismo tiempo, los comercios no podrán tirar los excedentes no vendidos, que deberán destinar “en primer lugar a canales de reutilización”. Es decir, serán más responsables de los residuos que generan.
Nos da la sensación de que esta nueva norma también puede provocar que los desechos se lancen lo más lejos posible con el fin de no verlos
Sara del Río

“Puede que se recoja selectivamente más ropa gracias a la ley, pero también puede que haya más prendas con un destino final indeseado, porque habrá más residuos que gestionar y la misma capacidad. ¿Cómo se les va a dar salida? Muy probablemente exportándolos fuera de la UE”, prevé Del Río. “Nos da la sensación de que esta nueva norma también puede provocar que los desechos se lancen lo más lejos posible con el fin de no verlos”, agrega.


Greenpeace insiste en que esta ley se centra “en el último eslabón de la cadena” y no en la manera de producir, que es el origen del problema, y considera que “perpetúa la mentalidad neocolonialista que subyace tras este modelo impulsado por parte de las marcas de moda y su evasión de responsabilidades”.


“Se necesitan cambios legislativos mucho más drásticos. Si una empresa es totalmente responsable del impacto que generan sus residuos, también se tiene que responsabilizar de que no acaben en un país africano, quemados o en un vertedero, y, por tanto, tiene que apostar por fabricar menos prendas y de más calidad. Pero esto no es lo que las marcas propugnan”, insiste Del Río, subrayando que Greenpeace considera que volver a los niveles de producción de ropa de hace 25 años ya representaría un cambio sustancial en la buena dirección.


¿Qué poder tiene un consumidor para cambiar este gigantesco esquema desolador? “Pequeño, pero importante”, responde Del Río. “En primer lugar, tenemos que ser conscientes de lo que implica este modelo de consumo que nos imponen las marcas. Por ejemplo, los bajos precios del Black Friday se compensan por otro lado, comenzando por la contaminación en países donde se produce la ropa o donde llegan los residuos”, concluye.





Beatriz Lecumberri
Madrid - 27 NOV 2024 - 05:30 CET
https://elpais.com/planeta-futuro/2024-11-27/por-que-depositar-ropa-usada-en-un-contenedor-de-reciclaje-no-permite-tener-la-conciencia-tranquila.html