- EEUU y Europa mantienen un difícil combate simultáneo a tres bandas
- Los tres frentes implican más costes en materias primas y en capex
Occidente se ha metido en tres cruzadas 'simultáneas' de las que es difícil salir bien parado, al menos en términos de costes. Combatir a China, al cambio climático y a Rusia al mismo tiempo, la agenda marco de Estados Unidos y de su socio, la Unión Europea, acarreará unos costes ingentes en materias primas y capex (inversión empresarial). La amenaza de una década de mayor inflación se agranda mientras que los que huelen el peligro alertan: la inflación ha podido ser transitoria (tras el covid), pero la geopolítica no.
En un contexto de creciente tensión geopolítica y redefinición de las relaciones globales, gobernar es cada vez más complicado, sobre todo en aquellas regiones con democracias reales en las que se toman decisiones a golpe de encuesta política sin tener en cuenta lo que puede suceder a medio y largo plazo. Aunque parezca contradictorio, en este tipo de casos, la democracia puede jugar en contra, puesto que los gobernantes tienen que buscar unos resultados inmediatos que pueden ser fatales para el largo plazo. Esto ha llevado a Occidente a una suerte de 'Trinidad Imposible' o 'trilema'. Las tres grandes prioridades actuales de las economías occidentales, encabezadas por unos Estados Unidos que ahora pueden cambiar el rumbo al vencer (y con rotundidad) Donald Trump en las presidenciales presidenciales, se pueden resumir en lo siguiente: reducir su dependencia de China, abordar el cambio climático y contrarrestar la influencia de Rusia, unas prioridades que representan un triple dilema de difícil solución, ya que los tres objetivos están interrelacionados y son intensivos en cuanto a inversión y recursos.
Así queda de manifiesto en un informe reciente de BCA Research, liderado por el estratega jefe Marko Papic, que aprovecha el término 'trinidad imposible' o 'trilema' de la política monetaria para realizar un ilustrativo paralelismo con la situación geopolítica y económica a la que se enfrenta Occidente. Este es un término que se usa habitualmente para referirse a los límites a los que se enfrenta la política monetaria. Este es un concepto fundamental en economía internacional que explica una restricción a la que se enfrentan los países al intentar establecer su política monetaria en un contexto globalizado. Según este principio, un país no puede alcanzar simultáneamente los tres siguientes objetivos: mantener un tipo de cambio fijo o estable frente a otras monedas (por ejemplo, fijar la moneda local al dólar o al euro); una política monetaria independiente, que consiste en tener la libertad de establecer la política monetaria nacional (como fijar los tipos de interés) para controlar la inflación y el crecimiento económico según las condiciones internas y una libre movilidad de capitales, que supone permitir que el capital se mueva libremente a través de las fronteras, lo que facilita inversiones, préstamos y flujo de capital extranjero. Debe elegir siempre dos de ellas, pero cumplir con las tres es imposible hasta el día de hoy.
La óptica que recoge el equipo de Papic es que, rozando el ecuador de la década de los 2020, Occidente está intentando aplicar tres políticas incompatibles que están destinadas a acabar en "una inflación que sorprenda al alza el resto de la década": está rediseñando las cadenas de suministro globales (porque "China es malvada"), rediseñando el ciclo energético global (porque "el cambio climático nos matará a todos") y socavando la estabilidad política de un importante productor de materias primas (porque "Rusia es malvada").
China y la dependencia industrial
Reducir la dependencia de China es una de las principales preocupaciones de las economías occidentales. En las últimas dos décadas, China ha dominado la producción y refino de recursos esenciales para la tecnología y la energía renovable, como el litio y el cobalto. "A principios de la década de 2000 se produjo un superciclo de materias primas porque China se convirtió en la fábrica manufacturera del mundo. Hizo falta mucho acero, aluminio, cobre, energía y excavadoras para establecer cadenas de suministro mundiales dentro de China. Hoy, se necesitará mucho acero, aluminio, cobre, energía y excavadoras para deshacer esa década", ejemplifica Papic y sus compañeros.
Los esfuerzos de de-risking (disminución de riesgos) de las economías occidentales, que buscan reducir esta dependencia, choca de forma frontal con la dificultad para producir en otros lugares. El refino de metales es contaminante y realizarlo en los países avanzados es casi imposible. Esto implica la necesidad de realizar inversiones enormes para duplicar la infraestructura y fortalecer nuevas cadenas de suministro, pero hacerlo de forma rápida encarecería muchos productos esenciales y afectaría el crecimiento económico.
El informe de BCA señala que, aunque "la deslocalización industrial lejos de China puede parecer estratégica, en la práctica es una tarea extremadamente compleja y costosa". Según estudios recientes, esta estrategia plantea un riesgo no solo de aumento de precios, sino también de inestabilidad en los mercados globales de minerales estratégicos, ya que China, que controla gran parte del refinado global, podría utilizar estos recursos como herramienta de presión salir victoriosa en las disputas políticas. Más de una vez se ha especulado con la posibilidad de que China use su control sobre las tierras raras para lograr otros objetivos. La elevada dependencia de Occidente de China hace que esta búsqueda de independencia hoy sea prácticamente una quimera.
"Dado que el mundo es multipolar, Estados Unidos no puede obligar a un rediseño ordenado de las cadenas de suministro. No puede simplemente obligar a las empresas de todo el mundo a trasladar sus fábricas a Estados Unidos, aunque no tuviera la capacidad laboral para hacerlo. Tampoco puede designar un conjunto de países en desarrollo aliados a los que trasladar sus fábricas, ya que no tiene mucho tirón en el Sur Global, que ya comercia más con China que con Estados Unidos, en relación con el tamaño de sus respectivas economías. Y los aliados de Estados Unidos en el mundo desarrollado no están dispuestos a ayudar. Europa se ha visto en el extremo receptor de una plétora de disputas comerciales estadounidenses, Canadá fue tachado de amenaza para la seguridad nacional con el fin de justificar los aranceles sobre el acero y el aluminio, mientras que la oferta de la japonesa Nippon Steel por US Steel acaba de ser frenada por motivos similares", redondean estos analistas.
Cambio climático y transición energética
Otro componente de la trinidad geopolítica es la respuesta al cambio climático, impulsada por el compromiso de reducir emisiones y avanzar hacia energías renovables. Este cambio es intensivo en recursos (más inversión y consumo de inputs que, precisamente, están hechos en China), lo cual eleva la demanda de materiales como cobre y níquel.
Papic advierte que "la transición energética está siendo abordada de forma caótica y a menudo con un enfoque populista". La agenda del cambio climático ha sido adoptada por los responsables políticos occidentales "no porque sean miopes, sino porque satisface una demanda populista de creación de empleo de cuello azul", defiende. Por ello, incide, es poco probable que el entusiasmo por la agenda verde cambie en todo el mundo. El hecho de que se esté produciendo una expansión mundial de los vehículos eléctricos es una prueba de esta tesis, dado que no son necesariamente tan eficientes, pone como ejemplo.
Este cambio, fundamental para cumplir con los objetivos climáticos del Acuerdo de París, requiere una inversión continua y masiva, algo que muchas economías no pueden asumir sin comprometer otros objetivos estratégicos. Y menos aún sin contar con la ayuda de China, la 'fábrica del mundo'. "Los costes del cambio a la energía verde son astronómicos. Según nuestros cálculos, el coste de la transición es superior a toda la inversión inmobiliaria de China. Si se combina con la primera prerrogativa política -la estrategia de de-risking con China-, la 'carrera' al objetivo de cero emisiones garantizará que el mundo entre en un boom de capex durante el resto de esta década", avisan desde BCA.
El Atlantic Council y el World Economic Forum también destacan que el proceso de transición energética se complica al depender de metales de tierras raras, en los que China mantiene una posición dominante. Este dominio ha provocado que los países occidentales intensifiquen sus esfuerzos para diversificar los proveedores, un proceso que lleva tiempo y plantea riesgos de seguridad en las cadenas de suministro, puesto que no hay nadie sobre la faz de la tierra que tenga tal control sobre la producción y distribución de tierras raras como China. Además, la demanda de las empresas de energía renovable están aumentando la presión sobre los precios de estos materiales, lo que podría hacer más costosa la transición y retrasar los avances hacia una economía neutra en carbono.
Rusia y su estabilidad interna
El tercer vértice de este 'triángulo maldito' en el que está inmerso Occidente es Rusia y el consenso generalizado entre lo que un día se conoció como el 'mundo libre' de que Moscú es un "malvado" enemigo. Según razonan Papic y los suyos, hay pocas dudas a la hora de otorgar esta calificación a Rusia: "La decisión de Moscú en 2022 de invadir Ucrania ha hecho que Rusia pase de ser un rival de Occidente a un Estado canalla en toda regla". Este consenso occidental ha tenido su derivada comercial: el comercio entre Rusia y Occidente se ha detenido casi por completo. Sin embargo, matizan desde BCA Research, las exportaciones rusas no se han visto afectadas por el conflicto. Moscú no ha mostrado, al menos hasta ahora, la voluntad de poner en peligro la economía mundial con prohibiciones generales de exportación de materias primas críticas y los vetos comerciales, por así decirlo, solo lo han causado "dislocaciones temporales", sostienen estos analistas.
Entonces, si el estatus de "Estado canalla" de Rusia no es significativo para las exportaciones de materias primas, ¿por qué preocupa a estos estrategas? Por lo que ellos llaman los efectos de segundo y tercer orden, que en esta caso se resumen en la estabilidad interna de la propia Rusia: "Aunque la economía rusa se ha visto favorecida por el esfuerzo bélico, es poco probable que los buenos tiempos duren mucho. La guerra es una empresa improductiva y Rusia ya está haciendo frente a considerables presiones inflacionistas en un momento en que el resto del mundo experimenta una desinflación. Además, la estabilidad política interna está en entredicho. En 2023, las fuerzas de seguridad estaban excavando carreteras en las proximidades de Moscú debido a un golpe de estado dirigido por mercenarios. En 2024, el presidente Vladimir Putin ha tenido que purgar a varios aliados militares y políticos. En algún momento, no muy lejano en el tiempo, la opinión pública se preguntará si todo esto ha merecido la pena por las adquisiciones territoriales en Ucrania, que no suponen gran cosa, ni económica ni estratégicamente".
¿Por qué deberían preocuparse los líderes occidentales por la estabilidad interna rusa? ¿No es acaso razonable que Moscú sufra y pague por su invasión ilegal de Ucrania? "La razón por la que los políticos occidentales deberían preocuparse por la estabilidad rusa es que, al mismo tiempo, se están desmarcando de China y trastornando los sistemas energéticos mundiales. En otras palabras, los dos consensos políticos anteriores son extremadamente intensivos en materias primas y capex. Y el tercer consenso político -que Rusia debe ser castigada y desestabilizada- amenazará al mayor proveedor mundial de materias primas", resuelven Papic y su equipo.
Echando la vista atrás, Rusia tiene un historial reciente de incumplimientos en situaciones de tensión política. En la década de 1990, el Presidente Boris Yeltsin presidió un sistema político cada vez más fracturado que vio cómo el gobierno federal de Moscú se desintegraba y cedía el paso a diversos intereses regionales. En aquella época, el colapso interno ruso podía ser digerido con relativa facilidad por las cadenas de suministro mundiales. En la década de 1990, el colapso de la producción rusa de petróleo no impulsó realmente los precios del crudo, dado el exceso de oferta. Pero hoy, alertan desde BCA Research, la 'agenda verde' ha hecho que se desplome la inversión en energía y en minería en general, mientras que la demanda de metales rusos -especialmente níquel- se disparará debido a la transición hacia los vehículos eléctricos.
¿Qué puede hacer y qué se supone que hará Occidente con este trilema? El resultado más probable, geopolíticamente, concluyen desde BCA Research, no es necesariamente el abandono de alguno de los tres pilares del trilema. Por ejemplo, es muy improbable que Occidente simplemente dé la bienvenida a Moscú a la comunidad de naciones amigas porque necesita su níquel. "Más bien, los responsables políticos tendrán que modificar y ajustar la forma en que persiguen sus objetivos para no provocar un aumento demasiado atroz de los precios. Pero este proceso llevará tiempo y requerirá que los precios reales suban como lubricante", zanjan Papic y los suyos.