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Un helicóptero.
(Getty/Mark Wilson)
En 'Cómo empieza una guerra civil', la experta en Relaciones Internacionales Barbara F. Walters analiza los factores que revelan que un país puede sufrir uno de esos conflictos. Publicamos un fragmento
En los últimos cien años, el mundo ha experimentado la mayor expansión de la libertad y los derechos políticos de toda la historia de la humanidad. En 1900 apenas existían democracias. En cambio, en 1948, mandatarios de todo el planeta habían adoptado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, rubricada por casi todos los países miembros de la ONU. Dicho documento establecía que todas las personas tenían derecho a participar en el Gobierno de su país, así como el derecho a la libertad de expresión, religión y reunión pacífica, y que, además, dichos derechos se tenían al margen del sexo, el idioma, la raza, el color, la religión, las circunstancias del nacimiento o la opinión política. En la actualidad, cerca del 60 por ciento de los países del mundo son democracias.
Los ciudadanos de las democracias liberales tienen más derechos civiles y políticos que quienes no viven en democracia. Participan más en la vida política de sus naciones, están mejor protegidos frente a la discriminación y la represión, y reciben un mayor porcentaje de los recursos estatales. Además, son más felices, más ricos, cuentan con una mejor educación y, por lo general, tienen una esperanza de vida superior a la de las poblaciones que viven bajo dictaduras. Ese es el motivo que impele a los refugiados a arriesgar la vida para llegar a Europa, huyendo de los países más represivos de Oriente Medio, Asia Central y África. Y también es el motivo por el que el presidente Bush, tras invadir Irak, estaba convencido de que Estados Unidos establecería "un Irak libre en pleno corazón de Oriente Medio" e inspiraría "una revolución democrática global".
Un sistema de gobierno democrático presenta otra gran ventaja. Las democracias plenas corren menos riesgo de entrar en guerra tanto a nivel interno como con las ciudadanías de otras democracias. Puede haber discrepancias en la forma que adopta la democracia, y la necesidad de consenso y compromiso puede generar frustración en la población. Pero, ante la disyuntiva entre democracia y dictadura, la mayoría optará sin dudarlo por la democracia.
Con todo, el camino hacia la democracia está sembrado de peligros. Cuando estudiosos de todo el mundo comenzaron a recopilar datos sobre guerras civiles, a principios de la década de 1990, apreciaron una correlación interesante: desde 1946, justo después del final de la Segunda Guerra Mundial, el número de democracias en el planeta se había disparado, pero también el número de guerras civiles. Parecían aumentar en tándem. La primera ola de democratización dio comienzo en 1870, cuando ciudadanos de Estados Unidos y multitud de países de Centroamérica y Sudamérica empezaron a exigir reformas políticas. (La población negra no tuvo participación plena en la democracia de Estados Unidos hasta la década de 1960, si bien sí consiguió ampliar sus derechos temporalmente durante la Reconstrucción.)
Desde 1946, justo después del final de la II Guerra Mundial, el número de democracias en el planeta se disparó, pero también el de guerras civiles.
La segunda oleada se produjo inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los países recién derrotados y las naciones poscoloniales intentaron fundar sus propios Gobiernos democráticos. Y la tercera ola avanzó por el Asia oriental, Latinoamérica y la Europa del Este y del Sur en las décadas de 1970, 1980 y 1990, cuando más de treinta países hicieron la transición a una democracia. La última ola dio comienzo con la invasión estadounidense de Irak en 2003 y pareció cobrar ímpetu a medida que las protestas de la Primavera Árabe se propagaban por Oriente Medio y el África del Norte.
Las guerras civiles aumentaron en paralelo al número de democracias. En 1870, prácticamente en ningún país se estaba librando una guerra civil y, en cambio, en 1992, había más de cincuenta conflictos en curso. Serbios, croatas y bosniacos (bosnios musulmanes) se enfrentaban entre sí en una Yugoslavia en proceso de fragmentación. Grupos rebeldes islamistas se alzaban contra el Gobierno en Argelia. Los dirigentes de Somalia y el Congo de súbito tuvieron que hacer frente a múltiples grupos armados que desafiaban su poder, tal como ocurría con los Gobiernos de Georgia y Tayikistán. Y al poco, los hutus y los tutsis estaban masacrándose mutuamente en Ruanda y Burundi. A principios de los años noventa, el número de guerras civiles en todo el mundo había alcanzado su punto álgido en la historia moderna.
Al menos, hasta entonces. En 2019 se registró un nuevo pico.
Resulta que uno de los mejores factores de predicción para determinar si un país experimentará una guerra civil es si avanza hacia la democracia o se aleja de ella. Sí, la democracia. Los países casi nunca pasan de una autocracia total a una democracia plena sin una complicada transición intermedia. Los intentos de los mandatarios de democratizar un país suelen conllevar un retroceso importante o un estancamiento en una zona media pseudoautocrática. E incluso si la ciudadanía logra imponer una democracia plena, sus Gobiernos no siempre la mantendrán. Los déspotas en potencia pueden recortar derechos y libertades y concentrar el poder, provocando un debilitamiento de las democracias. Hungría se convirtió en una democracia plena en 1990 antes de que el primer ministro Viktor Orbán encauzara al país, de manera paulatina y metódica, hacia una dictadura. Es en esta zona intermedia donde suelen ocurrir la mayoría de las guerras civiles.
Los expertos denominan a los países que se hallan en esta zona intermedia "anocracias", pues no se trata ni de autocracias ni de democracias plenas, sino de algo a medio camino entre ambos sistemas. Ted Robert Gurr, catedrático en la Northwestern University, acuñó el término en 1974 tras recopilar datos sobre los rasgos democráticos y autocráticos de Gobiernos de todo el mundo.
Previamente, Gurr y su equipo habían debatido cómo llamar a estos regímenes híbridos, y habían empleado esporádicamente la expresión "en transición" hasta decantarse por "anocracia". Los ciudadanos disfrutan de algunos elementos de un mandato democrático, como puede ser el derecho al voto, pero también viven bajo líderes con un amplio poder autoritario y pocos mecanismos de equilibrio de poderes.
Hace mucho tiempo que los expertos en guerras civiles somos conscientes de la relación entre la anocracia y la guerra civil. Por eso fuimos tan críticos con la decisión del presidente Bush de intentar catapultar Irak de una autocracia a una democracia en 2003. Entendíamos que una transición política sustancial en Irak tenía muchos números de desencadenar una guerra civil. Los expertos hemos visto este mismo patrón en todo el mundo en el último siglo. Los serbios entraron en guerra con los croatas casi inmediatamente después de que Yugoslavia empezara a democratizarse en 1991. Y lo mismo ocurrió en la España de la década de 1930: los ciudadanos españoles cataron la democracia por primera vez en junio de 1931, tras la celebración de sus primeras elecciones democráticas; cinco años después, esos mismos ciudadanos se sublevaron cuando los militares dieron un golpe de Estado para intentar hacerse con las riendas del país. Y el plan para la democratización de Ruanda fue el catalizador para el genocidio de los tutsis perpetrado por los hutus. No es ninguna coincidencia que las mayores guerras civiles que se libran hoy — en Irak, Libia, Siria y el Yemen— nacieran de intentos de democratización.
Categorizar los países como democracias, autocracias o anocracias es una labor que exige una gran minuciosidad. Los investigadores llevamos décadas recopilando información detallada acerca de las formas de gobierno que existen en todo el mundo y sobre cómo han ido cambiando a lo largo del tiempo. Hay varios grandes conjuntos de datos, cada uno de los cuales mide variables distintas, si bien la mayoría de los investigadores de conflictos solemos recurrir al que ha compilado el Polity Project del Center for Systemic Peace, una organización sin ánimo de lucro que apoya la investigación y el análisis cuantitativo en materia de democracia y violencia política. Ted Gurr puso en marcha este proyecto, que ahora dirige su exsocio, Monty Marshall. Se trata de una base de datos útil por el extenso marco temporal histórico que cubre, por el gran número de países que abarca y porque fue una de las primeras en intentar cuantificar los sistemas de gobernanza de los países con fines de análisis estadístico. Una de las medidas más influyentes de esta base de datos es la puntuación del régimen político en el índice Polity, que consiste en determinar el grado de democracia o autocracia de un país en un año determinado. Se trata de una escala de 21 puntos que va del −10 (más autocrático) al +10 (más democrático). Se considera que los países son democracias plenas si reciben una puntuación entre +6 y +10. Un país recibe una puntuación de +10, por ejemplo, cuando se certifica que las elecciones nacionales son "libres y justas", que no se margina del proceso político a grupos sociales importantes de manera sistemática y que los principales partidos políticos son estables y cuentan con un amplio electorado nacional. Noruega, Nueva Zelanda, Dinamarca, Canadá — y, hasta recientemente, Estados Unidos— reciben una puntuación de +10.
En el extremo opuesto de este índice de regímenes políticos se encuentran las autocracias. Se considera que un país es una autocracia si recibe una puntuación entre el −6 y el −10. Los países con una puntuación de −10, como Corea del Norte, Arabia Saudí o Bahréin, no ofrecen a sus ciudadanías la posibilidad de elegir a sus dirigentes y permiten que estos gobiernen a su antojo.
Las anocracias se sitúan en el medio, con puntuaciones de entre −5 y +5. En las anocracias, los ciudadanos se benefician de algunos aspectos de un sistema democrático — por ejemplo, pueden celebrarse elecciones—, pero cuentan con presidentes que ejercen un poder muy autoritario. Fareed Zakaria denomina estos tipos de gobiernos "democracias iliberales". Sin embargo, también pueden concebirse como democracias parciales, falsas democracias o regímenes híbridos. Turquía se convirtió en una anocracia en 2017, cuando la ciudadanía votó el cambio de la Constitución del país para otorgar al presidente Recep Tayyip Erdoğan un poder casi ilimitado.
Es en esa zona intermedia entre autocracia y democracia donde suelen ocurrir la mayoría de las guerras civiles
Zimbabue parecía hallarse en la senda hacia una mayor democracia tras la dimisión del presidente Robert Mugabe en 2017, pero desde entonces ha revertido a viejos patrones de represión política, sobre todo en lo tocante a la violencia que rodea las elecciones. Irak nunca llegó a ser una democracia plena; también es una autocracia.
La primera vez que la CIA detectó la relación entre la anocracia y la violencia fue en 1994. El Gobierno de Estados Unidos había solicitado a la agencia la elaboración de un modelo para predecir (con dos años de adelanto) en qué puntos del mundo era más probable que se registraran inestabilidad política y conflictos armados.
¿Cuáles eran las señales de advertencia de que un país se encaminaba hacia la violencia? A tenor de los resultados, el Gobierno pondría a los países con más indicadores de riesgo en una lista de observación.
El Grupo de Trabajo sobre Inestabilidad Política (al cual yo me uní más tarde) detectó decenas de variables sociales, económicas y políticas, treinta y ocho, para ser exactos, inclusive la pobreza, la diversidad étnica, el número de habitantes y la corrupción, y las incorporó a un modelo predictivo. Para sorpresa de todos los implicados, descubrieron que el mejor predictor de inestabilidad no era, como habían vaticinado, la desigualdad de rentas ni la pobreza, sino la puntuación del régimen político de un país en el índice Polity, con la zona de la anocracia situada en la franja de máximo peligro. Las anocracias, y en particular las que presentan más rasgos democráticos que autocráticos — lo que en el grupo de trabajo se denominaba "democracias parciales"—, tenían el doble de probabilidades que las autocracias de experimentar inestabilidad política o una guerra civil, y el triple que las democracias.
Misteriosamente, todo lo que los expertos pensaban que podía influir en el estallido de una guerra civil no lo hacía. No eran los países más pobres los que tenían mayor riesgo de conflicto, ni tampoco los más desiguales, ni los más heterogéneos en términos étnicos o religiosos, ni siquiera los más represivos. De hecho, lo que más exponía a los ciudadanos a tomar las armas y empezar a luchar era vivir en una democracia parcial. Sadam Husein no afrontó una guerra civil importante durante sus veinticuatro años de mandato. Fue cuando su Gobierno fue desmantelado y se desató una pugna por el poder (es decir: cuando Irak se desplazó de un −9 a la zona intermedia) cuando estalló la guerra.