miércoles, 23 de marzo de 2022

Historia de las sanciones económicas: un arma de guerra y de paz

 





  • EEUU, la UE y Londres amenazan a Rusia con una batería de medidas
  • Tras la primera Guerra Mundial empiezan a imponerse de forma conjunta
  • Reciben muchas críticas por el castigo que provocan y su falta de eficacia



La escalada del conflicto, o del posible conflicto, entre Rusia y Ucrania puso en guardia a las potencias occidentales desde el primer momento. Los líderes de la Unión Europea, Estados Unidos y Gran Bretaña advirtieron a Moscú rápidamente: aplicarían una batería de sanciones económicas sin precedentes si se atrevía a invadir Ucrania.

¿Qué tenían o qué tienen preparado? Desde la suspensión de cualquier cooperación económica, hasta el recorte de las relaciones comerciales, incluyendo elementos tan sensibles como la importación de petróleo y gas rusos. Se trata de un golpe tan grande que la Unión Europea también cuenta con un plan para minimizar los daños que también sufriría la propia economía continental.

Entre las diferentes sanciones sobre la mesa están el cierre total de los mercados europeos de capital para la banca y las empresas rusas, restricciones a la exportación de materiales imprescindibles para la economía rusa, e incluso la ruptura de lazos financieros. Washington busca ir más allá, e incluso está dispuesto a cortar el acceso de Rusia al sistema de transacciones financieras por el que se tramitan la mayoría de transferencias bancarias, una medida tan drástica que de momento solo se ha aplicado a Irán, y que no cuenta aún con suficiente consenso.

Hay que recordar que no es la primera vez que se toman sanciones de este tipo contra Rusia, aunque sí de esta magnitud. Estados Unidos ya impuso sanciones contra Moscú tras anexionarse Crimea, además de por su ciberactividad maliciosa y la intromisión electoral. Aunque en este caso el castigo estaba más enfocado en individuos o entidades. Estas medidas han aislado parcialmente a la economía rusa, pero al ser uno de los pocos países con superávit presupuestario, está más protegida de la necesidad de financiación exterior. Pese a todo, sus perspectivas de crecimiento sí se han visto afectadas, y pueden alimentar la inestabilidad interna, ya que la inflación es alta y puede aumentar más si el rublo recibe daño adicional.

En este sentido, las malas noticias sobre la economía rusa ya están descontadas, tanto una tensión prolongada como una nueva ronda de sanciones severas. El riesgo para la economía rusa sería una intervención militar, aunque estuviera limitada a la región de Donbás.

Origen de las sanciones

Este es el último caso del uso de sanciones económicas como arma de guerra. ¿Pero en qué momento surgen? ¿Cuándo se convierten en un protagonista más de los enfrentamientos militares entre países? A principios del siglo XIX ya podemos encontrar propuestas de sanción contra países dentro de conflictos armados.

En 1806, Napoleón, en su enfrentamiento con Reino Unido, prohibió a los países europeos comerciar con Londres, buscando paralizarlo económicamente. El problema es que no pudo hacer cumplir ese embargo, que además era casi más dañino para las naciones europeas que para los propios británicos.

En la misma época, y con relación también con la guerra entre ingleses y franceses, Estados Unidos aprueba en 1807 el Embargo Act, una ley con la que buscaba mostrar fortaleza con las dos potencias europeas con una guerra comercial, pero que solo sirvió para demostrar la debilidad estadounidense, su falta de influencia y su poco peso diplomático. Lastró su imagen internacional, y acabó provocando conflictos internos. Y generó el caldo de cultivo para la guerra con Gran Bretaña. Thomas Jefferson la eliminó en 1809, en una de sus últimas decisiones como presidente.

El impacto de la Guerra Mundial

Pero la consolidación y desarrollo de las sanciones económicas como arma se produce sobre todo tras la primera Guerra Mundial. Durante el conflicto las sanciones fueron constantes, siendo seguramente la más importante el bloqueo comercial que Reino Unido le impone a Alemania, aprovechando su superioridad marítima. Logra impedir que los países neutrales le envíen suministros.

Pero el gran salto para esta herramienta coercitiva llega tras la contienda. Los gobiernos comprueban que el continente ha quedado destrozado, y buscando la fórmula para resolver conflictos sin recurrir a la fuerza, llegan a la conclusión de que ese instrumento pueden ser las sanciones económicas. Pero con una novedad decisiva, no las decidirán los países de forma unilateral, como pasaba hasta ese momento, sino que será fruto de acuerdos entre varios, a través de organismos supranacionales, como la Liga de Naciones, predecesora de las Naciones Unidas.

Creen que han encontrado la fórmula perfecta para evitar la violencia, que de verdad han descubierto una gran innovación útil no solo para la guerra, sino para garantizar la paz. Durante las negociaciones del Tratado de Versalles comienzan a desarrollar ese sistema de sanciones económicas para países infractores. Y comienzan a implantarlo.

En la década de los 20 del pasado siglo la Liga de Naciones y sus sanciones económicas logran algunos éxitos que refuerzan su idea. Por ejemplo, logran resolver la disputa entre Alemania y Polonia por la Alta Silesia; o el conflicto fronterizo entre Grecia y Bulgaria.

Pero con la crisis de Abisinia en 1935 se ven todas las costuras del sistema. La Liga impone sanciones contra la Italia de Mussolini por los ataques a Etiopía. Principalmente, limitan el suministro de petróleo y cierran su acceso al Canal de Suez. Pero esas sanciones no se hicieron valer en ningún momento. Estados Unidos, que recela de la utilidad de la Liga de Naciones, no solo no limita su relación comercial con el país transalpino, sino que la intensifica. Mientras que Francia y Reino Unido no hacen nada por lograr que se apliquen las medidas. La primera bastante tiene con preocuparse por Alemania, que vuelve a ser una amenaza; mientras que Londres no quiere saber nada de los conflictos continentales.

Visto el fracaso, la Liga levanta las sanciones en 1936. Y un año después Italia abandona la organización, y se echa a los brazos del fascismo alemán. Y llega la segunda Guerra Mundial, que se lleva por delante a la institución y a sus intenciones.

En el enfrentamiento también se imponen numerosas sanciones, tanto en la contienda europea, como en la del Pacífico, como en África. Pero en esta ocasión fueron mucho más difíciles de ejecutar, ante la falta de un dominio claro sobre los mares.

Tras la II Guerra Mundial los países buscan fórmulas para garantizar la paz y evitar los conflictos armados

Al terminar la guerra, la débil Liga de Naciones da paso a las Naciones Unidas, un proyecto más ambicioso y en el que participan más países. Buscan nuevas fórmulas para garantizar la paz mundial, y empiezan a desarrollar las sanciones económicas de forma que eviten recurrir a las armas. Desde embargos económicos, hasta boicots específicos, por ejemplo contra autoridades individuales de países infractores.

España es uno de los países, precisamente, que recibe las primeras sanciones, por el apoyo del régimen franquista a la Alemania nazi. De esta forma, España sufre sanciones económicas, se le excluye del reparto de las ayudas norteamericanas para la reconstrucción, y se le excluye de los organismos de cooperación económica internacional. Sin embargo, tan solo cuatro años después, y con Estados Unidos ya más preocupado de la Unión Soviética que del nazismo, la situación cambia para España.

En general, pese a las buenas intenciones que pudieran tener las sanciones económicas, no acaban de ser muy efectivas. Bastan dos ejemplos para dejar claras las lagunas de este sistema: los duros bloqueos contras los regímenes de Corea del Norte o de Cuba, que pese a durar décadas, no han sido capaces de tumbar las dictaduras que los dirigen.

Quizá el ejemplo positivo más claro sea el de Sudáfrica. El castigo aplicado contra el régimen racista de Pretoria, marcado por importantes desinversiones, la prohibición de la venta de armas y posteriormente un embargo sobre el petróleo, acabó siendo clave para la abolición del Apartheid.

Otras, como las sanciones impuestas a Irak, por ejemplo, solo tuvieron éxito cuando fueron acompañadas de intervenciones militares, por lo que el objetivo de evitar el conflicto armado no se cumple.

Y durante la Guerra Fría algunas sanciones no solo no lograron su objetivo, sino que fueron perjudiciales para su emisor. Dos conocidas en este sentido fueron aplicadas por Estados Unidos, provocando algunos de los mayores fracasos de esta herramienta. En primer lugar, Jimmy Carter ordenó el embargo de granos a la Unión Soviética, después de que esta invadiera Afganistán, algo que acabó siendo más perjudicial para los granjeros estadounidenses que para los soviéticos, ya que compraron los granos necesarios a otras naciones.

El siguiente mandatario estadounidense, Reagan, también tuvo su propio fracaso, al prohibir la venta del equipo necesario para construir un gaseoducto entre Siberia y Europa Occidental. Los principales perjudicados fueron sus aliados europeos, que presionaron para que levantara las sanciones.

Estados Unidos empieza a recurrir masivamente a las sanciones económicas tras la Guerra Fría

Tras el fin de la Guerra Fría la imposición de sanciones económicas se dispara, sobre todo por parte de Estados Unidos, que impone casi dos tercios de las que se emiten. Y en muchos casos de forma unilateral, lo que le ha valido numerosas críticas internacionales. Solo entre 1993 y 1996 impone 63 sanciones a 35 países. En aquella época, casi el 40% de la población mundial estaba sujeta a alguna sanción económica estadounidense.

Algunas de las más importantes en esa época son las que se aplican contra Irak, al que se le impone un estricto embargo que hunde su economía; las de Libia, acusada de apoyar a terroristas, a la que se le impuso un embargo militar y aéreo, acompañado de fuertes sanciones económicas y financieras; o las de Sudán, ya que Bill Clinton prohibió a todas las personas o empresas estadounidenses mantener vínculos comerciales con el país. Con la excepción de la goma arábiga, de la que Sudán es el principal productor mundial, y que era básica en Estados Unidos.

Además de contra países, las sanciones económicas también se lanzan contra organismos no estatales, como Al Qaeda, los talibanes o más recientemente contra ISIS.

Críticas contra el sistema

¿Lograron sus objetivos? Pues la mayoría no, ni los relativos a la política exterior, ni las relacionadas con la seguridad nacional.

Y las críticas no dejan de crecer contra este sistema. Por ejemplo, son muchos los expertos que reclaman que más que una alternativa a la guerra, las sanciones económicas acaban allanando el camino hacia el conflicto bélico. Irak vuelve a ser el ejemplo perfecto.

Otra crítica contra este sistema es que la principal perjudicada de estas sanciones económicas acaba siendo la población. Es la que sufre la crisis económica, el colapso de empresas, la subida de la tasa de paro... A pesar de que las sanciones puedan estar destinadas a mandatarios o grandes empresarios, al final son las clases bajas y medias las que más acaban sufriendo sus consecuencias, como denuncian numerosas ONGs.

Pero quizá el gran fracaso de las sanciones económicas tenga que ver con la carrera nuclear. Uno de los principales objetivos de esta herramienta tras la segunda Guerra Mundial, tras comprobar lo devastadora que podía ser una bomba nuclear, era limitar la proliferación nuclear. Pero desde los años 70 hemos visto como Israel, Pakistán, India y Corea del Norte han desarrollado su propio armamento nuclear. Tres de esos países mientras estaban bajo fuertes sanciones económicas.

En la actualidad, la ONU aplica 14 regímenes de sanciones dirigidos a prestar apoyo a la solución política de conflictos, a la lucha contra el terrorismo y a la citada búsqueda de la no proliferación de armas nucleares. ¿Tendrán éxito?


Madrid