David Barret, un veterano cazador que ha matado a más de 300 animales, posa con un elefante abatido en Zimbabue en 2009. GETTY
El negocio de los safaris crece mientras la población de sus grandes animales cae
Frente a los críticos, sus partidarios argumentan que el dinero que pagan los cazadores es imprescindible para mantener los parques
Las cifras son rotundas. La población de cuatro de los Big Five de África, los cinco tesoros de los safaris y los animales más difíciles de cazar (león, leopardo, rinoceronte, elefante y búfalo), ha caído durante las últimas décadas.
Los elefantes han perdido un 30% de sus ejemplares entre 2007 y 2014, lo que significa que en siete años han muerto 144.000, según el censo realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Hay un 42% menos de leones que hace 21 años (quedan entre 25.000 y 30.000 en África, según la Lista Roja de la UICN). El animal se encuentra en la categoría de vulnerable entre las especies más amenazadas del planeta, al igual que el leopardo africano. Por último, en el continente hay unos 25.000 rinocerontes, y durante los últimos nueve años las mafias han matado a más de 6.000.
Muchos de ellos han muerto a manos de cazadores así que es inevitable que el debate sobre si debe permitirse o prohibirse la caza de trofeos, especialmente en África meridional, se reabra cada vez que se mata a un animal emblemático -como ocurrió tras la muerte del león Cecil y su hijo Xanda en Zimbabue- o cuando el célebre es el cazador.
La satisfacción personal de emular la gloria colonial y sentirse como un explorador de antaño siguen figurando seguramente entre las motivaciones de los cazadores de trofeos, aunque las experiencias actuales se están alejando de ese perfil hasta derivar en matanzas casi orquestadas. Animales que son criados en cautividad para este tipo de caza y que a veces son engañados para salir de los límites de los parques que les protegen.
Práctica legal
Más allá de los debates éticos que suscita, la caza de trofeos -o deportiva-, está regulada y permitida en casi todos los países de África. Cada año los estados ofrecen una cuota disponible de animales que se pueden cazar según la población nacida ese año y con el objetivo de mantener una estabilidad que altere lo menos posible la especie. Aunque contribuya al declive de poblaciones, la caza furtiva seguiría siendo la que tiene más impacto en algunas especies, como en el caso de los rinocerontes.
Según un informe del Fondo Internacional para la Protección Animal, 20 países son los responsables del 97% de importaciones de trofeos de todo el mundo. A la cabeza se encuentra EEUU, con un 71% del mercado total y 150.583 piezas importadas entre 2004 y 2014. La distancia es abismal en relación a los dos siguientes, España (10.334 trofeos en el mismo periodo) y Alemania (un total de 9.638).
El principal argumento de los partidarios de la caza de trofeos es que, aunque el dinero que llega a los países va en parte a la empresa organizadora del safari, otra parte es para el Estado, que supuestamente la utiliza para la conservación de las especies y para ayudar a las comunidades locales. Sin esta actividad y únicamente con los ingresos de los visitantes que van a hacer un safari, aseguran, los parques no serían capaces de asumir los altos gastos de la preservación de la naturaleza, por lo que aumentaría la caza furtiva.
Cada cazador debe pagar una estancia de varios días en concepto de alojamiento, manutención y organización del safari de caza, independientemente de que dé con el animal que desea cazar y regrese antes a su país de origen. Esa estancia, que suele durar entre una y tres semanas, tendrá un coste de entre 670 y 1.250 euros por persona y día. También pagan la tasa de abate, que varía según el animal, los permisos al gobierno y por último la preparación y exportación del trofeo de acuerdo con la regulación internacional.
"Decir que la caza ayuda de alguna manera a los animales es tan ridículo como decir que matar humanos es una solución al hambre en el mundo", sostienen desde la organización animalista PETA. Es un hecho que los cazadores ansían las presas más impresionantes, y esto conlleva acabar con las más majestuosas y en edad de procrear
"Si estuvieran realmente interesados en ayudar a las comunidades africanas, donarían los millones de dólares que gastan en viajes, alojamiento, armas y tarifas de licencias del gobierno a programas humanitarios", aseguran desde PETA.
Otra crítica de los conservacionistas es que en realidad, es escaso el dinero que llega al desarrollo del entorno. Según sostienen, los propietarios de las reservas y los funcionarios del Estado son los que realmente se enriquecen. No todos los países son iguales, pero en el caso de Zimbabue, donde la corrupción es escandalosa, las comunidades locales apenas se han visto beneficiadas. De igual modo, se cree que la caza legal puede utilizarse como tapadera a actividades ilegales. Esto se ha apreciado recientemente en Sudáfrica en la exportación de huesos de leones que han sido vendidos como falsos huesos de tigre en los mercados asiáticos.
Sin embargo, la red de Monitoreo Comercial de la Vida Silvestre Traffic reconoció a EL MUNDO que hay casos exitosos en los que se ha contribuido a preservar especies. "Durante la década de los 60 en Sudáfrica, la caza de trofeos incentivó la recuperación de los rinocerontes blancos de manera que se cazaban los machos que ya no estaban en edad de reproducirse y colaboraron a que hubiera otros más vigorosos que ayudaron a impulsar la baja población de esa especie".
Si bien en algunos lugares ha de controlarse la población de animales salvajes para que no afecte a las comunidades y a otros animales, lo ideal sería poder venderlos y trasladarlos a otras reservas del continente menos pobladas para fomentar el turismo. Sin embargo, transportar estos animales puede ser muy costoso además de convertirse en una pesadilla logística.
Riesgo para las personas
El segundo argumento para defender la caza de trofeos es que el crecimiento animal es un riesgo para los humanos. En Botsuana no es difícil ver elefantes cruzando la carretera que transcurre entre Nata y Kasane, la ciudad más cercana al Parque Chobe, y a veces, llegan a los poblados, matan a personas y destrozan los cultivos. En Kenia, las comunidades que habitan en los confines del Masai Mara corren la misma suerte. "Si ves un elefante, sal corriendo", contaba a esta redactora un masai hace unos meses asegurando que las muertes por elefante siguen siendo una de las principales causas de fallecimiento entre los masais.
Desde el año 2014 Botsuana, el país con más elefantes del planeta, optó por hacer de la fauna el valor nacional con una perspectiva de conservación a largo plazo, convencido de que los safaris aportan más de lo que se pierde prohibiendo la caza de trofeos. De hecho, tal es la fe en esta ley, que un programa de conservación de rinocerontes comenzó a trasladar a los paquidermos al país con el objetivo de preservares de los peligros que corren en Sudáfrica. Sin embargo, aún se permite la caza en algunas reservas privadas, aseguró a este diario un guía local en Chobe.
Con defensores y detractores, la caza seguirá siendo objeto de un intenso debate, pero lo cierto es que se trata de una industria millonaria de la que los estados parecen no querer prescindir.
Hasta 105.000 euros por abatir a un 'Big Five'
Un estudio del Fondo Internacional para la Protección Animal (IFAW) asegura que entre 2004 y 2014 se comercializaron en todo el mundo, al menos, 11.000 trofeos de león, más de 10.000 de elefante y más de 10.000 procedentes de leopardos. Los precios (en euros) que se pagan para abatir a cada animal oscilan entre los 10.000 y los 15.000 para los búfalos; entre 12.000 y 30.000 en el caso de los leopardos y entre 7.000 y 41.000 por los leones. Los más caros son los elefantes (entre 20.000 y 50.000) y los rinocerontes, que cuestan más de 105.000 euros.
CAROLINA VALDEHÍTA 29/12/2017
http://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2017/12/29/5a4501aee5fdea04308b458e.html
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