sábado, 13 de julio de 2024

¿Qué ocurre psicológicamente cuando desarrollamos una enfermedad grave?



Así funciona la mente ante un diagnóstico de enfermedad grave. 
(iStock)



La noticia, sobre todo si es grave e inesperada, es difícil de procesar por la persona y le cuesta conectar con la realidad y pensar sobre lo que está ocurriendo y sus consecuencias




Cuando el ser humano desarrolla una enfermedad importante, que es o percibe como grave y que alterará de forma importante su vida, se ponen en marcha una serie de mecanismos psicológicos que vale la pena conocer. Es un proceso similar en todos los individuos y que consta de una serie de pasos que suelen ocurrir todos en este orden. No obstante, puede haber variaciones y faltar alguno o modificarse la secuencia.

Es frecuente una primera fase de shock. La noticia, sobre todo si es grave e inesperada, es difícil de procesar por la persona y le cuesta conectar con la realidad y pensar sobre lo que está ocurriendo y sus consecuencias. Generalmente, este paso dura unos pocos minutos, quizá algunas horas.

Rápidamente, suele instaurarse la negación. Es el mecanismo más primitivo de reaccionar de la mente. No se cree lo que está ocurriendo, porque la realidad resulta muy dura, y se lo justifica pensando que el profesional se equivoca o ha habido algún error con los datos de la historia clínica. Pese a las afirmaciones del médico en el sentido de que todo es correcto, la negación puede persistir y el enfermo tiende a buscar una segunda opinión, y hasta una tercera y una cuarta, porque necesita oír, como sea, que existe un error.

Cuando esta fase se supera, la persona empieza a hacerse consciente de la realidad de la pérdida. Una pregunta empieza a martillear la mente del enfermo, una cuestión que los seres humanos nos hemos repetido a lo largo de la historia y que no tiene respuesta: ¿Por qué a mí? ¿Por qué no les ha pasado a otras personas y sí a mí? Son varias las emociones y fases que aparecen en orden variable dependiendo del individuo. En nuestra cultura es frecuente que aparezca la culpa. La enfermedad produce una regresión psicológica y pasamos de una forma de pensamiento lógico a otro más mágico y primitivo, en la que la enfermedad se interpreta como un castigo divino. Sobre esta base, la persona revisa lo que ha hecho durante su vida, y todos los humanos siempre encontramos acciones que podríamos haber realizado de otra forma. Por tanto, nos sentimos culpables e interpretamos que la enfermedad se ha producido como castigo a esas específicas acciones por las que nos sentimos mal al recordarlas.

Ligada a esa idea, puede aparecer la fase de negociación, que podría entenderse como una expiación de la culpa. Tengamos o no creencias espirituales, este pensamiento mágico asociado a la experiencia de una enfermedad grave, hace que pensemos en "negociar" con la divinidad una contrapartida si nos salvamos. Muchas promesas de todo tipo se producen en este momento de la enfermedad.

La ira es otra emoción frecuente en la que mucha gente se instala, sobre todo en los primeros momentos. Viene de la pregunta ¿por qué a mí? Nos parece terriblemente injusto que haya sido a mí, que no soy tan mala persona, a quien le ha ocurrido, mientras que a otras que conocemos en el entorno y quizá se lo mereciesen más, están sanos. El resto del mundo continúa su vida feliz como si nada hubiese pasado, pero la vida del enfermo va a cambiar terriblemente. Y eso le enfada y le produce estar iracundos con todo el mundo. Lógicamente, esa emoción se va a expresar sobre todo con las personas que están más cerca, como los familiares o cuidadores más próximos, o los profesionales sanitarios, que han aprendido que esa reacción forma parte del proceso de enfermedad.

Conforme vamos haciéndonos conscientes de la irreversibilidad del proceso, y la fase mágica va diluyéndose, retoma el control, un pensamiento más lógico. Suele aparecer entonces la ansiedad Se produce cuando el individuo se pregunta ¿Qué pasará ahora? ¿Qué será de mi vida? La enfermedad va a producir una serie de cambios en el proyecto vital que van a requerir adaptación por parte del enfermo. Pero, habitualmente, salpica también a familia y amigos. Y no sabemos cómo responderán estos.

Pronto aparece la tristeza, que es un indicador de que el duelo se está realizando bien. Ya no hay negaciones ni otros mecanismos de defensa. Uno es consciente de que lo que está ocurriendo es real y tendrá consecuencias. Hay que hacer la despedida de esos cambios y pérdidas que se van a producir. La única forma de resolverlo es llorándolo, asumiéndolo, haciendo el duelo.

Por fin, la aceptación es la resolución del duelo. No ocurre en todas las personas, en todos los duelos, ni mucho menos. Gran cantidad de individuos pueden quedarse atascados en alguna de estas fases o en una mezcla de varias de ellas. Y se requiere apoyo psicológico para superarlas. La aceptación implica asumir los cambios y las pérdidas que produce la enfermedad, aceptar que la vida va a ser diferente y por eso surge una tristeza, que necesariamente debe aparecer. Pero es una tristeza serena, porque uno sabe que, pese a la enfermedad y sus limitaciones, podemos seguir siendo felices. Porque el bienestar no radica en los fenómenos externos, sino que es una actitud de la mente. Técnicas como mindfulness, autocompasión, aceptación o el agradecimiento, así como la conexión con nuestro sentido de la vida, otorgarán la fuerza suficiente como para sobrevivir a esta situación adversa y empoderarnos, desarrollando una mayor capacidad de resiliencia para posibles adversidades que puedan aparecer en el futuro.