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El nuevo robot humanoide Iron NexGen, de la compañía china Xpeng.
(Xpeng)
El diseñador y futurista Nick Foster sostiene que nuestra imaginación ha sido secuestrada por fantasías de ciencia ficción y anhelos corporativos. Su nuevo libro ofrece un nuevo lenguaje para pensar con más rigor sobre lo que está por venir
ANick Foster no le entusiasma cómo Silicon Valley imagina el futuro. Como diseñador y escritor que ha desarrollado su carrera en empresas como Google, Nokia y Sony, ha sido testigo de primera fila de la obsesión incesante del mundo tecnológico por convertir la ciencia ficción en realidad. El problema, según él, es que el material original nunca pretendió ser un manual para la realidad.
"La función principal de la ciencia ficción es explorar ideas y entretener. No debería considerarse un pliego de condiciones", me dice Foster en una entrevista por vídeo. Se preocupa cuando oye a gente en reuniones decir: "deberíamos hacer lo de 'Minority Report'". Para él, es un atajo perezoso, una idea tomada de un universo cinematográfico construido para el drama, no para una utilidad pragmática y centrada en el ser humano. "Están malinterpretando la función de esa forma de arte y solo intentan que algo suceda porque les entusiasma, no necesariamente porque sea mejor, más pragmático o más útil".
Esta monocultura de la ciencia ficción, donde las salas de reuniones de las empresas llevan nombres de robots de ficción y las naves espaciales reciben su nombre de naves de películas, representa un "cierre del futuro", un término que toma prestado del futurista Tobias Revell. Nos quedamos atrapados en un bucle, persiguiendo visiones de coches voladores que nos han seducido durante 70 años sin llegar a materializarse nunca. Es este fracaso de la imaginación —esta incapacidad colectiva para pensar más allá de los sueños heredados de Hollywood y las presentaciones estratégicas de las empresas— lo que impulsó a Foster a escribir su nuevo libro, Could Should Might Don’t: How We Think About the Future (Podría, debería, quizá, no lo hagas: cómo pensamos sobre el futuro).
"Lo que intento hacer con este libro no es crear un método o un marco de trabajo. Ya tenemos suficientes de esos", explica Foster. En su lugar, ofrece un vocabulario sencillo pero potente para analizar las formas en que nos acercamos al futuro, argumentando que tendemos a caer en uno de los cuatro modos de pensamiento, a menudo sin darnos cuenta. Su objetivo es que los dominemos todos, lo que conduciría a una conversación más rigurosa, responsable y realista sobre hacia dónde nos dirigimos.
Cuatro modos de futurismo
El primer modo es el futurismo del Podría (Could). Este es el que mejor conocemos. Es el futurismo de la oportunidad, de los "aparatos asombrosos, los robots humanoides" y la arquitectura impresionante. Es el mundo de las exposiciones universales y las demostraciones tecnológicas llamativas, impulsado por una creencia modernista en el progreso infinito. Su debilidad, sin embargo, es que ha sido "absolutamente cooptado por la ciencia ficción", creando visiones deslumbrantes pero, en última instancia, alienantes, que se sienten desconectadas de nuestras vidas y del complicado camino para llegar a ellas.
Luego viene el futurismo del Debería (Should). Este es el futuro como un destino fijo. Es el mundo de los planes maestros, de las religiones y las leyes que nos señalan un estado deseado. Es también el mundo de los estrategas corporativos y sus proyecciones algorítmicas, las líneas de puntos seguras en los gráficos que declaran lo que está por venir. El defecto evidente, dice Foster, es su fragilidad. "El mundo es mucho más volátil de lo que creemos", advierte. "Todas nuestras proyecciones algorítmicas y nuestras líneas de puntos en los gráficos son solo historias. Y a menudo estamos muy equivocados".
Como reacción, el futurismo del Quizá (Might) ofrece lo contrario: un futuro de escenarios infinitos. Este es el dominio de los consultores de previsión estratégica, nacido de los juegos de guerra de la época de la Guerra Fría en la Corporación RAND. Es una visión pluralista que traza todas las posibilidades dentro de un "cono de futuros". Pero tiene un defecto fatal. "Nuestra imaginación sobre los escenarios futuros se basa en realidad en el pasado", señala Foster. Por eso, empresas como Blockbuster pudieron ejecutar innumerables escenarios y aun así nunca imaginar un futuro en el que no fueran dominantes, hasta que sucedió.
Finalmente, está el futurismo del No lo hagas (Don’t), un modo que está ganando impulso en nuestros tiempos de ansiedad. Este es el futuro como un lugar aterrador que debe evitarse, el foco de los movimientos de protesta que hacen campaña contra la catástrofe climática, el autoritarismo o la inteligencia artificial descontrolada. Es el futuro como una advertencia. Aunque es esencial, su desafío es que a menudo "protesta desde fuera" y tiene dificultades para ofrecer caminos a seguir integrados y factibles. "Es bastante difícil plantear un 'no' de una manera útil", dice Foster, señalando que puede volverse estridente y divisivo.
El contraste de China
Este pensamiento fragmentado y cortoplacista de Occidente contrasta marcadamente con el enfoque de China, un país que entiende la planificación del futuro de una manera que en Occidente no lo hacemos. Pekín acaba de concluir la cuarta sesión plenaria del Partido Comunista Chino la semana pasada, esbozando el plan quinquenal 2026-2030, el penúltimo capítulo de su plan general de décadas para convertirse en una superpotencia líder en 2035. Foster señala que mientras las democracias occidentales están atrapadas en ciclos cortos —"son las elecciones de mitad de mandato y luego los resultados trimestrales y luego las próximas elecciones"—, el sistema autocrático de China le permite planificar a escala generacional.
"En una especie de dictadura autocrática donde tienes un liderazgo dinástico, puedes empezar a pensar a escalas de 10, 15, 20, 30 generaciones", observa. Si bien reconoce el inmenso coste humano y social, Foster identifica la estrategia de China como un ejemplo poderoso y real del futurismo del Debería. El gobierno establece un destino claro para el país y luego compromete todos sus recursos para alcanzarlo. Esto les da una estabilidad de la que Occidente carece. Citando a William Gibson, Foster señala que se necesita un lugar sólido donde apoyarse para imaginar el futuro. "China no parece tener ese problema", me dice. "Están muy cómodos con dónde quieren estar. Y parecen estar trabajando muy duro para llegar allí".
¿Podríamos tener un futuro honesto?
El poder del enfoque de Foster no reside en elegir uno de estos modos, sino en aprender a pensar con todos ellos simultáneamente. Necesitamos el optimismo del Podría, la dirección del Debería, la preparación del Quizá y la cautela del No lo hagas. Pide a los líderes y creadores que cuenten una "versión más completa del futuro", una que reconozca la oportunidad, admita la incertidumbre y aborde el miedo. "La empresa que ofrezca ese tipo de historia, creo que será la empresa que triunfe porque aborda todos los principales motivadores que tenemos sobre el futuro".
En última instancia, Foster defiende un concepto que él llama "El Futuro Mundano". Es un antídoto contra las fantasías escapistas del futurismo del Podría, que yo (y otros, como demuestra el reciente manifiesto "no construyamos una superinteligencia artificial, aunque pudiéramos") considero un cáncer tanto para nuestro futuro como para nuestro presente. Él cree que deberíamos fundamentar nuestras visiones en la realidad desordenada, compleja y a menudo aburrida de la vida cotidiana. Las tecnologías más transformadoras, desde el GPS hasta la IA, acaban normalizándose. Se convierten en parte del tejido mundano de nuestras vidas. Está menos interesado en el momento inicial de "asombro" de una nueva tecnología y más en lo que sucede después.
"Quiero tratar de averiguar qué significa todo, a qué conduce realmente y cómo cambia la forma en que alguien podría pasear al perro o ir a comprar leche o irse de vacaciones", me dice. Este enfoque en lo ordinario, argumenta, fundamenta las conversaciones sobre el futuro de una manera que no solo es más honesta, sino, en última-instancia, más productiva. Pensar en el futuro no consiste en predecir lo que sucederá en 2030; es un acto de "pura responsabilidad humana hacia nuestra especie" el considerar los efectos a largo plazo de lo que estamos construyendo hoy.
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