Qué es el 'hopecore' y por qué la esperanza es más necesaria que nunca (iStock)
La teoría de la disonancia cognitiva de Festinger afirma que cada vez que las personas nos exponemos a un pensamiento o teoría que difiere de nuestros valores, nos esforzamos en encontrar otras ideas que refuercen los que ya tenemos
Solían decir de ella que era de color verde, o tal vez lo último que se pierde. Ha protagonizado canciones y argumentos de series y películas. En definitiva, se ha hablado bastante de la esperanza porque, en efecto, es muchas veces lo único que nos queda. Era solo cuestión de tiempo que las redes sociales le dedicasen un rincón a esta tierna sensación que hace pensar que las cosas pueden salir bien, que algún día podrás acceder a una hipoteca de un piso con balcón o que no hará una media de sesenta grados centígrados en el año dos mil cincuenta.
El hashtag #hopecore o #hopecoretiktok ha sido uno de los más utilizados en el último año en TikTok. Muchos vídeos que se incluyen en este hashtag acumulan cientos de millones de visualizaciones, likes y comentarios. Lo que podemos ver en ellos es muy diverso: desde una niña pequeña que se reencuentra con su padre después de que este se marchara lejos a trabajar a un jugador de baloncesto que se para a saludar a un emocionadísimo fan antes de entrar el vestuario.
Y es que el hopecore no es otra cosa que el conjunto de vídeos, que no tienen por qué ser especialmente elaborados, que se esfuerzan por resaltar el lado tierno, cómico, bondadoso y en definitiva esperanzador de la vida.
El entorno de las redes sociales, al igual que la vida misma, siempre tuvo mucho de hostil, es una realidad. Pero no son pocos los usuarios que alegan que el cambio en el algoritmo de X promueve la radicalidad y las discusiones entre usuarios: muchos, de hecho, han emigrado ya a la moderna Bluesky con la esperanza de encontrar un entorno online un poco más sosegado. Otros, al más puro estilo Óscar Puente, escogen quedarse en X, esforzándose porque los espacios online sigan manteniéndose plurales.
Seas más de Bluesky, Twitter, Threads o cualquiera de los innumerables sitios en los que puedes pelearte con otra persona en Internet, habrás notado esa hostilidad de la que hablamos: diferentes puntos de vista políticos, influencers que difunden las peores opiniones posibles, gente que insulta los cuerpos ajenos y ese tipo de mieles que ofrecen día a día las pantallas.
La teoría de la disonancia cognitiva de Festinger afirma que cada vez que las personas nos exponemos a un pensamiento o teoría que difiere de nuestros valores, nos esforzamos en encontrar otras ideas que refuercen los que ya tenemos. Internet, entonces, que es una fuente infinita de información e ideas contrarias, nos supone pues un esfuerzo mental agotador.
Por qué triunfa el hopecore
Dice Pedro Bravo en el ensayo ¡Silencio! (El debate, 2024) que los humanos acumulamos saber al igual que acumulamos el dinero: queremos más y lo queremos rápido, y la utilidad no suele ser otra que competir. ¿No es acaso muchas veces el feed de Twitter o TikTok precisamente eso, una competición por quién es más listo o quién es más experto en este o el otro tema?.
El saber, sostiene Bravo, se ha convertido en un objeto de consumo más: las empresas, en este caso las redes sociales, crean muchas veces la necesidad de saber para ofrecer productos (podcast, hilos de twitter, posts de Instagram) que satisfagan estas necesidades. Y por eso mismo, explica el autor, el saber sí que ocupa lugar: ocupa espacio mental que llega a generarnos ansiedad por estar enterados de las cosas.
Incluso a nuestros tiempos de descanso ha llegado esa ola que nos empuja a la falsa necesidad de ser productivo: un rato tirado en la cama o en el metro sin darle demasiado vueltas a la cabeza puede llegar a hacernos sentir mal porque podríamos estar invirtiendo ese tiempo con el móvil en escuchar un podcast que habla de cómo funcionan nuestros cerebros o una columna que habla del último pique en el Congreso. Esa molesta obsesión moderna de pensar que hay que hacer algo sí o sí con el tiempo libre hasta el punto de llegar a modificar el significado de esa antiquísima expresión.
Nadie dice que esté mal saber: es que hacerlo durante horas y horas al día es realmente agotador. Que el móvil nos hace mal no es el punto: eso de que las máquinas son malas ya lo dijeron unos cuántos tipos hace unos cuántos años, no sé si les suena aquello de la Revolución Industrial.
Precisamente por todo este ruido mental que generan los debates sesudos en redes, los papers, los podcast y estar continuamente bombardeados por información que rara vez es positiva, el hopecore acumula millones y millones de visualizaciones: cada vez es más raro encontrar un espacio amable en Internet y porque aunque saber cosas nuevas y conocer el estado del mundo que nos rodea está bien y debe hacerse, no saber y ofrecer un poco de descanso a nuestras cabezas también lo está.
Tampoco se trata de reforzar meras imágenes ñoñas y simplonas, sino del sentimiento y la intención que hay detrás de ellas: los grandes hitos de la humanidad que tanto nos encanta mencionar no se hubieran iniciado si nadie creyese en ellas. No es incompatible interesarse por comprender qué sucede a nuestro alrededor con hacer el día de los demás algo mejor: ambas cosas tienen algo de gran causa.
Necesitamos la esperanza para soportar la rutina, necesitamos creer que un buen futuro llegara, que habrá un alto a la guerra o que a la siguiente vez sí que nos acordaremos de llevar los cupones descuento al supermercado. Y, aunque parezca que no tiene nada que ver, por eso mismo necesitamos un vídeo de un perrito que se reencuentra con su dueño o de un niño que llora de emoción al conocer a su cantante favorita. Cuanto más pesimista es el futuro, más necesaria la esperanza.