jueves, 19 de diciembre de 2024

Tu jersey feo de Navidad es más bonito de lo que crees: cuándo empezamos a usar esta prenda de forma irónica



Foto: Getty/Mike Kemp/In Pictures.


Las reuniones entre amigos y familiares con esta particular etiqueta antiestética están cada vez más de moda. ¿A qué se debe y por qué esta 'ugly fashion' cada vez tiene más adeptos en redes sociales y en la vida real?



Visualmente estridentes, out of vogue, cumbre de lo estrafalario pero, a pesar de todo, calentitos y cómodos. Los jerseys típicos de Navidad, aquellos cargados de adornos como renos, figuras de Papá Noel, bolas del árbol con volumen o la palabra "Christmas" estampada en gigante, siempre vienen acompañados del adjetivo "feo". Y, objetivamente, lo son. A no ser que de repente te traslades a los años 50, cuando la Navidad comenzó a funcionar como el mayor fenómeno global de consumismo desenfrenado gracias a Estados Unidos. En ese momento, resultaron una novedad con la que embellecer nuestro aspecto en las reuniones familiares o de amigos. Básicamente, porque eran "lo nuevo". Pero si ha pasado más de medio siglo y a día de hoy resultan de lo más horteras, ¿por qué paradójicamente están tan de moda y nos gustan tanto?

Pregúnteselo a Bridget Jones o a Macaulay Culkin. Bienvenidos a 2001 o a los años 80. Da igual, la moda es cíclica y se renueva cada diez años. Podemos saltar de diez en diez, o de quince en quince, y justo ahora, en plena mitad de los 20, este recurso feísta vuelve a marcar tendencia. Lo cierto es que algunas fuentes apuntan a que el origen de este jersey parte de los pescadores escandinavos del siglo XIX, vecinos de Santa Claus, quienes bajo los principios de comodidad y protección contra el frío comenzaron a diseñarlos. Su coloridad chillona obedecía a una razón mucho más funcional que el mero artificio kitsch con el que los asociamos ahora: gracias a ellos, podían ser identificados más fácilmente en caso de perderse en una tormenta o en alta mar.

Pero en las metrópolis actuales nadie se pone un jersey coloridamente feo por si necesita ser visto en medio de una tempestad. A decir verdad, es nuestra necesidad de ser vistos por nuestros amigos o compañeros de trabajo, en toda la amplitud de la expresión, la responsable de que nos acerquemos a una tienda digital o de barrio a comprar una de estas prendas. Nadie se pondría un jersey de Navidad para sentirse atractivo. De lo contrario, en las fiestas de fin de año de empresa la norma habitual distaría mucho del traje y vestido, aunque ahora mismo se está poniendo muy de moda hacer fiestas entre los compañeros con estos atuendos para seguir esta corriente feísta colectiva.

En definitiva, si sacamos del armario ese jersey feo de Navidad es porque hemos quedado con otras personas que también se lo van a poner o porque, en todo caso, sabemos que todos juntos saldremos muy bien con él puesto en las fotos que luego subiremos a nuestras redes sociales. Oh sí, el postureo, esa palabra tan de moda hace unos años, ha regresado. Pero, en vez de ser posers del buen gusto, elitista y refinado, demostrando exclusividad y novedad como hace unos años, ahora el postureo se basa en estar pasado de moda o ser lo más hortera posible. ¿A qué se debe?


"Esto horrible podría ser divertido"

"Es difícil concretar qué desencadenó el cambio de perspectiva, pero creo que fue en el momento en que alguien usó la prenda de una manera humorística", aseguraba en la CNN Brian Miller, fundador de la página web que en 2001 hizo despegar esta moda que ahora ha regresado hasta nuestros días. "La gente comenzó a ver el lado cómico de la misma y a pensar 'esto del fondo del armario podría ser divertido, en lugar de algo horrible que nadie quiere'".


Vivimos en la resaca del feísmo que se puso de moda en la década anterior


Aquello que consideramos "horrible", en un sentido estético, es lo kitsch. Como la canción de Mariah Carey tronando en la radio apenas ha comenzado el mes de noviembre. O los anuncios típicamente navideños cuando queda aún más de un mes para el 25 de diciembre. "¿Otra vez es Navidad?" Si nos resulta desagradable, es porque siempre es lo mismo y, a no ser que la época navideña te entusiasme con creces, esas sensaciones te resultarán impostadas debido a que repiten un canon que apenas muda con el tiempo. Es estéticamente feo porque sería como llevar la misma ropa que llevabas cuando eras niño o adolescente. Otra vez lo mismo, otra vez estos jerseys, otra vez tener que sentarse a cenar con la familia o con los viejos amigos después de estar un año entero sin hablaros.

Vivimos en la resaca del feísmo que se puso de moda en la década anterior. El punto de no retorno fue 2013, cuando la empresa de moda de lujo Vetements empezó a diseñar y vender ropa cutre y feísta como artículos de lujo, como explica el periodista César Andrés Baciero en un artículo de GQ de 2018. Este feísmo alcanzó y fue impulsado por otras formas culturales, como la música trap, que a mediados de la década pasada empezó a llevar a las pasarelas de moda más prestigiosas a artistas urbanos que salían directamente del gueto vestidos como en su cotidianidad, es decir, hechos un trapo. Solo hay que ver las imágenes del artista Yung Beef en la semana de la moda de París ataviado con prendas excesivamente coloridas, a medio coser, para entender por qué.

Cuando el feísmo se puso de moda, todos asimilamos que se trataba de una provocación. Al fin y al cabo, no hay nada más revolucionario, dentro de cualquier teoría estética, que infringir todas y cada una de sus normas. Lo antiestético is the new black. Por eso en su día los Sex Pistols tuvieron tanto tirón, si tomamos en consideración que el propio nombre de la banda hacía referencia a una tienda de moda ubicada en Londres y regentada por el artista contracultural Malcolm McLaren. Hoy sucumbimos a los mismos pecados de antaño, pero de una forma distinta, más irónica.


No es kitsch, llámalo camp

Así, más que una postura antiestética dirigida a la provocación, lo feo ahora se celebra. Y, por ello, lo kitsch que antes irradiaba desprecio, ahora se convierte en camp. Ninguna celebración es lo suficiente importante si no apela a un nosotros, si no es colectiva. Imagina que quedas con tus amigos o compañeros de trabajo para llevar jerseys de Navidad a una de vuestras reuniones, y en el último momento ninguno termina por hacerlo. Eres el único con un Papa Noel cutre y sonriente estampado en su jersey. Seguro que ya no te hace ninguna gracia esa quedada. Te han gastado una broma y solo piensas en desprenderte de ese jersey ridículo que llevas puesto, pues ninguno quiere dar esa vuelta irónica a ese feísmo descarado de tu ropa de vestir.


El valor positivo de lo 'kitsch' emerge a partir de una mirada muy peculiar que remite a la experiencia colectiva de esa moda


El término camp fue acuñado por la genial Susan Sontag en su célebre Notas sobre lo camp (1964) para designar a aquello que, en resumidas cuentas, "es bueno porque es horrible". Lo camp es el kitsch al que se le ha aplicado el filtro del humor, la ironía y la exageración, lo que coincide con la explicación dada por Miller anteriormente. Del mismo modo, también esto se podría aplicar al ejemplo anteriormente propuesto del trap. Si el hecho de ir vestido como un lumpen podría figurar como una provocación antiestética al mundo de la moda, las clases medias o acomodadas asimilaron esta tendencia para, a su vez, situarse por encima de ellas.

Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Y como Adrián Nájera definió muy bien para la revista Vice una vez, el trap fue solo un "intento fresa de sentir el gueto por las venas sin mancharse las manos de sangre". Así también lo narraba el periodista Nando Cruz en plena efervescencia del fenómeno, cuando en un concierto encontraba entre el público a "modernos de toda la vida"; es decir, "jóvenes de clase media enganchados a las tendencias". En aquel momento, dicha tendencia no era abandonar su trabajo cualificado y dedicarse al trapicheo, sino ironizar con esa mala vida de la que tanto hacían gala los artistas. Lo que en principio era una provocación desagradablemente kitsch, como el punk de los Sex Pistols, acabó resultando humorístico.


"Lo 'camp' es un arqueo de cejas levemente burlón que dice: puedes jugar con lo que quieras, incluso con lo más kitsch que encuentres"


El giro de lo kitsch a lo camp viene explicado de manera magistral por Luis Boullosa en su libro Diez maneras de amar a Lana del Rey (Liburuak, 2022), ya que añade una dimensión más aguda al término que sobrepasa lo humorístico. Además de tomar de punto de partida la definición de Sontag, menciona la que realiza Milan Kundera en La insoportable levedad del ser (1984). "El kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una inmediatamente después de la otra. La primera lágrima dice '¡Qué hermoso, los niños corren por el césped!'. La segunda lágrima dice: '¡Qué hermoso es estar emocionado con toda la humanidad al ver a los niños corriendo por el césped!'. Es la segunda lágrima la que convierte al kitsch en kitsch". Es decir, el valor positivo que le damos a lo kitsch emerge a partir de una mirada muy peculiar que remite a la experiencia colectiva de esa actitud, moda o tendencia.

En el caso de los jerseys feos de Navidad, estos no han vuelto a ponerse de moda solamente por su valor provocativo, humorístico o irónico, sino por la capacidad de resignificar esa misma ironía junto a los demás. De pasarlo bien juntos jugando a que crees en la Navidad, sea de forma irónica o no. Decía Sontag que "lo camp es lo kitsch puesto entre comillas, sin cinismo". Y, en palabras de Boullosa: "lo camp obra un milagro que redime al kitsch de su frigidez totalitaria, de su estupidez congénita, y le devuelve capacidad creadora. Lo camp es un arqueo de cejas levemente burlón, pero amistoso, que dice: puedes jugar con lo que quieras, incluso con lo más aparentemente kitsch que encuentres, porque mientras uno juega, el kitsch no existe. Puedes coger la mayor mierda que encuentres y transformarla porque el juego es la ley. Mientras uno crea jugando todo es mito otra vez".

Por tanto, podríamos concluir que ese jersey feo de Navidad en realidad es bien bonito, te queda bien simplemente porque alude y remite a ese momento de juego entre amigos. Al verlo en tu armario te promete esa fiesta en la que todos iréis a la moda más estrafalaria que hay. La ironía posmoderna se convierte en metaironía. Da igual que sea otra moda consumista más en la época más consumista del año. Que estos productos sean de mala calidad y acaben contaminando el planeta al ser de un solo uso; generando ingentes residuos como cualquier otra moda pasajera, y por tanto barata, bien rentable. Lo importante es que detona en un ambiente y por un breve instante en el que todo es posible, aparece el juego. Y ahí todas las ironías y provocaciones son bienvenidas.