sábado, 22 de marzo de 2025

Los Simpson han vaticinado mejor el futuro que los grandes expertos académicos: ahí está Trump



Fotograma del capítulo de Los Simpsons en el que Trump es elegido presidente. Se emitió en el año 2000



Los catedráticos Juan Francisco Fuentes, Javier Fernández Sebastián e Ignacio Fernández Sarasola disertaron en la Fundación Ramón Areces sobre cómo la cultura popular tiene mejores armas para narrar la utopía o la distopía actual



Por las redes fluye un ránking de los mejores vaticinios que ha conseguido la serie Los Simpson en toda su historia. Salen unos cuantos, entre ellos la pandemia, aunque el número uno lo ocupa la elección de Donald Trump como presidente de los EEUU. Matt Groening y sus colegas lo dibujaron en un capítulo que se emitió en el año 2000. 16 años antes de su primera legislatura. Y no está de más señalar que el vaticinio es más una distopía que la recreación del paraíso en la tierra.

Por el contrario, no son pocos los expertos —historiadores, sociólogos, economistas, analistas— que se han estrellado contra el muro de la realidad tras haber publicado enormes “tochos” en los que argumentaban, por ejemplo, que los EEUU caerían antes de la Unión Soviética. Así que casi lo mejor cuando se lee o escucha a uno de estos autores es pensar que ocurrirá lo contrario a sus predicciones.

De esto precisamente hablaron ayer el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, Juan Francisco Fuentes, el catedrático de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco, Javier Fernández Sebastián, y el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo, Ignacio Fernández Sarasola, en la conferencia Imágenes que nunca fueron: representaciones del futuro en la cultura de masas, celebrada en la Fundación Ramón Areces dentro del ciclo Visiones del Futuro. Diálogos sobre el mundo que viene.

“La Academia está más limitada para imaginar el futuro porque es víctima de su hiperracionalismo. Eso le impide introducir elementos que sí aparecen en la ficción como el azar, la lógica caótica…”, manifestó Fuentes sobre cómo la ficción, desde la televisión al cine, el cómic, la narrativa o la música, tiene unas libertades que le permiten idear una serie de locuras… que en ocasiones sí se pueden hacer realidad. Muchas veces no hace falta más que eso para acertar… o simplemente verlo claro.

"La Academia está más limitada para imaginar el futuro porque es víctima de su hiperracionalismo"


“En la ciencia-ficción, por ejemplo, sí existe la posibilidad de dar saltos imaginativos mejores porque juega con lo imprevisible”, destacó Fernández Sebastián. De hecho, no han sido pocas las películas o los libros de este género que han conseguido especular con acierto sobre lo que se nos iba a venir encima. Precisamente, Fernández Sarasola recordó cómo durante una época desde Francia e Inglaterra se rechazaba la cultura popular de masas que empezaba a llegar desde EEUU como los cómics “porque se consideraban payasadas” y solo se admitía a Julio Verne —y otros escritores de altura— para hablar sobre el futuro cuando fue esta cultura popular la que nutrió la imaginación de grandes imaginadores del futuro y científicos como George Lucas o Carl Sagan. Dos creadores que, además, consiguieron a través de lo popular llevar la ciencia y la tecnología al gran público.

En definitiva, imaginación al poder como la gran bola de cristal.


Futuro utópico

La charla comenzó con los vaivenes que ha dado el tema del futuro (y su representación) en los últimos siglos. Aunque hoy sea una palabra que está a la orden del día, en realidad, no se habló del futuro, o más bien del porvenir, que era la palabra que más se empleaba, hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y eso era en gran parte porque para las generaciones de entonces el paraíso utópico no estaba en el futuro, sino en pasados idílicos. La nostalgia era una cosa abrumadora.

Pero entonces llegó la Ilustración y la Modernidad y las revoluciones liberales y el progresismo y pensadores como Leibnitz que empezaron a decir aquello de “el tiempo presente está preñado de futuro”. Es decir, la utopía era futurista. El mundo sería mejor en el porvenir. El paraíso no era el regreso a aquel que se perdió, sino adelante y más allá. La charla dejó ayer bien claro qué lejos estamos ahora de ese pensamiento… Y qué reaccionario es todo con el triunfo de las distopías y el miedo actual al futuro.

Pero cuando el futuro se convirtió en algo que nos traería de lo bueno, lo mejor, se empezó a representar… siguiendo varias directrices. Fuentes manifestó que había dos formas básicas, una de ellas como una versión aumentada del presente y la otra, la predominante como una imagen invertida del presente (por ejemplo, con los hombres llevando falda y las mujeres pantalones). Y después solía aparecer el sesgo vintage, es decir, la representación del futuro se hace con elementos del pasado (así funciona un poco nuestra imaginación) como se puede ver en las peleas medievales de La guerra de las galaxias. También el sesgo militante… “Pero entonces es cuando es más probable que la representación se equivoque”, resaltó el catedrático.

Para finales del XIX, otro grabado mostraba un enorme optimismo hacia los descubrimientos científicos: viajes a la Luna, viviríamos 200 años...


Fue interesante cómo Fernández Sebastián mostró cómo había ido cambiando la representación del futuro en el último siglo con la aparición también de nuevos elementos tecnológicos y los cambios políticos. Porque por toda la charla quedó como en partículas suspendidas la importancia de la política en la representación que hacemos de la realidad o de lo que imaginamos que pasará y lo que es todavía más interesante, la importancia y la confianza que le damos a la ciencia… No hay que pararse demasiado a pensarlo: la imagen de los avances científicos ha cambiado bastante a la de hace un siglo.

Así, por ejemplo, un grabado de 1829 nos mostraba un futuro irónico, divertido y burlón —es decir, no angustiante—, la ciencia se tomaba casi a broma. Para finales del XIX, otro grabado mostraba un enorme optimismo hacia los descubrimientos científicos: habría viajes a la Luna, factorías de rejuvenecimiento, viviríamos 200 años y podríamos controlar el clima (sí, ya se hablaba de esto). Y para 1952, otro grabado resalta una confianza plena en lo científico: habría nuevos transportes terrestres y aéreos, nuevos avances químicos positivos para todos… El futuro sería algo maravilloso. Hasta la propaganda política se hacía eco de esto: líderes con el dedo hacia delante manifestando que lo mejor estaba por llegar (si les elegías a ellos). Esta idea duraría hasta los años ochenta del siglo XX.


Los años 80 y el fin del futuro

Así, tal y como manifestaron los ponentes, el gran giro con respecto al futuro llegó a finales del siglo XX con la aparición del culto a la memoria —por ejemplo, todos los movimientos sobre la memoria histórica—, el resurgimiento de los nacionalpopulismos y acontecimientos como las crisis económicas, el 11-S, 2008… que conllevaría al triunfo final de líderes como Donald Trump, que no es más que el regreso al pasado idealizado. Y de ahí que ahora, cuando se hable del futuro en la cultura popular, suponga también el triunfo de las distopías.


El resurgimiento de los populismos y las crisis, el 11S, 2008… conllevaría al triunfo de líderes como Donald Trump: el regreso al pasado idealizado


Fernández Sarasola discrepó algo con respecto a esta idea, ya que según él, la distopía se fue fraguando sobre todo cuando la URSS se hizo con la bomba atómica en 1949. Entonces, argumentó, y así lo mostraron cómics de la época, se vio que lo nuclear no iba a ser tan positivo —como había vendido EEUU— sino que podría conllevar a la destrucción total. De ahí las representaciones de las explosiones, las invasiones alienígenas, las mutaciones… El futuro ya daba miedo.

Y eso nos ha llevado a donde estamos y a que, una vez muertos los grandes relatos, los pequeños estén ocupando esta esfera para intentar explicarnos el mundo… Un mundo que vemos distópico, terrible, un mundo en el que, como dijo Fernández Sebastián, pensamos que la utopía puede convertirse en pesadilla, en el que mientras que las utopías solo las podemos imaginar… las distopías ya las hemos vivido, y un mundo en el que lo distópico es más atractivo (vende más: en novelas, en el cine, en los periódicos) que lo utópico.

En resumen: de toda esta coctelera sale Donald Trump (y los Donald Trump de turno), un político del que se dijo que ofrece soluciones rápidas y mágicas a problemas complejos que requieren soluciones lentas… Un falso profeta.

Y ya lo dijeron Los Simpson: este hombre llegaría alguna vez a la presidencia de los EEUU.