- Lagarde: "Tenemos un modelo orientado a un mundo que va a desaparecer"
- "Europa tiene enemigos que quieren repartírsela por la fuerza"
- La UE ha invertido mucho tiempo en regular, pero poco en innovar
Europa debe despertar. Este es el mensaje que están lanzando eminencias de la economía desde varios puntos del mundo, un mensaje que no debería caer en el olvido porque las consecuencias de no hacer nada pueden ser extremadamente negativas. Estos expertos que van desde Mario Draghi, hasta el premio Nobel de Economía Bengt Holmström, pasando por Christine Lagarde, creen que, si no se actúa ahora, más adelante puede ser demasiado tarde. Un buen ejemplo es Argentina, uno de los países más prósperos del mundo hace 90 años y que ha quedado devastado en términos económicos hasta tal punto que los argentinos han decidido dar el poder al primer presidente libertario del mundo en la búsqueda de un cambio radical para intentar poner fin a décadas de desastre. Europa hoy está muy lejos de ese escenario, pero ya hay quien realiza comparaciones con Argentina o incluso peores. Europa, a diferencia de Argentina, tiene enemigos que podrían aprovechar su debilidad.
El informe Draghi, un nuevo estudio realizado por el Nobel Holmström o los últimos discursos de Christine Lagarde han resonado con fuerza en los medios y en los círculos académicos de Europa. Las palabras se repiten, son discursos que parecen estar hechos para generar algún tiempo de reacción, no se sabe bien dónde (empresas, gobiernos, las personas...), pero hacen una llamada desesperada para que Europa actúe. La economía del Viejo Continente representaba en paridad de poder adquisitivo (depurando la distorsión que generan los precios) casi el 28% del PIB mundial en 1980, mientras que la de China era el 2% y la de EEUU el 21%. Hoy, en 2025, China roza el 20%, EEUU el 15% y la Unión Europea el 13%. Parece evidente que Europa ha hecho algo regular en los últimos 40 años. Hasta Jamie Dimon, consejero delegado de JP Morgan, ha analizado la situación para concluir que "Europa está perdiendo".
Las economías europeas han dedicado buena parte las últimas décadas a construir el mayor Estado de Bienestar del mundo y un marco regulatorio en el que todo lo que sea regulable esté regulado. Aunque lo anterior tiene partes muy positivas, todo el tiempo dedicado a esos dos pilares ha restado tiempo al pilar del que se alimentan esos dos: el crecimiento económico.
Discursos e informes para Europa
Con todo, la semana pasada sin ir más lejos, Christine Lagarde, presenta del Banco Central Europeo, pronunció dos discursos para la historia en los que llamaba a Europa a actuar porque, en palabras de Lagarde, el gran problema del Viejo Continente "es tener un modelo de crecimiento orientado a un mundo que está desapareciendo... El mundo no se detendrá por Europa, pero podemos decidir cómo avanzar". Pocos días después, la francesa dedicó otro discurso a explicar por qué Europa necesita jugar un papel clave en el mundo de la inteligencia artificial y concluía que "la pregunta ya no es si esta nueva frontera llegará, sino cuándo, y el ritmo de progreso de los últimos años sugiere que probablemente llegará antes de lo que nuestras instituciones y normativas están preparadas para afrontar. Eso significa actuar ahora para eliminar los obstáculos que ralentizarían la difusión de la IA y, por lo tanto, retrasarían la prosperidad de todos los europeos en las próximas décadas".
En esta línea se expresan también Luis Garicano, Bengt Holmström (Nobel de Economía) y Nicolas Petit, economistas y profesores, que han realizado un interesante paper en el que analizan la economía de la zona euro y proponen varias vías para que la región vuelve a converger con EEUU y logre ganar relevancia a nivel global. Estos expertos admiten que no son los primeros. Hay una larga lista de informes elaborados por eminencias europeas que han diagnosticado este declive en un intento por comprenderlo y buscarle solución. El año pasado, Enrico Letta constató una grave fragmentación del mercado europeo, mientras que Mario Draghi concluyó que la competitividad de Europa había caído tanto que ahora requería un cambio radical para sobrevivir. "A pesar de estas advertencias, la respuesta de la Unión Europea a su declive ha sido débil, donde debería ser fuerte y activa en áreas donde debería ser pasiva. El problema no es la falta de informes, sino un sistema que se niega a priorizar".
El riesgo de seguir el camino de Argentina
Aunque estos expertos no son los primeros en analizar por qué Europa se ha quedado atrás, sí lanzan quizá la advertencia más poderosa hasta la fecha. Si Europa no actúa, "para mediados de este siglo, podría seguir el camino de Argentina: su enorme prosperidad, un lejano recuerdo; sus estados de bienestar en bancarrota y sus pensiones impagables; sus políticos atrapados entre extremos que hipotecan el futuro para salvarse en el presente; y sus más brillantes desperdiciando oportunidades en otros lugares. De hecho, estaría en peor situación que Argentina, ya que tiene enemigos deseosos de repartírsela por la fuerza y una población más envejecida que la argentina actual", aseguran estos expertos.
La caída de la economía de Argentina se enseña en las carreras de economía para evidenciar cómo un país que era extremadamente rico y partía de una posición de ventaja en muchos aspectos (gran riqueza natural, población muy cualificada, un clima favorable...) puede terminar cayendo a la irrelevancia tras décadas de políticas populistas, despilfarradoras e irresponsables. Muchos argentinos siguen pensando que Argentina debía ser el país más rico del mundo, porque si no es así, sería imposible explicar cómo todavía sigue habiendo algo de 'plata' después de tantos años de corrupción y gasto desmedido.
El caso de Europa aún tiene solución. En términos de PIB per cápita, la UE sigue siendo un bloque rico, con talento y que se encuentra bien posicionado, pero es cierto que en los últimos años, quizá décadas, la economía ha dejado de ser competitiva, en parte por un exceso de regulación y por la creación del mayor Estado de Bienestar del mundo. Ambos factores han reducido la competencia y los incentivos para mejorar a nivel empresarial e individual, en muchos casos. La teoría económica clásica explica que cuanto más altos son los impuestos, menores son los incentivos a trabajar más horas e innovar, puesto que una parte mayor de la tarta se marcha en esos impuestos para cubrir las necesidades de otros. Sin estos incentivos que llevan a generar más prosperidad (prosperidad que después se puede usar para redistribuir), la UE puede acabar en una trampa de crecimiento, regulación y redistribución que termine revirtiendo años de desarrollo.
"Estos no son accidentes históricos; son consecuencias de nuestras decisiones. En las últimas décadas, la Unión y sus Estados miembros han confundido regulación con progreso y burocracia con integración. Si la Unión Europea sigue estancada, nuestros países no podrán mantener lo que sus ciudadanos dan por sentado, como son las prestaciones por desempleo, atención médica gratuita, pensiones vitalicias y educación asequible. El crecimiento es necesario para cumplir con los compromisos existentes y la reciente avalancha de nuevos. El estancamiento convertirá el estado de bienestar europeo en una utopía del pasado", sentencian estos expertos. Justo debajo de este párrafo, estos expertos insertan un gráfico (que se puede ver justo encima de este párrafo) en el que se ve la inmensa deuda que amenaza con enterrar a la economía de Europa, un ranking (suma de derechos pensionales más deuda pública, que es una visión realista del esfuerzo que tendrán que realizar las sociedades para pagar esos pasivos) en el que España aparece como la peor parada.
El cambio que Europa necesita
Los célebres economistas que han realizado el informe creen que la Unión Europea necesita centrarse un enfoque único, en un objetivo que es la prosperidad económica. "Para lograr esta prosperidad, necesitamos que la Unión recupere su propósito original, que es llegar a ser un organismo federal dedicado al desarrollo económico a través de un mercado común y libre".
Estos tres autores señalan que "el problema no es la falta de informes, sino un sistema que se niega a priorizar". Denuncian que la UE ha desviado su misión hacia una multitud de agendas políticas y regulatorias que saturan su capacidad, olvidando que "solo una Europa próspera puede financiar el Estado del bienestar". Frente a una gobernanza hipertrofiada, reclaman volver a la esencia, que no es otra que un mercado único real, plenamente operativo y sin barreras internas.
Para reconstruir ese mercado único, plantean reformas legales profundas. En primer lugar, proponen eliminar el uso de directivas, sustituyéndolas por reglamentos que garanticen reglas uniformes, porque según ellos "las empresas se enfrentan a 27 versiones distintas de unas supuestas reglas comunes". También exigen tribunales comerciales especializados a escala europea capaces de sancionar con rapidez a los Estados que violen las normas del mercado interior. Como señalan estos economistas, sin un mecanismo así, "el reconocimiento mutuo es un sueño imposible". El objetivo es que cualquier empresa pueda defender sus derechos en 180 días y que las sentencias sean aplicables a toda la UE.
Otra de sus ideas más relevante es incentivar o permitir más competencia regulatoria dentro del bloque mediante un "28.º régimen" opcional para las empresas, un marco supranacional alternativo que facilite la creación de compañías europeas capaces de escalar, atraer inversión y competir globalmente. Este régimen (plenamente digital, ágil y sin remisiones al derecho nacional) sería, en palabras de los autores, un sistema que "las empresas elijan voluntariamente porque les permite crecer y atraer capital".
Por último, los autores piden un cambio radical en la forma de legislar. Quieren sustituir las cláusulas de revisión por cláusulas de caducidad, de modo que "la ley europea deje de ser eterna incluso cuando es errónea", obligando a demostrar que una norma sigue siendo útil para renovarla. Asimismo, proponen que Parlamento y Consejo estén obligados a realizar evaluaciones de impacto cada vez que modifiquen un texto legal, para que los políticos "no puedan evitar enfrentarse al coste real de las normas que imponen". Su mensaje final es rotundo: Europa puede renacer si abandona la obsesión regulatoria, recupera la integración económica y confía en la capacidad innovadora de sus ciudadanos. Como sintetizan los tres autores, "una Europa mejor es posible si deja de construir muros de regulación y se centra, por encima de todo, en la prosperidad".
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