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Existen tres formas de compararnos con los demás, y no todas tienen un sentido negativo. Una serie de expertos reflexionan sobre cómo sacar provecho a esta sensación
¿Con qué personas te comparas a diario? ¿A quién te gustaría ver cuando te miras en el espejo cada mañana? ¿Alguien distinto a ti o una versión perfeccionada de ti mismo basada en los atributos de otras personas? La comparación constante con otros individuos es algo que hacemos constantemente, ya sea con conocidos o desconocidos. A decir verdad, así lo estableció el psicoanalista Jacques Lacan, cuando sostuvo aquello de que "el deseo es siempre el deseo de Otro". Aquello que anhelamos siempre es algo que los demás poseen, sean cualidades físicas o abstractas; nunca podemos desear nada que no hayamos visto en otras personas.
Partiendo de esa base, podríamos afirmar que nuestro deseo se activa cuando recibimos un estímulo del exterior. Puede ser una imagen, una situación, un texto. Normalmente, el deseo más apremiante es aquello que aparece como falta o carencia de algo. Surge entonces el fenómeno de comparación: otros tienen lo que no tenemos, otros llevan una vida que nosotros no disfrutamos. La comparación deviene en envidia y las redes sociales son uno de sus mayores receptáculos. Nuestro teléfono móvil ejerce de mirilla hacia la intimidad de los demás, lo que despierta en nosotros una inclinación para actuar como voyeurs de las circunstancias ajenas. Un viajecito con la pareja por una capital europea, una noche de fiesta con amigos en un local de lo más cool o una tarde de sofá y mantita en ese salón de revista. Cualquier momento cotidiano de los demás es estetizado, embellecido, sublimado.
Y entonces es cuando reparamos de manera inmediata en todas esas cosas, atributos o cualidades que los demás tienen y nosotros no. El síndrome del FOMO aparece: todo el mundo está en ese lugar en el que yo debería estar. ¿Me estoy perdiendo algo? Esas imágenes y vídeos sobre las vidas ajenas se fijan en nuestra mente con tintes aspiracionales. Aparecen los "ojalá". Mientras tanto, las empresas hacen su agosto a través del algoritmo: nada mejor para calmar tu frustración por "no ser mejor que nadie" (como diría Marcelo Criminal) que consumir productos que prometen un mañana mejor, aunque estos sean finitos o de un solo uso. Pero hay cosas que el dinero no puede comprar, entre ellas los planes, las maneras de ser o un cuerpo mucho más atractivo a ojos de los demás (paradójicamente para despertar ese deseo que ellos despiertan en nosotros).
Adictos a compararnos con otros
Ante todo ese magma de contenidos sobre vidas ajenas con el que somos bombardeados a diario, lo mejor es no tomárselo demasiado en serio o establecer una serie de rutinas que limiten la exposición a estas imágenes o vídeos. Evitar esa comparación constante, la cual resulta de lo más adictiva. Pero lo cierto es que no todas las cosas que vemos en los demás o en sus vidas ejercen una influencia negativa en nosotros; también el deseo se puede construir en base a lo que uno ve en otras personas y no quiere para sí mismo.
Las comparaciones sociales horizontales llevan en ocasiones a la amistad, al considerar que uno sufre por lo mismo que el otro
"Cuando nos sentimos mal como resultado de la comparación social con los que están en mejor situación, tendemos a buscar consuelo comparándonos con aquellos que están peor", asevera Wojciek Kaftanski, profesor adjunto de filosofía polaco e investigador del Programa de Prosperidad Humana de Harvard, en un reciente artículo publicado en Aeon. "Buscamos en Internet vídeos virales de personas que tienen algún defecto. Nos damos el lujo de sentirnos orgullosos observando a los que están en peor situación". No hace falta tampoco recurrir a las redes sociales o en Google. El éxito de programas de televisión como La Isla de las Tentaciones responde a esa necesidad de compararnos con otras personas en sus horas más bajas, en este caso parejas que viven situaciones límite con el drama de la infidelidad.
Kaftanski y su equipo de investigadores sociales han definido la comparación social en tres direcciones, atendiendo a la posición de estatus o prestigio que ocupan los sujetos comparados entre sí. En primer lugar, la comparación hacia "arriba", que como su propio nombre indica sucede cuando establecemos esa equivalencia con alguien que está en una situación mejor que nosotros. En segundo lugar, la que sucede hacia "abajo", que al contrario de la primera sería el equivalente al ejemplo anteriormente comentado de regodearse en las miserias ajenas para tapar o calmar las propias. Y, por último, la comparación "horizontal", la cual más que una comparación puede partir de una sensación de equivalencia con alguien respecto a algo de nuestra vida que se aprecia como similar.
Esta última comparación horizontal es, sin duda, la más positiva, sobre todo para afrontar un conflicto o adversidad. Cuando tienes un problema, nada viene mejor que hablarlo con alguien que ha pasado por lo mismo que tú o que está en tu misma situación. Estas comparaciones sociales horizontales llevan en ocasiones a la amistad, al considerar que uno sufre por lo mismo que el otro. La unión entre estas personas que empatizan de inmediato con una realidad que les perjudica puede conducir a afrontar los problemas juntos, lo que resolvería parte de ese deseo insatisfecho que a veces se torna en necesidad.
El narcisismo no es tan malo
El mejor ejemplo para entender esta comparación horizontal, además de otros tantos aspectos relacionados con el narcisismo contemporáneo, es un selfie histórico entre dos celebridades: Paris Hilton y Britney Spears. Si no llega a ser por una fotografía que se tomaron las dos en 2006, quizá el infierno que estaba viviendo Britney debido al autoritario control financiero y personal de su propio padre y sus socios de la industria habría permanecido oculto durante mucho tiempo más. Fue este selfie lo que detonó la sospecha de sus fans y, de alguna forma, el que mostró esa comparación horizontal entre las dos celebridades: a pesar de gozar de fama y dinero, ambas estaban hartas de ser perseguidas por paparazzis de medio mundo, por lo que el simple hecho de hacer un autorretrato de las dos y publicarlo (once años después de hacerse la foto) demostraba un sentido de agencia frente a su propia imagen, la cual había siempre pertenecido a grandes amos de la industria del espectáculo.
No solo se produjo esa comparación horizontal entre Hilton y Spears, también sucedió entre sus fans. Así lo sostiene el filósofo Matt Colquhoun, quien escribió un libro titulado Narciso desatado (Mutatis Mutandis, 2024) en el que parte de esta icónica fotografía para ahondar en las virtudes de un rasgo de la personalidad que hoy en día es un estigma a raíz de tanta exposición personal en redes sociales: el narcisismo. Según el pensador, con dicho selfie, "Spears encontró una manera de prefigurarse a sí misma o imaginar una nueva versión de ella", lo que también nosotros podemos conseguir con nuestros propios autorretratos.
"El narcisismo, a pesar del estigma social que acarrea, podría ser reinterpretado como un impulso hacia la transformación personal, sugiriendo que detrás de esa obsesión con uno mismo se enconde una búsqueda de signficado y propósito vital", escribe Colquhoun. Por tanto, nos vendría bien cambiar el enfoque hacia ese FOMO digital que fuerza una comparación siempre negativa en relación a esas personas que parecen tener vidas más perfectas: simplemente reflexiona qué es lo que realmente envidias de ellas y pregúntate hasta qué punto están emitiendo una imagen real de sí mismas.