¿Escéptico del 'coaching'? Estas claves apelan a su cerebro. Un abrazo largo libera endorfinas
Con la moda del coaching y de la psicología positiva han entrado en circulación recetas prácticas que prometen hacernos sentir mejor y convertirnos en personas más felices. Aunque son procedimientos sencillos y no por ello menos eficaces, algunos escépticos desconfían de estas teorías relacionadas con el comportamiento y piden “más ciencia”. Pues bien: resulta que para ellos también existen algunos rituales con los que amplificar ese sentimiento subjetivo de bienestar que llamamos felicidad, ya que sus argumentos están amparados por la neurociencia.
En el libro The Upward Spiral, el neurocientífico e investigador Alex Korb aborda la depresión desde la neurología aplicada a la vida cotidiana, una perspectiva muy diferente de la que estamos acostumbrados. Su teoría parte de todos esos entresijos e intercambios químicos que tienen lugar entre neuronas y neurotransmisores y que a los demás nos suenan demasiado científicos como para asimilarlos tan fácilmente. Pero el propósito de este profesor de la Universidad de California (UCLA), en EE UU, es el de hacernos entender cómo, con pequeños cambios, podemos influir en nuestro estado de ánimo. El autor habla de crear una “espiral ascendente” con la que ir generando cambios positivos que nos alejen de esa actitud negativa que nosotros producimos y que nos conduce hacia la tristeza y el malestar. Para conseguirlo, Korb relaciona cuatro rituales:
1. Hacer una lista de cosas por las que nos sentimos agradecidos
Sentirse mal es una tendencia, pero darle la vuelta a la tortilla es tan sencillo como preguntarse: “¿Por qué cosas me siento agradecido?”. Al hacerlo, Korb asegura que se consigue aumentar la densidad de las neuronas y la inteligencia emocional, lo cual ayuda a mejorar las relaciones personales. Pero además, y muy importante, incrementa la presencia y actividad de la serotonina y de la dopamina –sustancias involucradas tanto en la motivación como en la sensación de placer y felicidad– en los centros de recompensa del cerebro. Pero el investigador de la UCLA no ha sido el único en buscar maneras de aumentar los niveles de estas prescindiendo de medicamentos. Actualmente existen teorías que relacionan su presencia en el cerebro con nuestra alimentación. Sin ir más lejos, se ha demostrado que la cerveza es una liberadora natural de dopamina. Lo descubrieron en un estudioneurofarmacológico de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana. Su director, el profesor de Neurología David A. Kareken, comprobó que un solo trago de esta bebida aumenta la producción de este neurotransmisor.
2. Identificar la emoción
Darle nombre e incluso etiquetar lo que sentimos ayuda mucho más que reprimirse o disimular fingiendo que nada sucede. En este último caso quizá consigamos engañar a alguien, aunque no lograremos aplacar nuestro hiperexcitado sistema límbico (el encargado de regular las emociones). Verbalizar las inquietudes mediante categorías o metáforas produce unos cambios mucho más significativos en nuestro cerebro: “Reconocerlas conscientemente reduce su impacto”, explica Kevin N. Ochsner, neurocientífico de la Universidad de Columbia. Por otra parte, Moria J. Smoski, del Centro Médico de la Universidad de Duke, realizó una investigación junto a un grupo de colaboradores en el que sometieron a resonancias magnéticas a varios individuos para estudiar su actividad cerebral; los resultados arrojaron que los desórdenes del ánimo se reflejaban en alteraciones de la actividad del sistema límbico. Al igual que Ochsner, encontraron que la aceptación de las emociones ayuda a regular su efecto negativo. Esta es una de las razones por las que esta práctica se utiliza con éxito en el tratamiento de la depresión con psicoterapia.
3. Tomar decisiones
Tomar decisiones y establecer objetivos activa un mismo circuito cerebral dentro de la corteza prefrontal, y lo hace de forma positiva, reduciendo la ansiedad y el estrés
Cuando decidimos algo, cerramos un episodio angustioso de incertidumbres y miedo al posible fracaso vinculado a la opción que vayamos a tomar: apostamos por una carta y estamos dispuestos a asumir las consecuencias. Eso en el plano mental. En el cerebral, tomar decisiones y establecer objetivos activa, según el neurocientífico, un mismo circuito cerebral dentro de la corteza prefrontal, y lo hace de forma positiva, reduciendo la ansiedad y el estrés. Pero hagamos un inciso: decidir no es siempre triunfar. Como bien ha indicado el eminente profesor de Psicología Positiva de Harvard Tal Ben-Shahar, “la perfección es la enemiga de la felicidad”. Bastará con tomar decisiones lo suficientemente buenas. Para ello, nada como entrenarse en meditación: en el año 2014, la revista Psychological Science ya publicó los beneficios de esta práctica a partir de las investigaciones de Andrew C. Hafenbrack.
Este doctor, experto en Psicología de las Organizaciones, realizó una investigación en la Universidad de Singapur por medio de la cual descubrió que 15 minutos de meditación o mindfulness diario contribuye a tomar mejores resoluciones, en la medida en que se considera la información disponible en el momento presente. “Elmindfulness da tiempo al cuerpo estriado y a la corteza prefrontal para tomar la mejor decisión neuroeconómica o la más inteligente para la salud y el bienestar a largo plazo”, apostilla.
4. Abrazar sin pudor
En la edad adulta perdemos la costumbre infantil de abrazar a otra persona, y con ello prescindimos también de uno de los ejercicios más simples de la vida con los que secretaremos hormonas implicadas en combatir el dolor, como la oxitocina. El contacto físico con otras personas es más importante de lo que podamos pensar. Un abrazo largo y sentido nos dará sensación de bienestar y nos hará sentir queridos y a salvo, en parte por la liberación de endorfinas y dopamina. Pero además, ayuda a mejorar el sistema inmunológico. Esto se ha comprobado empíricamente. Sheldon Cohen, profesor de Psicología y director del laboratorio del estudio de Estrés, Inmunidad y Enfermedad de la universidad americana Carnegie Mellon (Pensilvania, EE UU), analizó el efecto de estas muestras de afecto en 404 personas. Los resultados de su investigación, publicada en Psychological Science hace unos meses, sugieren, según sus propias palabras, que “sentir un abrazo de alguien en quien confiamos es una manera efectiva de reducir el estrés, y que aquellos que reciben más abrazos están de algún modo más protegidos frente a las infecciones”.
Preocuparse es bueno
Don’t worry… Be happy, la famosa canción de Bobby McFerrin. no se corresponde a la realidad, según Korb. Preocuparse no es malo ni nos aleja de la felicidad. El neurocientífico explica cómo las emociones negativas activan zonas similares en el cerebro. Sentimientos tan dispares como el orgullo, la vergüenza o la culpa tienen consecuencias similares a nivel neurológico y, consecuentemente, anímico. No sucede así, en cambio, con la preocupación, cuyas consecuencias son menos perniciosas en la medida en que el cerebro entiende que estamos en el proceso de dar solución a nuestros problemas. Según el investigador, “preocuparse alivia el sistema límbico al aumentar la actividad de la corteza prefrontal y disminuir la de la amígdala; sentir esta ansiedad significa que estás haciendo algo al respecto, que es mejor que no hacer nada”. Desde la psicología social también se habla en este caso de resolver favorablemente una disonancia cognitiva. Según esta teoría, elaborada por el psicólogo Leon Festinger, aceptamos de buen grado una solución que a priori parece negativa para nosotros con tal de ser congruentes con nuestras propias decisiones: “El malestar de la preocupación lo convierto en una suerte de responsabilidad y autocontrol que me hace sentir bien”.
http://elpais.com/elpais/2015/12/07/buenavida/1449524757_799699.html
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