domingo, 6 de abril de 2025

El aditivo más odiado podría salvar vidas: así ayuda el glutamato a regenerar el hígado



(istock)



Investigadores del CNIO han descubierto un nuevo mecanismo de regeneración rápida del órgano que se activa con el glutamato, lo que podría ayudar en hígado graso, cirrosis o trasplantes



El glutamato es un aminoácido que ha estado en boca de todos, literalmente y figuradamente. Por un lado, el E-621 se puede encontrar en todo tipo de productos procesados: aceitunas, jamón york, sopas, croquetas, patatas fritas... Por otro, es un componente esencial en el metabolismo y la comunicación neuronal.

Si hemos oído hablar de él en los últimos años ha sido de manera negativa. Desde finales de los años 60 ha sido denostado y señalado como el villano de la industria alimentaria, responsable de misteriosos malestares y de potenciar nuestra adicción a la comida. Su mala fama comenzó en 1968, cuando un médico sembró la duda acusando varias dolencias a comer en un restaurante chino y, en concreto, al citado aminoácido. Sin embargo, un estudio posterior publicado en Nature señalaba que, aunque no se pudiese negar el conocido como síndrome del restaurante chino, como mucho afectaba al 1% de la población. Tras él llegarían decenas de evaluaciones científicas que señalarían que el consumo de este aditivo como tal no es perjudicial para la salud.

Más allá de la fama de las últimas décadas, un innovador estudio español ha descubierto un nuevo mecanismo de regeneración rápida del hígado que se activa con el glutamato. Los resultados de la investigación, que se han publicado este miércoles en Nature, abren la puerta a utilizar el aminoácido para tratar el hígado graso, la cirrosis o para trasplantes.

Recordemos que el hígado tiene una habilidad única: la regeneración, que le permite reemplazar células hepáticas dañadas por los tóxicos que ellas mismas eliminan. Pero deja de regenerarse si hay enfermedades con daño hepático crónico, siendo cada vez más frecuente por las patologías asociadas a malos hábitos dietéticos y al consumo de alcohol.

El trabajo del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) ha descubierto en animales y luego comprobado en modelos bioinformáticos humanos un mecanismo de regeneración hepática desconocido hasta ahora. Es un proceso que se activa muy rápido, apenas minutos después de que se produzca el daño agudo en el hígado, y en él juega un papel clave el aminoácido glutamato. Ante ello, los autores del estudio han señalado que la suplementación nutricional con glutamato puede favorecer la regeneración del hígado y beneficiar a pacientes con daño hepático grave y crónico, por ejemplo, aquellos en recuperación tras una hepatectomía, para estimular el crecimiento del hígado, o incluso a quienes esperan un trasplante.


Una perspectiva “nueva y compleja” de la regeneración del hígado

Se sabía que la regeneración del hígado se produce por la proliferación de las células del hígado, los hepatocitos, pero no se conocían bien los mecanismos moleculares implicados. El actual descubrimiento es novedoso, ya que describe una comunicación entre dos órganos diferentes, el hígado y la médula ósea, involucrando al sistema inmunitario.

Los nuevos resultados muestran que hígado y médula ósea están interconectados por el glutamato. Tras un daño hepático agudo las células hepáticas, llamadas hepatocitos, producen glutamato y lo vierten al torrente sanguíneo; el glutamato llega por la sangre hasta la médula ósea (dentro de los huesos), donde activa a los monocitos, un tipo de células del sistema inmunitario. Los monocitos viajan entonces hasta el hígado y por el camino se convierten en macrófagos (también células inmunitarias). La presencia del glutamato reprograma el metabolismo de los macrófagos, y estos en consecuencia empiezan a secretar un factor de crecimiento que hace proliferar a los hepatocitos.

Es decir, una cadena de sucesos rápidos permite que en apenas minutos el glutamato desencadene la regeneración del hígado, mediante cambios en el metabolismo de los macrófagos. Es una perspectiva nueva, compleja e ingeniosa por parte del hígado para estimular su propia regeneración.

La investigación aclara además una cuestión abierta hasta ahora: cómo se coordinan las diversas zonas del hígado durante la regeneración. En el hígado existen diferentes tipos de hepatocitos, organizados en zonas; los hepatocitos de cada zona cumplen funciones metabólicas específicas. El estudio ahora publicado en Nature desvela que los hepatocitos con un papel clave en la regeneración son los que producen la proteína llamada glutamina sintetasa, que regula los niveles de glutamato.

Según observó el grupo del CNIO, cuando se inhibe la glutamina sintetasa hay más glutamato en circulación, lo que acelera la regeneración hepática. Esto es lo que sucede cuando el hígado sufre un daño agudo: la actividad de la glutamina sintetasa disminuye, el glutamato en sangre aumenta y, a partir de ahí, se establece la conexión con la médula ósea, reprogramando los macrófagos y se estimula la proliferación de los hepatocitos.


6 años hasta su implementación

“Aunque este estudio se ha realizado en animales, específicamente en ratones, los mecanismos fundamentales de la regeneración hepática y el papel del glutamato en los macrófagos están altamente conservados en los humanos, según hemos podido observar tras realizar análisis bioinformáticos con datos de humanos y experimentos en cultivos de células humanas”, explican a El Confidencial a dos voces los autores del estudio, Nabil Djouder y María del Mar Rigual.

El siguiente paso sería colaborar con clínicos para trasladar su investigación a pacientes humanos y validar los hallazgos en un contexto clínico. “Sin embargo, la extrapolación a humanos debe hacerse con cautela. Si bien los procesos de regeneración hepática son muy similares en ratones y humanos, la velocidad y la extensión de la regeneración pueden variar”, aclaran los científicos del CNIO.

En cualquier caso, explican que dado que han validado los resultados en modelos clínicos, “el tiempo para que estos hallazgos lleguen a la práctica clínica podría ser más corto que el habitual. Sin embargo, aunque el glutamato es un suplemento alimentario y no un medicamento, aún sería necesario realizar ensayos clínicos controlados en humanos para evaluar de manera más detallada la seguridad, la dosis óptima y la eficacia en diversos contextos patológicos”.

“Una vez completados estos ensayos, que podrían llevar entre 2 y 5 años, dependiendo de la fase de los estudios y los resultados obtenidos, podrían ser aplicados a la práctica clínica. En resumen, si todo va bien, este proceso podría llevar entre 3 y 6 años para su implementación, aunque siempre existen factores que podrían acelerar o retrasar este plazo”, fechan.


Para qué podría servir

En cuanto a cómo se administraría, podría ser en diversas formas, como pastillas, polvos o soluciones intravenosas, dependiendo de las necesidades terapéuticas específicas. “En nuestro estudio, utilizamos una solución de glutamato monosódico (MSG) en polvo diluida en el agua potable de los ratones, y esto fue suficiente para acelerar el proceso regenerativo”, explican los autores.

Para Djouder, “en el futuro podría recomendarse simplemente la suplementación con glutamato en la dieta tras una extirpación hepática, y también para reducir el daño en el hígado causado por cirrosis, frecuente en pacientes con mala alimentación o estilo de vida poco saludable o en otras enfermedades hepáticas graves”.

Asimismo, estos resultados “podrían ser igualmente relevantes para el hígado graso”. “Como sabemos, el hígado graso es una condición que puede progresar hacia la cirrosis, un daño hepático crónico, especialmente en un contexto con hábitos alimentarios poco saludables, como el consumo excesivo de azúcares o bebidas alcohólicas, entre otros. En este escenario, el glutamato podría desempeñar un papel importante en los procesos de regeneración hepática, al activar a los macrófagos en la médula osea, promoviendo una rápida regeneración del hígado incluso en hígado graso”, desarrollan los autores.

Rigual también sugiere otro objetivo para futuras investigaciones: “Explorar más a fondo la posibilidad de utilizar suplementos de glutamato en humanos que hayan sido sometidos a una resección hepática para la extracción de tumores”.

Además, explican que están interesados en explorar la regeneración de otros órganos, como el páncreas, y analizar si los macrófagos podrían desempeñar un papel importante en este proceso.


¿Adiós a la mala fama del glutamato?

Los investigadores sugieren que los avances recientes en la investigación científica han comenzado a cambiar la visión perjudicial del glutamato. Como ejemplo, hace referencia a estudios de su laboratorio que han demostrado que los aminoácidos, como el glutamato, tienen propiedades beneficiosas en diversas condiciones patológicas. En este sentido, hacen referencia a un estudio que publicaron en Cell Metabolism en el que demostraron que los aminoácidos (componentes de las proteínas) protegen contra la colitis, modulando procesos inflamatorios y promoviendo la reparación del epitelio intestinal.

“Estos hallazgos sugieren que el glutamato y otros aminoácidos pueden desempeñar un papel importante no solo en la función metabólica, sino también en la regulación de procesos inflamatorios y de regeneración celular, especialmente en órganos como el hígado, el intestino y por qué no, el páncreas”, explica a este periódico.

Asimismo, señalan que a medida que más investigaciones respalden estos efectos positivos, el glutamato podría ser reconsiderado no como un componente nocivo, sino como un suplemento que, en ciertas condiciones y dosis adecuadas, podría tener beneficios terapéuticos.

En cualquier caso hacen hincapié en que es crucial respetar la dosis fisiológica del glutamato, ya que concentraciones altas pueden ser hepatotóxicas, al igual que el glutamato es fundamental en el cerebro para la transmisión de señales entre neuronas, un exceso de glutamato en el cerebro puede causar toxicidad y dañar las neuronas.

“Aunque se necesitan más estudios para establecer de manera definitiva las aplicaciones clínicas de estos hallazgos, la perspectiva está cambiando. El glutamato podría pasar de ser un producto denostado a uno buscado por sus posibles beneficios para la salud, especialmente en contextos específicos como la regeneración del tejido, la modulación de la inflamación y la protección contra enfermedades metabólicas”, concluyen.



Historia del número cero: así evolucionó este comodín 'ridiculizado' con el paso de las civilizaciones



Foto: iStock.


El símbolo que representa la ausencia ha sido objeto de debate durante siglos. Desde Mesopotamia hasta la India, su evolución ha estado marcada por tensiones filosóficas, religiosas y científicas



Un círculo en el que no hay nada. Un conjunto vacío. Un concepto que usamos para invocar la ausencia total de algo. El cero es el número más enigmático de todos desde el punto de vista matemático y filosófico. Es resultado de la más pura abstracción, puesto que a la hora de contar los objetos de un conjunto, nunca vamos a dar con él: solo está presente en los procesos intuitivos de cálculo para designar la no presencia de elementos. De ahí que pertenezca a los números enteros, junto con los números negativos, y no a los naturales, conformados solo por los positivos. Por ello, remontarnos a su origen y evolución histórica es una buena herramienta para asomarnos a los imbricados procesos neurológicos que la conciencia desata para designar aquello que no está en el orden natural de las cosas.

Tal vez, el primer cero que alguien anotó fue en Mesopotamia, hace 5.000 años, en un cuenco de arcilla, seguramente porque necesitaba hacer un cálculo mayor del esperado. Según explica en un reciente artículo publicado en Aeon Benjy Barnett, investigador de Neurociencia en el University College de Londres, los sumerios necesitaban un número comodín que sirviese para contar cantidades más altas, por lo que inventaron lo que luego se designaría como sistema decimal: el valor de un número corresponde a su posición dentro de un conjunto, de ahí que 47 no sea lo mismo que 74, ni mucho menos 407 que 4.007. Obviamente, el símbolo del 0 no llega hasta muchos siglos después. En Babilonia se representaba mediante un dibujo de dos dardos inclinados, mientras que en la civilización maya se usaba un dibujo similar a un balón de béisbol. Más que para contar, servía para empezar a contar, en este caso el inicio de las estaciones. Todo cambió cuando adquirió el valor abstracto de indicar que es lo que queda cuando restas todos los elementos de un conjunto.

No fue casualidad que fuera la India el lugar en el que la nada matemática hace su aparición. "La idea de que la nada fuera 'algo' estaba ya profundamente instaurada en su cultura", explica el escritor matemático Alex Bellos en un reportaje de la BBC. "Piensa que 'nirvana' es un estado vacío en el que no hay preocupaciones ni deseos. ¿Por qué no tener un símbolo que reflejara ese estado?". Entonces, usaban el término en sánscrito 'shunya', que a día de hoy es la palabra que los hindúes usan como "cero", no solo con fines matemáticos, también existenciales. "El 'shunya' estaba presente en manuales arquitectónicos, que decían que lo importante no eran las paredes, sino el espacio entre ellas", explica el historiador matemático George Ghervergheses Joseph, en otro reportaje del rotativo británico.


"La asociación del cero con la nada se consideraba opuesta a la divinidad: si Dios había creado el mundo de la nada, era evidente que la nada debía evitarse"

Resulta muy paradójico que un número que actualmente usamos en los procesos más lógicos tenga un origen tan espiritual. Su propia grafía lo demuestra. "El círculo también es simbólico del cielo", asegura Kim Plofker, historiadora de las matemáticas. "Muchas de las palabras que se usan para codificar verbalmente 0 en sánscrito significan 'cielo' o 'vacío'. Entonces, en la medida en que el cielo está representado por el círculo de los cielos, es un símbolo muy apropiado para 0". De la India, este óvalo viajó al Medio Oriente, enclave en el que empezó a desligarse de su misticismo para evolucionar hacia su condición utilitaria propia de las matemáticas. Entonces, matemáticos como Brahmagupta empezó a usar el 0 como resultado de operaciones matemáticas en las que restabas un número menos a sí mismo. "El cero ya no era simplemente un signo de puntuación que significaba una columna vacía, se hizo un concepto establecido, en igualdad de condiciones con otros números", asevera Barnett.


Un número ridiculizado

El hecho de que el origen matemático del 0 fuera árabe implicó su estigmatización en las civilizaciones como la griega o la romana. En un lugar y un tiempo tan próspero para la geometría como la Antigua Grecia, la 'nada' no se podía nombrar ni conceptualizar. Al fin y al cabo, su amor por la lógica les hacía desdeñar cualquier pretensión de significar un conjunto vacío de elementos. Aristóteles mismo llegó a enunciar que la nada en sí misma no existía ni podía existir, porque parte de una contradicción básica: no puede haber 'nada', porque ya implicaría que hay 'algo'. En otras palabras: ¿cómo podía la 'nada' ser 'algo'?

El Imperio Romano heredó de los griegos este prejuicio del número 0, más teniendo en cuenta que sus grandes enemigos eran los árabes de Medio Oriente. Por ello, el sistema numérico romano no es posicional, sino aditivo: cada signo representa un valor que se va sumando al anterior. El hecho de que el cristianismo se hiciera religión oficial del Imperio tampoco ayudó a que se impusiera, ya que algunos teólogos de la época incluso llegaron a ver en el cero un número o símbolo herético, incluso satánico. "La asociación del cero con la nada se consideraba opuesta a la divinidad: si Dios había creado el mundo de la nada, era evidente que la nada debía evitarse", explica Barnett. "San Agustín lo equiparaba con el diablo: la nada era el mayor mal".

Todo cambió con Leonardo Fibonacci, padre de la famosa proporción áurea, quien en 1202 publica su Liber Abaci, (traducido como 'El libro del cálculo') e introduce de manera definitiva el cálculo decimal posicional en Europa. El término lo acuñó como mezcla del indio ('shunya') y el árabe ('sifr'), más el latín ('zephyrum'), traduciéndolo al italiano como 'zefiro'. Sin embargo, tomó el dialecto hablado en Venecia para llegar a 'zero'. Daba igual, el 'zero' seguiría siendo objeto de burla y ridiculización entre sus pares, sobre todo por su semejanza con el 9 y porque se consideraba que podía sentar un peligroso precedente al abrir la puerta a los números negativos, lo que legitimaba el concepto de deuda y préstamo.


"Para concebir el cero como número, los niños le asignan primero la categoría de 'nada'"

Aunque no había una base teórica aceptada, el cero empezó a usarse en los siglos sucesivos por comerciantes y trabajadores, sobre todo a partir del nacimiento de la contabilidad. En el siglo XV, la Universidad de Oxford finalmente empezó a incluirlo en textos académicos, aplicado al método científico. El último impulso fue en el siglo XVII, cuando René Descartes lo usa de base y referencia en sus coordinadas cartesianas, y sobre todo por los científicos Gottfried Leibniz e Isaac Newton, quienes nunca hubieran podido desarrollar sus principios del cálculo sin él.


Las "neuronas cero"

Más allá de las raíces históricas del cero, es muy interesante reflexionar sobre cómo el cerebro humano procesa este número en relación a su significado, que viene a ser la ausencia de elementos. Barnett, en su artículo, cita varios estudios que demuestran que los niños primero entienden antes la noción de "nada" que de "cero", lo cual resulta muy curioso al tener un trasfondo existencial muy profundo. "Para concebir el cero como número, los niños le asignan primero la categoría de 'nada'", asegura. Así, comenzamos a usar el cero para designar algo que no está en nuestra percepción, como un hueco o un espacio vacío entre dos espacios llenos (similar a ese hueco que los indios designaban para construir espacios arquitectónicos).

Por tanto, el cerebro solo percibe el cero cuando es consciente de que está calculando, es decir, cuando se desencadena un proceso autorreflexivo. Los científicos descubrieron hace menos de diez años la existencia de "neuronas cero" que se activaban en la parte frontal del cerebro de primates cuando veían conjuntos vacíos de elementos. Al trasladar este experimento a humanos, la teoría de las "neuronas cero" quedó refrendada. Al exponer a patrones numéricos o de puntos a una serie de voluntarios, unas neuronas se activaban más que otras al ser expuestos a conjuntos vacíos de elementos. Por tanto, la percepción de "nada" tiene una representación neuronal específica y no es fruto de un mero cálculo.


"La nada está en el corazón del ser"

"Ahora, parece más claro que las percepciones de ausencia no están mediadas por una mera ausencia de actividad neuronal", advierte Barnett. "En cambio, el cerebro podría tener mecanismos únicos a través de los cuales representa estas experiencias distintivas". Es decir, el cerebro no solo detecta la presencia de algo, sino que también activa mecanismos específicos cuando percibe una ausencia, lo que implica una tarea de autoconciencia: "Si el objeto estuviera ahí, lo habría visto". Actualmente existen modelos de monitoreo de conciencia, como el monitoreo de la realidad perceptual (PRM, por sus siglas en inglés) y el monitoreo de espacio de estados de orden superior (HOSS), los cuales ejercen de verificadores de que algo se ha registrado en el cerebro. En otras palabras, herramientas que determinan si efectivamente algo se ha visto o no.

Lo más interesante y rompedor de los estudios sobre cómo percibimos la ausencia simbolizada en el cero es que pueden ser la llave para entender la autoconsciencia de uno mismo, basada en el lema cartesiano de: "pienso, luego existo", es decir, "puedo dudar de todo, menos de que estoy dudando". Como concluye Barnett: "Para que cualquier organismo emplee con éxito el concepto de cero, podría necesitar primero ser perceptualmente consciente. Parece atractivo sugerir que las similitudes entre las ausencias numéricas y perceptuales podrían ayudar a revelar la base neuronal no solo de las experiencias de ausencia, sino también de la conciencia en general". En otras palabras, para que tengamos conciencia de la nada, primero debemos ser autorreflexivos, es decir, percibir que estamos pensando. Citando a Jean-Paul Sartre, "la nada estaba en el corazón del ser". O más intrincado todavía: dentro del todo, hay una enorme nada indispensable para percibir y contar el todo.



Está cayendo del cielo algo mucho peor que la lluvia ácida. Y va a parar a tu cuerpo



Varias personas se resguardan de la lluvia bajo el paraguas en la calle. 
(Unsplash)



Estudios recientes alertan de la presencia de microplásticos en las gotas de lluvia. Estas pequeñas partículas contaminantes quedan atrapadas en la atmósfera, viajan por el aire e incluso forman nubes



Cuando un gallego pasea por los verdes y húmedos parajes de A Coruña, pensaría que lo que respira es aire puro, en comparación con la sombra contaminante que cubre las grandes metrópolis como Madrid o Barcelona. Que la lluvia que cae es fresca, limpia y purificante, porque los arroyos que serpentean cristalinos son ajenos a la polución. Pero la realidad es muy distinta. Una amenaza invisible flota en el aire y desciende con cada gota de lluvia: partículas de microplásticos, diminutos fragmentos de fibras microscópicas desprendidas de nuestra ropa o los residuos de un mundo saturado de plástico. Todos esos contaminantes quedan atrapados en la atmósfera. Está lloviendo plástico, y estamos haciendo como si nada.

En cierto modo, hemos cambiado una amenaza por otra, solo que esta tiene difícil solución. En los años 70, la lluvia ácida era el gran enemigo ambiental en Europa. La quema de carbón y los gases de las fábricas saturaban el aire con contaminantes que transformaban las precipitaciones en ácido. Los bosques y los ríos morían, incluso algunos edificios se dañaban. Fue una demostración clara de aquel dicho que reza que todo lo que sube, baja. El problema llevó a regulaciones estrictas: en los 90 se impusieron límites a las emisiones industriales. Hoy, la lluvia ácida sigue existiendo, pero en gran medida es un problema controlado. Sin embargo, ahora enfrentamos un peligro aún más grave. La lluvia está saturada de toxinas modernas: microplásticos y otras sustancias químicas que plantean riesgos desconocidos para la salud pública. Y a diferencia de los contaminantes de antaño, estos son casi imposibles de erradicar.

Estudios recientes confirman que diminutos fragmentos de plástico flotan constantemente en la atmósfera, desplazándose miles de kilómetros y afectando incluso a la formación de nubes. “Donde hay personas, hay plástico”, explica a El Confidencial Roberto Rosal, ingeniero químico e investigador de la Universidad de Alcalá de Henares. “Lo emitimos y la naturaleza nos lo devuelve. En este caso en forma de lluvia”. Y esto podría estar alterando no solo la calidad del aire y del agua, sino también los patrones climáticos. Los microplásticos han llegado a rincones insospechados del planeta, como la cima del Everest. Se han documentado en ciudades densamente pobladas, pero también en remotas y deshabitadas montañas. Lo que un país contamina en un lugar del mundo, puede terminar a miles de kilómetros, cayendo en forma de lluvia en otro territorio lejano.


placeholderUna tormenta tiene lugar sobre un cultivo. (Unsplash)
Una tormenta tiene lugar sobre un cultivo. (Unsplash)

Los investigadores han detectado estas sustancias químicas en las precipitaciones de países de todo el globo: Estados Unidos, Suecia, China y hasta la Antártida, muchas veces en niveles superiores a los considerados seguros para el agua potable. En un estudio publicado en 2024, titulado "Están lloviendo PFAS en el sur de Florida", se analizó el agua caída en los alrededores de Miami y se encontraron más de 20 compuestos de plástico. Los autores concluyeron que, basándose en las recomendaciones sanitarias, ninguna agua de lluvia sin tratar se consideraría segura para el consumo.

La fuente de esta contaminación está en todas partes. “Los plásticos los generamos nosotros”, insiste Rosal. “A veces hacemos un mal uso de ellos, convirtiéndolos en residuos incontrolados. Otras veces, son los propios productos los que están diseñados para desprender partículas diminutas: los forros polares, la ropa de poliéster, cualquier fibra sintética”. Estas microfibras, prácticamente invisibles, dominan la contaminación plástica en el aire.

Otros estudios afirman que las carreteras también son un caldo de cultivo para este tipo de contaminación. Los neumáticos y frenos de los coches expulsan microplásticos con cada frenazo y cada giro de rueda. El origen del problema está en nuestra dependencia del plástico. En 1950, el mundo producía 2 millones de toneladas al año. Para este 2025 podríamos acumular 11.000 millones de toneladas de residuos plásticos dispersos en el planeta.


¿Y cómo llega a la lluvia?

Rosal y su equipo han estudiado su presencia en el aire de distintas ciudades españolas. En Madrid y Barcelona, por ejemplo, midieron la precipitación de microplásticos con colectores atmosféricos. “En la Puerta del Sol, estimamos que se producen un millón de microplásticos al día”, explica. “Si luego los pesamos, nos damos cuenta de que es una cantidad minúscula en masa, pero gigantesca en número. Todo ese material que arrastra la lluvia termina en el suelo, en los cauces de los ríos, en los embalses. Y de ahí, a las plantas de tratamiento de agua, y finalmente, a nuestros grifos”. En otras palabras, lo que llueve, lo bebemos. El problema es que lo que hace al plástico tan útil (su resistencia) es también lo que lo convierte en un contaminante que nunca desaparece del todo.


placeholderPlásticos diminutos sobre la palma de una mano. (Unsplash)
Plásticos diminutos sobre la palma de una mano. (Unsplash)

El viento es el mayor trasportador de microplásticos. Así como el polvo del Sahara cruza el Atlántico y fertiliza la selva amazónica, estas partículas diminutas pueden recorrer miles de kilómetros antes de descender de nuevo a la superficie. Su ligereza les permite flotar en la atmósfera durante largos periodos, lo que amplía su radio de dispersión e incluso juegan un papel en la formación de nubes. Ya en 2019, los investigadores hallaron estas partículas en la nieve de los Pirineos, una prueba de que habían viajado largas distancias a bordo de la atmósfera antes de precipitarse con la lluvia o la nieve. Esto podría tener implicaciones drásticas en el clima: un cielo saturado de plástico favorecería la formación de nubes de hielo en altitudes elevadas, que contribuyen al calentamiento global o a alterar los patrones de precipitaciones.

En otro experimento español, investigadores de la Universidad de Alcalá de Henares, con el apoyo del Instituto de Tecnología Espacial, lograron instalar filtros y medidores en aviones militares para analizar el aire. “Conseguimos volar sobre Madrid, recorriendo la Castellana de arriba a abajo”, recuerda Rosal. “Encontramos cantidades de microplásticos, con más de un microplástico por metro cúbico de aire. Luego extrapolamos los datos al volumen de aire sobre la M-40 y llegamos al billón de microplásticos flotando sobre Madrid”. Rosal aclara que, aunque son cifras no demasiado alarmantes de momento, el plástico es un excelente vehículo para la vida microscópica. Sus características físicas permiten que bacterias y otros microorganismos se adhieran a su superficie, lo que podría convertir a los microplásticos en un medio de transporte global para patógenos. “Es un riesgo que apenas estamos empezando a evaluar”, advierte el investigador.


El fin del recorrido: en el agua del grifo o embotellada

La lluvia arrastra consigo estas diminutas partículas hasta aguas subterráneas, ríos y embalses que abastecen los sistemas municipales de agua potable. Aunque las plantas de tratamiento eliminan más del 70% de estos contaminantes, una fracción aún logra atravesar los filtros y llegar hasta el agua del grifo. En uno de los estudios más recientes, publicado en la revista Water Research, científicos españoles de varias universidades y centros de investigación del CSIC descubrieron la presencia de microplásticos en el agua de la red de ocho ciudades de la península Ibérica, entre las que se encuentran Madrid, Barcelona, Vigo, A Coruña, Murcia, Cartagena y también en Canarias. Los peores datos correspondieron a Madrid, que llegó a superar los 30 microplásticos por metro cúbico de agua.


placeholderQue siempre te acompañe una botella de agua (Pavel Danilyuk/Pexels)
Que siempre te acompañe una botella de agua (Pavel Danilyuk/Pexels)

Otra investigación española publicada en Nature confirmaba hace unos años que el agua embotellada que se vende en España (la de las cinco empresas con más ventas del país) también contiene microplásticos. Las cantidades son muy pequeñas, pero en comparación con el agua del grifo hay bastantes más fragmentos en número y en masa total, casi 100 veces lo que aparecía en la red de abastecimiento. “En términos generales tienen cantidades y composiciones parecidas, destacando el poliéster, del que están hechas las botellas, y el polietileno, del que están hechos los tapones”, explica Rosal. También destacan las fibras, probablemente, de origen textil; así como otras cantidades de microplásticos muy diversos.

El impacto de los microplásticos en la salud humana es una cuestión compleja y poco probada. Si bien los científicos han identificado su presencia en diferentes partes del cuerpo, como los testículos, la placenta y la leche materna, la magnitud del daño potencial es incierta. Un estudio reciente sugería que su existencia en el cerebro podría estar relacionados con el cáncer, las enfermedades cardíacas y renales, y el alzhéimer. Sin embargo, los investigadores españoles apuntan a que las partículas más grandes no presentan un riesgo inmediato, ya que las expulsamos fácilmente. “Las más pequeñas, capaces de atravesar barreras biológicas como el epitelio intestinal, podrían ser problemáticas, aunque su cantidad en el cuerpo sería menor y difícil de medir con precisión”, apunta el experto.

La conclusión de todas estas líneas de investigación es que el planeta está sucio, aunque la suciedad sea difícil de ver. Estas sustancias químicas están en la lluvia porque abundan en el medio ambiente, y están en el medio ambiente porque abundan en la lluvia. Y lo único que sabemos es que estarán presentes durante muchísimo tiempo. “Vivir sin plástico es imposible. No podemos retroceder al mundo de 1950. Los hospitales están hasta arriba de plástico. Podríamos intentar sustituirlo por otros materiales como vidrio o metales, pero entonces nos encontraríamos con que estamos generando mucha huella de carbono para producirlos o para transportarlos. Es muy difícil prescindir del plástico. Lo que sí podemos hacer es presionar para que las compañías fabricantes hagan plásticos más seguros y sin aditivos”, concluye el experto.



sábado, 5 de abril de 2025

La Louisiane: este hotel ‘barato’ con aires de pensión es el refugio de la bohemia en París

 


Hotel La Lousiane


Albert Camus, Juliette Gréco, Miles Davis o Marianne Faithfull pasaron por aquí. En la esquina de la rue de Buci y la rue de Seine, uno de los cruces más concurridos de Saint-Germain-des-Prés

No hay estrellas bajo su nombre, pero son muchas las que lo han habitado



Dice Frédéric Beigbeder en el prólogo al libro de Charlotte Saliou Le Refuge des étoiles que, desde que en 2017 se mudara a Géthary (Aquitania), el hotel La Louisiane es su domicilio en París porque cuando viene aquí siente que tiene una familia  de compañeros de piso - poetas, artistas decadentes, fiestas improvisadas en los pasillos, encuentros nocturnos - y, sobre todo, lo más preciado: inspiración.

No es extraño que Beigbeder se sienta acompañado en este faro cultural que lleva 199 años acogiendo con veneración a lo mejor de cada casa, lo raro es que su historia no la haya escrito él, por eso reconoce que Saliou lo ha hecho antes, con lirismo y con nostalgia, y agradece que los secretos de este hotel queden desvelados en la plaza pública.

 
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 Hotel La Lousiane

Refugio mítico de intelectuales y artistas ubicado en el corazón de Saint Germanin des Pres, por sus pasillos y habitaciones han pasado y vivido desde Juliette Gréco a Jim Morrison, de Simone de Beauvoir a Quentin Tarantino, de Chet Baker a Keith Haring. Todos ellos con la vana confianza de saber que lo que pasaba en La Louisiane se quedaba en La Louisiane.

La Louisiane es memoria viva y concentra la mitología de un barrio históricamente bohemio. Es, además, un hotel muy bien situado que conserva el espíritu de los años cincuenta, cuando se cultivaban más las leyes de la amistad que las normas de la lógica del beneficio que impone el mercado.

Vestíbulo del Hotel La Louisiane en París

Vestíbulo del Hotel La Louisiane en París

 Album / Alamy

Lugar emblemático de creación y de libertad, La Louisiane ha sido el hogar de tantas celebridades vocacionalmente errantes que no es extraño que se le considere el Chelsea Hotel parisien. Charlotte Saliou es la acompañante y guía ideal porque, además de haber escrito su historia y haber sido recepcionista, se enamoró de Xavier Blanchot (miembro de cuarta generación de la familia de propietarios) y a día de hoy lleva la comunicación.

Fiel a su máxima de que más que un hotel es un lieu de vie y lugar de encuentros, nos sentamos en el bar del hall entre fotografías de Juliette Gréco, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Cossery. Todos ellos vivieron aquí.

Cossery vivió tanto tiempo en el hotel que falleció en su habitación, la 77

De hecho Cossery, apodado el dandy del Nilo, escritor egipcio que se jactaba de escribir dos frases al día (y publicar un libro cada diez años), vivió tanto tiempo que murió en su habitación, la 77. Gréco habitó la número 10, la que en la época era la única con bañera y en la que antes había vivido Jean Paul Sartre.

Lucian Freud, el gran pinto británico fue uno de los clientes del hotel

Lucian Freud, el gran pinto británico fue uno de los clientes del hotel

 Getty Images

Hablar de Juliette Gréco son palabras mayores y su vinculación con este hotel daría para organizar un simposio. Musa de los existencialistas, joven rebelde vestida con traje de hombre, llegó a este hotel después de la liberación, cuando París necesitaba renacer. Para convencerla de que se dedicara a cantar su amigo Sartre, le escribió La rue des blancs manteaux y Raymond Queneau aportó Si tu t' imagine, de las primeras canciones con las que triunfaría en la mítica sala Le Boeuf sur le Toit. 

En la película que hizo sobre el hotel Michael Le Veux, en 2015, la misma Gréco recordaba sus días en la chambre dix : “la vida son encuentros, si no hay encuentros no hay vida”. Sabía bien de lo que hablaba.

Dos genios. Jeanne Moreau y Miles Davis, en el rodaje del 'Ascensor' de Louis Malle, en 1957

Dos genios. Jeanne Moreau y Miles Davis, en el rodaje del 'Ascensor' de Louis Malle, en 1957

 Gamma-Keystone via Getty Images

En sus libro de memorias Je suis faite comme ça dedicó un capítulo a sus casi dos años en esta habitación donde, entre otras, vivió su gran historia de amor con Miles Davis. Un amor que extendería en el tiempo desde que se conocieran en 1949.

Según Davis, el romance no acabó en boda porque la amaba demasiado y su condición de hombre negro podía perjudicarla en época de segregación racial en Estados Unidos. “En París viví con la ilusión de la posibilidad” dijo él. “Vi un hombre de perfil, vi un dios. Entendí eso que llaman la belleza, el genio. Vi eso que se llama vida” escribió ella.

La vida son encuentros, si no hay encuentros no hay vida”

Juliette GrécoActriz y cantante

Charlotte recuerda por un lado el bestiario de creadores excepcionales que ha alojado el hotel y, por otro, celebra el secreto de su pervivencia en el tiempo: La Louisiane es, con diferencia, el hotel más barato de Saint-Germain-des-Prés. Es una actitud, una seña de identidad, una manera de permanecer fieles al espíritu bohemio al que se alió desde que la familia Blanchot se hizo con las riendas en 1926.

“Apostamos por un ambiente libertario y de resistencia porque tenemos ganas de ser felices”. La Louisiane no puede ser más familiar y su vocación no puede ser más filantrópica. La habitación individual cuesta 80 euros. Estamos en el sexto distrito, el más caro de París y, por consiguiente, a buen seguro el más caro de Francia.

La Louisiane está en el distrito más caro de País, sin embargo sigue manteniendo unos precios asequibles

No hay lujos, ni televisiones, ni pretenciosidad. Hay lo básico. “Aquí la gente gusta de sentarse, charlar, trabajar... gente que busca una atmósfera favorable a la creación. El funcionamiento es muy particular (hasta hace un mes no estábamos en Booking), se busca bajar el precios a los viajeros fieles, es nuestra manera de ser, la clientela es fiel y todos lo llaman la segunda casa, un vrai repaire (verdadero refugio)".

Deliciosamente decadente conviven en su arquitectura una mezcla de estilos superpuestos. Es un hotel sin más interés que el cobijo y en el mejor sentido de la palabra informal. Basta, como ejemplo, decir que la habitación 81 se encuentra en el cuarto piso habiendo varios más por encima del cuarto o que el año pasado Charlotte y el resto del equipo tuvieron que sacar a la fuerza a una clienta que no podía seguir pagando pero que, al no querer irse, se pertrechó en el baño.

Diva. Juliette Grecó, actriz y cantante, fue el símbolo de La Louisiane

Diva. Juliette Grecó, actriz y cantante, fue el símbolo de La Louisiane

 Roger Viollet via Getty Images

En época de grandes cadenas hoteleras, La Louisiane dota de identidad a París y reivindica el legado emocional y cultural que heredan las generaciones. Algo queda en el glamur gastado de los músicos de jazz como Miles Davis, John Coltrane o Charlie Parker que aquí se hospedaban, de las visitas de Camus a su amante Juliette Gréco en la habitación 10, de las de Simone de Beauvoir a Natalie Sorokin en la 65 y de lo que sucedió en la 36 durante el rodaje de la película More de Barbet Schroeder con música de Pink Floyd y cuya cama sigue siendo fucsia.

Por el bien de París poco a nada ha cambiado en La Louisiane. Todavía hoy en día algunas noches turistas japoneses se despiertan a las tres de la mañana y bajan medio asustados a la recepción para preguntar si hay fantasmas, lo cual no deja de ser una pregunta descabellada, porque, por supuesto, es evidente que los hay.


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Barcelona

El milagro tiene un límite: por qué China no quiere (ni puede) curar su gran talón de Aquiles



Dos personas junto al río Huangpu en Shanghái, China. 
(EFE/Alex Plavevski)



La segunda mayor economía del planeta produce más que nunca y exporta a un ritmo histórico, pero sus propios ciudadanos consumen cada vez menos



Al acabar la pandemia, millones de personas en todo el mundo salieron a derrochar lo que no habían podido durante meses de encierro. Fue una especie de ajuste emocional con tarjeta de crédito: cenas, viajes, peluquería, muebles, cosméticos, air fryers... Había que recuperar el tiempo perdido. Un fenómeno de alcance global y que fue denominado como revenge spending, “gasto por venganza”.

Pero en China ocurrió exactamente lo contrario. Mientras en Occidente las familias vaciaban las estanterías del Ikea y se entregaban al desquite consumista, en Shanghái una joven apodada “Little Zhai Zhai” se hacía viral por intentar sobrevivir con menos de 300 yuanes al mes —unos 41 euros— comiendo menús de jubilado a diez yuanes. En lugar de revenge spending, lo que arrasó entre la Gen Z china fue el revenge saving: ahorrar por despecho, por ansiedad o por simple desesperanza sobre el futuro.

Lo que revela esta discrepancia insólita es el gran fallo en el motor industrial del mundo. La segunda mayor economía del planeta produce más que nunca y exporta a un ritmo histórico, pero su gran talón de Aquiles está de puertas para adentro: sus propios ciudadanos consumen mucho menos de lo que deberían. Un desequilibrio crónico que los economistas llevan décadas advirtiendo, pero que no ha parado de agravarse desde la pandemia.

Hoy en día, el gigante asiático produce como si fuera Alemania, pero consume como si fuera Botswana. No es una exageración. En 2023, el consumo de los hogares apenas representó el 37% del PIB chino, frente al 60% de media en la OCDE o el 68% de Estados Unidos. En comparación, su inversión en capital físico (es decir, el dinero que se destina a construir infraestructuras, fábricas, maquinaria, viviendas y otros activos duraderos) rozó el 42% del PIB, un nivel extraordinariamente alto. El tipo de gasto que uno esperaría ver en un país que se está reconstruyendo tras una guerra, no en la segunda economía del mundo.





El Ejecutivo de Xi Jinping no es ajeno a este problema. En un intento por reactivar la demanda interna, el Gobierno presentó este mes un nuevo plan para “impulsar vigorosamente el consumo”. Las medidas, anunciadas tras las reuniones de las “Dos Sesiones” (la cita política anual en la que se reúne la cúpula del Partido Comunista y el Parlamento chino para marcar la agenda del país), incluyen desde subsidios para el cuidado infantil y ajustes del salario mínimo hasta el fomento del turismo interno y los productos con inteligencia artificial. También prometen reducir las cargas financieras de los hogares y vincular el consumo con “objetivos sociales más amplios”, como el equilibrio entre vida y trabajo o el cuidado de los mayores.

Sin embargo, como explica a El Confidencial Alicia García Herrero, economista jefe para Asia-Pacífico en Natixis e investigadora del think tank europeo Bruegel, detrás de este anuncio con gran pompa hay más de lo mismo: medidas simbólicas, paliativos de corto plazo y ninguna voluntad de abordar los factores estructurales. “Para que el consumo de verdad repunte harían falta reformas estructurales: subsidios de desempleo, pensiones más generosas, educación gratuita... todo eso que China no tiene y que tampoco parece dispuesta a implementar”, indica la experta.

En una reciente entrevista con el South China Morning Post, Michael Pettis, economista de la Universidad de Pekín y una de las voces más incisivas sobre los desequilibrios de la economía china, resumía así la raíz del problema: “No es solo que los chinos no quieran consumir, es que no pueden”. La debilidad del consumo interno es consecuencia directa de la estructura que sostuvo el milagro económico chino: durante décadas se ha priorizado el crecimiento a toda costa, desviando recursos desde los hogares hacia el Estado y las empresas. El resultado es una maquinaria industrial hipertrofiada que exporta a medio mundo, pero deja a su población sin margen de maniobra.

¿Por qué no pueden simplemente cambiar el chip y redistribuir un poco más? “Para que el consumo crezca de verdad, el Estado tendría que quitarle renta al sector corporativo y al Gobierno y dársela a los hogares”, afirma Pettis. Es decir, subir salarios, ofrecer transferencias directas, ampliar las pensiones, reforzar la sanidad pública… Nada de eso parece estar en los planes de Xi Jinping, que en 2021 ya avisó del peligro de que un Estado de bienestar cree “una clase de vagos subsidiados”.

Y es que estas medidas no solo significarían la renuncia al modelo de crecimiento que ha definido al país durante los últimos 30 años, también implicarían la repartición de poder y recursos hacia abajo. Algo que no encaja con la lógica de control centralizado que Xi ha consolidado desde que llegó al poder.


No solo es falta de voluntad

Más allá de cualquier prejuicio ideológico, el problema es aún más elemental: las cuentas ya no cuadran. La billetera aparentemente inagotable que financió la red de trenes de alta velocidad más grande del mundo, pagó la edificación de ciudades enteras y regó de subsidios la expansión sin precedentes del mercado de coches eléctricos, hoy afronta serias dificultades. Según datos del propio Ministerio de Finanzas chino, los ingresos fiscales cayeron un 3,4% en 2024, mientras la economía (según las cifras oficiales) creció un 5%. Es decir: el Estado recauda menos aunque el PIB siga su rumbo ascendente.

Según un reporte de The New York Times, si los ingresos del Estado hubieran crecido al mismo ritmo que el PIB en los últimos siete años, China tendría 1,5 billones de dólares adicionales para gastar este año. Pero no los tiene. Y aunque oficialmente el déficit será del 4% del PIB, cálculos de Bloomberg apuntan a que el déficit real, si se descuentan las tretas contables, ya ronda el 9%.

La situación es aún peor a nivel local. Los gobiernos provinciales, que hasta hace poco vivían de vender suelo a promotores inmobiliarios, han visto cómo se desplomaba su principal fuente de ingresos tras el estallido de la burbuja del ladrillo en 2021. Y como son ellos quienes pagan la mayoría de pensiones, prestaciones y servicios sociales, el margen para “estimular el consumo” es más bien simbólico. El Ejecutivo central les ha dicho que gasten más, pero no cómo conseguir los fondos para hacerlo. Probablemente, porque la única respuesta honesta sería también la más incómoda: que esos fondos deberían salir del propio Gobierno chino.

El resultado es que, tras años de incertidumbre, confinamientos y crisis inmobiliaria, los ánimos del consumidor chino está por los suelos. Según un estudio de Rhodium Group, el índice oficial de confianza no se ha recuperado desde el confinamiento de Shanghái en 2022, y los hogares siguen aumentando sus depósitos bancarios a ritmo récord.

Y mientras el consumo doméstico continúa estancado, las exportaciones chinas viven una época dorada. En 2024, el superávit comercial del país rozó el billón de dólares, un colchón que, por ahora, compensa la debilidad interna. Pero ese mismo desequilibrio es también gasolina para el conflicto geoeconómico. La nueva ofensiva comercial de Donald Trump contra Pekín, la más agresiva de la historia, es solo un ejemplo de la irritación global que desata el desequilibrio del gigante asiático. Porque, en el fondo, la pregunta que se hacen en Washington, Berlín o Nueva Delhi es la misma: ¿cómo va a crecer el resto del mundo si China lo produce todo, lo vende más barato que nadie y apenas compra nada?


¿El fin del milagro?

Una economía que no consume lo que produce depende siempre de que otros lo hagan. Y cuando esos otros empiezan a pensarse dos veces si merece la pena comprar tus productos, el riesgo es más que considerable. Por eso, en su entrevista con el South China Morning Post, Pettis lanza una pregunta tan trillada como inevitable: ¿y si China ya ha llegado al límite de su modelo económico? ¿Y si no puede estimular el consumo no por falta de ideas, sino porque eso implicaría desmontar todo el entramado que hizo posible el milagro económico que catapultó al país al puesto de superpotencia?


A diferencia de otros países que enfrentan crisis de consumo, China no parte de una economía sobreendeudada con tarjetas de crédito o de un mercado laboral flexible. Parte de un sistema donde el Estado ha moldeado cada rincón de la actividad económica en función de objetivos políticos. Y eso no hay parche que lo arregle. Como señala el economista, sin voluntad de redistribuir el poder económico, no hay bala de plata que valga.

El dilema chino no es nuevo. Desde el famoso "rebalanceo" anunciado en 2004, cada nuevo plan quinquenal promete lo mismo: menos inversión, más consumo. Y, sin embargo, aquí seguimos. No por falta de diagnósticos. No por falta de recetas, sino porque, para curar su gran talón de Aquiles, China tendría que ser un país diferente del que es.