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Icek Ajzen.
(Fundación BBVA)
Desde los años 60, Icek Ajzen ha estudiado el comportamiento humano para entender por qué tomamos las decisiones que tomamos. Acaba de ganar el premio de la Fundación BBVA
Es posible que cada 1 de enero, usted se proponga hacer ejercicio, leer más o dejar de fumar. Cuando el día diez se sorprende tirado en el sofá, mirando el móvil mientras se fuma un cigarro, es también probable que empiece a hacerse preguntas: ¿por qué soy incapaz de hacer lo que querría hacer?
No se preocupe, la psicología social tiene la respuesta. O, al menos, un modelo para intentar darla. Es posible que si usted se hubiese hecho dicha pregunta en los años sesenta, cuando los psicólogos sociales Icek Ajzen y Martin Fishbein desarrollaron la Teoría de la Acción Razonada, tampoco supiesen muy bien qué decirle. Por aquel entonces, su modelo, uno de los primeros en intentar averiguar cómo tomamos decisiones los seres humanos y cómo influyen en nuestro comportamiento, tenía en cuenta únicamente la intención. Querer es poder. Pero no es verdad.
Ajzen (Chełm, Polonia, 1942), pupilo de Fishbein, sabía que faltaba algo. Así que a lo largo de las décadas siguientes desarrolló un modelo que cambiaría para siempre cómo analizamos el comportamiento: la Teoría del Comportamiento Humano (TPB). Lo que explicaba este nuevo modelo es que no solo importa nuestra intención –que queramos hacer deporte–, sino también dos factores más, la presión social percibida y la dificultad de realizar el comportamiento. Si usted no hace deporte, o no lee, o no deja el tabaco, no es porque no quiera, sino porque no se siente capaz ni tiene a nadie insistiéndole para que lo haga.
“Ir al gimnasio a las siete y media antes de trabajar no es fácil, así que añadí a mi teoría la noción de control”, explica a El Confidencial el psicólogo social más de medio siglo después de empezar a trabajar en la teoría por la que ha pasado a la historia. Lo que proponía su modelo, que ha sido aplicado en casi cualquier campo que se le pueda ocurrir (de la sanidad a la política pasando por las políticas públicas o la educación) es que podemos cambiar el comportamiento de la gente si sabemos cuáles son los factores en juego.
Su teoría ha sido aplicada en más de 2.000 estudios empíricos porque "funciona"
El trabajo original, publicado en 1991, es uno de los papers sobre psicología más referenciados de todos los tiempos, con 150.397 citas en este preciso momento. Ajzen, como señala su página de Wikipedia, es el psicólogo social más influyente por el impacto acumulado de su investigación. Una carrera que le acaba de granjear el XVII Premio Fronteras del Conocimiento en ciencias sociales que otorga la Fundación BBVA, por su contribución a comprender y predecir el comportamiento humano.
“Estoy orgulloso de haber creado algo que la gente encuentra útil”, responde por videollamada desde Tel Aviv. “No miro los factores de impacto cada día y no me importan las citaciones, pero lo que ha ocurrido en mi caso es el resultado de la acumulación de estudios, libros y otras publicaciones”. El modelo de la Teoría del Comportamiento Humano ha sido aplicado en más de 2.000 experimentos empíricos ya que, como recuerda Ajzen, “funciona”.
“Hemos desarrollado una metodología que permite medir las creencias y actitudes de la gente, y podemos construir cuestionarios y utilizar esos datos para predecir el comportamiento de forma bastante certera”, explica. “Una vez lo has hecho y empiezas a entender las creencias de la gente y por qué hacen lo que hacen también podemos intervenir para cambiar su comportamiento, pero para ello siempre necesitas entender qué es lo que se encuentra detrás”.
Salud, transporte, política y lo que se te ocurra
La mayoría de aplicaciones de la teoría de Ajzen se han llevado a cabo en el ámbito sanitario. Desde dejar de fumar hasta convencer a los escépticos para vacunarse, no basta con decir a la población que algo es positivo para ellos, porque hay otros factores en juego. El mejor ejemplo es la vacunación: “En los países desarrollados la gente puede mantener ciertas creencias sobre su efectividad o sus efectos secundarios, así que en ese caso, lo importante son las recomendaciones de las autoridades”, explica.
Pero no siempre la actitud es lo importante. “Si vas a algunos países africanos, donde las vacunas no son fácilmente accesibles, y por ejemplo tienen que conducir una gran distancia para vacunarse, lo importante es el control”, recuerda. Con su modelo es posible identificar qué factor está en juego y actuar sobre él. Otros ejemplos relacionados con la salud es el del autocuidado de los pacientes con hipertensión, por qué la gente no come bien aunque sepan que es bueno para ellos o por qué los alicantinos no hacen ejercicio. En la página web de Ajzen están listadas, en un scroll casi interminable, todas las aplicaciones del modelo.
Ajzen estudió en Israel y tuvo como profesor al futuro Nobel Daniel Kahneman
El modelo se puede aplicar a otros ámbitos como la utilización de transporte público. “Hicimos un estudio hace unos años en Gießen, una ciudad universitaria alemana: el objetivo era conseguir que los estudiantes utilizasen el autobús en lugar de recurrir al coche”, explica. La intervención consistía, en primer lugar, en mantener discusiones con los estudiantes en el campus para entender sus motivaciones. La decisión fue introducir un ticket semestral como parte de su matrícula que les permitiría montar gratis en el transporte público durante esos seis meses. El experimento informó a los estudiantes sobre las ventajas de hacerlo y les proporcionaron mapas para facilitarlo: su uso del autobús aumentó desde un 15% a un 30%.
“¡El comportamiento de la gente me sorprende cada día!”, admite. A menudo, incluso cuando todos los factores deberían producir determinado comportamiento, no es así. Ajzen recuerda un experimento que realizaron con el transporte público en Suecia, donde la gente estaba deseosa de utilizarlo –de hecho, tenía muchísimas ganas de utilizarlo–, pero no lo hacían. Los investigadores se dieron cuenta de que el problema se encontraba en que la frecuencia no era suficientemente elevada o que no había paradas cerca de sus hogares.
La política es uno de los campos más controvertidos. En concreto, Estados Unidos, el país donde vivió la mayor parte de su vida como profesor (hoy emérito) de la Universidad de Massachusetts Amherst. “Pensaba que después de la primera legislatura de Donald Trump, las creencias sobre él cambiarían y que la gente empezaría a verlo de otra forma”, explica. Antes de 2016, como mostraban las encuestas, la mayor parte de la población lo consideraba como un hombre de negocios exitoso que aparecía en la televisión. Creencias que, para sus votantes, le hacían merecedor de ganar la elección. No era tan extraño que ganase.
“Pero entonces hizo unas cuantas cosas durante esos años que pensaba que harían cambiar la opinión y la actitud de la gente hacia él”, añade Ajzen. Pero las encuestas y cuestionarios no mostraban ningún cambio, para sorpresa del científico. No era solo que la gente no mostrase más negatividad, sino que tampoco reaccionaba de forma más positiva. Simplemente, la gente no había cambiado su visión sobre Trump tras ser presidente. Otra muesca más en la carrera de rara avis científica en la carrera del autor de El arte de la negociación, esta vez como objeto de estudio de las ciencias sociales.
La meca de la psicología social
Durante los años sesenta, Israel era un hervidero para las ciencias del comportamiento. Como cuenta Deshaciendo errores de Michael Lewis (Debate), la amistad entre Daniel Kahnheman y Amos Tversky allí forjada cambió para siempre la manera que entendemos el comportamiento humano. El Nobel Kahneman (“Danny”) fue, de hecho, profesor de Ajzen en la Universidad Hebrea de Jerusalén, que como matiza, no era un psicólogo social sino un economista conductual.
Ajzen tuvo que enfrentarse a cierta incomprensión cuando acuñó su teoría, algo que aún arrastra hasta nuestros días por razones casi opuestas. Claro, la gente hace las cosas porque quiere, porque puede y porque se siente presionado a ello, es obvio. Un comentario que suele escuchar a menudo en los encuentros con estudiantes o académicos. “En primer lugar, si tan obvio es, ¿por qué no se le ocurrió a nadie más?”, se pregunta, recordando que en los años sesenta el campo de la psicología social aún estaba en pañales. “Por otra parte, esta teoría contiene asunciones que pueden ser comprobadas”, insiste Ajzen.
"Esta pandemia no va a ser la última, así que necesitamos prepararnos"
“Te voy a dar un ejemplo: la teoría asume que el efecto de la intención sobre el comportamiento está moderado por las cuestiones de control”. La intención predice el comportamiento solo cuando el control es elevado. En otras palabras, irás al gimnasio si crees que vas a ser capaz de volver a hacerlo regularmente. Cuando comenzó su carrera, la mayor parte de los estudios se fijaban en actitudes muy generales. ¿Liberal? ¿Conservador? ¿Racista? Ajzen se dio cuenta de que todas esas actitudes no precedían el comportamiento. Es decir, alguien racista, por el mero hecho de serlo, no iba a agredir a una persona de color. Son las actitudes hacia un comportamiento lo que predicen el comportamiento. Es decir, la clave es si alguien tiene una actitud positiva hacia golpear a otras personas por su color de piel, no si es simplemente racista.
¿Considera Ajzen que su teoría puede jugar un rol clave en alguno de los retos que tenemos que afrontar como sociedad? “Es difícil hacer predicciones sobre el futuro, así que no sé para qué será utilizada, pero sí para qué espero que sirva”, explica. Por una parte, para fomentar las vacunaciones: “Estoy en contacto con un par de personas que están desarrollando los programas de la OMS para vacunar niños: no creo que esta pandemia vaya a ser la última, así que necesitamos entender qué hace que la gente no se vacune”, añade. “La otra es el cambio climático: tenemos estudios sobre el uso y compra de vehículos eléctricos o reducción de consumo de distintos recursos”.
Una pregunta filosófica para terminar: entonces, ¿tenemos libre albedrío o no? “Efectivamente, esa es una pregunta filosófica”, contesta. “Los científicos mantenemos dos posiciones respecto a ello: hay procesos cuánticos que se producen al azar en el cerebro, lo que sugiere que podríamos tener libre albedrío, otros consideran que no. Pero mi teoría no tiene nada que ver con todo eso”, concluye con modestia. Ajzen visitará Bilbao el próximo mes de junio para recoger el galardón de la Fundación BBVA.