lunes, 1 de febrero de 2016

Una historia urbana en la Barcelona 2016 que tendría que hacernos reflexionar un poco


La señora Remei bajo el sindrome Fiat Lux.



  • Un día suprimió el ‘despilfarro’ de almorzar en el salón con el televisor encendido. No era por gusto sino por necesidad


Una tarde, ya pasadas las fiestas navideñas, cuando bajaba a por pan y 250 gramos de garbanzos cocidos con espinacas para la cena, encontró Remei Artigas i Solà, en el buzón de la entrada, el recibo de la luz. Metió el sobre sin abrir en el bolsillo del abrigo.
Remontó la calle calculando mentalmente a cuánto podría ascender la factura, porque después de tantos ineludibles gastos, temía lo peor. Y eso que no había recibido a nadie en casa y casi nunca encendía más de una bombilla a la vez, ni siquiera la Nochevieja.
La señora Remei se pasa la mayor parte del día en la cocina, escuchando la radio, su único vicio. Por la mañana le entra por allí bastante sol, de modo que hasta el mediodía rara vez enciende luz alguna. Ha aflojado dos de las tres bombillas que hay en el baño.
El mes de mayo de 2013, al cumplir su primer año de jubilada, dejó de almorzar en el salón con el televisor encendido, pues al darse cuenta de cuán parva resultaba su pensión, decidió, no por gusto sino por necesidad, suprimir semejante despilfarro, como ya había hecho con la ocasional compra de un diario o permitirse de vez en cuando un café en el bar de la plaza.
El hecho de que iba siendo el invierno más cálido de la historia le tranquilizaba a la señora Remei, pues hasta después de fiestas ni una solo vez había encendido la estufa. Pero ¡alto ahí!, dónde tendría la cabeza, el periodo de facturación seguramente acababa antes de la Navidad, es decir, correspondería al otoño, que también había sido cálido.
Presa de un impulso, la señora Remei franqueó la puerta del bar de la plaza y pidió una tila. Depositó sobre la barra la bolsa que contenía el pan y los garbanzos, extrajo el sobre del abrigo y lo abrió. Lo único que le interesaba era el “Total a pagar”, esa ominosa cifra en negrita. Y ahí estaba: 53,91 euros. Imposible. Pero claro, con el IVA al 21% y sumando los llamados servicios contratados, el consumo era lo de menos.
Camino de casa, le llamó la atención el que los bazares chinos, todos ellos muy grandes, estaban bañados por una cegadora luz eléctrica. ¿A cuánto les ascendía a ellos el recibo? ¿Vendía género suficiente como para poderlo pagar? ¿Cuánto pagaban de alquiler, en impuestos , a la seguridad social? Lo mismo se podría decir de todos los comercios del barrio: ¿ganaban para cubrir gastos?
A una manzana de la casa de la señora Remei hay dos supermercados, uno a dos porterías del otro. Ambos son regentados por pakistaníes, ambos venden el mismo género y ambos permanecen abiertos las 24 horas del día ¡con todas las neveras y luces encendidas!
Puesto que ni siquiera un Nobel de Economía sería capaz de descifrar su factura de la luz, la señora Remei está dispuesta a pagarla sin rechistar, tal vez porque reconoce, con resignación, que la compañía ha montado el negocio del siglo. Pero no encuentra justificación alguna para tantos bazares, supermercados, fruterías…
Al encender la luz de la cocina se acordó de las luces de la Navidad laica que había visto en la Gran Vía. Algunas decían “fum, fum, fum”; otras, “ding, dong, dell”; pero también había unas que proclamaban “yin yan yum”. ¿Sería este último un mensaje confuciano en clave? El yin y el yang que dan la “yum” o “llum”, es decir, la luz. ¿Sería eso?
Después de darle muchas vueltas al asunto, la señora Remei concluyó que, venga de dónde venga, quien posee la luz tiene todas las de convertirse en el señor de las tinieblas.

 

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