Desde Aristóteles hasta hoy, los colores han sido un misterio sujeto a interpretaciones, investigaciones y análisis. Disciplinas como la filosofía, la ciencia o la psicología han dedicado esfuerzos a desentrañar las claves secretas del universo cromático. Un estudio de Michel Pastoreau (publicado ahora en castellano) aborda el tema desde una perspectiva multidisciplinar que ilumina la historia de los colores y sus significados en distintas épocas y sociedades
Arranquemos con algunas preguntas: ¿por qué la capa de Caperucita es roja?, ¿por qué los gatos negros y no de otro color despiertan atávicas supersticiones?, ¿por qué el maillot del Tour de Francia es amarillo?, ¿por qué en el ajedrez las fichas y el tablero oponen el blanco y el negro?, ¿por qué en un semáforo el rojo indica detenerse y el verde pasar?, ¿por qué las cruces de las farmacias son verdes?, ¿por qué la lencería negra o roja transmite el mensaje opuesto al de la lencería blanca? ¿por qué hablamos de rojo pasión y de verde esperanza? Nada de todo esto es fruto de la casualidad y Michel Pastoreau (París, 1947) ha dedicado buena parte de sus eruditos esfuerzos a demostrarlo y a responder a estas y otras muchas preguntas relacionadas con los colores. Lo ha hecho en varios libros como Los colores de , que ahora se acaba de traducir al castellano.
Amarillo
Según las encuestas, en Occidente, a lo largo de todo el siglo XX, el color favorito de la población es de forma sostenida el azul. Del mismo modo, el que menos gusta es el amarillo. ¿Por qué entonces cuando el Tour de Francia decidió distinguir con un maillot especial al corredor que encabezaba la famosa prueba ciclista optó ese color? El maillot amarillo se institucionalizó en 1919 y la explicación de porqué se eligió esa tonalidad es prosaica: era el color que tenían en aquel entonces las páginas de ‘L’auto ’, el periódico que patrocinaba la carrera. A partir de los años treinta, el maillot amarillo era ya todo un referente cultural, que iba más allá del ámbito del ciclismo y designaba en el lenguaje coloquial a un ganador.
Los colores han sido objeto de interés y estudio por parte de sabios muy diversos, desde Aristóteles a Goethe, pasando por Newton. ¿Qué es realmente un color?, se pregunta Pastoreau. La respuesta no es sencilla: “Definir el color de un modo unívoco es un ejercicio imposible. A lo largo de los siglos el color se ha ido definiendo sucesivamente como una materia, luego como una luz y, al final, como una sensación”.
Aristóteles fue el primero en proponer una escala cromática, ordenada desde los colores más claros a los más oscuros, con la curiosa ausencia del azul, que no se incorporará hasta la edad media. Esta escala de colores funcionó como referente hasta el siglo XVII, cuando Newton realizó su experimento del prisma y logró dispersar la luz blanca del sol en diferentes haces de color y con ello ofreció a la ciencia un nuevo orden de colores, el del espectro. Con el Siglo de las Luces llegan los muestrarios y los colores pueden ser medidos, dominados y reproducidos; pierden algo de su misterio.
El término inglés para lo que en castellano conocemos como ‘vaqueros’ es ‘blue jeans ’ y describe las dos características básicas de estos omnipresentes pantalones: el tipo de tela en que están confeccionados y su color definitorio. Su creador fue Levi-Strauss, comerciante de origen bávaro, que a mediados del siglo XIX viajó desde Nueva York a San Francisco para vender lona para tiendas de campaña y toldos de carromatos. El negocio fue ruinoso y decidió reutilizar la tela para hacer pantalones y monos de trabajo. Pero esa lona era demasiado áspera y finalmente la sustituyó por un algodón compacto, conocido como ‘denim’, que procedía de Europa y que tenía la característica de que siempre se vendía tintado de color índigo. Y ese color se convertirá definitivamente en emblema de esta prenda.
Posteriormente la neurociencia incide en la importancia de la percepción y el color ya no es sólo un envoltorio material o un fenómeno físico, sino una sensación, que el ojo transmite al cerebro. Tal como explica el autor, “los colores del físico o del químico no son los del neurólogo o el biólogo, y estos tampoco son los del historiador, el sociólogo o el antropólogo.” Son estos últimos grupos los que llevan el estudio del color a una nueva dimensión, tratándolo como hecho social, porque “es la sociedad la que hace el color, la que le otorga definición y sentido, la que forja sus códigos y valores, la que organiza sus prácticas”.
Lo estimulante del modo de abordar el tema de Pastoreau es la perspectiva multidisciplinar que adopta. Indaga en los aspectos históricos de los colores, pero también en los simbólicos, sociológicos, estéticos, semióticos y psicológicos, en su relación con los marcos mentales y culturales de cada época. El tema de entrada puede resultar sorprendente e incluso habrá quien lo considere frívolo, pero el estudio de los colores y la mutación de sus significados en distintas épocas y sociedades lleva a descubrimientos mucho más trascendentes de lo que pueda parecer a primera vista. Y, de hecho, los planteamientos de Pastoreau entroncan con toda una escuela historiográfica que en Francia ha tenido desde los años setenta del pasado siglo un riquísimo desarrollo, la que toma como objeto de estudio lo cotidiano, lo simbólico, los objetos, la pequeña historia.
Blanco y negro
En el imaginario occidental son los opuestos por antonomasia y por ello el tablero y las piezas de ajedrez son de estos colores. Pero cuando el juego se originó en el norte de la India en el siglo VI los colores del tablero eran rojo contra negro, y al apropiárselo los musulmanes en el VIII conservaron esta oposición. Al llegar a Europa poco antes del milenio se occidentaliza, cambian algunos movimientos y las fichas pasan a ser rojas y blancas, porque a ojos occidentales rojo y negro no son opuestos. El cambio del rojo al negro se produce cuando este segundo color adquiere connotaciones positivas de templanza y humildad, y blanco y negro representan el noble combate entre opuestos.
Medievalista de formación, catedrático de la universidad de París, el autor investiga los colores a partir de su inicial interés por la heráldica, en la que estos tienen un papel fundamental, cargado de precisos simbolismos, y cuyos ecos llegan hasta nuestros días. Un ejemplo: los colores de las camisetas de los dos equipos de Milán, el Milan (rojo y negro) y el Inter (azul y negro) vienen directamente de los estandartes de dos barrios de la ciudad en el siglo XV.
Una de las conclusiones de Pastoreau es que la sociedad occidental ha dado preponderancia desde el neolítico hasta el medioevo a una tríada de colores básicos –el blanco y sus dos opuestos, el negro y el rojo–, a los que, a partir de la edad media, se unieron en escudos heráldicos y estandartes otros tres: el verde, el amarillo y el azul. Y desde entonces este esquema básico de seis colores ha permanecido inalterado. Este hecho es puramente cultural y si se analiza el color por ejemplo en las sociedades africanas o asiáticas antes de la globalización los parámetros son muy diferentes.
Negro
Una de las cargas simbólicas que arrastra el color negro es su vinculación con lo pecaminoso y con lo prohibido. El temor supersticioso a los gatos negros –y no a los gatos de otros colores– viene de la tradición medieval que los consideraba encarnaciones del diablo, y hasta épocas relativamente recientes la gente todavía hacía el gesto de santiguarse al verlos. Pero esta connotación pecaminosa del negro tiene derivas más lúdicas: históricamente la ropa interior negra se ha considerado erótica –aunque hoy la haya también puramente funcional– frente a la ropa de color blanco, que tiene un matiz candoroso que remite a la pureza que tradicionalmente representa ese color.
Algunos ejemplos de que la percepción de los colores tiene un claro componente cultural. Tomemos el rojo: en Occidente es un color que remite a la pasión y a la violencia, en cambio en Japón es relajante, vinculado con el sosiego. En la misma línea: un coche rojo inconscientemente nos hace pensar en un coche veloz, porque es el color corporativo de Ferrari y se produce una inmediata asociación de ideas.
La erudición de Pastoreau también nos descubre el origen de cosas muy cotidianas. Por ejemplo, el código cromático de los semáforos, que todo ciudadano sabe interpretar, proviene de la señalización marítima del siglo XVIII. Él mismo se pone en ocasiones como sujeto de sus investigaciones, por ejemplo en relación al aspecto psicológico del color y por qué en ocasiones la memoria nos engaña. Él, que fue un niño goloso, recordaba con delectación unas máquinas expendedoras de caramelos que había en el metro parisino y según su recuerdo eran de color naranja. Pero cuando consultó un libro de fotos históricas se dio cuenta de que en realidad no eran naranjas, que su memoria les había adjudicado un color imaginario. De todo esto y de otros muchos aspectos de los colores habla el autor en este libro que él mismo denomina su diario cromático.
Rojo
El relato tiene un origen medieval y lo fijan en la tradición Perrault y los Grimm. ¿Por qué la caperuza es roja? Hay tres explicaciones: una historicista que remite a la conexión de este color con la fiesta de Pentecostés; otra simbólica que conecta con la sangre del asesinato del lobo, y una tercera psicoanalítica, que nos lleva a la menstruación de la pubertad en un subtexto sexual del cuento. El rojo está en conexión triangular con otros dos colores: el blanco (de la mantequilla que lleva en el tarro) y el negro (del vestido de la abuela), un esquema que se repite en muchos cuentos clásicos, por ejemplo en Blancanieves a la que una bruja (de negro) ofrece una manzana (roja).
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