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En matemáticas dos más dos siempre son cuatro, pero en economía no siempre es así. Empieza a calar la sensación de que hemos visto lo peor en los mercados, aunque nadie espere alegrías económicas, por lo menos hasta la segunda mitad de 2012. Hemos dicho tantas veces que el año siguiente iba a ser mejor y luego se ha incumplido, que aquí ya nadie se fía.
En el plano político, comienza a despejarse la bruma sobre el futuro del euro. Desde que en la cumbre de otoño del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, celebrada en Washington, el secretario del Tesoro americano, Timothy Geithner, amonestó a los líderes europeos, éstos han comenzado a reaccionar.
El cambio de tendencia se produjo el pasado 29 de septiembre, cuando el Parlamento germano aprobó la ampliación del Fondo Europeo de Estabilidad para poder rescatar tanto a Grecia como a los bancos de la eurozona. Los organismos internacionales dieron esa semana el visto bueno a un tramo de 8.000 millones, con los que Atenas podrá sobrevivir hasta fin de año por lo menos. Justo el tiempo que hay para crear un cortafuegos en torno a España e Italia y reforzar el sistema bancario de la eurozona.
El motivo por el que la atención se centra en levantar un muro de protección en torno a Italia y España es su riesgo sistémico. Es decir, los 440.000 millones del fondo de rescate son insuficientes para la tercera y cuarta economías de la zona euro. La ruta para salvar a la moneda única descrita en elEconomista se está cumpliendo.
Para auxiliar a estos dos países, ha sido necesario pedir ayuda al FMI, que pondrá a su disposición una línea especial de liquidez de en torno a 115.000 millones. Hasta aquí el relato de acontecimientos que habrán leído en la prensa estos días.
Pero el problema está en los bancos. Angela Merkel y Nicolas Sarkozy sucumbieron a la presión de la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, para inyectar más dinero a las entidades financieras. El objetivo es inmunizarlas ante el virus de contagio de la deuda griega, como hizo la Reserva Federal tras el estallido de las hipotecas basura en su país.
El inconveniente está en que la suma necesaria, alrededor de 300.000 millones, es desmesurada y, además, no hay acuerdo sobre cómo ejecutarla. Para tratar este asunto, se reunieron el domingo pasado los máximos dignatarios de Francia y Alemania. Las discrepancias entre ambos son evidentes. Merkel quiere que los bancos se recapitalicen acudiendo al mercado o a sus respectivos Gobiernos. Sarkozy adelantó que no habrá ni un euro estatal para la banca francesa. París corre el riesgo de perder la calificación de triple A para su deuda.
Como es imposible captar dinero en los mercados financieros y el fondo de rescate europeo es muy pequeño, se pide ayuda al FMI. Por este motivo, una misión del organismo multilateral llegará pronto a Madrid para evaluar la salud financiera de nuestras entidades. Los países emergentes acabarán arrimando el hombro para sostener a Europa, ya que éstos son contribuyentes del Fondo.
Poco a poco se va dibujando la senda por la que discurrirán las soluciones en los próximos meses. Ahora bien, existe un escollo en el que los burócratas apenas han reparado: incrementar la solvencia de los bancos los hará más fuertes ante la embestida de los mercados, pero restringirá aún más el crédito y acentuará la recaída económica en un momento en el que hasta en Alemania se prevé un crecimiento raquítico para el próximo año.
En resumen, habrá más pequeñas sociedades que echen el cierre por falta de liquidez. Sin apenas crecimiento, los países no podrán recortar sus déficit.
Los líderes europeos tienen una ardua tarea de aquí al 23 de octubre, fecha en la que se reúnen, para dar con una fórmula que permita alejar los fantasmas de quiebras sobre la banca sin dañar mucho las perspectivas económicas. Lo correcto sería cerrar, por fin, los bancos incapaces de sobrevivir por sí mismos, siempre que su tamaño no ponga en peligro el sistema, en lugar de aportarles dinero continuamente, como hace el Banco de España con algunas cajas. Se trata de tener el suficiente coraje político.
En España, donde al riesgo de la deuda se suma el inmobiliario, será necesaria una mayor concentración, que elimine de manera acelerada a varias entidades del mapa. De lo contrario, acabarán casi todos en manos del Estado, con un coste insoportable para éste y para los ciudadanos. Se han dado pasos importantes, pero todavía faltan otros decisivos.
Por Amador G. Ayora from eleconomista.es 15/10/2011
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