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Sábado pasado, nueve de la noche. Times Square, Nueva York. Miles de personas (unas 10.000, según un recuento de los medios locales) se concentran convocadas por el movimiento Occupy Wall Street. Su lema principal es el de "nosotros somos el 99%". La protesta es, eminentemente, económica. Hay pancartas contra bancos, gobernantes y millonarios. De repente, aparecido de la nada, un drone surca la plaza. No, no estamos bajo ataque. Es de cartón piedra. Y va atado a un palo de madera. Pero está construido con un realismo impactante, y es del tamaño de un MQ-1B Predator de los que el Pentágono emplea para aniquilar a terroristas en Yemen y Pakistán. Me acerco al joven que lo lleva. "¿Por qué un drone?", le pregunto. "Es el símbolo de nuestros excesos, del alto precio que pagamos por esta guerra", me responde.
En realidad, no. Si el drone le ha servido al Pentágono de algo, es precisamente para abaratar la guerra.Los drones aniquilan más enemigos -y más civiles- con muy pocos costes para el Pentágono. Un Predator MQ-1B puede recorrer hasta 1.239 kilómetros en una misión, equipado con hasta dos miles Hellfire. Con 16 metros, es uno de los más grandes. Los RQ-11B Raven miden sólo 1'3 metros y pesan dos kilos. Los detalles de cuántos drones tienen a su disposición el Pentágono y la CIA no se conocen, porque forman parte de un programa secreto. Oficialmente, EE UU no admite su uso.
Eso no quiere decir que el Pentágono no explote la fascinación que provocan dentro y fuera de Norteamérica. Así, el ejército de EE UU ha creado lo que sus detractores califican de nueva pornografía: la de los drones. A través de un servicio llamado DVids, dependiente del Ejército de Tierra, el Pentágono ha filtrado varios vídeos de ataques con drones, grabados desde las cámaras de estos. Es la deshumanización total de la guerra: objetivos en mirillas que desaparecen en cuestión de segundos. Cuidado: puede que el lector quede totalmente impasible ante la muerte de seis personas.
Los drones son, además, duraderos, útiles, pequeños y difíciles de abatir. Obtienen escuchas. Graban imágenes. Lanzan misiles. Se los puede controlar cómodamente de forma remota, desde Afganistán; desde una base rediseñada para albergarlos en las islas Seychelles (oceano Índico), o sin salir de EE UU, desde una base de la Fuerza Aérea en Nevada. Han servido para aniquilar a varios de los terroristas más buscados por EE UU: Anwar al-Aulaki, recientemente, y Atiyah Abd al-Rahman, en agosto.
El drone es el nuevo símbolo del imperialismo para aquellos que critican a EE UU, dentro y fuera de sus fronteras. Es la deshumanización de la guerra por la vía tecnológica, lo mismo que antes representaba la rimbombante Guerra de las Galaxias o el icónico bombardero furtivo Spirit, con su triangulada silueta negra. Ese lugar lo ocupan ahora estos pequeños artilugios voladores no tripulados, de los que se habla como si fueran ciencia ficción.
Son tiempos de crisis y la guerra tiene un coste: un millón de dólares por soldado movilizado al año. En Afganistán hay, en este momento, 100.000 tropas. Se van desplegando en turnos inferiores a un año. En la última estimación, efectuada por la prestigiosa universidad de Brown, se situaba el coste total de los diez años de invasión en 3'7 billones de dólares. En contrapartida, una de las principales fabricantes de esos drones, Northrop Grumman, vende cada unidad a cien millones de dólares, con un incremento reciente del precio del 25%. Matar sale así de barato.
Por: David Alandete from elpais.com 18 de octubre de 2011
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