La OMS, con su declaración alertando de los riesgos de un consumo excesivo de carnes procesadas y carnes rojas, ha generado revuelo. Aunque no hay motivo para el pánico, es evidente que existe una solución fácil: olvidarse de chuletones, jamones ibéricos, costillares y hasta de ese salchichón pequeñito que algunos llaman fuet y dedicarse a las lechugas, la coliflor y al brócoli. De hecho, un número pequeño pero creciente de personas no come carne por una decisión voluntaria y consciente. Entre los vegetarianos famosos están Paul McCartney,Antonio Gaudí, Mohandas Gandhi o Jane Goodall. En algunos países, como la India, la proporción de población vegetariana es muy alta, superior al 35%, por razones culturales y religiosas, mientras que en los países occidentales es menor; en torno al 1,6% en Alemania y cerca del 3% en Gran Bretaña y Estados Unidos. En España las estimaciones son algo inferiores. Sergio Fanjul en El País mencionaba un 0,5% de la población, y la encuesta ENIDE de 2011 hablaba de un 1,5% de españoles.
Los estudios sobre la salud de los vegetarianos muestran que generalmente tienen un buen estado físico, comparable o superior al del resto de la población. La explicación se debe por un lado a la propia persona: es más consciente de lo que come y se cuida más. Por otro, a la misma dieta vegetariana, que soluciona algunos de los problemas más frecuentes de la alimentación general como son el exceso de grasas o la escasez de fibra. Además, los vegetarianos tienden a tener un estado de vida más saludable, están menos obesos, beben menos alcohol y hacen más ejercicio que los consumidores de carne. Sin embargo hay un ámbito distinto, menos comentado, y es el de la salud mental. Aunque ha habido resultados contradictorios, los últimos estudios señalan que los vegetarianos tienen un índice más alto de depresión, más trastornos de ansiedad y más trastornos somatomorfos (molestias diversas, difusas, sin una causa orgánica y que suelen ir acompañadas de dolor, inflamación, náuseas, vértigo o sensación de debilidad) que la población general.
La explicación no la sabemos. A nivel biológico, el estado nutricional puede afectar a la función neuronal y la plasticidad sináptica que, a su vez, podría influir sobre los procesos cerebrales involucrados en el inicio y persistencia de un trastorno mental. Por ejemplo, hay una clara evidencia de que la carencia de ácidos grasos de cadena larga omega-3 (ácido docosahexaenoico y ácido eicosapentaenoico) aumenta el riesgo de una depresión mayor, y puesto que se encuentran en especial en el pescado hay riesgo de que se consuman en menor cantidad por los vegetarianos estrictos. Además, aunque los estudios son menos concluyentes, la vitamina B12 es necesaria para la formación de glóbulos rojos y el mantenimiento del sistema nervioso central y los niveles bajos parecen ir también unidos al riesgo de depresión. Algunos vegetarianos —aunque bastantes suplementan su alimentación con esta vitamina— pueden tener una deficiencia de vitamina B12, lo que aumenta la posibilidad de sufrir un trastorno del ánimo.
Los factores psicológicos también pueden jugar un papel, tanto en positivo (muchos vegetarianos tienen una motivación ética que puede ser un refuerzo en su actitud ante la comida) como en negativo, y así es común entre los que siguen esta dieta definirse negativamente por lo que no son y sufrir cierto estrés crónico por no sentirse parte del pensamiento general ni compartir los principios o el modo de vida, al menos en la alimentación, del conjunto de la sociedad.
Otra posibilidad es que la conexión sea en sentido contrario: no es que el vegetarianismo te lleve al trastorno mental sino que una alteración en los procesos mentales induzca un cambio de costumbre en la alimentación y la adopción de una dieta vegetariana. De hecho, se ha planteado que las personas que estén sufriendo un trastorno mental puedan ser más conscientes del sufrimiento de los animales como reflejo del que ellos mismos sienten o pueden tener una tendencia apremiante a cuidar más su salud con el objeto de, en lo posible, acelerar su recuperación e influir positivamente en el curso de su problema mental.
Otras posibles explicaciones se basan en las características sociodemográficas. Así, los vegetarianos son mayoritariamente mujeres, tienden a vivir en áreas urbanas y tienden a ser solteras. Las tres características muestran una correlación positiva con la depresión y los trastornos de ansiedad; es decir, tienen más tendencia a sufrirlos que los hombres, la población rural y las personas casadas.
Hay al menos siete estudios que analizan la salud mental de las personas vegetarianas. El problema es que en algunos casos se basan en lo que la propia persona expone sobre su estado de ánimo en vez de tener un diagnóstico inequívoco, y en otros las personas analizadas son una muestra específica, como adolescentes, adultos jóvenes, o formaban parte de una población especial. Pero aún con estas particularidades los estudios encontraban cosas como que los adolescentes vegetarianos tenían mayor probabilidad de haber estado deprimidos la semana anterior de haber contemplado o intentado un suicidio frente a sus compañeros de clase que tenían una dieta omnívora. También, los adolescentes vegetarianos tenían una mayor probabilidad de que su médico les hubiese dicho que tenían un trastorno de la alimentación, o de haber mostrado comportamientos alimentarios anómalos como dietas drásticas, vómitos autoinducidos, uso de laxantes o fenómenos de atracón con pérdida del control de la ingesta de comida.
Solo hay un estudio que encuentra una mayor salud mental en los vegetarianos que en el grupo control y fue realizado por Bonnie Beezhold y su grupo de la Arizona State University. La particularidad de este estudio es que la muestra analizada era un grupo de adultos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, una comunidad cristiana protestante que se caracteriza por su observancia del séptimo día de la semana, el sábado, y por su énfasis en la inminente segunda venida de Jesucristo.
Los sesenta y cuatro adventistas vegetarianos tenían menos emociones negativas que el grupo de setenta y nueve adventistas no vegetarianos, algo que se valoró usando dos cuestionarios diferentes para depresión, ansiedad, estrés y estado de ánimo. La diferencia puede deberse precisamente a la particularidad del grupo: aunque no todos los adventistas son vegetarianos, el vegetarianismo es muy valorado y practicado por un número importante de adventistas. Eso hace que los seguidores de la dieta sin carne tengan un buen estatus entre sus compañeros, un sentimiento de coherencia con las creencias de su comunidad y un intenso sentimiento de pertenencia al grupo. Por el contrario, muchos vegetarianos en los países occidentales sienten un conflicto entre su decisión y la opinión de la mayoría, y eso puede llevar a sentirse más aislados dentro de su comunidad. El resultado sugiere que es posible que los aspectos psicológicos pesen más que los biológicos, pues lógicamente las carencias de ácidos graso omega-3 o de vitamina B12 se darán igual entre los adventistas que en el resto de la población.
Finalmente, una pequeña digresión histórica. Hay personas que no eliminan el consumo de carne pero lo disminuyen conscientemente. Un ejemplo son los católicos que siguen las normas de abstinencia establecidas por la Iglesia durante la Cuaresma y la Semana Santa. Curiosamente, para una organización que se define como universal —eso es lo que significa católica—, las reglas varían bastante de un país a otro. En Estados Unidos es común la abstinencia parcial, que consiste en comer carne solo una vez al día, en la comida principal. España y sus antiguas colonias tienen importantes dispensas de las normas basadas en los privilegios establecidos en las bulas de la Cruzada, los documentos papales que concedían indulgencias por actuar contra los musulmanes, los paganos o los herejes. En algunas colonias europeas, las obligaciones de ayuno y abstinencia variaban según las razas, donde los nativos tenían normas más indulgentes que los europeos y los mestizos.
Lo más curioso son los criterios sobre las especies comestibles. En general, la abstinencia solo permitía el consumo de pescado y marisco pero hay algunas excepciones llamativas. En Sudamérica, y en particular en Venezuela, se permitía el consumo de capibara, el roedor más grande que existe y que se convirtió en un alimento popular durante la Cuaresma y la Semana Santa. Del mismo modo, en respuesta a una consulta de los colonos católicos franceses de Quebec, comer castor fue también considerado aceptable para cumplir con la abstinencia. Y no es algo solamente de hace siglos, el arzobispo de Nueva Orleans, demostrando más su manga ancha que sus conocimientos zoológicos, declaró en 2010 que «el caimán se considera de la familia de los peces», algo que recibió el apoyo de la conferencia episcopal norteamericana. La base legal para estas sorprendentes clasificaciones puede ser la Summa Theologica de Tomás de Aquino, donde los animales son clasificados atendiendo a su hábitat y no por su anatomía o su genética, que son los criterios fundamentales que utilizan los taxónomos. Capibaras, castores y caimanes son tres especies que pasan gran parte del tiempo en el agua y, por lo tanto, para capturarles muchas veces son «pescados».
Publicado por José Ramón Alonso noviembre 2015
http://www.jotdown.es/2015/11/la-salud-vegetariana/
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