El Cotopaxi, situado a apenas 50 kilómetros al sureste de Quito (Ecuador), es la montaña más famosa del país por su inconfundible forma cónica. Cada año, miles de andinistas tratan de alcanzar su cumbre ascendiendo por su glaciar, de 10,5 kilómetros cuadrados y ahora en riesgo de desaparecer.
En los últimos 50 se ha perdido la mitad de las masas de hielo de la cordillera andina. Si las temperaturas siguen subiendo, desaparecerán en el próximo siglo
La primera vez que se paró a observar una montaña, Iván Vallejo tenía ocho años. El volcán Tungurahua, completamente nevado, apareció ante los ojos del pequeño ecuatoriano como una revelación. Ya la había visto antes, pues esta majestuosa elevación de más de 5.000 metros de altura se alza a poca distancia de Ambato, su ciudad natal. “Fue la primera vez que tuve conciencia de su belleza, me cautivó”, afirma hoy, medio siglo después, sentado en una cafetería de Quito. Desde aquel día, los ojos de Vallejo se iluminan cuando piensa en las montañas. Criado en los Andes, dio el salto al Himalaya para cumplir su sueño: conquistar las 14 cimas más altas de la Tierra. Y lo consiguió. En 2008 se convirtió en el séptimo ser humano capaz de ascenderlas sin usar oxígeno artificial. Sin embargo, un asunto le tiene preocupado: las montañas de las que se enamoró en su juventud no volverán a ser las mismas.
“Yo las conocí con nieve, bonitas. Y ahora las veo resecas”, lamenta Vallejo. “Antes, para ascender al Tungurahua había que atravesar un glaciar en el que había dos grietas, pero hoy no queda nada. Absolutamente nada”. Este volcán, cuyo nombre significa garganta de fuego en lengua kichwa, entró en erupción en 1999 y desde entonces ha alternado periodos de tranquilidad con etapas explosivas. En el camino ha perdido todo su glaciar. Solo se conservan algunas pequeñas formaciones de hielo en su cumbre, cerca del cráter. Y no es la única montaña que está quedándose sin su cáscara helada. Se trata de una tendencia generalizada que afecta principalmente a los Andes tropicales, ubicados en Perú, Bolivia, Colombia y Venezuela, además de Ecuador.
“Los glaciares tropicales son los más vulnerables al calentamiento global. En los últimos 45 años, las masas de hielo en Perú han retrocedido un 49%”, asegura Nelson Santillán, supervisor nacional de glaciares y lagunas del Gobierno peruano. “Si continúa esta tendencia, su destino es la extinción dentro de más o menos 100 años”, augura el funcionario de la Autoridad Nacional del Agua.
Perú es un país especialmente significativo porque alberga el 70% de los glaciares situados en las zonas tropicales del planeta, con un total de 1.150 kilómetros cuadrados de superficie helada en las cumbres de sus montañas. El derretimiento del hielo está generando pérdidas en la biodiversidad y problemas de acceso al agua para las poblaciones asentadas en los Andes.
En el caso de Ecuador, que cuenta con una masa glaciar mucho menor a la de su vecino del sur, la tendencia ha sido similar. Según Bolívar Cáceres, del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (INAMHI), el país ecuatorial ha perdido el 55% de sus glaciares en los últimos 60 años. El proceso se ha acelerado especialmente en las dos últimas décadas debido a la agudización del cambio climático y a varias erupciones volcánicas, como ocurrió en el Tungurahua. “El avance y retroceso de los glaciares es un proceso geológico, natural, que ha sido indiscutiblemente afectado por la actividad humana, aunque no sabemos en qué porcentaje”, alerta Cáceres, quien considera que los ecuatorianos se reducirán significativamente en el próximo siglo, pero se conservarán los de las montañas más altas.
Los glaciares tropicales son los más vulnerables al calentamiento global
Con solo 12 años de edad, Iván Vallejo subió su primer volcán. Corría 1972 y el montañista sudamericano más importante de la historia alcanzó la cumbre norte del Iliniza, en el corazón de Ecuador. “Encontré un campo nevado y me revolqué en la nieve”, recuerda esbozando una sonrisa. “Había todo un nevero consistente que se mantenía en el tiempo. Hoy solo queda un poquito”, expresa con pesadumbre. Sin embargo, lo que más apena a Vallejo es lo que ha ocurrido en la cima gemela del sur, que alcanza los 5.248 metros de altura. “Lo más dramático es ver que el 50%, del glaciar del Iliniza Sur, si es que no es más, ya no existe. Es patético”. El INAMHI calcula que en menos de 10 años este se habrá derretido completamente. Y no será el único: lo mismo ocurrirá con el ecuatoriano Carihuairazo, el colombiano Santa Isabel o el venezolano La Corona.
Glaciares tropicales, indicadores del cambio climático
A medida que el planeta se calienta como consecuencia del cambio climático, los glaciares de la Tierra van desapareciendo. En las latitudes polares, donde la temperatura es más fría y estos son más voluminosos, el proceso es algo más lento que en los trópicos, más calurosos y con mayor radiación solar, lo que acelera el derretimiento. El aumento de 1,1 grados centígrados en los termómetros globales respecto a la etapa preindustrial está teniendo unas consecuencias muy visibles en los Andes, una cordillera que alberga el 99% de los glaciares tropicales del mundo. Asimismo, la reducción de las precipitaciones provocada por fenómenos como El Niño también está afectando a estos gigantes de hielo, que dependen de la nieve para seguir renovándose.
“El cambio climático podría provocar que en unos lugares llueva más y en otros generar sequías extremas. En Perú, pensamos que los glaciares están retrocediendo porque nieva menos”, explica Jose Úbeda, investigador principal de Cryoperu, un proyecto que analiza cómo afecta el cambio climático a las capas de hielo que forman la criosfera. “El calentamiento del hemisferio norte sería lo que está provocando que caiga menos nieve en las montañas de los Andes. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de la población de Perú vive en la costa y su abastecimiento de agua depende en parte de los glaciares, porque es una de las regiones más áridas de la Tierra”, aclara Úbeda, que también es profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
Las consecuencias del derretimiento ya son visibles en muchos lugares de la espina dorsal de Sudamérica. En Bolivia, la desaparición del glaciar del Chacaltaya obligó a cerrar la pista de esquí más alta del mundo en 2009. Algo similar le está ocurriendo al Pastoruri, la masa de hielo más famosa de Perú por ser la de más fácil acceso. Vallejo lo conoció en su juventud, cuando viajó por primera vez en 1988 a la Cordillera Blanca, el conjunto montañoso más importante de los Andes tropicales. “Era un nevado muy sencillo al que se podía ir de paseo, había chance hasta de esquiar”, rememora el andinista. “Cuando estuve la última vez, hace dos años, unos amigos me enseñaron unas fotos y me quedé sin palabras. Ya no te puedes ir de fin de semana con la familia para jugar con el trineo, eso se acabó”, manifiesta. Según Santillán, el Pastoruri ha perdido el 65% de su capa helada en los últimos 22 años.
Ecuador ha perdido el 55% de sus glaciares en los últimos 60 años
Más allá del perjuicio económico que supone el descenso del turismo, también preocupan los efectos que el derretimiento puede conllevar para los ecosistemas altoandinos. Existe un alto riesgo de pérdida de biodiversidad en la región, que alberga 20.000 especies de plantas endémicas, es decir, que solo se encuentran allí. “Los glaciares actúan como un refrigerador. Si desaparecen, esa fuente de frío deja de existir y pone en riesgo a los seres vivos que dependen de ella. De continuar el calentamiento global, se calcula que llevaría a la extinción de entre el 10% y el 40% de la fauna acuática, y las regiones más altas serán las principales afectadas”, declara Stephanie Ávalos, subsecretaria de cambio climático del ecuatoriano Ministerio del Ambiente.
Sin duda, el mayor peligro relacionado con este proceso está relacionado con el acceso al agua. En este apartado, el país más afectado es Bolivia, donde se encuentra el 20% de los glaciares tropicales del planeta. La capital del país podría ver mermado su abastecimiento de agua potable, ya que un 27% del aguaque consumen los dos millones de habitantes de La Paz y El Alto durante la época seca procede directamente de los glaciares.
En Perú y Ecuador, las grandes ciudades no dependen tanto del agua glaciar como en Bolivia. La mayor parte que se consume en Quito y Lima procede de las lluvias. No obstante, las comunidades que viven alrededor de las montañas necesitan el agua del deshielo para regar sus cultivos y dar de beber a su ganado. “Si ocurriera un fenómeno extremo de desaparición de los glaciares, eso se podría mitigar con un manejo racional del recurso hídrico en las grandes ciudades. Pero para las pequeñas poblaciones sí sería catastrófico, se deben pensar medidas de adaptación para ellas”, señala Cáceres.
Precisamente, el Gobierno peruano ha estado trabajando en medidas de adaptación para atenuar los efectos del cambio climático. Tratando de evitar las posibles catástrofes naturales derivadas del derretimiento de los glaciares, Perú ha puesto en marcha un sistema de prevención de riadas mediante el vaciamiento de lagunas susceptibles de sufrir desbordamientos de sus aguas. “Se trata de una ingeniería muy original que ahora se está replicando en zonas no tropicales como Nepal”, revela un orgulloso Santillán.
Por otra parte, el país andino está reforestando las zonas aledañas a los glaciares con el objetivo de revertir el descenso de las precipitaciones. “Los árboles retienen el líquido, estabilizan las laderas y dinamizan el ciclo hidrológico. Así tendremos más precipitaciones líquidas y sólidas”, expone el funcionario peruano.
En Bolivia, la desaparición del glaciar del Chacaltaya obligó a cerrar la pista de esquí más alta del mundo en 2009
Todo ello tiene como objetivo ralentizar el derretimiento de estos colosos blancos y abrir una pequeña ventana de esperanza antes de que desaparezcan por completo. De todos modos, si la temperatura global continúa ascendiendo, tal y como pronostican los escenarios más pesimistas del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los glaciares tropicales no sobrevivirán más de 100 años. Los países andinos, a pesar de haber contribuido muy poco a las emisiones de gases de efecto invernadero, se encuentran entre los más vulnerables al aumento de temperatura, como demuestra el irreversible retroceso de sus hielos.
Se trata en todo caso de una tendencia global, aunque muestre sus consecuencias más crudas en los Andes. Vallejo lo comprobó también en sus aventuras asiáticas. Mientras trataba de completar su desafío de los 14 ochomiles, el ambateño viajó a Pakistán en 1998 para ascender el Broad Peak, de 8.051 metros de altura. Allí regresó en 2015, acompañando al colectivo de jóvenes montañeros Somos Ecuador hasta la cordillera del Karakórum. “Me causó mucha sorpresa comprobar que había desaparecido un tercio del primer glaciar que hay que escalar para llegar al campamento 1. Entonces me di cuenta de que también le está afectando a estas grandes montañas. Es algo global”, confiesa justo antes de dar un sorbo a su colada morada, una tradicional bebida ecuatoriana.
Lo que más preocupa a Vallejo es que las nuevas generaciones no puedan disfrutar de las montañas como ha podido hacerlo él durante toda su vida. “Todavía no tengo nietos, pero si algún día los tuviera, me encantaría que fueran montañistas. Lo dramático es que cuando los lleve a escalar, seguramente apenas quedarán glaciares”, zanja.
Quito
https://elpais.com/elpais/2019/02/07/planeta_futuro/1549554918_776667.html
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