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"Las grandes civilizaciones no son destruidas, se suicidan a sí mismas". Un estudio de la Universidad de Cambridge explica las razones que las llevaron a su desaparición
En el año 476, el Imperio Romano de Occidente capituló después de que el general bárbaro Odoacro desterrara a Rómulo Augusto, el último emperador, haciéndose con el gobierno de la península. Tan solo 86 años antes, su territorio ocupaba 4,4 millones de kilómetros cuadrados. Vivimos en una época en la que la extinción se sirve a fuego lento y de manera progresiva. En este sentido, los cientos de noticias que se comparten día a día sobre el cambio climático presentan el problema como si todavía fuera evitable, como si pudiéramos dar marcha atrás, como si una cumbre y cuatro pactos entre los países más contaminantes pudieran evitar la debacle.
Pero como en la Antigua Roma, los finales siempre llegan por sorpresa. Incluso en el momento en el que parece que todo está controlado y el progreso está asegurado, las cosas tienden a torcerse. A decir verdad, tenemos algunas cosas en común con los romanos de antaño: la sobreexpansión, el ya mencionado cambio climático, la degradación medioambiental o un liderazgo débil fueron las principales causas de su desaparición, recalca el investigador Luke Kemp de la Universidad de Cambridge, en la 'BBC'. “Las grandes civilizaciones no son asesinadas, se suicidan”, avisa.
El colapso se produce cuando los servicios públicos se vienen abajo y el gobierno pierde el control del monopolio de la violencia
“Lo que ocurrió allí fue la mayor obra de arte que jamás haya existido”. Son las palabras del compositor alemán Karlheinz Stockhausen en una rueda de prensa concedida días después de haber sucedido el terrible atentado terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York. Unas declaraciones que le costaron la marginación por parte de crítica y público. Su hija pianista, incluso, posteriormente afirmó que jamás usaría el apellido de su padre como sobrenombre artístico, como cuenta Servando Rocha en 'La Facción Caníbal'. Las palabras de Stockhausen reflejan el culmen estético de esa pulsión por presenciar el final de los tiempos, inoculada en mayor medida por la industria del espectáculo, esa doble lectura hacia la catástrofe: por un lado, la fascinación que puede produce el estallido del fin; por el otro, el nivel de crudeza y destrucción humana que supone. Una cuestión incómoda que el documentalista Adam Curtis refleja extraordinariamente en 'Hypernormalisation', de quien ya hemos hablado en varias ocasiones: esa obsesión latente en el ser humano reciente por ver, sentir o experimentar de cerca un verdadero apocalipsis.
¿Qué es lo que nos puede decir el ascenso y posterior caída de civilizaciones históricas sobre las nuestras? ¿Cuáles son las fuerzas que precipitan o retrasan el colapso? ¿Podríamos aplicarlo al momento actual y ver patrones similares? Esto es lo que se preguntó Kemp a la hora de abordar su investigación para el Centro de Estudio del Riesgo Existente de la Universidad de Cambridge, o lo que como él mismo denomina, “una autopsia histórica”. Lo primero que descubrió fue que la esperanza vida media de cada civilización es de 336 años. Para ello, realizó un gráfico en el que comparó la “vida útil” de todos los imperios con sus correspondientes culturas. ¿Qué es esa vida útil para Kemp? “Una sociedad con agricultura, múltiples ciudades, un dominio militar a lo largo de toda su zona geográfica y una estructura política continua”, afirma. A raíz de este concepto, extrae también el de colapso: “Una pérdida rápida y constante de la población, así como de la identidad y la complejidad”. Para el investigador, el colapso sucede cuando “los servicios públicos se vienen abajo y el gobierno pierde el control del monopolio de la violencia”.
Las sociedades de ahora y del pasado son sistemas complejos compuestos de personas y tecnología. El desastre es algo natural
Por otro lado, existen diferentes formas de defunción para las distintas culturas. Algunas han conseguido recuperar o transformar sus imperios antiguos, como China o Egipto. Otros desastres fueron permanentes y ya nunca más sus habitantes pudieron residir allí, como es el caso de la Isla de Pascua. En otros casos, las ciudades son como el Ave Fénix y renacen de sus propias cenizas (Roma). Incluso se dejan abandonadas como mausoleo para los futuros turistas, como es el caso del Imperio Maya. ¿En cuál de estos dos grupos se encuentra la nuestra?
“Las sociedades del pasado y del presente son simplemente sistemas complejos compuestos de personas y tecnología”, aduce Kemp. “La teoría de los 'accidentes convencionales' sugiere que los sistemas tecnológicos complejos regularmente dan paso al fracaso. Por ello, el desastre es algo natural para cualquier civilización, independientemente de su tamaño y etapa”. Podríamos pensar que una de las palabras más repetidas en los últimos años a lo largo y ancho del mundo occidental no es otra que “crisis”, y en verdad vivimos una “época crítica”, ya que los desafíos a los que se enfrenta la humanidad en su connivencia con la tecnología y la explotación de los recursos (limitados) son descomunales. Desde las amenazas de paro masivo por la entrada de la robótica avanzada y la inteligencia artificial al cambio climático que cada vez se agrava más.
“Nuestro sistema económico globalizado y estrechamente acoplado es, en todo caso, más propenso a hacer que la crisis se propague”, avisa el investigador. Por ello, ha reunido las causas más comunes que los historiadores y antropólogos ven como la evidencia manifiesta de que estamos al borde de un colapso.
Cambio climático
Sin duda, la señal más evidente, y muy acusada en nuestros días. “Cuando cambia la estabilidad climática, los resultados pueden ser desastrosos”, arguye Kemp. Los primeros efectos, más allá de las consecuencias para los humanos, es la pérdida masiva de los cultivos por la desertificación, las heladas o las olas de calor. Y sin cultivos, los productos de alimentación básicos comienzan a escasear. Además, se rompe la cadena trófica que regula las especies y su permanencia en la naturaleza. “El fin de los Anasazi, de la civilización Tiwanaku, los acadios, los mayas o el Imperio Romano vino de la mano de cambios climáticos bruscos, generalmente sequías”.
La degradación ambiental
Más allá de los cambios climáticos bruscos, está la mano del hombre. Vivir en un mundo industrializado nos aboca a una serie de problemas inéditos a los que no se tenían que enfrentar los antiguos. Los elementos que se encuentran en este apartado perfectamente pueden ir asociados a noticias recientes de la actualidad política y social que atravesamos. La excesiva deforestación (los planes de algunos líderes como el brasileño Jair Bolsonaro para explotar con el Amazonas, el conocido como “pulmón del planeta Tierra”), la contaminación del agua (la famosa isla de plástico del oceáno Pacífico que según informan algunos diarios ya es más grande que Francia), la degradación del suelo (a partir de insectividas, herbicidas, explotaciones petrolíferas o mineras o simplemente la carencia de los sistemas de reciclaje) y la pérdida de biodiversidad (la consecuente pérdida de hábitats para las distintas especies de fauna y flora).
Desigualdad social
Otro de los problemas más palpables en nuestra sociedad son sin duda los asuntos económicos y la desigualdad social, así como la existencia de una oligarquía que centraliza el poder entre sus líderes. Esto no solo lleva a conflictos sociales en forma de revueltas, huelgas o enfrentamientos violentos entre sectores de la población, sino que también pone en peligro la capacidad de una sociedad para responder a los dilemas que trascienden a la misma, como bien pueden ser ecológicos, sociales o económicos.
Si las especies compiten constantemente por sobrevivir en un entorno cambiante, la extinción es una posibilidad muy obvia
“El análisis estadístico muestra que esto sucede en ciclos”, explica Kemp. “A medida que aumenta la población, la oferta de mano de obra supera a la demanda, los trabajadores se vuelven más baratos y la sociedad se vuelve insostenible. Esta desigualdad socava la solidaridad colectiva y acrecienta la agitación política”.
Complejidad burocrática
El investigador cita al historiador Joseph Tainter, el cual argumenta que muchas veces las sociedades caen por su propio peso debido a su densa y compleja burocracia. “Las sociedades son colectivos destinados a resolver problemas que crecen en complejidad y que se enfrentan a nuevos problemas cada vez más difíciles”, expresa. “Sin embargo, es inevitable que este rendimiento complejo acabe decreciendo, hasta llegar al colapso”.
“Los cuatro jinetes”
Guerra, desastres naturales, hambrunas y plagas. Los antiguos “cuatro jinetes del Apocalipsis” de la mitología universal han hecho de las suyas a lo largo y ancho de la historia. “El imperio azteca, por ejemplo, capituló tras las conquistas de los españoles”, razona Kemp. “Los primeros estados agrarios fueron muy fugaces debido a epidemias mortales. La concentración de humanos y ganado en asentamientos amurallados con mala higiene provocó brotes de enfermedades”.
La mala suerte
También las catástrofes podrían explicarse en base al azar. El análisis estadístico de los imperios sugiere que el colapso es aleatorio e independiente a la edad de las civilizaciones. “Una explicación muy común de este sentido aleatorio es el 'efecto Reina Roja': si las especies luchan constantemente por sobrevivir en un entorno cambiante con numerosos competidores, la extinción es una posibilidad continua”, concluye el investigador.
AUTOR
ENRIQUE ZAMORANO 20/02/2019
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