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(EFE/Guillermo Perea)
Vivimos en la era del plástico. ¿Cómo afecta a nuestra salud cardiovascular? Esta es la reciente (y preocupante) realidad
Vivimos en la cultura de la inmediatez. Aunque llenamos el carro una vez por semana, siempre hay algo que comprar a diario. Vivir en el centro de la ciudad ayuda, rodeado de todas esas sucursales de supermercados que brotan en cada esquina. Hoy nos hemos quedado sin café, así que cruzo para comprar. Aprovecho para coger unos plátanos al pasar por la sección correspondiente. Como me da pereza cogerlos, meterlos en una bolsita y pesarlos (la cultura de la inmediatez me ha fagocitado por completo), opto por un racimo envasado. Más cómodo y más inmediato. Voy a la caja donde me espera un cajero que parece hastiado de su trabajo y de la vida en general. Me pregunta si quiero bolsa. Dudo, pero no me apetece ir con los plátanos metidos en el bolsillo. "Sí, quiero bolsa". "Pues son quince céntimos, caballero". Y me extiende una en las narices, con displicencia profesional. "¿Efectivo o tarjeta?".
Cojo el envase de fruta y estoy a punto de meterlo en la bolsa, cuando noto que la indignación sube como un termómetro de mercurio. Es un racimo de cinco diminutos plátanos que descansan sobre una bandeja de poliestireno expandido (conocido vulgarmente como poliespán), y recubierta por un par de metros de film de plástico. Según el Real Decreto 293/2018 estamos obligados a pagar por las bolsas de plástico para reducir su consumo y para mitigar los perjudiciales efectos en el medio ambiente. Le miro al cajero. O sea, ¿me cobráis por la bolsa porque estáis preocupados por el ecosistema, y luego me obligáis a llevarme a casa toda esta cantidad ingente de plástico? Me observa sin entender por qué no me muevo. "¿Efectivo o tarjeta?", repite.
Mire usted, señor cajero. El plástico nos invade. La mayor parte lo desechamos después de un único uso, por lo que el control sobre su procesamiento resulta dificultoso. La bolsa de plástico que me está cobrando (y que solo voy a utilizar para cruzar la calle) se transformará irremediablemente en micropartículas (de un tamaño menor a 5 mm) y en nanopartículas (inferiores a 0,1 µm) en cuanto entre con contacto con el medio ambiente y otros agentes químicos y biológicos. Es decir, que nunca desaparecerá por completo. Existen estudios más que contrastados que demuestran el impacto del plástico fragmentado en el medio ambiente. Siendo así, ¿tiene lógica que me cobre por una bolsa y luego empaquete cada producto de este establecimiento con una cantidad superior de este tipo de polímeros? O peor, ¿son honestas las publicidades de algunas grandes superficies (ojo, no digo que sea la que usted representa), que se jactan de preocuparse por el medio ambiente?
Mire usted, señor cajero. Los nanoplásticos de esta bolsa contaminarán el suelo, y los animales, peces, verduras y hortalizas que comemos y luego volverán a nuestro organismo. Sepa, además, que hay productos que directamente se comercializan como nanoplásticos, tales como cremas, jabones, pastas de dientes, etc. En este establecimiento, hay muchos productos que contienen microplásticos, como la miel, la cerveza, la sal, el azúcar, las gambas, el pescado, los bivalvos… Piense en el festín de plástico que se da usted cada vez que va a cenar a una marisquería, por ejemplo. O cuando se compra una botella de agua envasada, por la que paga dos o tres euros dependiendo de donde se encuentre. ¿Sabía que un estudio demostró que el 93% del agua embotellada de hasta once marcas distintas tenían nanopartículas? Se ha determinado que este tipo de agua, considerada por la opinión pública como "saludable" presenta hasta 94 partículas de plástico por litro en comparación con el agua del grifo, que solo tiene 4,23 partículas/litro. Se calcula que una persona que solo bebe agua embotellada consume hasta 90.000 partículas al año en comparación con los que beben agua del grifo (aproximadamente 4.000 al año). ¿No es asombroso?
Riesgo para las arterias
Se ha confirmado en estudios de laboratorio que todas estas partículas plásticas producen alteraciones inflamatorias, metabólicas y de otra índole en órganos de modelos animales de experimentación. ¿No cree que deberíamos hacer algo al respecto? Mire usted, los nanoplásticos le entrarán en su organismo gracias a la ingesta de agua y alimentos, de forma inhalada o a través de la piel. Y se sabe que pasa al torrente circulatorio y puede acumularse en órganos importantes como su corazón. ¿No es como para pararse y reflexionar?
Y, sobre todo, le voy a decir a usted lo que más me preocupa. Se ha publicado hace menos de un mes, en el New England Journal of Medicine, una de las revistas más prestigiosas del mundo de la medicina, un estudio que relaciona, por primera vez, los microplásticos y los nanoplásticos con la enfermedad arteriosclerótica. Se trata de un estudio realizado en 257 pacientes que fueron intervenidos para someterse a una endarterectomía carotídea [excisión de una placa arterosclerótica en la arteria carótida]. Una placa de ateroma en esta arteria (que lleva la sangre al cerebro) puede producir trastornos devastadores por falta de riego (de ahí la necesidad de cirugía).
Los investigadores analizaron las placas extraídas durante la intervención y observaron que el 58% de los pacientes tenían presencia de micro y nanoplásticos. Posteriormente, se realizó un seguimiento y concluyeron que en el grupo de pacientes con placas en las que se habían encontrado micropartículas de plástico tuvieron una mayor incidencia de infarto de miocardio, accidente cerebrovascular o muerte por cualquier causa, en comparación con los pacientes que en los que no había evidencia de plástico dentro de la placa de ateroma. Si bien no podemos afirmar de manera taxativa que los nanoplásticos son causa de enfermedad de nuestras arterias (no voy a tener una placa en la carótida por beber agua embotellada, no estoy diciendo eso), las conclusiones de este trabajo son las primeras en las que se asocia los microplásticos con la ateromatosis carotídea. Además, si se acumula en una carótida, ¿por qué no va a suceder lo mismo en las coronarias, por ejemplo, que también son arterias? Los resultados del trabajo deben tomarse con cautela, pero debemos tenerlos en cuenta. ¿No está de acuerdo conmigo?
El cajero hace que vuelva de mis reflexiones. "¿Efectivo o tarjeta?", repite por tercera vez. Está empezando a impacientarse a juzgar por su expresión asqueada. Meto los plátanos envasados con la cabeza gacha, mientras noto la creciente indignación de la cola que he formado. "Con tarjeta". Le observo fugaz a través de mis gafas, mezcla de petróleo y nylon, y le extiendo mi tarjeta, también de plástico (en concreto, un polímero de acetato de cloruro de polivinilo). Salgo y espero el semáforo. Soy consciente de que no se me ha pasado por la cabeza en ningún momento verbalizar mis reflexiones anteriores. Además: ¿qué le importa al cajero, o a los responsables del supermercado? Están imbuidos en el mundo plastificado que nos ha tocado vivir, tanto como lo estamos los consumidores. El empleado de la caja hace su trabajo y bastante tiene con llegar a fin de mes, como todos, como para tener que aguantar a tipos raros que se quejan por las bolsas, cuando, además, llevan encima material sintético como para aburrir. Si tan idealista me siento, ¿por qué cogí la bandeja de plátanos preparados, y no un racimo que podía haberme llevado en la mano? Simple vaguería. Y poca concienciación social, a resultas de mi fagocitación por la cultura de la prisa. Verde. Cruzo la calle, llego a casa, saco los plátanos y junto a la bolsa con las otras que ahí andan acumuladas hasta que las tire a la basura, acto que culminará el ciclo de la hipocresía ambiental en el que vivimos.
El plástico no es malo. Ocupa cada aspecto de nuestra vida diaria, en casa, el trabajo, hospitales, etc. Hay un montón de productos que nos facilitan la vida y nos ayudan con nuestra salud. Tal vez el problema radica en la superproducción y puede que nos conduzca a un problema serio en un futuro. Quizás hemos de concienciarnos más sobre este tema.