Foto por LIFE from ABC.es
«¡He probado al mundo que un plagio puede ser tan bello como el original!», dijo el pintor holandés en su juicio, cuyas falsificaciones fueron expuestas como originales en los museos más prestigiosos y validadas por los críticos más importantes.
«Mis obras fueron defendidas por críticos, así como por conocedores y el público, ¡durante siete años en un museo nacional! Sin mi confesión es posible que hubiesen pasado a la historia como auténticas», aseguró Han Van Meegeren mientras era juzgado en Ámsterdam, en 1945, por falsificación y fraude. En la sala, numerosos críticos, académicos y marchantes irritados, mientras escuchaban al falsificador holandés: «Ello demuestra que la diferencia entre mi plagio de Vermeer y el auténtico Vermeer no es de índole estética. ¡He probado al mundo que un plagio puede ser tan bello como el original!».
A Van Meegeren, considerado en ocasiones el mejor falsificador de todos los tiempos, no le faltaba razón. Sus copias de Johannes Vermeer, el gran maestro holandés del siglo XVII, eran de tal calidad que fueron validadas por algunos de los críticos más importantes de la época y expuestas como originales en los principales museos de Holanda.
Pero no fueron precisamente las encendidas palabras de Van Meegeren las que le salvaron de la pena de muerte al final de la Segunda Guerra Mundial, sino su habilidad con los pinceles para demostrar a los jueces que los cuadros que había vendido a los nazis no eran originales de Vermeer, sino falsificaciones suyas. Unas falsificaciones que podría repetir en cualquier momento, para que no pudieran condenarle por alta traición a la patria en tiempos de guerra, al vender al enemigo una obra del patrimonio artístico holandés.
La rendición alemana
Sus problemas con la justicia comenzaron en 1945. Meegeren ya se había enriquecido con la venta de sus falsificaciones, y al final de la Segunda Guerra Mundial ya acumulaba 20 millones de euros actuales. Pero con la rendición de Alemania, los aliados encontraron en una mina de sal austriaca unas cámaras subterráneas que contenían más mil obras arte expoliadas por el mariscal nazi Hernann Göering.
Uno de los cuadros más valiosos era «Cristo y la mujer adúltera», firmado por el maestro Vermeer. Los documentos adjuntos a esa pintura y una compleja investigación demostraron que Göering había comprado el cuadro en 1943 a Van Meegeren, a través de un oficial de la Gestapo, Walter Hoffman, por 1,6 millones de florines (unos 6,5 millones de euros de hoy), que luego resultaron ser falsos.
Van Meegeren fue detenido el 29 de agosto de 1945, bajo acusación de colaboración y complicidad con el enemigo, en un país donde Vermeer era considerado un icono sagrado del patrimonio artístico del país. Él mismo agravó su situación alegando que había comprado el cuadro a un marchante italiano. Pero cuando el fiscal le amenazó con la pena de muerte, confesó rápidamente que, en realidad, el Vermeer lo había pintado él mismo. El tribunal sospecho que aquella confesión sólo era un intento a la desesperada para salvar la vida, sobre todo cuando los expertos norteamericanos y holandeses habían certificado que el cuadro era auténtico.
Falsificando desde la cárcel
Antes de que se dictara la sentencia, su abogado consiguió que le permitieran al reo demostrar su inocencia pintando un nuevo «Vermeer» falso en su celda. Y así lo hizo, entre julio y septiembre de 1945, para asombro de los seis testigos presentes mientras pintaba (un fotógrafo, un experto en arte, tres oficiales de justicia y el carcelero), pintando «Jesús entre los doctores».
Con ésta, su última pintura, Van Meegeren salvó la vida. La fiscalía levantó los cargos punibles con la pena capital, aunque mantuvo los de falsificación y fraude basándose en el descubrimiento de otras obras de grandes maestros elaboradas por él, que en el juicio alegó que había sido arrastrado «por el propio proceso de pintar imitaciones, era algo muy hermoso» y que no se guiaba «por el impulso de hacer imitaciones, sino por el de dar la mejor utilidad a una técnica que había desarrollado».
Van Meegeren fue sentenciado finalmente a un año de prisión, más la confiscación de todas sus obras de arte y propiedades inmuebles, entre las que había nada menos que 52 fincas en Laren, 15 casas de campo en los alrededores y varios clubes nocturnos. Dos semanas después fallecía de un ataque al corazón y lejos de ser enterrado como un delincuente, lo cierto es que su funeral fue multitudinario: toda Ámsterdam quería homenajear al artista que había engañado a los nazis.
Por ISRAEL VIANA / MADRID from ABC.es 15/06/2011
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