César Tezeta
Ya en la Antigua Grecia, el ostracismo era considerado uno de los castigos más vergonzantes que podía recibir un ciudadano. Una vez al año, una multitud votaba para exiliar a cualquiera que considerara peligroso para los intereses de la ciudad. Si un nombre se repetía hasta conseguir la mayoría absoluta, era expulsado durante 10 años. A los ciudadanos les convenía entonces no indisponerse con los demás, para no ser candidatos al destierro. Algo de esa ne cesidad de llevarse bien y complacer al resto sigue quedando hoy e influye en lo difícil que nos resulta decir que no en ciertas situaciones y mostrarnos en desacuerdo con los demás.
Uno de los motivos por los que nos cuesta ser asertivos y decir que no queremos, no nos apetece o no podemos hacer algo es porque sentimos cierta necesidad de tener la aprobación del grupo. Y tememos que negarnos pueda afectar a la imagen que los demás tienen de nosotros. “Hay un miedo ancestral al rechazo. Algunos antropólogos explican que la función de cada uno dentro de la tribu es colaborar y aceptar y no tanto negarse a hacer cosas. El temor que queda a decir que no es en realidad miedo a que te expulsen del grupo”, explica Ovidio Peñalver, psicólogo y autor del libro Emociones colectivas (Alienta, 2009).
Como resultado, los humanos hemos aprendido a adoptar comportamientos agradables para mantenernos integrados y a salvo, según explican distintas investigaciones. “Cuando estás diciendo que no a alguien, en el fondo temes que tu reputación, tu imagen pública o lo que opinan de ti quede erosionado”, añade Peñalver. Esta situación se hace especialmente crítica en el trabajo, cuando asumir cada vez más tareas, mostrarse siempre de acuerdo con los jefes o estar disponible incondicionalmente puede ser deseable para el resto pero no para uno mismo. La incapacidad de ser asertivo en el trabajo perjudica el bienestar de los empleados y afecta a su productividad.
Cuando se entra en esa dinámica, hay empleados que, por agradar a los demás, evitan los conflictos o prefieren no delegar por no importunar a sus compañeros, lo que implica que el trabajador en cuestión tenga que cargarse con más volumen de trabajo. “A veces, implica incluso traicionarse a uno mismo. Y esto a medio plazo hace que se ponga en tela de juicio la autoestima”, explica Peñalver. El miedo inconsciente al qué dirán está relacionado con el valor que te das a ti mismo. Anteponer las necesidades de los demás a las propias por no desagradar es peligroso para el bienestar emocional.
Falacia de planificación
También entra en juego un problema de percepción: aceptamos tareas extra a pesar de estar ya muy liados porque creemos que nos llevará menos tiempo del que finalmente acaba ocupándonos. En términos científicos, se trata de un sesgo llamado falacia de planificación. Fue descrita inicialmente por Daniel Kahneman, psicólogo y ganador del Premio Nobel de Economía por sus estudios sobre la aplicación de la psicología a la toma de decisiones económicas. La falacia de planificación está relacionada con las predicciones sobre cuánto tiempo se necesitará para completar una tarea futura: normalmente, estas predicciones muestran un sesgo de optimismo y subestiman el tiempo que nos hará falta. Distintos estudios respaldan esta idea y confirman que los humanos son demasiado optimistas cuando calculan el tiempo que van a tardar en terminar el trabajo.
Por otra parte, ser incapaz de negarse y decir que sí a nuevos encargos en realidad es decir no a los proyectos que ya se tienen en marcha. Cuando aceptas una tarea nueva no estás teniendo en cuenta el impacto que esto tendrá en el trabajo que ya has empezado. Además, puede suceder que no solo estés perjudicando al trabajo que ya estás haciendo, sino a otros aspectos como tu vida personal. ¿Vas a necesitar hacer horas extra sacrificando tus planes de por la tarde o pasar tiempo con tu familia? Al decir sí al extra de trabajo, estás diciendo no a todo lo demás.
El valor de saber decir no
Estas dinámicas son inconscientes la mayoría de las veces. La capacidad para ser asertivo es algo que se desarrolla desde la infancia y la adolescencia y se extiende a todos los aspectos de la vida, no solo al ámbito laboral. Aunque el clima y la cultura que haya instaurada en cada organización también influye. “Hay empresas que están más abiertas a la asertividad y en las que se valora el desacuerdo y la capacidad de transmitir las necesidades y querencias de cada uno abiertamente”, explica Peñalver. “Cada vez se busca más gente asertiva porque saber decir que no es un síntoma de inteligencia emocional y de seguridad en uno mismo”.
Entonces, cualquier persona en un puesto de responsabilidad debe promover que sus empleados hablen sobre lo que quieren o necesitan y sean capaces de decir que no quieren o no pueden cumplir con la tarea, siempre que haya unos motivos. Como jefe, cuando un empleado dice que no a algo que se le encarga es importante no entenderlo como incapacidad o desgana, sino iniciar una conversación sobre el porqué de esa decisión. “Valorar la asertividad como una habilidad social difícil de conseguir pero práctica es propio de líderes seguros de sí mismos”, cuenta Peñalver.
También señala que, en nuestra sociedad, la falta de asertividad es una pandemia. “No nos enseñan a disentir y es un error, porque tener esta habilidad garantiza la seguridad psicológica”. Está bien intentar ser complaciente, pero solo si eso no pone en riesgo el bienestar o la productividad. El poder de decir no es liberador y cuanto más se ejercita más fácil es hacerlo.
Por
M. Victoria S. Nadal
Madrid 9 ABR 2020 - 21:04 CEST
https://retina.elpais.com/retina/2020/04/09/talento/1586434910_655816.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.