Es un proceso natural y sano que ayuda a aceptar la pérdida y no se limita exclusivamente a la muerte sino que se hace extensiva a cualquier otra circunstancia
Hace unos días tuve el privilegio, junto con unos cuantos colegas de profesión, de ver y escuchar en un Live de Instagram a dos de mis referentes profesionales: José Luis Marín y Begoña Aznárez, presidente y vicepresidenta, respectivamente, de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, a la que tengo el gusto de pertenecer. En este psicocafé nos hablaron de las fases del duelo y hoy me gustaría dedicar mi artículo a hablar sobre las etapas por las que transitamos cada vez que perdemos algo. Y qué mejor momento que ahora para reflexionar en relación con lo que hemos o estamos perdiendo.
La tristeza tiene muy mala fama en nuestra sociedad. Es una pena, nunca mejor dicho. Desde que son bien pequeñitos, no dejamos a nuestros hijos que sientan, experimenten y gestionen su tristeza. Esto es más acusado en los niños, y no tanto en las niñas, porque como decía Miguel Bosé en su famosa canción “los niños no lloran, tienen que pelear”. Directamente les extirpamos su tristeza, no les permitimos que la expresen. Sin ir más lejos, no hay más que ver cómo es el personaje de Tristeza en la famosa película de “Del revés” (Inside Out): baja, fea, gordita y con gafas. ¿Y cómo es Alegría? Todo lo contrario. Dada la sociedad en la que vivimos, la inhibición a la que estamos acostumbrados de las emociones desagradables y los “estereotipos emocionales” se hace muy difícil aceptar y elaborar las constantes pérdidas que experimentamos en el día a día. A esto lo llamamos duelo.
El duelo es un proceso natural y sano que nos ayuda a aceptar la pérdida que hemos sufrido. Dicha pérdida no se limita exclusivamente a la muerte de un ser querido sino que se hace extensiva a cualquier otra circunstancia: podemos perder un objeto, un valor como la libertad o la intimidad, hemos sido abandonados, una ruptura sentimental, un despido laboral o, hasta incluso, mudarnos de casa o de ciudad. Todas estas situaciones implican un cambio y todo cambio implica un duelo, seamos conscientes o no y en mayor o en menor medida. Si paramos a reflexionar por unos instantes, nos daremos cuenta de que a lo largo de un “día estándar” hemos perdido algo. Cada vez que elegimos algo, también perdemos otras alternativas. Es ineludible. Esa pérdida necesita de un proceso y es muy sano que seamos conscientes de qué elegimos y, consecuentemente, qué rechazamos. Ahora bien, para que yo pueda perder algo, previamente debo tenerlo. Todos hemos jugado en alguna ocasión al cucú-tras con algún bebé. Cuando “desaparecemos” de la visión del bebé porque nos tapamos con las manos, el chiquitín experimenta el miedo y la tristeza porque nos “hemos ido”. Se ha visto que los niños que crecen en orfanatos no comprenden el cucú-tras ni sienten ninguna emoción desagradable ante dicho juego. ¿El motivo? ¿Cómo van a tener miedo o sentir tristeza por perder a alguien si nunca tuvieron a nadie? Por eso es importante tener en cuenta que para poder perder tenemos previamente que tener.
Existen un total de cuatro grandes etapas o fases por las que debemos transitar para que elaboremos de manera adaptativa y sana una pérdida (duelo sano). La no superación de cada una de ellas implica que nos quedemos enquistados en una fase concreta (duelo patológico). Veámoslas de una manera concreta:
1) Fase de shock: en esta fase inicial acabamos de sufrir o enterarnos de la pérdida. Bowlby la denominaba fase de aturdimiento. Todos hemos tenido la sensación como de estar en una nube, como si no te estuviera pasando. Hay mucha confusión y desconcierto. Es importante que nos permitamos a nosotros mismos y a nuestros hijos sentirnos aturdidos o noqueados ante lo que acaba de ocurrir. Debemos legitimar la emoción siempre.
2) Fase de negación: una vez superado el primer impacto, viene una etapa en la que vamos a negar lo que nos está ocurriendo o sus consecuencias. Por ejemplo, nuestro hijo se niega a aceptar que ha fallecido su abuelo, no se lo quiere creer. Tampoco acepta las consecuencias de su muerte: ya no podrá ir a los partidos de fútbol con él ni a merendar por las tardes a su casa. Su cerebro le invita a aceptar la realidad y adaptarse a la nueva situación pero aparece repentinamente la rabia y el sentimiento de injusticia que la impide aceptar la pérdida de la “batalla”. Muchas de las personas que se quedan enquistadas en esta segunda fase, como bien explica Begoña Aznárez, hacen “como si” no ocurriera nada, por lo tanto, no aceptan la pérdida o el cambio.
3) Fase de tristeza: cuando dejamos de negar lo ocurrido y aceptamos la pérdida, entramos en contacto con la tristeza. En esta fase pensamos mucho en lo ocurrido, puede aparecer la culpa por lo que no hicimos o lo que debimos hacer y buscamos un sentido profundo a lo acontecido. Decíamos antes que la sociedad y la mayoría de nuestras familias no nos van a poner fácil el poder expresar la tristeza y llorar. En nuestros entornos nos dicen lo que debemos hacer para dejar de estar tristes y para animarnos, pero no es esto lo que necesitamos. Necesitamos que nos permitan estar tristes y llorar la pérdida para poder seguir avanzando en nuestro duelo. La gran mayoría de las personas se quedan estancadas en esta fase.
4) Fase de crecimiento: al llegar a este punto es que hemos sido capaces de convertir la experiencia en aprendizaje. Hemos perdido algo, pero también hemos ganado aprendizajes, fortalecimientos o capacidad de resiliencia. Además, estamos en disposición de elaborar una narrativa de manera consciente y darle un sentido a lo que nos ha ocurrido. Consiste en aprender de lo acontecido y ser una mejor versión de nosotros mismos. Solamente podemos crecer y aprender si hemos pasado suficientemente bien por estas cuatro fases. Decía el gran José Ortega y Gasset que no somos culpables de lo que nos ha ocurrido pero sí que somos responsables de salir de dicha situación.
En conclusión, la función de la tristeza consiste en retirarnos, aceptar la pérdida y reflexionar sobre lo ocurrido. Si somos capaces de pasar de la culpa y la rabia al crecimiento personal y al aprendizaje, iremos por el buen camino. Es hora de que cada uno de nosotros haga el duelo por la dramática situación que estamos viviendo. Tengamos en cuenta que una vez que este confinamiento se acabe, tendremos que hacer de nuevo otro duelo por “volver a la normalidad”. Y es que estamos constantemente haciendo duelos; otra cosa es que no seamos conscientes de ello. No quiero acabar este artículo sin agradecer a Begoña y José Luis todo lo que aportan al mundo de la psicoterapia y a la comprensión del ser humano.
26 ABR 2020 - 08:31 CEST
https://elpais.com/elpais/2020/04/19/mamas_papas/1587285477_815583.html
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