Un hombre frente a una oficina cerrada del ministerio de Trabajo de Nueva York, este viernes.JUSTIN LANE / EFE
El rápido incremento del número de muertes y el desplome de la economía están venciendo resistencias que hasta hace poco hubieran parecido inimaginables
El miedo ha sido siempre un gran motor de cambio a lo largo de la historia. Unos 10 millones de empleos perdidos en apenas dos semanas y la advertencia de las autoridades de que el coronavirus puede llevarse por delante la vida de 240.000 estadounidenses suponen una amenaza suficiente para cuestionar algunos de los principios que sustentan la propia esencia política de Estados Unidos.
“Solo cuando baja la marea, se sabe quién nadaba desnudo”, suele decir el financiero Warren Buffet. La crisis está dejando en evidencia las debilidades de un modelo que, pese a ser uno de los que más gasta en sanidad entre los países de la OCDE, por ejemplo, mantiene a 29 millones de sus ciudadanos sin ningún tipo de cobertura médica y muchos de los que tienen seguro afrontan un indudable riesgo de quiebra por el elevado copago que deben afrontar si acuden a Urgencias o son hospitalizados como consecuencia del virus. Una amenaza única entre los países desarrollados que deriva del hecho de que la cobertura sanitaria universal afronte grandes resistencias ideológicas en EE UU. Las mismas que rechazan los programas de protección al empleo del modelo europeo.
El rápido incremento del número de muertes y el desplome de la economía están venciendo resistencias que hasta hace poco hubieran parecido inimaginables. Los mismos republicanos que abjuran del papel del Estado en la economía acaban de poner en marcha, de la mano de Donald Trump, un paquete de rescate con dinero público que ronda el 10% del PIB. Son 2,2 billones de dólares —casi dos veces el tamaño de la economía española— que pagarán directamente los sueldos en las pequeñas empresas que mantengan el empleo, que llegarán en forma de cheque a casi todos los hogares del país y que facilitarán la liquidez de las grandes corporaciones sin apenas contrapartidas. Con todo, si el confinamiento se extiende de una u otra forma más allá de dos meses, dicen los expertos que esas ayudas —sin precedentes en el país desde 1942, tras el bombardeo de Pearl Harbor— serán insuficientes y el Gobierno deberá plantearse nuevas medidas.
La pandemia ha dejado aparcada la campaña electoral, pero la respuesta a la crisis y el debate en torno al papel del Estado en la economía centrarán sin duda el debate hasta las presidenciales de noviembre. Justo ahora que Elizabeth Warren ya está fuera de la carrera por la nominación demócrata y que sería una gran sorpresa que Bernie Sanders se hiciera finalmente con la candidatura del partido frente a Joe Biden, su defensa de una red de protección social tiene más defensores que nunca.
Pero el miedo no sirve como motor único de los cambios. La pandemia de 1918 dio paso, tanto en EE UU como en Europa, a un clima de desconfianza social, un aumento de las divisiones nacionales, de la xenofobia y de las respuestas autoritarias.
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