Utilizados hoy en día para practicas de BDSM, la historia real de estos artilugios es muy distinta a la que estamos acostumbrados a oír. Pasen y lean.
El cinturón de castidad, la fantasía de poder abrir, cerrar y controlar la sexualidad de otra persona y asegurarse, al mismo tiempo, de que nadie nos coronará con una cornamenta, vuelve a las páginas de los periódicos de vez en cuando. La última entrega tuvo lugar hace solo unos días, cuando los bomberos de la localidad italiana de Padua, tuvieron que ayudar a una mujer de mediana edad a desembarazarse de uno de estos artefactos, cuya llave había sido extraviada. Los atónitos apagafuegos se interesaron en el caso para investigar si se trataba de malos tratos, pero ella les confesó que se había puesto el mecanismo de forma totalmente voluntaria y para evitar tener relaciones sexuales. Por si alguien no está al tanto, los cinturones de castidad existen y se comercializan, generalmente para practicas de BDSM o para hacer realidad cualquier tipo de fantasías. En abadolfashion.com cualquiera puede hacerse con uno de acero quirúrgico con borde de goma flexible y consolador de acero desmontable, por solo 219,90 euros.
El pasado año, este objeto también saltó a los titulares de los prensa, solo que esta vez los hombres eran los protagonistas. En la ciudad de Nyeri, en Kenia, una mujer le cortó el pene a su marido infiel. Una medida algo drástica que sirvió de inspiración a una tienda de ropa de caballero para poner a la venta un cinturón de castidad masculino, con el objeto de proteger a los keniatas de sus celosas y despechadas esposas. El aparato se confeccionaba a medida y consistía en un caparazón metálico, con un aspecto bastante rudimentario, que costaba 1.200 chelines (10 euros).
Evitar violaciones, otro de los cometidos de este invento, es el fin de una versión más moderna del mismo que vende desde hace tiempo la marca estadounidense AR Wear, bajo el eslogan de Confidence & Protection that Can Be Worn. Se trata de una braga-cinturón de castidad diseñada especialmente para evitar agresiones sexuales, ya que resulta imposible quitarla si no se dispone de la llave de apertura. Elaborada a base de una tela reforzada y un material resistente a los cortes y a los desgarros, es imposible desplazar la prenda hacia los lados o abrir de piernas a la persona que la lleva puesta. La novedad no estuvo exenta de polémica cuando salió al mercado, acompañada de un spot publicitario, porque muchos vieron que esta filosofía no hacía sino ahondar en la creencia machista de que la responsabilidad de evitar la violación reside en las féminas y no en la sociedad, la educación o las autoridades competentes.La feminista Louise Pennington denunciaba la idea en un artículo de The Huffington Post, titulado Anti-rape clothing for when ‘things go wrong’ en el que sentenciaba, “se le inculca a las mujeres que, en el fondo, son las responsables de ser violadas por cómo visten, la forma de hablar, de trabajar, dónde viven, sus hobbies o incluso por el acto de respirar”.
Una Edad Media no tan oscura
La teoría que todos hemos escuchado sobre este invento es que se creó en la Edad Media y que servía para preservar la fidelidad de las esposas de los caballeros que partían a las cruzadas, o para maridos celosos que debían ausentarse del hogar por diferentes cuestiones. Albrecht Classen, profesor de la Universidad de Arizona, en EEUU, y experto en historia medieval, escribió en 2007 el libro The Medieval Chastity Belt: A Myth-making Process, lo que le convierte en la máxima autoridad mundial sobre el tema. Desde su despacho contesta por Skype a S Moda, “no hay ninguna evidencia que nos indique que existieron o se confeccionaron este tipo de objetos en la Edad Media. La primera vez que se habla de ellos es en un libro de 1405, escrito por Konrad Keyeser, titulado Bellifortis, y que trata sobre máquinas de guerra. Es una obra muy técnica y ardua y se cree que el autor quiso amenizar un poco la lectura introduciendo una broma sobre un aparato que protegería la honra de los maridos cuando estaban en la batalla, lejos de sus mujeres. El cinturón de castidad pronto se convirtió en un mito del que se hablaba y se hacían numerosos chistes y sátiras para burlarse de los hombres impotentes o mayores que no podían controlar a sus esposas, que iban en busca de parejas más activas sexualmente. Hay dibujos de la época que plasman escenas en las que el varón, que se va de viaje, le pone un cinturón de castidad a su pareja; al mismo tiempo que el amante sale del armario con otra copia de la llave”.
Otra de las pruebas que evidencias el aspecto mitológico y no real de este cachivache es, según apunta Classen, “la falta de referencias al cinturón en las novelas de tipo cortés y en los autores de los siglos XIV al XVII. De haber existido ese objeto, sin duda, habría sido utilizado por los escritores de época, pero no lo mencionan ni Bocaccio, Bardello o Rabelais, que escribían sátira erótica y que conocían a fondo la sexualidad de la época, los celos, los engaños y las artimañas usadas para engañar a los cónyuges o amantes. Los primeros cinturones reales se fabricaron en el siglo XIX y era costumbre que formaran parte de museos de la tortura, en los que se mostraba la crueldad y el oscurantismo de épocas pasadas”. El British Museum, en Londres, contaba también con una de estas piezas, atribuida a la Edad Media y que exhibía desde 1846, pero acabó retirándola tras comprobar que era falsa.
Desde el punto de vista anatómico y ginecológico, la hipótesis de hombres echando el cerrojo a las vaginas de sus mujeres por periodos de tiempo tan largos como hacer las cruzadas o irse a la guerra, y volviendo a casa y encontrando los genitales de sus esposas intactos y como si tal cosa, es ciencia ficción. Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, “las normas higiénicas de la época eran muy cuestionables y si hoy en día a algunas mujeres usar compresas les puede producir irritaciones a nivel vulvar, resulta fácil imaginar las consecuencias de llevar un cinturón de metal pesado, duro y cortante, con todo lo que ello implica. Para empezar, se producirían llagas como consecuencia de las rozaduras, por el simple hecho de andar, estar sentada o agacharse; además de todo tipo de infecciones vaginales y anales, al dificultarse la higiene de la zona. Todo ello causaría septicemias, que sería difícil curar en la época y que producirían, finalmente, la muerte”.
La puritana época victoriana
Curiosamente, lo que nunca practicaron los bárbaros, incultos y supersticiosos hombres de la Edad Media, se materializó mucho más tarde, en el siglo XIX. La mala prensa de la época medieval, en todos los aspectos pero especialmente en el sexual, se debe, según Classen, a que “en el Renacimiento se subrayaron los aspectos negativos del periodo anterior, para crear una distancia y sentirse mejor, superiores a sus antecesores en la historia. Pero hablar de los cinturones de castidad y de la sexualidad medieval era también una manera de crear fantasías eróticas, mitos sexuales que permitían hablar del tema que, de otra manera, hubiera sido más difícil de tratar. La sátira y el prisma histórico permitían acercarse a temas escabrosos con la risa o la didáctica como excusa. El siglo XIX fue una época muy pornográfica, había muchas imágenes, fotos y libros al respecto”.
Como recoge un artículo sobre el tema del blog Arqueología e Historia del Sexo, “cuando se consolida el mito de los cinturones de castidad, es durante la Ilustración, otra época que reniega de todo aquello que representa la Edad Media, ya que se intentará acabar con todo lo que representa el régimen feudal, y la barbarie de estos cinturones son el mejor ejemplo de esa oscura época. Así ilustrados como Diderot o Voltaire no dudaron en confirmar su uso, ya que algunas fuentes medievales fueron interpretadas como testigos ciertos de su existencia. Por lo que en la famosa Enciclopedia de Diderot y D’Alembert se describe este “instrumento tan infame como lesivo a la sexualidad”. Objeto que también recoge Voltaire en su cuento El candado”.
En la época victoriana se fabricaron cinturones más pequeños, ligeros y refinados que eran usados por pequeños periodos de tiempo para evitar las violaciones, por ejemplo en viajes, como pruebas románticas de la fidelidad o para impedir que las mujeres, especialmente las más jóvenes, se masturbaran o se tocaran en cama durante la noche; ya que se creía que esta practica era altamente perniciosa y podía derivar en enfermedades físicas o mentales.
El reino animal también ha ideado su candado sexual particular destinado a las hembras y con el fin de que el macho pueda tener claro que sus hijos son suyos. Unos investigadores del Instituto y Museo Zoológico de Greifswald, Alemania, han estudiado el caso de la araña enana europea, que tras aparearse, el macho utiliza un tapón para bloquear los genitales de la hembra y evitar que otros machos depositen su esperma.
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