Axel von Trotsenburg, director de Operaciones del Banco Mundial, el martes durante su visita a EL PAÍS. CARLOS ROSILLO
El 'número dos' del multilateral pide a la región "mirar a largo plazo" y alerta de que el cambio climático pone en riesgo de pobreza extrema a 100 millones de personas en todo el mundo
Las calles chilenas empezaron a arder en octubre, tomadas por ciudadanos que exigían un combate frontal contra la injusticia social. En Colombia las protestas empezaron más tarde y profundizaron la brecha entre el Gobierno y los jóvenes. Y en Ecuador, la mecha se prendió por el encarecimiento del combustible, pero acabó arrastrando a sectores desencantados con los ajustes fiscales para poder renivelar las cuentas públicas de un erario en serios problemas. Con América Latina en ebullición, sobrevuela una pregunta: ¿es la desigualdad el único causante de estas movilizaciones? Axel van Trotsenburg, director gerente de Operaciones del Banco Mundial y hasta hace tres meses vicepresidente del organismo para el subcontinente, niega la mayor. "Es solo un factor de muchos", dice en conversación con EL PAÍS. "Detrás de las protestas hay personas que se sienten excluidas del futuro". De visita en Madrid para participar en la COP25, el número dos del multilateral alerta también de las "muchas inconsistencias" de algunos países en el plano climático —aunque sin especificar: elude todo charco en sus respuestas— y del auge en las "prácticas de ecoblanqueamiento". "Hay", sentencia Trotsenburg, "mucha gente reivindicando como verdes inversiones que realmente no lo son".
Pregunta. ¿Es el cambio climático el mayor desafío al que se enfrenta la economía mundial?
Respuesta. Es uno de los mayores, sin duda. Pero las cosas se ven de otra manera en función del lugar. Como europeos diría que sí es el mayor desafío, pero creo que tenemos que ser justos: para países que acaban de salir de una guerra civil, el cambio climático no está en su mente.
P. Estamos en una fase de constante evolución tecnológica, pero sin réditos aparentes sobre la productividad. ¿Por qué?
R. Hay mucha discusión sobre si es un problema de medición... ¿Estamos capturando correctamente el efecto del cambio tecnológico? Creo que tenemos que poner el foco sobre este asunto y tratar de anticiparnos a los efectos de la digitalización sobre el empleo: hay mucha gente entrando en el mercado de trabajo a una edad más tardía que sus padres y sabiendo que sus pensiones no están aseguradas. Es un tema sobre el que hay centrar el debate.
P. ¿Hay un riesgo real de reversión en la trayectoria de reducción de la pobreza en las últimas décadas? En América Latina ya está ocurriendo...
R. Hemos hecho un gran progreso en la erradicación de la pobreza extrema, medida esta como personas que ingresan menos de 1,9 dólares al día. Muchas sociedades han dejado eso atrás, pero sigue habiendo 800 millones de personas, casi el 10% de la población mundial, bajo ese umbral. Esa es la realidad global: si miramos individualmente a los países vemos reversiones, muy relacionadas con el crecimiento económico. En Latinoamérica destaca el caso de Venezuela, que ha pasado de estar entre los más ricos de la región a tener al 90% de sus ciudadanos en situación de pobreza. Y Argentina, que lleva cuatro años de reversión en la trayectoria de reducción y que hoy tiene a un tercio de sus ciudadanos por debajo de ese umbral. En Asia la trayectoria es mucho mejor, sobre todo por el mayor crecimiento económico.
P. ¿Qué relación hay entre cambio climático y pobreza?
P. Si no se enfrenta correctamente, el incremento de la carestía extrema será significativo. Especialmente, en los Estados más frágiles.
P. ¿Qué es "significativo"?
R. 100 millones de personas en 2030.
P. La desigualdad es hoy un tema de debate mucho más recurrente que hace unas pocas décadas. Pero seguimos anclados al coeficiente de Gini casi como única forma de medición... ¿Es un error?
R. Como el PIB, el índice de Gini de un único conjunto de datos. Y sí, es insuficiente: tenemos que mirar más allá: desarrollo humano e igualdad de oportunidades, medida como la capacidad de una sociedad de dar la misma posición de partida a todos los niños. La pregunta que debemos hacernos es: ¿estamos creando sociedades verdaderamente inclusivas? ¿Son las instituciones un factor de inclusión o de exclusión? ¿Y el sistema legal?
P. Vayamos a algunos casos concretos. La segunda economía latinoamericana, México, sigue estancada.
R. México tiene un reto claro de largo plazo: la productividad. Y otro, de diferencias internas: el sur permanece subdesarrollado y es ahí donde más trabajo hay que hacer, tanto desde el punto de vista de la competitividad como desde el social.
P. En todo el mundo, y muy particularmente en América Latina, los debates económicos permanecen anclados en el corto plazo.
R. Creo que una mirada de largo plazo en la región sería muy poderosa. Pensar a 20 años vista da la posibilidad de formular políticas ambiciosas y estructurales. Esa visión, sin embargo, sigue siendo escasa. En parte, por factores que siguen pesando en América Latina, como la recurrencia de crisis económicas, que hacen que la tendencia natural sea a pensar a corto plazo. Es lo racional, pero el Banco Mundial no sería el Banco Mundial si no empujase hacia una visión más amplia en el tiempo.
P. ¿Explica la desigualdad el estallido social en varios países latinoamericanos, como Chile o Colombia?
R. La desigualdad no es el único factor: es uno de muchos. De hecho, también afecta a otros países fuera de la región: Túnez, Sudán... Lo interesante es que quien está detrás de las protestas en Latinoamérica son las clases medias y medias-bajas, no los más pobres: son personas que se sienten excluidas del futuro. Y eso es algo que se tiene que entender mejor desde una perspectiva de economía política.
Madrid
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