Joe Biden y Yosihide Suga, en un encuentro telemático. (EFE)
El primer ministro nipón, primer líder extranjero en la Casa Blanca durante la Administración Biden, hace malabares entre la dependencia comercial de China y la militar de EEUU
En un mundo anterior en el que Donald Trump era presidente de Estados Unidos y nadie sabía qué significaba la palabra 'covid', Japón se cuidaba de no criticar a China para descongelar las relaciones entre las dos grandes potencias asiáticas. El presidente chino, Xi Jinping, tenía una histórica visita prevista a Tokio para principios de abril de 2020, la primera de este nivel desde que su predecesor, Hu Jintao, hiciera lo propio 12 años antes. Para que la normalización de contactos con su primer socio comercial fuera un éxito, la Administración japonesa hizo la vista gorda en 2019 ante la primera muerte de un manifestante prodemocrático en Hong Kong. Al otro lado del Pacífico, la Administración Trump presumía de buena relación con el entonces primer ministro japonés, Shinzō Abe, mientras le exigía un pago mucho mayor por su protección militar.
El escenario favorable para la reconciliación política entre Pekín y Tokio se quebró con la pandemia. El cierre de fronteras en ambos países retrasó indefinidamente la visita de Xi. Mientras tanto, los barcos chinos han vuelto a navegar en aguas cercanas a las islas Senkaku, administradas por Japón pero reclamadas por China y Taiwán, deshabitadas pero con potenciales yacimientos de hidrocarburos en sus aguas. El país del sol naciente ha revivido así históricas disputas territoriales y se ha sentido nuevamente agredido por la estrategia del gigante asiático de ganar posiciones marítimas. La visita de Xi a Tokio parece a día de hoy lejos de llegar a celebrarse.
La vuelta a la tensión entre los vecinos no ha pasado desapercibida por el nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, que recibirá este viernes a su homólogo nipón, Yosihide Suga, en la primera visita de un líder extranjero durante esta legislatura a la Casa Blanca. La nueva Administración americana se parece a la de Trump en que busca un acercamiento duro a su rivalidad con China; pero se diferencia de la del magnate en que no actúa por libre y busca coordinarse con sus socios regionales para las condenas, sanciones y presiones a Pekín. Una reafirmación clara de Japón en el bando de su tradicional aliado y protector militar sería fundamental para el frente democrático de Biden; pero, como Australia ha aprendido a las malas, probablemente tuviese graves represalias comerciales en su cada vez más endeudada economía. Este es el dilema del país del sol naciente, entre el dinero del dragón y los tanques del tío Sam.
Un país sin ejército, en primera línea
Por su posición geográfica, el archipiélago nipón está en una posición privilegiada para los intereses de Estados Unidos. Junto con otros territorios como Taiwán o Corea del Sur, rodean y cierran el paso de China a la amplitud del océano Pacífico. Es por ello que Pekín lucha por ganar posiciones en el Mar del Sur de China y junto a islotes abandonados como las Senkaku. El vecindario es aún un poco más complejo por la presencia del programa nuclear de Corea del Norte, que en ocasiones anteriores ha lanzado misiles que han sobrevolado el territorio nipón para acabar explotando en mitad del océano. Ante esta situación, Japón se encuentra en una situación que el japonólogo español Florentino Rodao describe como "la soledad del país vulnerable"
Tras ser el principal actor bélico de la región durante la II Guerra Mundial, la Constitución de Japón vigente desde 1947 promulga en su célebre artículo 9 la "renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales", además del compromiso de no mantener "fuerzas de tierra, mar o aire como tampoco otro potencial bélico". Estos artículos se han traducido a lo largo de las últimas décadas en una dependencia militar del Ejército americano, que todavía cuenta con unas 55.000 personas con distintas labores militares en el archipiélago, su mayor despliegue fuera de sus fronteras.
Por su parte, el país asiático cuenta desde 1954 con las Fuerzas de Autodefensa de Japón, una especie de Ejército 'de facto' solo para prevenir ataques extranjeros. Estas fuerzas han estado confinadas en su propio territorio durante décadas, pero ya participaron en misiones de ayuda y reconstrucción en intervenciones militares promovidas por Washington sin aprobación de la comunidad internacional, como la guerra de Irak. Estas fuerzas han ganado capacidad de acción gracias a sucesivas reinterpretaciones del artículo 9 de la Constitución hechas por los distintos gabinetes nipones y —según analiza el especialista en relaciones gubernamentales en Asia-Pacífico, Michael Macarthur, en una tribuna en 'The Japan Times'— podrían incluso formar parte de la respuesta ante una eventual agresión china sobre Taiwán.
Tras el 'pivote' de la política internacional estadounidense hacia Asia-Pacífico durante la Administración Obama, Biden ahora busca reforzar la relación con países aliados en la zona. Una de las iniciativas más célebres en este sentido es la alianza informal Quad entre Estados Unidos, Australia, India y Japón; que se ha reactivado en los últimos meses como un grupo de trabajo entre las grandes democracias liberales de la zona para abogar por un Indo-Pacífico "abierto y libre", como frecuentemente dicen sus promotores, lo que habitualmente se traduce en servir de contrapeso de las ambiciones chinas. El gran interés estratégico que esta alianza tiene para Biden puede llevar a que adquiera más responsabilidades durante su administración y Japón, como tercera potencia económica del mundo, es uno de los actores clave.
¿Sancionar?
Ante esa situación de dependencia hacia Estados Unidos y la creciente hostilidad de China, Japón ya ha elevado el tono más de lo habitual. En una visita a Tokio el pasado mes de los secretarios de Estado y Defensa estadounidenses, sus homólogos nipones firmaron con ellos una declaración conjunta en la que criticaban a China por su "coerción y comportamiento desestabilizador" hacia sus vecinos y sus violaciones del "orden internacional", además de subrayar la importancia de la "paz y estabilidad" en el estrecho de Taiwán.
La delegación japonesa fue impulsora en el pasado junio de un comunicado conjunto del G-7 condenando la imposición de la Ley de Seguridad Nacional en Hong Kong; pero es también el archipiélago japonés la única de las naciones del Grupo de 7 que no ha impuesto sanciones al régimen golpista de Myanmar por su represión del movimiento prodemocrático ni contra China tras las acusaciones que ha recibido de trabajo forzado en la industria del algodón en Xinjiang. Biden podría intentar convencer a Suga de replantear esta postura.
Frente a una diplomacia tradicionalmente definida por los llamamientos al diálogo multilateral y a la paz, un grupo creciente de parlamentarios ya está trabajando en una legislación que pudiera otorgar al Gobierno de Suga los poderes suficientes para sancionar a un país extranjero por abusos contrarios a los derechos humanos, pero no tendrá fácil lograr que la iniciativa salga adelante ante las represalias que pudiera tener para los intereses de sus empresas en el masivo mercado chino.
Algunas compañías occidentales de ropa, como la sueca H&M, decidieron dejar de trabajar con algodón de Xinjiang, lo que se ha traducido meses después en boicots masivos de la población china a esas firmas. Las empresas textiles japonesas han rechazado esa vía e incluso alguna ha mostrado simpatía por el boicot nacionalista: por ejemplo, la marca deportiva Asics publicó en una red social china un comunicado en el que condenaba los intentos de "calumniar China", tomando prestada la retórica más nacionalista del régimen. Tras una queja oficial de Australia, cuyo equipo olímpico viste ASICS, la marca aseguró que dicha publicación no había sido autorizada.
Otro caso es el de la marca nipona Muji, con más de 200 tiendas en el país vecino, que en su página web china presumió específicamente de las prendas fabricadas en Xinjiang para intentar atraer a los consumidores desencantados con las firmas occidentales. No ayudan tampoco a la hora de tomar sanciones presiones indirectas como las del jefe de Uniqlo, Tadashi Yanai, el hombre más rico de Japón, cuya fortuna proviene en una quinta parte de los negocios en China, y que ha dicho que el gigante asiático es "vital" para sus planes de crecimiento.
Además, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, mantuvo por petición de Pekín una conversación telefónica la pasada semana con su homólogo japonés, Toshimitsu Motegui, en la que le advirtió que no adquiriera compromisos de sanciones con Washington. Motegui le respondió urgiéndole a solucionar la situación con la minoría uigur. "Al menos, nuestra charla telefónica no fue ciertamente como la situación en Alaska", aseguró el ministro nipón al día siguiente a los medios, en referencia al reciente cruce de acusaciones entre diplomáticos chinos y estadounidenses en ese estado americano.
Entre el águila y el dragón
La posición nipona no es equidistante entre las dos grandes potencias, pero sí trata de mantener un difícil equilibrio entre sus intereses respecto a cada uno: satisfacer al aliado del que depende militarmente, contener al socio con el que se juega un parte importante de su economía. El encuentro de este viernes con un Biden más dialogante que su predecesor puede ser una oportunidad para Suga de demostrar sus habilidades diplomáticas, que sus críticos definen como una de sus debilidades. Por lo pronto, ha adelantado en sesión parlamentaria que invitará al demócrata a los Juegos Olímpicos de Tokio de este verano.
Altos funcionarios del Gobierno de Xi Jinping han tratado de marcar terreno en la previa. El vicepresidente del Instituto Chino de Relaciones Internacionales Contemporáneas, Hu Jiping, publicó esta semana una tribuna en la que aseguraba que Japón "ha mostrado signos de error de juicio estratégico de nuevo", en la que avisaba al país de que no tomara decisiones "equivocadas" respecto a Taiwán y el orden regional en Asia-Pacífico. "Frente a la incerteza de la estrategia japonesa de Exteriores, solo podemos mantener una actitud cooperativa en una mano y preparar las ideas y los medios para tratar los cambios en la otra", concluye Jiping.
El portavoz del Ministerio chino de Asuntos Exteriores, Zhao Lijian, también ha caldeado el ambiente pronunciándose claramente en contra de la polémica decisión de sus vecinos de lanzar el agua contaminada de la central nuclear de Fukushima al océano Pacífico. En respuesta al vice primer ministro nipón, Tarō Asō, que defendió que el líquido de Fukushima es hasta potable, Lijian se preguntó: "¿Por qué no toma él el primer sorbo?", tras afirmar que "los océanos no son el cubo de la basura de Japón". Corea del Sur y Taiwán también se han posicionado en contra de este vertido radiactivo.
Así las cosas, la prensa nipona y estadounidense hace sus cábalas respecto a cuál será el resultado final de la visita: algunas publicaciones señalan que la comunicación institucional de Japón será más suave hacia el régimen chino de lo que Biden quiere; otras aseguran que la delegación nipona está dividida respecto a si Suga debería referirse a Taiwán, lo que supondría la primera mención al territorio en un encuentro de este nivel desde la declaración conjunta de Eisaku Satō y Richard Nixon en 1969.
Fuentes de la delegación nipona han revelado a la prensa que ambas partes planean reafirmar la soberanía japonesa sobre el archipiélago Senkaku, sobre cuya protección también incidiría EEUU. Se espera que también hablen de la pandemia del covid-19, calentamiento global, ciberseguridad, 5G, cooperación naval o reafirmación de los valores compartidos, pero —como casi todo lo que ocurre a nivel geopolítico en Asia-Pacífico en los últimos tiempos— la verdadera conversación será China.
Por
Demófilo Peláez
16/04/2021 - 10:42 Actualizado: 16/04/2021 - 19:35
Qué quiere Biden de Japón: cómo la tercera economía aterriza en la nueva guerra fría (elconfidencial.com)