Jóvenes franceses asisten a un evento informativo, organizado por la Agencia Judía y por el Ministerio de Absorción de Inmigrantes, en el Teatro de Jerusalén. / DAVID VAAKNIN
Más de 7.000 franceses se trasladaron al Estado hebreo en 2014. El doble que el año anterior. Encabezan por primera vez la inmigración a tierra israelí
Los atentados islamistas de Toulouse y París y el temor al antisemitismo han espoleado el éxodo. Muchos de ellos son jóvenes
"Bijouterie”, “Synagogue Francophone”, “Bureau Immobilier”, “Change”. Rodeado de carteles, bajo la cristalera de la oficina de cambio de moneda, Claude, nacido en París en 1953, también vende revistas locales en francés. La campaña electoral israelí toca a su fin entre la indiferencia de los paseantes. A primera vista parece un balneario de la costa provenzal, pero esto es Netanya, una pequeña Francia enclavada al norte de Tel Aviv. “Moi o lui”, reza la portada del semanario Aujourd’hui, con las fotografías enfrentadas del primer ministro conservador, Benjamín Netanyahu, y del líder laborista, Isaac Herzog.
Después de las últimas oleadas de fugitivos del antiguo espacio soviético, así como del éxodo anterior de judíos orientales o sefardíes y de europeos del Este o askenazíes, la comunidad israelí francesaempieza a situarse como una minoría emergente en Israel. En 2014 encabezó, por primera vez, la inmigración al Estado hebreo.
Las revistas están jalonadas de propaganda de partidos religiosos y nacionalistas que concentran su interés en un colectivo aparentemente conservador, pero también de publicidad de salones de belleza y tiendas de vinos, y sobre todo, de bancos, abogados y promotores inmobiliarios que ofrecen sus servicios a los franceses afincados en Netanya y Ashdod. Esos son los principales puntos de concentración de esta comunidad judía al sur de la costa mediterránea.
“Mire, soy un currante y no valgo para otra cosa que para trabajar”, se justifica Claude en su argot parisiense, mientras entrega shekels a cambio de euros a unos recién llegados. “Me quedé hace seis años sin empleo y, como mis padres ya se habían instalado en Netanya después de jubilarse, me vine aquí para probar suerte. Mis hijos siguen en Francia, pero sé que algún día se reunirán conmigo”.
Desde la sala de control de todo este movimiento demográfico, el diplomático Yigal Palmor, director de relaciones externas de la Agencia Judía, intenta anticiparse a los cambios. Es responsable del organismo que asiste a los inmigrantes judíos que se instalan en Israel. “Han llegado casi 7.000 franceses en 2014, el doble que en 2013, y este año esperamos unos 10.000. Han superado incluso a los cerca de 6.000 que huyen del conflicto de Ucrania”, constata Palmor.
“En mi barrio, en Marsella, había que quitarse la kipá a la salida del colegio para atravesar vecindarios musulmanes”, explica un joven francés en Jerusalén
En el centro de absorción de inmigrantes jóvenes de Ramat Aviv, al norte de la aglomeración urbana de Tel Aviv, hace cinco meses que Marc se somete a un ulpan, un programa intensivo de inmersión en el hebreo. De 25 años, dejó atrás su casa de la periferia de París y su trabajo como agente comercial en el sector textil. Inequívocamente mediterráneo y sefardí, Marc viste de negro, pero no lleva la kipá como otros alumnos del centro, procedentes de 27 países distintos, y aún mantiene una educada cortesía europea frente a la chutzpah(pronúnciese “jutspá”), la habitual insolencia o audacia israelí. “Decidí mudarme a finales de 2014. He pasado toda la vida viendo policías a las puertas del colegio o de la sinagoga. Me considero una persona liberal, pero respeto mis tradiciones”. No es un judío del histórico Marais parisiense, miembro de una familia de joyeros o galeristas. Viene desde Vincennes, al otro lado de los bulevares de circunvalación de la capital francesa. Tampoco se considera un exilado, sino un ser humano que quiere empezar de nuevo en Israel. “A mi edad, confío en quedar eximido de cumplir el servicio militar”, asegura. Vino con su mejor amigo. Ambos se sintieron impresionados por la magnitud de las manifestaciones de musulmanes en París contra la guerra de Gaza el pasado verano.
Marc ya se encontraba en Israel cuando, como cada viernes, su padre hizo las compras para el sabbat al mediodía del pasado 9 de enero en el Hyper Cacher de la Puerta de Vincennes. Una hora después, Amedy Coulibaly, nacido en Francia en el seno de una familia de inmigrantes de Malí, irrumpió en el supermercado judío en nombre del Estado Islámico y mató a tres clientes y a un empleado, antes de ser abatido por la policía. Marc prefiere no hablar del asunto.
La mayoría de los judíos franceses que llegan a Israel son familias, parejas con hijos pequeños y jóvenes estudiantes. Todos necesitan ayuda para iniciar una nueva vida, y tropiezan con problemas como la homologación de sus títulos universitarios y diplomas profesionales. El primer gran escollo es el idioma, la adquisición de una mínima destreza con el moderno hebreo hablado –alejado de la antigua lengua que estudiaron en las sinagogas francesas– para poder abrirse camino en la sociedad israelí. “El perfil del francés que emigra a Israel es el de una persona menor de 35 años, de clase media y profesional liberal”, puntualiza Yigal Palmor.
“Pronto chocan con la contradicción entre el sistema de protección social que dejan atrás en el Estado de bienestar en Francia, con múltiples ayudas públicas, y el modelo liberal de Israel, que no cuenta con un sistema de subvenciones establecidas. Nuestra tarea consiste en apoyarles para que encuentren pronto un empleo y puedan llegar a ser autosuficientes”.
“Muchos judíos franceses se plantean establecerse en Norteamérica para buscar un futuro mejor, pero la mayoría prefieren venir a Israel, seguramente para seguir estando más cerca de Francia”, sostiene el responsable de la Agencia Judía. Cree que los más jóvenes valoran la proximidad, en lo que la prensa israelí ha bautizado ya como “Sionismo de EasyJet”. “Pero la identidad judía sigue siendo el factor clave frente a otros países de destino”, advierte Palmor.
No todo es economía y religión. También el clima de tensión en el que vive la comunidad israelí en Francia –cerca de 600.000 judíos en un país con seis millones de musulmanes– desde la Segunda Intifada, al comienzo de la pasada década, está detrás de la inmigración. Una inquietud que se acrecentó con los atentados antisemitas cometidos por Mohamed Merah en la región de Toulouse en 2012 –siete asesinados, entre ellos tres niños de corta edad–, y que se ha agudizado tras los ataques contra el semanario Charlie Hebdo y el supermercado judío Hyper Cacher de París a comienzos de este año. “Muchos han llegado a pensar en una pérdida de los valores de la República Francesa”, reflexiona el diplomático israelí. “Hay una sensación de que el Estado no sabe proteger a parte de sus ciudadanos”.
De los 132 estudiantes del centro para inmigrantes jóvenes de Ramat Aviv, 26 son franceses. “Para el próximo ciclo esperamos 40, hemos tenido que establecer un cupo y abrir una lista de espera”, reconoce Dina Turebsky, la directora de origen ucranio que hace 20 años siguió un curso de inmersión para recién llegados en un establecimiento similar. La clave es la educación, el aprendizaje rápido del hebreo y la llamada “cesta de integración”: alojamiento y comida, y el equivalente a 500 euros mensuales. “Muchos de los que vienen están marcados también por el temor a la amenaza del antisemitismo”, afirma. “Por eso añadimos apoyo psicológico para algunos de ellos”.
A los 18 años recién cumplidos, Ethan e Isabelle alegan que ese no es su caso. Él lleva la kipá, aunque viste unas alegres bermudas –“Haré la mili después de acabar la carrera de Ingeniería”, se plantea con una sonrisa–, mientras ella confía en poder participar en el llamado Servicio Nacional (prestación social) como psicóloga titulada. Los jóvenes judíos franceses se topan con la dura realidad de un servicio militar obligatorio de hasta tres años de duración, en un país con enemigos declarados en varias de sus fronteras y marcado por elconflicto palestino. A la salida de clase, Ethan reconoce que sigue los pasos de su hermano mayor, que hace seis años emigró a Israel, donde vive ahora con su mujer y sus dos hijos. “No hemos venido por miedo, hacía tiempo que pensábamos en ello. Yo también tengo vínculos familiares en Israel”, apunta Isabelle. “La sociedad es diferente de la francesa, pero siento que esta es mi casa”.
“Muchos franceses prefieren venir a Israel antes que ir a Norteamérica, seguramente para estar más cerca de su país”, afirma un alto cargo de la Agencia Judía
En el Teatro de Jerusalén, en el elegante barrio de Rechavya, más de un millar de estudiantes franceses se han dado cita en un acto organizado por la Agencia Judía. Una bulliciosa feria juvenil con diferentes puestos distribuidos a lo largo de los vestíbulos del centro cultural, a cuyo cargo se encuentra Ariel Kandel, un parisiense de 40 años tocado con la kipá. “Después del éxodo que siguió al desmantelamiento de la antigua Unión Soviética en 1991, los franceses representan ahora un flujo esencial de inmigración. Los miles de judíos que viajan hoy a Israel desde Francia cierran un ciclo que se inició en los años cincuenta y sesenta en los países del norte de África recién descolonizados, cuyos sefardíes se trasladaron a la metrópoli tras los procesos de independencia, y ahora lo culminan con la aliyah (inmigración a Israel)”, explica. “El 80% de los que acuden a estas reuniones informativas acaban quedándose con nosotros”.
El puesto de la Universidad Hebrea parece ser el más concurrido en la feria para estudiantes judíos franceses en el Teatro de Jerusalén, solo por detrás del de las Fuerzas de Defensa de Israel. Portavoces militares uniformados intentan resolver las dudas sobre el servicio militar que expresan los jóvenes, todos con el bachillerato terminado o a punto de acabar, como el marsellés Galith Azoulay. “Tengo miedo, estoy preocupado por mi futuro”, admite este aspirante a ingeniero informático. “En mi barrio había que quitarse la kipá a la salida del colegio o de la sinagoga para atravesar zonas con vecindario musulmán”. Su familia tiene raíces en Oujda y Fez (Marruecos) y en Orán (Argelia), donde se asentaron hace más de cinco siglos judíos expulsados de España.
El futuro de los Ben Aimar está ahora en las manos de Jerôme, de 38 años, que amasa y hornea brioches, baguetes y merengues en la pastelería JB de Netanya. Tras una vidriera recorrida por la imagen de la Torre Eiffel, el 80% de su clientela está integrada por inmigrantes asentados en esa pequeña Francia israelí. Originario de Lorient, en Bretaña, apenas ha sentido el peso del antisemitismo. “Hay muy pocos judíos en esa región”, reconoce Jerôme. “Parte de mi familia se estableció aquí hace más de 40 años, y ahora me he reunido con ellos, junto con mi madre y mi hermano, para sacar adelante este negocio”, explica mientras muestra con orgullo su acreditación de artesano tradicional expedida en Francia.
Meir Meyer y Vivian Krief podrían estar ahora contemplando el final de su existencia en las playas de Cannes, pero han elegido Netanya para vivir una alegre jubilación rodeados de camaradas de su generación. Bigote recortado, pelo atusado y ojos brillantes bajo una gorra de marino, él sonríe confiado. “Es como Clark Gable”, se ufana Vivian, de 74 años, tras sus gafas de sol, mientras Meir lo celebra a sus 80 años con una de sus mejores poses. Como otros judíos franceses, él combatió en la llamada guerra del Canal de Suez de 1956, pero luego regresó a Francia. “Nos conocimos en el hotel Ritz de París, donde ambos trabajábamos”, se jactan Meir y Vivian en un último derroche de glamur, instalados en una soleada terraza del bulevar que lleva a las playas de Netanya.
Cerca de la pareja de jubilados judíos franceses, Max, de 74 años, sonríe mientras fuma a las puertas de su restaurante. Recomienda las “gambas con licencia rabínica”, un remedo de marisco elaborado con pescado para sortear la prohibición religiosa. Salió de Casablanca (Marruecos) en 1956 y combatió como paracaidista en la guerra de los Seis Días (1967). Luego abrió un restaurante en París que hoy regentan sus hijos. “Aquí todo es casher porque nos lo exige nuestra clientela, pero también tenemos vino francés y hasta pastisdebidamente aprobados”, desvela.
A la cabeza de un cortejo de líderes internacionales, el primer ministro israelí se permitió el pasado enero en París hacer un llamamiento a los judíos franceses para que emigraran en masa a Israel, su verdadero “hogar”. El gesto de Netanyahu suscitó el inmediato rechazo del presidente de la República, François Hollande, y de su primer ministro, Manuel Valls. En un acto celebrado poco después en Toulouse en recuerdo de las víctimas de los ataques de Mohamed Merah, el expresidente conservador Nicolas Sarkozy le replicaba: “Francia no sería la misma sin la presencia del judaísmo, que pertenece a su historia”.
La Revolución tras la toma de la Bastilla reconoció derechos ciudadanos a los judíos a finales del siglo XVIII, pero Francia también ha marcado hitos en el antisemitismo, como el caso de Alfred Dreyfus, un oficial judío acusado falsamente de traición, y cuyo honor fue restituido a comienzos del siglo XX tras la intervención del escritor Émile Zola con el célebre alegato Yo acuso. Las páginas más negras en Francia se vivieron bajo el régimen colaboracionista de Vichy durante la II Guerra Mundial, con episodios trágicos como la redada del Velódromo de Invierno de París, en 1942, que supuso la deportación de más de 12.000 judíos hacia los campos de exterminio.
En 2014, el Consejo Representativo de Instituciones Judías recopiló 851 actos antisemitas en Francia, frente a los 423 contabilizados en 2013. Pese a todo, solo un 1% de los judíos franceses emigraron a Israel el año pasado. “Aparentemente, la posibilidad de morir víctima de la violencia en el Estado de Israel aún sigue siendo más alta que de ser asesinado en un ataque terrorista yihadista en Europa”, sostiene el periodista de Haaretz Anshel Pfeffer en la conclusión de una serie de reportajes sobre el antisemitismo en el Viejo Continente.
Richard, el tío del maestro pastelero Jerôme ben Aimar, es hoy un sesentón reflexivo. Pero confiesa que antes fue un enardecido sionista que se embarcó para luchar en la guerra del Yom Kipur, en 1973, junto a 700 judíos franceses. “Tenía 21 años. Vine porque creo en el derecho de los judíos a vivir en esta tierra”.
Cubierto por la kipá, la barba cana y larga, vestido a la manera tradicional, pero sin alardes ultraortodoxos, este traductor profesional del francés al hebreo recuerda haber visto ya otras oleadas de judíos franceses. “No sé cuánto durará esta vez, pero de lo que no cabe duda es que los últimos acontecimientos han acelerado la decisión de aquellos que estaban planteándose emigrar a Israel”, argumenta. “Ahora vienen jubilados que se sienten inseguros en Francia y jóvenes preocupados por el desempleo. La amenaza del yihadismo en Europa puede que haya empujado a algunos a venir, pero la vida no es fácil en Israel”, advierte este veterano inmigrante. “Veremos qué ocurre dentro de dos o tres años”.
http://elpais.com/elpais/2015/05/21/eps/1432228473_714625.html
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