viernes, 4 de noviembre de 2011

La eficiencia insignificante: nos pasamos la vida corriendo, pero no sabemos para qué


Foto from elconfidencial.com

NUESTRA SOCIEDAD VIVE A MEDIO CAMINO ENTRE EL OPORTUNISMO Y LA RESIGNACIÓN
La vida contemporánea es como una pintura impresionista: si nos acercamos a ella, no vemos más que manchas. Para entender su sentido hemos de tomar distancia, pero es justo eso, afirma Fabio Merlini, autor de L’efficienza insgnificante (ed. Dedalo), lo que hoy nos resulta complicado. Nos pasamos la vida corriendo, siempre tenemos un montón de cosas urgentes por hacer, no paramos en todo el día, pero cuando llegamos a casa nos sentimos más vacíos que nunca, como si al detenernos se nos hiciera evidente que tanta prisa es ridícula porque no nos hemos dirigido a ningún sitio.
Según Merlini, profesor de Filosofía moral en la Universidad de Insubria (Varese), nuestra sociedad, “que vive en la urgencia permanente, nos presenta la contingencia bajo la máscara de la necesidad imperiosa”. Esta cultura de lo efímero nos impide situar adecuadamente las cosas y ponerlas en relación. Saltamos de una a otra sin aprehender ninguna de ellas.
La repercusión de las nuevas tecnologías en nuestras facultades mentales y cognitivas está teniendo efectos paradójicos, ya que “estamos inmersos en un proceso que desactiva funciones y capacidades desarrolladas durante siglos de duro entrenamiento, al tiempo que favorece nuevas actividades”. Pero el problema de fondo de este cambio es que, en general, “utilizamos cada vez menos las capacidades racionales. Nuestra comprensión del mundo se basa fundamentalmente en la sincronicidad y en registrar la inmediatez: pensamos de una manera muy fragmentada y tenemos problemas para mantener las cosas juntas”. Se genera así un mundo olvidadizo, que se reduce sólo a una extensión del presente.
Ese contexto que no logramos entender del todo nos provoca desorientación y un cierto vacío. Según Merlini, “uno es hoy exactamente lo que hace, de forma que cuando hay una correspondencia entre nuestra identidad y nuestra praxis cotidiana, todo marcha bien. Utilizando una expresión pasada de moda, podríamos decir que en esos casos estamos en armonía con nosotros mismos”. Pero cuando esa correspondencia no se da, cuando las acciones cotidianas, a través del cuales ponemos nuestras identidades en juego, no nos devuelven una imagen convincente, experimentamos un vacío interior. “Somos capaces de hacer muchas cosas en menos tiempo, pero no se nos hace evidente qué es lo que estamos consiguiendo con ese aumento continuo”.
El reino de la distracción sin fin
Vivimos en un entorno afectado por el hiperactivismo, “en una especie de reino de la distracción sin fin. Siempre estamos haciendo cosas que son interrumpidas por nuevas tareas que se imponen como urgencias”. Todo eso nos lleva, asegura Merlini, a una existencia fuera de sí en la que “volver a ser uno mismo requiere un trabajo inmenso, para el que necesitamos prestar una atención renovada a la vida interior. El espacio de la interioridad tiene que ser educado, ya que la mayoría de las prácticas cotidianas nos separan de nuestra realidad interior. Ya no somos capaces de escucharnos”.
A esta unión entre acción continua y falta de satisfacción, es a lo que Merlini llama eficiencia insignificante, una lógica que busca siempre mejorar lo que se hace, optimizarlo, hacerlo más rápido, pero que “no nos proporciona nada en términos de mejora cualitativa. Hacemos más cosas que nos sirven para menos. En gran medida, porque creemos que podemos delegar todo a la innovación tecnológica y al final acabamos convertidos en simples instrumentos de esta innovación continua”.
Nuestras sociedades terminan viviendo a medio camino entre el oportunismo y la resignación. En primera instancia, “porque el narcisismo individualista imperante, que cree que es capaz de vivir sin ninguna clase de vínculos, ya no puede construir nada en común. Hoy, una suma de individuos ya no compone una sociedad.” En segundo lugar, porque el único objetivo que parece estimularnos es la satisfacción de ese narcisismo, que “es alimentado por un deseo consumista muy radical e inmediato”.
Esta situación también ha provocado cambios en la estructuras sociales, principalmente porque “la responsabilidad se ha trasladado desde las altas esferas del poder (‘nobleza obliga’) hacia la clase media-baja, liberando a la parte superior de la sociedad de sus obligaciones e hiperresponsabilizando a la inferior”. Es bastante obvio, señala Merlini, que este estado de cosas genera indignación y resentimiento. Estas tensiones se han estirado hasta el límite y ahora estamos notando los efectos. Otra cosa es que acaben provocando un cambio real, algo que Merlini estima improbable a corto plazo. “No debemos dejar de decir y repetir que nuestras sociedades están muy mal y que las medidas adoptadas para su solución por las organizaciones internacionales son medicinas dudosas, ya que sólo consolidan las patologías que quieren curar. Se necesita un cambio profundo, pero el poder no está en manos de quienes están legítimamente afirmando que ‘hasta aquí hemos llegado”.

Por Alejandra Abad  /  Esteban Hernández   from elconfidencial.com   03/11/2011

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