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La desesperada situación de los enfermos mentales y toxicamos en Afganistán populariza la «psicoterapia» de cuarenta días de ayuno y cadenas.
Muertos en vida, encadenados a las paredes de sus celdas a la espera de que les llegue la hora de dejar este mundo, abandonar un Afganistán donde solo sobreviven los más fuertes. Tres décadas de conflicto han dejado en el país asiático más de dos millones de enfermos mentales graves, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El sistema de salud público no es capaz de atender el problema y los cinco centros psiquiátricos que se reparten en Herat, Kabul, Mazar-e-Sharif y Jalalabad (dos) se han convertido básicamente en lugares donde los enfermos se limitan a esperar la llegada de la muerte. Sin medicinas ni tratamientos que les abran la puerta a una posible recuperación los familiares sólo confían en que un milagro salve a los suyos.
En el santuario Ali Baba Mia de Jalalabad reciben a enfermos mentales y toxicómanos. Las mismas paredes encierran la tumba del santo sufí que da nombre al lugar, un cementerio y las celdas de los pacientes. El tratamiento exige su aislamiento en habitaciones a cuyos muros se les encadena durante al menos cuarenta días, mantenidos exclusivamente a pan y agua. Es la terapia de choque para los recién llegados, el rito para la purificación de cuerpo y alma que les permita acabar con su enfermedad. En el vecino Pakistán muchos centros comparten la misma filosofía y los ciudadanos piensan que los suyos sanarán sólo cuando se rompan las cadenas que les atan a la pared.
Situada a apenas 150 kilómetros de Kabul, Jalalabad fue una de las ciudades más duramente golpeadas durante la yihad contra los soviéticos y posteriormente en la guerra civil entre comandantes de los muyahidines. Su localización estratégica en la ruta hacia Pakistán le convierte en un lugar tan relevante como olvidado por las actuales autoridades cuyo poder apenas va más allá de los muros y sacos terreros que protegen sus oficinas. Este tipo de centros creados bajo la filosofía sufí no son del agrado de las autoridades que apenas les dedican atención por lo que se ven obligados a sobrevivir de las discretas donaciones que puedan realizar las familias con cada ingreso de un paciente. Al final de los cuarenta días el enfermo vuelve a la calle.
Alejada de las supersticiones y creencias en santos sufíes, en la prisión de Pol-i-Charki de Kabul se ha abierto una pequeña puerta a la esperanza para los enfermos mentales gracias a un programa puesto en marcha por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que persigue ayudarles a romper el aislamiento y a recuperar la autoestima. El organismo internacional trabaja con un grupo de 28 reclusos.
Según un informe elaborado por Jessica Barry, médico del CICR especializada en cárceles, «los detenidos que padecen enfermedades mentales suelen ser temidos o menospreciados. Muchos son abandonados por sus familiares, lo que provoca su exclusión emocional y física». Para combatirlo se ha puesto en marcha «un programa de fabricación de artesanías y adornos hechos de cuentecillas» acompañado de visitas médicas y de tratamientos personalizados, así como de la entrega de colchones para mejorar sus condiciones de vida. El resultado estaría siendo muy positivo según el CICR.
Por MIKEL AYESTARAN from ABC.es 24/11/2011
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