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LA APARIENCIA FÍSICA SÓLO ES ÚTIL AL PRINCIPIO DE LA CARRERA PROFESIONAL.
“Observo a los que mandan de verdad y, francamente, me parecen un desfile de deformidad estética”, dice Jesús, un empresario de éxito de aspecto más que cuidado. “Parece que hayan hecho un casting a la inversa para elegir a los Papas, a los banqueros y a los ministros. A veces ya no sé si es porque el poder corrompe, incluso estéticamente, o porque en alguna parte de nuestra psique necesitamos un padre a la antigua, barrigón, decrépito y solemne que nos diga en última instancia lo que debemos hacer”. Jesús señala una de las visibles paradojas de un mundo –el nuestro- en el que la estética se ha convertido, no ya en un valor, sino en un requisito de trabajo imprescindible, pero cuyo influjo vacila cuando de lo que hablamos es de las altas esferas. Es comprobable que esa influencia estética se va modelando según el nivel profesional. Jesús define así la “pirámide” estético/ laboral: “becarios deslumbrantes en la base primera; hermosos ejemplares humanos a la mitad, trabajados cuarentones con estilo en los puestos de responsabilidad y momias consagradas en la cumbre”. Pero, dice, “hay que diferenciar entre la pura belleza y el trabajo en tu look, en tu propuesta estética global”.
Ambos conceptos, sin embargo, confluyen en el término inglés lookism. “El interés de la gente por el ‘lookismo’ no es puramente económico, aunque en nuestra sociedad se tiende a pensar sobre todas las cosas en términos económicos”, nos dice el Dr. Steven Cresap, de la Universidad de Cornell (EEUU), que ha tratado el tema en Is lookism Unjust?, un estudio realizado a medias con Louis Tietje. “Sí existe una filosofía sobre el ‘lookismo’ hoy”, afirma, “es el posmodernismo como teoría cultural. La belleza es construida socialmente. En esa construcción social no hay lugar", dice, para el hombre interior. Es una postura que “deriva del decadentismo de finales del diecinueve (Oscar Wilde, etc…)”.
Decía Sócrates que el hombre interior y el exterior debían ser el mismo. ¿Hemos pasado a juzgar al de dentro simplemente por la apariencia externa, eliminando el problema al estilo del nudo gordiano? En el inicio de una carrera profesional, por suerte o por desgracia, parece que sí, como comenta Alfredo, periodista: “La importancia de ser guapo o guapa es capital en un primer arranque. Si tomamos como ‘grupo de control’ a los becarios el efecto es apabullante. Siempre, y digo siempre, a los más guapos se les hará más caso, se les comprarán más temas y tendrán más oportunidades de conseguir un contrato”. Javier, otro periodista, confirma esa opinión: “siempre se contrata a la que es más guapa de entre dos candidatas de un perfil similar. Sin excepción”. Usa el femenino porque “en el caso de las mujeres se nota más”, pero el funcionamiento se ha extendido ya a los hombres. “Yo no me hubiese podido imaginar antes de empezar que las empresas fuesen tan machistas”, comenta Marga, senior en una empresa de publicidad, “pero es verdad que la cosa se ha extendido a los hombres. Cuando ves una pelea de gallos por un puesto, no lo dudes, además de cualificados, ambos serán monos. Eso por no hablar de cuando empieza a controlar el cotarro el lobby gay. Entonces, olvídate de las chicas monas a cargo de nada. Son sustituidas radicalmente por hombres guapos. Es triste, pero es así. No sé qué pasaría si las mujeres mandasen”.
La política es el Hollywood de la gente fea
Sin embargo, Marga está de acuerdo con Jesús en que “a partir de cierto punto un look es más que una cara bonita”. Piensa, de hecho, que “ser guapo sin nada más terminará por estancarte”. En esa tierra media del desarrollo profesional las exigencias (el trabajo brillante en sí mismo no parece estar en los primeros lugares) pasan de ser elementos aislados a conformar un conjunto cada vez más refinado de capacidades, disfraces y pulimentos. “En las empresas”, dice, "es muy necesario ‘montarte un look’, lo que incluye no sólo el cuidado de la belleza, sino una apariencia de actitud, seguridad, etc… La ventaja es que en el trabajo no te conocen en realidad, así que puedes plantear un look que tú elijas”. En todo caso, hacerlo parece esencial. “Es una capacidad de adaptarse al medio. El que no es guapo y además es siempre él mismo, lo tiene crudo, desde luego”.
Curiosamente, a medida que se acerca uno a los puestos directivos, la exigencia estética cambia radicalmente. La belleza comienza a ser, hasta cierto punto, un lastre. El dinamismo juvenil y el empuje deben ser sustituidos, al menos en apariencia, por el reposo, la reflexión y la gravedad. “Si pareces joven no te dan el estatus de responsabilidad, que tendrías si pareces más maduro, asentado, etc. Y, por tanto, es probable que asciendas menos”, confirma Manu, abogado penalista. “En la política se puede ver muy claramente”.
“Se trata de un tipo distinto de ‘lookismo’”, confirma Cresap, “asociado con el patriarcado”, uno que plantea que “las mujeres son hermosas, pero los hombres son sublimes. Realmente terrorífico. Ciertamente las distintas profesiones tienen looks distintos. Y eso está relacionado con el poder. La política se toma más en serio que el entretenimiento, así que cuando decimos que la política es ‘el Hollywood de la gente fea’ queremos decir que el ‘lookismo’ político está basado en conexiones imaginarias entre parecer maduro, alguien en quien confiar, etc… y el poder real que tienen quienes poseen esa apariencia”.
Las 'gafitas' del informático
Alfredo cuenta una anécdota de su juventud (cercana aún) que ilustra como a veces no es el prejuicio estético el que concede un estatus sino que es el standig (supuesto) el que provoca de inmediato el prejuicio: “en mi primer día de trabajo en un periódico llegué por allí y nadie me presentó. Estaba en la sección de Economía y me confundieron con el informático, que tenía que venir a arreglar el ordenador. Estuve un día entero sin que nadie me dijera nada, según ellos es porque ‘tenía pinta de friki con las gafitas y tal’. Luego tardé un tiempo en quitarme el apodo. Probablemente las ‘gafitas”, de haberme confundido con un pez gordo, hubiesen tenido otro efecto".
Las 'gafitas' del informático
Alfredo cuenta una anécdota de su juventud (cercana aún) que ilustra como a veces no es el prejuicio estético el que concede un estatus sino que es el standig (supuesto) el que provoca de inmediato el prejuicio: “en mi primer día de trabajo en un periódico llegué por allí y nadie me presentó. Estaba en la sección de Economía y me confundieron con el informático, que tenía que venir a arreglar el ordenador. Estuve un día entero sin que nadie me dijera nada, según ellos es porque ‘tenía pinta de friki con las gafitas y tal’. Luego tardé un tiempo en quitarme el apodo. Probablemente las ‘gafitas”, de haberme confundido con un pez gordo, hubiesen tenido otro efecto".
En todo caso, de fondo persiste el fantasma de la discriminación. Para Marga, “el ‘techo de cristal’ para las tías sigue estando mucho más cerca y el problema es que todas estas cosas son muy complejas de demostrar, en el caso de que alguien se atreva a denunciarlo”. Para Cresap, la cuestión es otra, ya que, “actualmente, es fácil demostrar la discriminación por 'lookismo' de manera científica. Luchar contra ello es importante por razones personales y también morales”. Cresap duda de que las soluciones legales sean efectivas: “la legislación se muestra como una de las estrategias menos prometedoras. Después de todo, la mayor parte de la gente piensa que todo el asunto es gracioso. Intentémoslo con la ilustración individual y el trabajo cultural".
“Lo importante es conocer a la gente por lo que siente y piensa y no por su aspecto exterior”, afirma Pablo, que permanece, como Cresap, militante y animoso, pese a pertenecer al gremio editorial. “Ahora”, puntualiza, “lo interesante es ver cómo incide el trabajo en la belleza física porque te aseguro que la desgracia va a toda velocidad”.
Así que ya sabe. Si su belleza le está abriendo puertas en el arranque de su carrera profesional, dele usted las gracias a Oscar Wilde, pero recuerde que como santo patrón su influjo no dura mucho y que al final uno asciende según las normas del marqués de Queensberry (en el mejor de los casos).
Por Luis Boullosa from elconfidencial.com 24/11/2011
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