jueves, 15 de octubre de 2015

No toques ni uno solo de mis 100 centímetros de cadera

Marilyn Monroe y su curvilínea figura.


La grasa en el cuerpo de la mujer cumple funciones protectoras. Cómo pasamos de amar las curvas a defenestrarlas y volver a amarlas.



Si ha habido algún tema capaz de hacer sombra al desfile del Día de la Hispanidad celebrado en el puente que ya dejamos atrás, ha sido la denuncia de la actriz Inma Cuesta en su cuenta de Instagram,donde se quejaba del retoque fotográfico excesivo de su retrato en la revista dominical de El Periódico: su cadera y sus brazos quedaban reducidos a la mitad. Otra mujer que utilizó hace poco la red social para defender la sinuosidad de su cuerpo fue la modelo estadounidense Gigi Hadid, que harta de comentarios vejatorios acerca de sus curvas se calzó un alegato convertido, en cuestión de horas, en toda una declaración sobre la curvilinealidad (palabro inexistente, que hay que empezar a reivindicar) femenina. La polémica brotó en medio de la Semana de la Moda de París. Y precisamente Francia ha sido uno de los últimos países en implementar normas contra la excesiva delgadez de las modelos

Pero, ¿de dónde parte esta obsesión por desfeminizar la figura femenina? ¿Y qué dice la ciencia al respecto? No, no es una manía de diseñadores que odian a las mujeres, como algunos responden a la ligera. La cosa viene de mucho más atrás y son las propias féminas las que empezaron a cambiar los cánones estéticos. Mucho antes de que Victoria Beckham o Victoria's Secret subieran a la pasarela a maniquíes sin un átomo de adiposidad redundante, las damas de principios del siglo XX ensalzaban los cuerpos andróginos en detrimento de las redondeces que, por aquel entonces, se entendían como epítome de la fecundidad. En esta transformación hay una fecha clave: la Primera Guerra Mundial. Las necesidades de la contienda obligaron a muchas mujeres a trabajar en fábricas de armamento. De pronto, las abnegadas madres se transformaron en rudas trabajadoras, marcando un antes y un después en su relación con el mundo. Ellas miran de tú a tú a los hombres, trabajan, fuman y hasta adoptan su vestimenta. La masculinización de su aspecto es su modo de reivindicar la igualdad (salarial, de voto…). Marlene Dietrich o Katharine Hepburn no dudan en vestirse con trajes masculinos. Coco Chanel populariza los pantalones para mujer.
Paralelamente, crece una pasión por el deporte como signo de salud y de clase (a fin de cuentas, solo entrenan las que disponen de tiempo libre y dinero). En el libro Strong, Beautiful and Modern, Charlotte Macdonald analiza cómo en el período de entreguerras se ponen de moda las mujeres con cuerpos delgados y fibrosos a base de hacer deporte. En 1939, la Women’s League for Health and Beauty (asociación de mujeres surgida en los países anglosajones para fomentar el deporte y la vida saludable) tenía más de 170.000 socias dispuestas a sudar para moldear sus siluetas. Las damas con posibilidades económicas renuncian a las curvas, tradicionalmente asociadas a las madres no trabajadoras, y se esfuerzan por lucir esbeltas. La delgadez ya no equivale a pobreza, ahora es signo de posición distinguida. Por el contrario, las mujeres orondas ya no son símbolo de bienestar, sino de mala alimentación o de no hacer deporte. La polémica Wallis Simpson, duquesa de Windsor, lo define en una frase: “Nunca eres ni lo suficientemente rica ni lo suficientemente delgada”.
Tras un lapso en los años 50, en los que triunfan las pin upsrotundas, en la década de los 60 Twiggy y sus 41 kilogramos inauguran una nueva era de iconos ultradelgados. “A partir de entonces las actrices y modelos americanas pesan un 15% menos de su peso normal. Y así se llega a los 90, con Kate Moss y Victoria Adams como cabezas visibles de una generación de chicas ultradelgadas que solo pueden mantenerse en ese peso matándose de hambre. Las feministas entienden esta moda como una conspiración patriarcal para debilitar a la mujer forzándola a controlar su peso, socavando su autoconfianza y reduciendo el cuerpo femenino a proporciones infantiles”, sentencia la profesora de historia Ina Zweigiger-Bargielowska en su libro Women in Twentieth-Century Britain: Social, Cultural and Political Change.“Otros, en cambio, ven este nuevo ideal como el control absoluto de la mujer sobre su cuerpo. Renunciar a la grasa corporal que da forma a los atributos femeninos (pecho, caderas, muslos) demuestra autocontrol. Por el contrario, las mujeres con sobrepeso son discriminadas no ya por cuestiones estéticas sino por su autoindulgencia”, explica la autora.
Un reciente estudio publicado en 'The Washington Post' revelaba que a las afroamericanas no les obsesiona tanto como a las blancas lograr una silueta hiperdelgada
Y en esta contradicción nos hallábamos cuando, de pronto, el siglo XXI recupera la reivindicación de las curvas. Que no se percibe igual en todas las razas. Un reciente estudio publicado en el Washington Post revelaba que a las afroamericanas no les obsesiona tanto como a las blancas lograr una silueta hiperdelgada. En una entrevista con el Daily Mail, la cantante Mica Paris afirma: "Las afroamericanas no aspiramos a quedarnos en los huesos al adelgazar. Deseamos emular a Queen Latifah, Jennifer Hudson o Michelle Obama. Las tres son musculosas y curvilíneas". Las latinas, por su parte, admiran la voluptuosidad de Jennifer López y Sofía Vergara. Pero cuando alguien como Scarlett Johansson se quita la ropa en Under The Skinmuchos la tildan de gorda.
Así, mientras que sociológicamente parece que empieza una reconciliación (torpe y a trompicones) con las curvas femeninas, la ciencia viene a inclinar la balanza hacia esa reconciliación con la talla 40 en adelante. Lo explica el biólogo y zoólogo David Bainbridge, autor de Curvología: el origen y el poder de las formas del cuerpo femenino: "Evolutivamente, almacenar grasa en el estómago, el trasero o las caderas es algo positivo, porque si la mujer da a luz y amamanta al bebé, necesitará 750 kilocalorías extra que puede coger de ahí". ¿Y si usted tiene claro que no quiere tener hijos? Siempre que no sea un caso de sobrepeso, como recuerda el científico, esa grasa visceral almacenada y acumulada en las zonas típicamente femeninas ejerce una función protectora del corazón y previene la diabetes. "La grasa subcutánea que se acumula en las caderas y en los muslos disminuye los niveles de insulina y mejora la sensibilidad de esta hormona", zanja la Universidad de Harvard, que alienta a muslos y caderas curvilíneos, aunque no dice lo mismo de la grasa en la barriga. Lo dicho: una especie en curvilínea evolución.

http://elpais.com/elpais/2015/10/13/buenavida/1444732566_260278.html

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