lunes, 18 de marzo de 2019

Los robots sexuales ya están aquí, ¿debe haber leyes que los regulen?

Robots sexuales de silicona en una tienda de Estrasburgo. En vídeo, 'Muñecas sexuales, ¿pornografía o terapia?' 

El autor considera que los 'sexbots' plantean problemas de ética y privacidad como, por ejemplo, en el caso de los robots con forma de niño



Los robots ya están aquí. ¿Les siguen de cerca los robots sexuales?
Según afirman desde el Informe Drudge hasta The New York Times, los robots sexuales, o sexbots, se están convirtiendo rápidamente en parte del tema de conversación nacional sobre el futuro del sexo y de las relaciones. Detrás de los titulares hay varias empresas que desarrollan actualmente robots diseñados para proporcionar compañía y placer sexual a los seres humanos, y ya hay algunos en el mercado.
A diferencia de los juguetes y de las muñecas sexuales, que por lo general se venden en tiendas discretas y se esconden en armarios, los sexbots pueden llegar a ser algo corriente. Un estudio de 2017 indicaba que casi la mitad de los estadounidenses piensan que tener sexo con robots se convertirá en una práctica habitual dentro de 50 años.
Como experto en inteligencia artificial, neurociencia y derecho, me interesan las cuestiones legales y políticas que plantean los robots sexuales. ¿Cómo nos aseguramos de que son seguros? ¿Cómo afectará la intimidad con un robot sexual al cerebro humano? ¿Sería ético el sexo con un robot con aspecto de niño? Y, por cierto, ¿qué es exactamente un robot sexual?

La definición de “robot sexual”

No existe una definición universalmente aceptada de “robot sexual”. Puede que esto no parezca importante, pero en realidad supone un grave problema para plantear cualquier propuesta de regularlos o de prohibirlos.
La principal dificultad es cómo distinguir un robot sexual de un “robot sensual”. ¿El hecho de que un robot sea atractivo para un ser humano y le pueda proporcionar satisfacción sexual lo convierte en un “robot sexual”?
Resulta tentador definirlos como juguetes sexuales centrándose en su uso principal, como hace la legislación. En Alabama, el único estado de EE UU que todavía prohíbe totalmente la venta de juguetes sexuales, el Gobierno se centra en los aparatos “principalmente para la estimulación de los órganos genitales humanos”.
El problema que suscita la aplicación de esta definición a los robots sexuales es que estos últimos cada vez proporcionan mucho más que sexo. Estos robots no son solo muñecas con un microchips sino que usarán algoritmos que aprenden ellos mismos para despertar emociones en su pareja.
Tomemos el ejemplo del robot Mark 1, que se parece a la actriz Scarlett Johansson. A menudo se le considera un robot sexual, pero cuando entrevisté a su creador, Ricky Ma Tsz Hang, me aclaró rápidamente que Mark 1 no está hecho para ser un robot sexual. El objetivo de estos robots será ayudar en todo tipo de tareas, desde preparar la comida de un niño hasta proporcionar compañía a un pariente anciano.
Naturalmente, los seres humanos pueden manejarse bien tanto en el contexto sexual como en el no sexual. Pero, ¿qué pasaría si un robot pudiese hacer lo mismo? ¿Cómo conceptualizamos y dirigimos a un robot que puede pasar del modo “jugar con niños” durante el día al modo “jugar con adultos” por la noche?
Cuestiones legales espinosas
En el caso Lawrence contra Texas de 2003, que marcó un hito, el Tribunal Supremo anuló la ley sobre la sodomía de Texas y estableció lo que algunos expertos han descrito como un derecho a la privacidad sexual.
Actualmente existen divergencias entre los tribunales sobre cómo debería aplicarse el caso Lawrence a las restricciones estatales sobre la venta de juguetes sexuales. Hasta ahora, la prohibición de Alabama se mantiene, pero sospecho que al final se anularán todas las prohibiciones sobre los juguetes sexuales. De ser así, parece poco probable que los estados puedan restringir totalmente las ventas de robots sexuales en general.
La mera posibilidad de que existan robots sexuales con aspecto de niño ya ha dado lugar a un proyecto de ley bipartidista del Congreso
Sin embargo, podría ser diferente en el caso de las prohibiciones sobre los robots sexuales con aspecto de niño.
No se sabe a ciencia cierta si ya hay alguien en EE UU que tenga un robot sexual con aspecto de niño. Pero la mera posibilidad de que existan robots sexuales con aspecto de niño ya ha dado lugar a un proyecto de ley bipartidista del Congreso de EE UU, la Ley para Restringir los Robots Electrónicos Pedófilos Explotadores y Realistas, o CREEPER por sus siglas en inglés. La ley se presentó en 2007 y se aprobó por unanimidad seis meses después.
Los políticos estatales seguirán sin duda el ejemplo, y es probable que veamos muchos intentos de prohibir los robots sexuales con aspecto de niño. Pero no está claro si estas prohibiciones superarán las dudas constitucionales que plantean.
Por una parte, el Tribunal Supremo ha mantenido que las prohibiciones sobre la pornografía infantil no violan la Primera Enmienda porque el Estado tiene un interés apremiante en restringir los efectos de la pornografía infantil en los niños representados. Sin embargo, el Tribunal Supremo también ha mantenido que la Ley para la Prevención de la Pornografía Infantil de 1996 era demasiado general en su intento de prohibir la “pornografía infantil que no muestra a un niño real”.
Los robots sexuales con aspecto de niño son robots, no humanos. Al igual que la pornografía infantil virtual, el desarrollo de un robot sexual con aspecto de niño no requiere ninguna interactuación con ningún niño. No obstante, también podría sostenerse que los robots sexuales con aspecto de niño tendrían unos graves efectos perjudiciales que obligan al Estado a actuar.

¿Seguros y fiables?

Los robots sexuales quizás se vuelvan sensibles algún día, pero por ahora, son productos.
Y una cuestión que prácticamente se ha pasado por alto es cómo la Comisión sobre la Seguridad de los Productos de Consumo debería regular los peligros asociados a los robots sexuales. Los productos sexuales actuales no están debidamente regulados, y esto es preocupante teniendo en cuenta que los robots sexuales pueden hacer daño a sus usuarios de muchas maneras.
Por ejemplo, existe peligro incluso en una escena aparentemente inocente en la que un robot sexual y un ser humano se cogen de la mano y se besan. ¿Qué pasaría si los labios de los robots sexuales estuviesen fabricados con pintura con plomo o alguna otra toxina? ¿Y qué pasaría si el robot, que tiene la misma fuerza que cinco humanos, aplastase por accidente el dedo del humano en un arrebato de pasión?
Un ingeniero sujeta la cara de Samantha, una muñeca sexual con inteligencia artificial.
Un ingeniero sujeta la cara de Samantha, una muñeca sexual con inteligencia artificial.REUTERS/ALBERT GEA
Y no se trata solo del daño físico, sino también de la seguridad. Por ejemplo, al igual que una pareja humana aprende recordando qué palabras son tranquilizadoras y qué tipo de caricia resulta reconfortante, también es probable que un robot sexual almacene y procese una enorme cantidad de información íntima. ¿Qué regulaciones existen para garantizar que estos datos sigan siendo privados? ¿Hasta qué punto será el robot sexual vulnerable al pirateo informático? ¿Podría el Estado utilizar los robots sexuales como aparatos de vigilancia para los delincuentes sexuales?

Los 'sexbots' en la ciudad

La decisión de los Gobiernos de regular los robots sexuales y la manera en que lo harán dependerán de lo que aprendamos – o de lo que supongamos – sobre los efectos de estos robots en las personas y la sociedad.
En 2018, el Ayuntamiento de Houston salió en todos los titulares al aprobar una ordenanza para prohibir la entrada en funcionamiento del que habría sido el primer “burdel” de robots de EE UU. En una de las reuniones comunitarias, uno de los asistentes advertía: “Un negocio como este destruiría los hogares, las familias y las economías de nuestros vecinos y causaría un gran revuelo comunitario en la ciudad”.
Pero estas predicciones alarmantes son pura conjetura. Hoy en día, no existen pruebas de cómo afectaría a las personas o a la sociedad la introducción de robots sexuales.
Por ejemplo, ¿habría más o menos probabilidades de que un hombre que utilizase un robot sexual con aspecto de niño hiciese daño a un niño humano real? ¿Sustituirían los robots a los seres humanos en las relaciones o mejorarían las relaciones como lo pueden hacer los juguetes sexuales? ¿Llenarían los robots sexuales un vacío para aquellos que están solos y no tienen pareja? Y del mismo modo que los pilotos utilizan simuladores de vuelo virtuales antes de pilotar un avión de verdad, ¿podrían las personas vírgenes utilizar robots sexuales para practicar el sexo de manera segura antes de probar el sexo real?
Dicho de otra manera, hay muchas más preguntas sin respuesta sobre los robots sexuales que robots sexuales reales. Aunque resulta difícil realizar estudios empíricos hasta que los robots sexuales estén más extendidos, la regulación con conocimiento de causa exige que los científicos analicen urgentemente estos temas. De lo contrario, puede haber decisiones regulatorias reaccionarias basadas en suposiciones y en el temor a los supuestos más catastróficos.

Un mundo feliz

Una cuestión que me fascina es la manera en que el tabú de turno sobre los robots sexuales crece y decrece conforme pasa el tiempo.
Hubo una época, no muy lejana, en la que los humanos atraídos por el mismo sexo se avergonzaban de hacerlo público. Hoy en día, la sociedad también tiene sentimientos encontrados con respecto a la ética de la sexualidad digital, una expresión que se emplea para describir varias relaciones íntimas entre los seres humanos y la tecnología. ¿Llegará un momento, no muy lejano, en que los humanos atraídos por los robots anunciarán de buena gana su relación con una máquina?
Nadie sabe la respuesta a esta pregunta. Pero lo que yo sí sé es que los robots sexuales seguramente estarán el mercado estadounidense dentro de poco, y es importante prepararse para esa realidad. El imaginar leyes que regulen los robots sexuales ya no es una hipótesis de un profesor de derecho o ciencia ficción.
Es un desafío del mundo real al que la sociedad está a punto de enfrentarse por primera vez, y espero que la ley no se equivoque.

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