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¿Podemos confiar en los médicos? ¿Podemos confiar en que los medicamentos que nos recetan son seguros? Hemos oído a los doctores quejarse del deterioro que está viviendo su profesión en los últimos años, de las masificaciones de las consultas públicas y privadas (donde cada vez cuesta más encontrar un especialista que reciba en un plazo prudencial), del descenso de las remuneraciones que están recibiendo de las entidades aseguradoras y de la implantación de métodos de gestión que poco tienen que ver con la medicina. Pero hablan menos de las relaciones que les unen a los laboratorios, y ello a pesar de su perniciosa frecuencia. Así lo pone de manifiesto el periodista especializado en temas de salud Miguel Jara en Laboratorio de médicos (ed. Península) donde narra, a través de las pruebas aportadas por diferentes visitadores médicos, cómo algunos laboratorios tratan de sobornar frecuentemente a los facultativos a través de regalos o dinero (algunos llegan a cobrar el 14% del valor de la receta) consiguiendo así que se receten sus medicamentos.
Según Jara, la industria farmacéutica suele poner de relieve lo mucho que cuesta colocar en el mercado un nuevo producto, pero lo que no dice es que “los mayores gastos de un laboratorio, alrededor de un 35%, se marchan en promoción, apartado en el que se incluyen estas prácticas. La investigación y el desarrollo van detrás de esa partida. Y no hablamos de prácticas minoritarias, sino de actos cotidianos, planificados por las empresas para conseguir una mayor penetración de su producto. Por eso los laboratorios que gastan más en este apartado son los primeros en el mercado”.
Y ello con consecuencias graves para la salud, afirma Jara, y más aún en la medida en que apenas se presta atención institucional al asunto. “Tenemos normas que prohíben el cohecho y las dádivas a funcionarios públicos, y la ley del medicamento fue reformada con especial dureza en este punto. El problema es que las fiscalías no toman en consideración las denuncias y la policía no da importancia a este asunto. En Italia, hace pocos años, la policía judicial entró en la sede la multinacional Glaxo y recogió documentos que sirvieron para denunciar a más de 4.000 visitadores y médicos por estas prácticas. Sería conveniente que en España se investigaran tan a fondo las relaciones entre laboratorios y médicos”.
Los graves daños que provocan ciertos medicamentos
Fruto de esta pasividad “vivimos un boom de daños provocados por los medicamentos”, asegura Jara, “ya sea por la sobremedicación o por la utilización de productos que causan graves efectos secundarios”. El oncólogo José Ramón Germá Lluch, jefe del Servicio de Oncología Médica en el Instituto Catalán de Oncología y director del Departamento de Oncología del Hospital General de Cataluña, avisa de este peligro en su novela Dioses de bata blanca (ed. Planeta), una obra en la que denuncia los problemas que están surgiendo en la comercialización de nuevos medicamentos. Germá dice haber sido testigo de grandes avances en el cáncer, (“he visto cómo se ha rescatado de la muerte mediante la quimioterapia a más de un 95% de jóvenes con cáncer de testículo, cómo volvían a la vida a enfermas con kilos de cáncer de ovario en su abdomen o cómo un número significativo de enfermos con cáncer de colon con metástasis en su hígado han logrado ver amanecer durante muchos años”), pero es también consciente de que la siguiente meta debe consistir en evitar las secuelas inducidas por los tratamientos. Así, “la talidomida a principios de los años sesenta, las hormonas femeninas para mitigar los síntomas asociados a la menopausia hace un par de décadas o el antidiabético Mediator francés hace apenas unos meses, son ejemplos parecidos al Nepraxa® de El Jardinero Fiel de John Le Carre, pero acontecidos en el primer mundo”. Por eso, entendió necesario advertir a la sociedad, a través de esta novela, “que la demanda indiscriminada de nuevos tratamientos en el contexto actual de reclamar resultados cada vez más inmediatos, está poniendo en peligro la vida de algunos pacientes”.
Con el Pancurator®, el medicamento imaginario que aparece en la novela, Germà intenta reflejar los peligros subyacentes de algunos fármacos actuales dirigidos contra mecanismos básicos de la vida. “Hasta ahora, los ejemplos de medicamentos que han presentado en su fase de post-comercialización efectos graves o incluso letales pertenecen a familias con efectos terapéuticos moderados pero que se han administrado de forma crónica. Es por eso que porcentajes pequeños de toxicidad pueden alcanzar a centenares sino miles de los millones de enfermos que reciben diariamente estos fármacos”.
Con el Pancurator®, el medicamento imaginario que aparece en la novela, Germà intenta reflejar los peligros subyacentes de algunos fármacos actuales dirigidos contra mecanismos básicos de la vida. “Hasta ahora, los ejemplos de medicamentos que han presentado en su fase de post-comercialización efectos graves o incluso letales pertenecen a familias con efectos terapéuticos moderados pero que se han administrado de forma crónica. Es por eso que porcentajes pequeños de toxicidad pueden alcanzar a centenares sino miles de los millones de enfermos que reciben diariamente estos fármacos”.
Como poner un medicamento en el mercado tiene un gran coste (sólo el 20% de los fármacos cardiológicos que se ensayan en humanos llegan a comercializarse, no llegando en el terreno del cáncer ni siquiera a un 5%), acortar el tiempo de prueba puede significar un ahorro importante. Pero esa tendencia “incrementa el riesgo de que pequeños porcentajes de toxicidades tardías no sean correctamente registradas o malinterpretadas, como sucedió en la vida real con el fármaco que inspira mi novela”.
Sin embargo, según Germà, la presión para obtener resultados más rápidamente no es exclusiva de los laboratorios: “los pacientes demandan nuevos fármacos que solucionen sus problemas (lobbies de pacientes con SIDA, asociaciones de pacientes con diferentes cánceres, etc), los médicos quieren manejar medicamentos mejores olvidando en ocasiones el espíritu crítico que debe prevalecer a toda costa, las compañías de investigación por encargo (CROs) quieren mantener viva la llama de la constante realización de ensayos gracias a los cuales perviven y la industria precisa mantener su negocio, por otro lado fundamental para la financiación de la investigación clínica, introduciendo nuevas moléculas antes de la finalización de sus patentes”.
¿Dónde están los reguladores?
En esas tensiones entre el coste, el tiempo y la seguridad no estamos siguiendo los pasos correctos, afirma Miguel Jara, toda vez que las instancias encargadas de regular los procesos no están funcionando correctamente. Si bien es cierto que algunas de ellas tienen comportamientos ejemplares, en otros casos “las relaciones entre la industria y las agencias del medicamento que han de autorizar los medicamentos es demasiado próxima”. Para Germà, quien considera que “el ciudadano se encuentra razonablemente protegido por la seriedad de las agencias reguladoras”, habrían de reformarse un par de aspectos bastante perjudiciales. En primera instancia, “habría de separarse el organismo encargado de aprobar un determinado medicamento del que evalúa su comportamiento una vez comercializado, ya que resulta engorroso que el mismo comité que ha convenido que un medicamento salga al mercado sea el responsable de retirarlo si no cumple la expectativas generadas o presenta demasiados efectos secundarios”.
De hecho, afirma Germà, la primera vez que una agencia reguladora ha retirado la indicación de un fármaco que había aprobado previamente ha tenido lugar hace muy poco tiempo. Además, “debería prohibirse todo tipo de emolumento con el propósito de acelerar los trámites de evaluación de cualquier medicamento por parte de la agencia reguladora”. Según Jara, sería conveniente que, además, se previniera el frecuente salto de personal de unas a otras: “hay altos cargos de la industria farmacéutica que acaban ocupando puestos de responsabilidad en los reguladores y a la inversa, personas con responsabilidad pública que terminan siendo contratadas por la industria. El último ejemplo, el del ex ministro Bernat Soria, que está al frente del estudio que realiza Abbott sobre la sostenibilidad del sistema sanitario. Esta interrelación tan frecuente entre instituciones públicas y laboratorios es muy peligrosa”.
Los problemas del sector también provienen de un cambio de enfoque en las empresas, que buscan acelerar sus tiempos y aumentar sus ingresos aun cuando ello pueda llevar a poner menor énfasis en la seguridad. Según Germà, “detrás de la industria farmacéutica existen grupos de capital riesgo cuyo objetivo fundamental es la rentabilidad de sus inversiones. Los responsables de la industria farmacéutica deben rendir resultados fehacientes a sus consejos de administración y a dichos grupos cuyo dinero es fundamental para desarrollar nuevas moléculas e intentar comercializarlas”. Como cada vez es más difícil encontrar medicamentos con mecanismos de acción novedosos que conduzcan a lo que la industria denomina "blockbusters", es decir, medicamentos que produzcan ventas anuales por encima de los 1000 millones de dólares. “Y esto conlleva que muchas de las moléculas que se introducen en el mercado sean menos competitivas frente a las ya existentes y por tanto menores son sus ganancias. Esto explica el porqué un medicamento con acción modesta es mantenido en el mercado el tiempo suficiente para recuperar la inversión inicial que ha significado su comercialización”.
A pesar de estas denuncias, tampoco podemos caer, asegura Germà, en una visión reduccionista de la medicina según la cual todo el mundo busca su propio interés. “Hay muchos médicos y farmacéuticas que hacen de la honestidad su bandera. De hecho, la novela es un instrumento del que me sirvo para hacer reflexionar a la sociedad de que médicos como Irene Frachon, la doctora de Bretaña que hizo público que el antidiabético Mediator® podía ser letal, existen y luchan a veces contra estructuras que mantienen un fármaco más de 10 años después que ya ha sido retirado en otros países”. Igualmente Miguel Jara constata cómo, además de médicos y científicos, “también hay instituciones, como es la oficina de evaluación de medicamentos de Extremadura, donde se hace un grandísimo trabajo a la hora de analizar uno por uno los nuevos medicamentos que salen al mercado para garantizar su eficacia y su seguridad”. Sin embargo, advierte, “esta no es la norma. El mundo médico tiene muchas cosas que cambiar”.
Por Esteban Hernández.- from elconfidencial.com 02/05/2011
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