Expresarnos con libertad y poner límites a los demás sin ser agresivos no siempre resulta fácil (DNY59 / Getty Images)
Saber decir “no” a situaciones que nos desagradan es básico para la salud física y mental
Uno de los elementos más importantes que definen la inteligencia emocional es la asertividad, entendida esta como la capacidad para expresar de forma honesta nuestros derechos, creencias y necesidades sin negar los de los demás. Parece fácil, pero las relaciones no siempre lo son.
Casi todos hemos tenido alguna vez dificultades para expresarnos con libertad o poner límites a un comportamiento indeseado. Es entonces cuando dejamos de lado nuestros planes para atender a los de los demás, por ejemplo. O cuando recibimos un comentario que nos desagrada y nos lo tragamos por miedo a iniciar un conflicto o a que los demás nos dejen de apreciar.
Pero no expresar lo que necesitamos es una fórmula segura para sentirnos eternamente insatisfechos, pues nuestras necesidades siempre acabarán a la cola, posponiéndose una y otra vez hasta que al final incluso acabemos olvidándonos de ellas. Pero si nuestra vida está tan llena de demandas ajenas que ya no tenemos tiempo para lo que nos importa, o incluso peor, si nuestra salud física o mental está en riesgo por culpa de ello, quizá ha llegado el momento de empezar a hacer algunos cambios.
Lo primero que debemos aprender es la diferencia entre asertividad y agresividad. Ser asertivo no significa dar vía libre a la mala educación ni nos legitima para mostrarnos hostiles o maltratar a los demás solo para conseguir nuestros objetivos. “Una persona asertiva es una persona que sabe lo que quiere y lo que no quiere. Es una persona con capacidad de discernir y de decidir, y que sabe expresarlo. Sabe decir que no sin sufrir y defender su visión sin discutir. Las claves para ello radican en la autoestima y el respeto”, explica el coach Jordi Planes, autor de Más allá del sentido común (Kepler).
“Una persona asertiva sabe decir que no sin sufrir y defender su visión sin discutir”
¿Y por qué nos cuesta tanto hacerlo? A menudo por miedo al rechazo, al enfado del otro o, simplemente, a la incertidumbre que nos causa imaginar cómo nos responderán. Como en tantas ocasiones, la raíz de este comportamiento suele encontrarse en la infancia. Si nos criaron para ser “buenos”, si nos elogiaban solo cuando “ayudábamos a mamá”, si teníamos miedo de que nuestros padres gritaran o nos pegaran, o si no nos prestaban la atención necesaria, excepto cuando complacíamos a los demás, puede que hayamos aprendido a priorizar las necesidades ajenas por encima de las propias.
Pilar Sanz Sarmiento, psicóloga experta en duelo, comunicación y gestión emocional, explica que en el origen de esta tendencia tan común están casi siempre implicadas las emociones de la ira y el miedo. “Nuestra cultura y educación que recibimos tienden anegar la existencia de la emoción del enfado. Bajo el paraguas de las fórmulas de cortesía y de la buena educación, se esconde la emoción de la rabia sin digerir. Yo diferencio entre control, gestión y digestión emocional. Para digerir tengo que hacer un proceso, asimilar, elaborar, crecer y finalmente, soltar y evacuar”.
Con frecuencia, “bajo el paraguas de la cortesía y la buena educación se esconde rabia sin digerir”
Según esta experta terapeuta, el primer paso para poder ser asertivos es identificar lo que sentimos realmente. Y cuando hablamos de ira, miedo o enfado, nos enfrentamos a ideas preconcebidas que dificultan su reconocimiento: “Cualquier emoción del continuo del enfado y la ira es considerada el patito feo de las emociones y escondida en el paraguas de la buena educación”. ¿Qué podemos hacer entonces? Tras identificar lo que sentimos, se hace necesario diferenciar la emoción de la conducta. “Esto es fundamental desde niños. Limitar la conducta, pero no negar ni censurar la emoción”.
Puede que en este punto algún lector piense que no pasa nada por priorizar a los demás, y a quien incluso este le parezca un rasgo deseable. Pero los expertos consideran que complacer de forma compulsiva a los otros puede convertirse incluso en una forma de manipulación. ¿Alguna vez se han cruzado con una de esas personas con fama de ser generosas y entregadas y han podido comprobar que cuando no consiguen lo que desean quizá muestran una cara completamente desconocida, agresiva y despiadada?
“Cuando no se ponen límites es porque se tiene miedo, fundamentalmente, a ser rechazado. Si mi tendencia es a controlar”, explica Pilar Sanz, “entonces no pondré limites, tragaré y tragaré, sin masticar, sin digerir y... se me hará bola. Antes o después vomitaré o tendré una diarrea verbal y/o conductual. El miedo y mis creencias irán alimentando a mi felino interior, y en lugar de manifestarse bajo la forma de un lindo gatito capaz de poner límites e identificar sus deseos y necesidades (asertividad), cuando el sistema digestivo emocional esté colapsado, se manifestará como un león salvaje”.
Jordi Planes explica que cuando hacemos algo que nos genera incomodidad o disgusto, nuestro cuerpo reacciona. “Si reprimimos ese sentimiento, irá generando un humor displicente, de resignación y de desengaño, con lo que nos irá apartando del amor y nos generará frustración. Podrá incluso generar un círculo vicioso que potencie las dependencias o las actitudes críticas: cinismo, ironía...”. Para evitarlo, este coach y escritor recomienda recuperar la forma de comunicarse de los niños y las niñas: “Dicen lo que sienten sin filtros ni miedos... convencidos de que es lo que debe de ser. Es la “educación” que les damos la que hará que más adelante actúen con filtros y bajo el yugo de los miedos y las consecuencias”.
Si tragamos lo que nos disgusta sin decirlo, generaremos resignación, desengaño y frustración
¿Y cómo empezar a poner límites si no tenemos la costumbre de hacerlo? Lo primero es perderle miedo al «no». Decir «no» a algo o a alguien, paradójicamente, encierra un gran poder positivo, pues al hacerlo estamos diciéndonos un gran «sí» a nosotros mismos. Y es que, si no somos capaces de decir que no, entonces nuestros síes no tienen ningún valor. Si decimos que sí a todo, nos perdemos, acabamos por desconectarnos de nuestras necesidades e incluso empezamos a no ser capaces de reconocerlas. También es importante recordar que nunca somos responsables de las emociones de los demás.
Pilar Sanz da dos claves para una comunicación eficaz y asertiva: “El uso de la descripción objetiva de hechos y hablar en primera persona. Un ejemplo personal de comunicación asertiva por parte de mi hijo de 9 años: volvíamos tarde a casa y, ya en el coche, yo estaba pensando en todo lo que me quedaba por hacer de jornada casera. Tras aparcar, empecé a meterle prisa a mi hijo para salir del coche, coger mochilas... Él me dijo: “Mamá, cuando me hablas así, creo que estás enfadada y me asusto”.
Si la idea de decirle que no a alguien o de expresar que algo le disgusta todavía le produce temor o agobio, he aquí un pequeño truco para empezar: gane tiempo. Pídale a esa persona que le envíe su petición o su comentario por correo electrónico o en un mensaje de texto para que pueda comprobar su agenda o pensar en ello antes de responder. Esto le da tiempo para pensar qué desea hacer realmente y para encontrar las palabras adecuadas para expresarse. Y no olvide el poder positivo de un «no» a tiempo. ¿Qué otras posibilidades, qué otros «síes» se abren ante usted cuando es capaz de poner límites y de conectar con su propio deseo? ¿Quizá más respeto por sí mismo? ¿Más tiempo para su familia o para perseguir sus pasiones? ¿Más salud mental? ¿Más descanso?
Como también explica Pilar Sanz, el riesgo de no respetarnos puede llegar a influir incluso en nuestra salud física: “Nos afecta al sistema inmunológico, al sistema digestivo, a la c oagulación de la sangre, a la temperatura corporal, al sistema genitourinario.... Desde la medicina oriental se asocian las emociones a determinadas funciones de órgano. El miedo, por ejemplo, al aparato genitourinario, y la rabia, a la vesícula biliar e hígado. Todos conocemos la frase popular: más vale ponerse una vez rojo que ciento amarillo. Un claro ejemplo de la sabiduría popular en cuestión de asertividad”.
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