La dunas han engullido la antigua ciudad minera de diamantes de Kolmanskop, en la actual Namibia
Contra la moda de pautar el tiempo libre como si se tratara de un día laboral, vuelve a reivindicarse la sensación de fluir con el destino sin cerrar la puerta a lo desconocido, como los viajeros románticos del siglo XIX
Perderse es, posiblemente, el mayor lujo que existe ahora mismo. Así lo entiende la escritora norteamericana Rebecca Solnit, tras publicar recientemente Una guía sobre el arte de perderse (Capitán Swing), donde reivindica escuchar la música del azar como una nueva forma de estar en el mundo.
Solnit no está sola en la idea de que hay que estimular la capacidad de sorpresa y colaborar con lo imprevisto para no caer en la planificación excesiva que propone la tecnología. Precisamente esa fue la pregunta, “What is luxury?”, que se formuló hace un tiempo el Victoria & Albert Museum de Londres (1), un espacio dedicado a las bellas artes, al interrogarse sobre qué cabe entender por lujo a día de hoy. En la muestra, se pudo ver la obra Time For Yourself, del diseñador polaco Marcin Rusak que, para los entendidos, simbolizó mejor que ninguna otra el tesoro que representa disponer de tiempo para uno mismo. La obra incluía un reloj que se calentaba con el sol, un compás para descubrir lugares al azar y una manta para taparse durante el viaje. Según Rusak, “actualmente, es casi imposible perderse de verdad”.
Para los expertos, perderse no deja de ser una metáfora de la necesidad vital de traspasar las fronteras invisibles de cada persona para entrar en contacto con otras dimensiones humanas, culturales.... En este sentido, no se trata tan solo de perderse geográficamente sino también de liberarse de las rutinas y escapar del productivismo. Por ejemplo, al viajar.
Una sensación, la de fluir con el destino sin cerrar la puerta a lo desconocido, que experimentaron en primera persona los viajeros románticos del siglo XIX y que ahora, con la digitalización, ha caído en desuso con el hábito de pautar incluso el tiempo libre como si se tratara de un día laboral.
Una manera de viajar
Perderse es algo más que aislarse en algún punto geográfico, implica también liberarse de las rutinas y escapar del productivismo
Pese a discrepar con que en la actualidad sea difícil perderse, Pere Ortín, director de la revista Altair Magazine y trotamundos vocacional tras recorrer más de cien países, está de acuerdo en que existe la tendencia de planificar los viajes en exceso y a llenarlos de actividades pre-programadas para rentabilizar el dinero invertido en el desplazamiento y la posterior estancia. “Hay un proverbio japonés que señala que makeru ga kachi, es decir, que perder es ganar”, (3) recuerda este periodista. “Siempre que me he perdido en algún viaje, la vida me ha devuelto experiencias positivas, especialmente en sitios de los que desconocía la lengua, las costumbres, la comida…”, añade.
Sin embargo, la aceleración de la vida moderna está llevando a cada vez más personas a no dejar nada para la improvisación a la hora de viajar. Todo lo contrario del experimental travel, explica Ortín, al referirse a una forma alternativa de turismo en la que los destinos no se eligen por sus atributos turísticos, sino que promueve dejarse llevar, conocer a gente local y empaparse del estilo de vida del sitio en cuestión. Como pequeña nota a pie de página, el concepto de viaje experimental fue creado por Joel Henry, director del Laboratorio de Turismo Experimental, y propone actividades tan curiosas como el contraturismo, donde se anima a los viajeros al visitar un sitio turístico famoso, darle la espalda y examinar lo que hay enfrente; el alternating travel, consistente en tomar sucesivamente calles a derecha e izquierda hasta topar con un obstáculo que no deje avanzar más o el eroturismo, nombre que recibe la experiencia de viajar en pareja por separado a una misma ciudad y una vez allí intentar encontrarse. En definitiva, que el azar sea la única guía de viaje para abrirse a lo inesperado y que el viaje sea más divertido.
“Perderse es parte de la vida y también una actitud: es querer tejer complicidades con otros seres humanos y el entorno. La experiencia indica que siempre que uno se pierde suelen suceder cosas interesantes, pues perderse ayuda a escuchar, a proponer, a intercambiar ideas y a enhebrar la aguja de otra manera para no darlo todo por sentado”, argumenta Ortín tras haberse perdido en sus viajes más veces que dedos tiene en sus extremidades.
Otro tanto opina el fotógrafo Manuel Charlón tras recorrer 108 países. “Mi consejo para cualquier viajero es que intente dejar el ´yo´ que conoce en casa. Me he perdido muchísimas veces y el mayor premio ha sido descubrir cosas inesperadas, tanto dentro de mi mismo, como fuera”, señala este cántabro que está a punto de publicar Viajes en confinamiento, un libro en el que 88 cronistas de viajes diseccionan lo que significa descubrir mundo.
Perderse es parte de la vida y también una actitud: es tejer complicidades con otros seres humanos y el entorno”
“Cuando lo planificas todo, rompes la magia. Por algo será –manifiesta Charlón– que cuando alguien se pierde sin querer durante un viaje, luego es lo que más recuerda, porque va unido a la aventura. En cambio, ahora se viaja con todo perfectamente planificado, como si rellenáramos un álbum de cromos”, admite.
Algo parecido piensa la escritora norteamericana Rebecca Solnit. Según explica en Una guía sobre el arte de perderse, la palabra inglesa lost (perdido) proviene de la voz los del nórdico antiguo, que significa la disolución de un ejército. “Este origen evoca la imagen de un grupo de soldados rompiendo filas para volver a casa”, explica. En cambio, hoy día, opina Solnit, muchas personas “nunca disuelven sus ejércitos, nunca van más allá de aquello que conocen. La publicidad, las noticias alarmistas, la tecnología y el ajetreado ritmo de vida se confabulan para que así sea”, escribe en su nuevo libro.
Cuando lo planificas todo, rompes la magia, por algo será que cuando alguien se pierde sin querer durante un viaje, luego es lo que más recuerda”
Respecto a los souvenirs que se han traído de vuelta algunos viajeros tras perderse, Ortín evoca un viaje a Namibia, cerca de la frontera con Angola, donde se equivocó de senda y acabó un día entero perdido, rodeado de guepardos, hasta refugiarse a escasos metros de una poza en la que abrevaba un grupo de elefantes. También le viene a la cabeza una expedición al Amazonas, donde se encuentra el bosque tropical inundado más grande del planeta, en la que accedió a probar un aguardiente local que le llevó a colaborar con los cazadores de subsistencia locales a la hora de atrapar caimanes. De ambas experiencias, Ortín aprendió “maravillas de la naturaleza que jamás habría podido disfrutar sin haberme perdido, así como descubrí que los aguardientes locales hay que tomarlos con mesura”, avisa.
Charlón, por su parte, recuerda haber estado cuatro días perdido en Venezuela, en la zona de los tepuy (las montañas de cimas habitualmente planas que existen en la gran sabana venezolana) y el recuerdo imborrable de sus cielos estrellados al dormir al raso. “Siempre recordaré ese viaje, entre los cientos que he hecho”, admite. También rememora haberse perdido varios días en Burundi, en un poblado donde era el único habitante de piel blanca. “Allí descubrí que África es el continente que no podemos perdernos, porque multiplica por cien las expectativas de cualquier viaje. Dormí en una jaima que me dejaron junto a una hoguera y en ningún momento pasé miedo. África central es el lugar idóneo para encontrarse con uno mismo”, sentencia.
Si se trata de descubrir “terra incógnita”, como llamaban los textos antiguos a lo desconocido, tanto Ortín como Charlón aconsejan cambiar la relación con el teléfono móvil al emprender cualquier viaje. En la actualidad, existen hoteles que exigen a los huéspedes entregar todos los dispositivos electrónicos al hacer el check-in y recuperarlos al momento de irse, una escena que evoca lo que sucedía en el Lejano Oeste con los revólveres. Un establecimiento sueco, incluso, ha llegado a instalar en una habitación una lámpara inteligente llamada The Skärmfri que mide las conexiones a internet de sus clientes e indica el incremento de precio cambiando gradualmente de color (de blanco a rojo). Se trata del hotel Bellora, de Gotemburgo, el primero en disponer de una iniciativa llamada The Check Out Suite, que calcula el precio de la estancia en función del tiempo que se está conectado a internet para animar a los visitantes a pasar más tiempo con sus familias y amigos en lugar de online. El precio de la suite depende del tiempo que los huéspedes pasan en línea, ya que la lámpara mide cuánto navegan por Facebook, Snapchat, Twitter, Instagram..
Aunque en la actualidad hay muchas maneras de perderse (geográficamente, psicológicamente, espiritualmente, etc.), tal vez extraviarse tecnológicamente es la más difícil, por el hábito de consultar el smartphone cada pocos segundos. El consejo de Charlón y Ortín para disfrutar plenamente de las vacaciones es apagar el teléfono y encenderlo solamente durante una franja horaria, más como excepción que como norma. Y si se trata de hacer fotos, “llevarse una pequeña cámara, porque si se hacen con el móvil, la experiencia dice que el móvil siempre estará encendido”, recuerda Charlón.
ANTONIO ORTÍ
26/07/2020 08:00Actualizado a 26/07/2020 08:00
https://www.lavanguardia.com/magazine/buena-vida/20200726/27039/arte-perderse-gran-lujo-momento.html
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