Una imagen inédita.La plaza San Marcos, en una vista completamente desconocida, sin turistas y con muy pocos peatones (FLAVIO LO SCALZO / Reuters)
Los venecianos piden abandonar la economía centrada en el turista y dejar de ser un escaparate
Ya no hay jóvenes tirados en corrillos comiendo pizza en platos de cartón ante la basílica de San Marcos. Los canales están más limpios que nunca, y dicen que en el confinamiento hasta se veían algunos peces por primera vez en décadas.
Ahora es posible husmear sin sobresaltos en el puente de Rialto, no hace falta esperar turno para cruzar los callejones de Santa Croce, el vaporetto se toma a la primera, no hay restos de botellas de plástico por el suelo. Venecia ha recuperado su esplendor, pero a un alto precio.
La maravilla de visitar Venecia después de la pandemia es a la vez una pesadilla para los venecianos. Tras años protestando por un turismo insostenible que degradaba la ciudad y hacía que vivir en la antigua Serenissima fuera un acto de romanticismo, ahora sus residentes añoran a los foráneos. La inundación del pasado noviembre, la segunda mayor de la historia tras la de 1966, ya provocó numerosas pérdidas para la ciudad de los canales. El coronavirus ha sido el golpe definitivo a su economía, sostenida casi al completo por el turismo.
Apuros económicos
“El ‘acqua alta’ fue una bofetada, el coronavirus ha sido otra”, lamenta un veneciano
“El acqua alta –como llaman al fenómeno de las mareas que anegan Venecia– fue una bofetada con la mano izquierda; el coronavirus ha sido otra con la mano derecha”, cuenta el veneciano Matteo Secchi. Le despidieron del hotel en el que trabajaba, y ahora solo vigila un apartamento que los propietarios alquilan a través de Airbnb. “Trabajo un 30% de lo que antes. Entre el paro y el Airbnb, con suerte llego a pagar el alquiler”, lamenta.
Venecia necesita el turismo desde hace siglos. La República Veneciana, durante sus más de mil años de historia, se caracterizó por su dominación comercial. Pero entró en una profunda crisis económica cuando Vasco de Gama abrió para los portugueses la ruta de las especias. Así que inventaron el carnaval y la ciudad de los canales se volvió una meta para los adinerados europeos, que se escondían bajo el anonimato de las máscaras para abandonarse en fiestas y juego.
La crisis ahora no está provocada por un explorador, sino por una pandemia que ha puesto en jaque a la economía de Italia, y principalmente, a su industria turística. Según las previsiones de la patronal, Italia perderá 180.000 millones de euros este 2020, de los que 110.000 serán consecuencia del turismo. Malas noticias para Venecia. Los datos de los hoteleros hablan por sí mismos. La Associazione Veneziana Albergatori, que agrupa a 430 hoteles, calcula que si cada año el turismo en Venecia aporta alrededor de 3.000 millones de euros, este 2020 sufrirán pérdidas de sobre el 70% respecto al año pasado. “Este mes de julio y agosto solo hay 15 habitaciones de cada 100 reservadas”, lamenta Claudio Scarpa, su presidente. El 30% de los hoteles todavía no ha reabierto.
Los hoteles no son las únicas estructuras con las persianas cerradas. Las grandes firmas pueden afrontar los costes del personal, pero no el pequeño comercio. Basta un paseo para ver tiendas de ropa, zapaterías o pequeños establecimientos de souvenirs que no han podido reabrir. También toca despedirse de restaurantes como la Trattoria Al Mascaron, que cierra para siempre tras 42 años siendo una referencia. Les subieron el alquiler de 6.500 euros al mes a 8.000, y no podían hacer frente al aumento. Otros emblemáticos, como el Harry’s Bar de Arrigo Cipriani, siguen cerrados, a falta de los turistas estadounidenses y rusos. Los gondoleros no están mucho mejor: no han trabajado nada en tres meses y en junio los paseos cayeron un 95% respecto el mismo mes del 2019.
“El coronavirus debe ser una oportunidad histórica para repensar el turismo y enfocarlo hacia un visitante de calidad –dice Scarpa– no tendremos muchas más: hemos de evitar que se repita lo que nos ha sucedido ahora”.
Los venecianos están convencidos de que esta etapa tan cruda puede ser la manera para que la ciudad explore otras maneras de vivir más allá de ser un escaparate, intentando atraer inversores internacionales, eventos culturales a gran escala o universitarios. “Los que decían que iba a cambiar ahora están corriendo detrás de los primeros turistas que llegan. Debemos cambiar el chip y enfocar la ciudad hacia la cultura desde una dimensión internacional”, apuesta Michele Gottardi, director de la Università Internazionale Dell’Arte. “El problema no es el turismo: es la monocultura del turismo”, coincide Stefano Stipitivich, director artístico del histórico Caffè Florian. “Tenemos grandes universidades, ocho de cada diez jóvenes que vienen a estudiar aquí querrían quedarse después de graduarse, pero no pueden por los precios de alquiler. Debemos orientar la ciudad hacia las inversiones digitales, las agencias internacionales o la cultura”, añade desde el interior del café. El establecimiento –parada obligatoria de gobernantes, artistas y celebridades, de Joan Miró a Clark Gable– no había cerrado nunca en sus 300 años de historia hasta que llegó la pandemia.
“No nos interesa sólo que vuelva a empezar el turismo como antes, sino que sea un turismo mejor”, dice en su despacho de Ca’ Farsetti el asesor del alcalde de Venecia Simone Venturini. El ayuntamiento está impulsando iniciativas como favorecer que los apartamentos turísticos vacíos sean ocupados por estudiantes o aprovechar la Mostra de cine de septiembre como un símbolo del renacimiento cultural. “El año que viene pondremos una tasa para quien quiera venir a pasar sólo un día. Es una manera de incentivar a los visitantes a que se queden por lo menos una noche”, explica Venturini, refiriéndose al fenómeno del que tanto se quejan los venecianos: los turistas que pernoctaban en cruceros o en hoteles low cost en otras ciudades y venían a pasar el día sin gastar en la ciudad. “Por desgracia, el ayuntamiento no tiene competencias para regular los alquileres, ni establecer un máximo de apartamentos turísticos. Desde hace años pedimos al Gobierno central que dé poderes especiales para una ciudad tan especial como es Venecia”. Suenan campanas electorales. En otoño habrá elecciones municipales, y todo apunta a que el derechista Luigi Brugnaro será reelegido sin problemas.
Las consecuencias
Aunque llegan visitantes, solo 15 de cada 100 habitaciones están reservadas
Y mientras el sector sufre por la llegada de visitantes con cuentagotas, los residentes que no viven del turismo se sienten de alguna manera aliviados. “Hemos vuelto a saludar a nuestros vecinos, que hacía años que no podíamos hacer por los turistas, y pararnos a hablar por las mañanas”, explican Ester Artigas y Josefina Naharro, que llevan treinta años viviendo en Venecia y han sido testigos de cómo poco a poco se han marchado los venecianos.
Con los precios de los alquileres por las nubes por el aumento de apartamentos turísticos, la mayoría de los jóvenes apuestan por irse a vivir a tierra firme, como llaman a Mestre, la ciudad en el otro lado de la laguna que forma parte del mismo territorio municipal. El contador de la farmacia Morelli, ante el puente de Rialto, desde el 2008 muestra el número de venecianos que resisten. En 1959, eran 174.800. Hoy son solo 51.696: Venecia pierde una media de 700 habitantes cada año. El farmacéutico, Andrea Morelli, también ve el lado bueno de la tragedia. “Antes el veneciano estaba escondido entre los mares de turistas –asegura–. Ahora podemos volver a saludarnos: Hemos reconquistado la ciudad”.
ANNA BUJ | VENECIA, CORRESPONSAL EN ITALIA
26/07/2020 07:32
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