Billetes de 1 dólar (Reuters)
Adelantamos por su interés un extracto del nuevo libro del psiquiatra y experto en psicología evolucionista Pablo Malo: 'Los peligros de la moralidad' (Deusto)
Es imposible exagerar la importancia del estatus y la reputación si hablamos de moralidad. Los humanos somos seres ultrasociales obsesionados con el estatus, con nuestra aceptación e integración en el grupo, con nuestro lugar en la jerarquía. El estatus es una necesidad como lo es el agua o la comida porque en función del estatus vamos a tener mayor o menor acceso a los recursos (comida, parejas) y por eso anhelamos subir en la jerarquía. La jerarquía es ubicua en todos los grupos humanos y surge también espontáneamente. A lo largo de la historia, un número pequeño de personas en su cima ha disfrutado de los beneficios que conlleva un alto rango social (más recursos, autonomía, salud, felicidad y bienestar) mientras un gran número de gente se ha visto privada de esos beneficios. La jerarquía es algo que existe en otras especies y tiene una ventaja clara: evita las peleas continuas por los recursos y supone un ahorro de tiempo y de esfuerzo tanto para el individuo superior como para el inferior. Por ejemplo, cuando se reúne un grupo de gallinas, al principio pelean continuamente por la comida, pero no tarda en establecerse un «orden de picoteo». Es ventajoso saber con anterioridad cuál va a ser el resultado de una pelea y evitar así tener que llevarla a cabo.
'Los peligros de la moralidad' (Deusto)
En los humanos se admite que hay dos estrategias diferentes para navegar las jerarquías sociales y ascender en ellas: la dominancia y el prestigio. Aunque las dos estrategias buscan conseguir un mayor rango social, hay claras diferencias entre ellas. La dominancia y el prestigio reflejan distintos patrones de conducta cuyo fin es ayudar a las personas a ascender de rango social, definido como una elevada capacidad de influencia social. La dominancia es filogenéticamente una estrategia más antigua que compartimos con otras muchas especies. La mayoría de las jerarquías animales se regulan por la dominancia, de manera que los individuos alcanzan rango social en función de su tamaño, fuerza y capacidad para intimidar. Los más grandes y fuertes utilizan la conducta agonística, competitiva, para ascender de rango, mientras los débiles y menos asertivos se quedan en los escalones inferiores. Entre los chimpancés, por ejemplo, hay una marcada jerarquía y el macho alfa domina a sus subordinados por el miedo, la intimidación y la agresión directa. La dominancia a veces implica crear coaliciones para vencer al individuo en el poder, pero estas coaliciones son cambiantes según las circunstancias y los intereses. En la dominancia el rango social no lo conceden los demás libremente, sino que se toma y se mantiene por el uso de la fuerza y la coerción.
Los individuos que optan por la vía del prestigio suelen ser más amables y se preocupan más por el bienestar del grupo y de sus miembros
En el caso del prestigio, por el contrario, el rango social es otorgado libremente. El prestigio implica mostrar cualidades y conocimiento que el grupo valora, lo que lleva a ser admirado y respetado y, en última instancia, a un alto rango social. Comparado con la dominancia, el prestigio es más maleable porque las cualidades y conocimientos que los demás valoran varían entre grupos y culturas. Por ejemplo, la inteligencia puede conferir prestigio en el mundo de la universidad, mientras que la fuerza o habilidad física puede darnos también prestigio en el mundo del deporte. Los individuos que optan por la vía del prestigio suelen ser más amables y se preocupan más por el bienestar del grupo y de sus miembros. El prestigio es una estrategia filogenéticamente más reciente y, aunque se puede discutir si existe en los animales, podemos afirmar que es propiamente humana porque aparece tras la llegada de la cultura.
Aunque las dos estrategias sirven para conseguir rango social, la propensión a utilizar una u otra varía entre los individuos y también es posible usar las dos según las circunstancias. Pero hay datos de que las dos estrategias se caracterizan por diferentes rasgos de personalidad. Las personas que usan la dominancia son relativamente agresivas, desagradables, manipuladoras y puntúan alto en la tríada oscura (maquiavelismo, narcisismo y psicopatía). Los que utilizan el prestigio puntúan más alto en autoestima, agradabilidad, necesidad de afiliación, monitorización social, responsabilidad y miedo a una evaluación social negativa. La dominancia y el prestigio también se corresponden con diferentes tipos de emociones. La dominancia se asocia con sentimientos de arrogancia, superioridad y vanidad, mientras que el prestigio se asocia a sentimientos de orgullo por lo conseguido, pero sin sentido de superioridad o arrogancia. Otra emoción que las distingue es la humildad: el prestigio se asocia con la humildad. Por todo ello, no sorprende que la gente con prestigio sea más querida que la gente dominante.
Testosterona y prestigio
En cuanto a los correlatos fisiológicos de la dominancia y el prestigio los datos son muy limitados. Algunos hallazgos ligan la dominancia a la testosterona, aunque no siempre se ha encontrado relación entre ambas. Lo que también parece encontrarse es una relación negativa entre testosterona y prestigio, lo que es consistente con la hipótesis de que el prestigio se asocia a restar importancia a la agresividad y la competitividad. Se ha hablado de que la testosterona está ligada al uso de dominancia, pero no al lugar en la jerarquía, y de que ciertos rasgos faciales —como una cara más ancha—, bajar el tono de voz y las poses expansivas se asocian a la dominancia, pero la verdad es que la literatura sobre los aspectos fisiológicos de la dominancia y el prestigio es muy pobre.
Las personas dominantes tienden a ser calculadoras y a ver a los demás como aliados o como enemigos
Las personas dominantes tienden a ser calculadoras y a ver a los demás como aliados o como enemigos, como gente que los va a ayudar o estorbar para conseguir sus fines. Tienen sed de poder porque eso les da el control de los recursos y así pueden coaccionar a otros con castigos o recompensas. Cuando se les pone en posición de liderazgo, buscan asegurar su poder, aunque ello signifique sacrificar el bienestar del grupo. Por ejemplo, si les sirve para proteger su poder no compartirán información con otros miembros del grupo y se la guardarán para ellos mismos. Estos líderes dominantes ven a los individuos con talento como potenciales amenazas y los degradarán o los controlarán. También tienden a aislar a sus subordinados y a impedir los vínculos entre ellos porque las alianzas entre subordinados son vistas como potenciales amenazas. Los líderes con prestigio no muestran estas conductas que dañan al grupo, sino que, al contrario, tienden a priorizar el bien del grupo y aumentan las relaciones entre los subordinados. También mantienen buenas relaciones con los demás porque esas relaciones son la base de su respeto y admiración.
La conducta negativa y antisocial de los líderes dominantes es moderada por dos tipos de situaciones. Cuando se les garantiza la seguridad del poder, entonces sí tienden a priorizar el bienestar del grupo. Y también disminuye esta conducta negativa cuando hay competición con otros grupos. Cuando su grupo compite con otro grupo externo, incluso los líderes dominantes prefieren el éxito del grupo que su propio poder personal. De hecho, en tiempos de conflicto con otros grupos la gente prefiere líderes dominantes porque se los ve como apropiados para resolver esos conflictos competitivos. A lo largo de la historia, la competición con otros grupos ha implicado la lucha física y la necesidad de agresividad y dominancia, y en estas situaciones el prestigio se ve incluso como algo negativo; ser altruista en este contexto podría minar los intereses del grupo.
Atención social
Es interesante la relación entre el estatus y la atención que un individuo recibe, tema que ha desarrollado Paul Gilbert, que ha propuesto una teoría según la cual los individuos buscan mantener la atención social. Los individuos a los que se otorga atención social suben en estatus, mientras que los que son ignorados descienden en la escala social. Por ello, buscamos mantener la atención social y esto es más evidente ahora que nunca con las redes sociales como veremos más adelante en el libro. Un aspecto interesante de esta teoría es la relación entre el estatus y las emociones. Existen datos que sugieren que un aumento del estatus conlleva una elevación del ánimo y un incremento de las conductas de ayuda a los demás. Por el contrario, un descenso en la escala social implica la aparición de otro tipo de emociones, como la vergüenza, la rabia, la envidia, la depresión y la ansiedad social. Esta última parece mayor cuanto mayores son las potenciales consecuencias para el estatus: no es lo mismo hablar delante de estudiantes que en una conferencia internacional de expertos. Por tanto, la ansiedad social serviría para que el individuo se esfuerce y evite una pérdida de estatus.
La función de la emoción de la vergüenza sería evitar el desprecio presente o futuro
La vergüenza es una emoción relacionada, y aparece cuando a una persona se le hace de menos o desprecia públicamente y ello afecta a su autoestima. El sujeto avergonzado se percibe como pequeño, inferior e incompetente. La función de la emoción de la vergüenza sería evitar el desprecio presente o futuro. La rabia es otra reacción a la pérdida de estatus y sirve para motivar al individuo a buscar venganza contra la persona que causó su pérdida de estatus cuando las circunstancias sean favorables. La envidia aparece cuando otros poseen aquello de lo que uno carece y puede tener un lado positivo al motivarnos para conseguir lo que deseamos. Sin embargo, tiene también un lado negativo, pues puede llevarnos a destruir lo que otros tienen o a despreciar lo que otros han conseguido. También tenemos la emoción designada con la palabra alemana 'Schadenfreude': la alegría por el fracaso ajeno. La depresión es otra de las reacciones emocionales ante la pérdida de estatus, aunque también puede aparecer por otros tipos de pérdidas, como la de vínculos afectivos. La depresión por pérdida de estatus puede sobrevenir al perder el trabajo, por lesiones que afecten a la apariencia física o den lugar a discapacidad o cuando se produce un fracaso social o económico claro.
Pérdida de reputación
El estatus en el ámbito moral se expresa por medio de la reputación y la pérdida de la reputación, la respetabilidad o prestigio; es otro tipo de pérdida de estatus y puede deberse a acusaciones de haber cometido algo inmoral o ilegal. Esta pérdida de la reputación es algo muy grave que puede llevar al suicidio o el homicidio. Muchas personas se quitan la vida en relación con este tipo de acusaciones y esto es algo que hemos visto con relativa frecuencia tras linchamientos en las redes sociales en los últimos tiempos. El rechazo y la condena social tienen un terrible impacto psicológico en el ser humano; la condena al ostracismo es una especie de muerte social y la ruptura del sentido de conexión y pertenencia es uno de los factores de riesgo ampliamente aceptados para el suicidio, por ejemplo, en la teoría interpersonal del suicidio de Thomas Joiner. La vergüenza y la humillación pública y la pérdida del honor pueden disparar la autodestrucción. Tenemos que tener en cuenta que la adquisición de una buena reputación activa los mismos circuitos de recompensa que las gratificaciones monetarias. Según un estudio, la adquisición de una buena reputación activa fuertemente las áreas cerebrales relacionadas con la recompensa, sobre todo el estriado, y éstas se solapan con las áreas activadas por las gratificaciones monetarias. La evolución suele marcar con recompensas positivas las conductas que son más esenciales, y la reputación en una especie social como la nuestra desde luego que lo es.
La mayoría de los asesinatos entre hombres jóvenes son por altercados triviales
Pero el estatus y la reputación también se relacionan con el homicidio. Martin Daly y Margo Wilson señalan en su estudio del homicidio que la mayoría de los asesinatos entre hombres jóvenes se producen por altercados triviales, un leve insulto o un empujón, que da lugar a una escalada agresiva y a la muerte. Citan a un detective de Dallas que afirma: Los asesinatos son el resultado de pequeñas discusiones sobre nada en particular. Los ánimos se excitan. Comienza una pelea y alguien es apuñalado o disparado. He trabajado en casos en los que los protagonistas habían discutido por un disco de diez centavos de una máquina o por una deuda de un dólar en un juego de dados.
Resulta difícil de entender, y en una primera lectura nos parece desproporcionado que alguien pueda morir por un dólar. Pero si entendemos que no están peleando por un dólar, sino por su estatus y su reputación, nos damos cuenta de que la pelea no es tan absurda como parece. Cuando dos hombres discuten suelen estar presentes conocidos o amigos y lo que se están jugando es su reputación. Quedar mal delante de su novia o de sus amigos puede tener graves consecuencias en el ámbito social, por lo que no es tan fácil echarse atrás.
Bien, creo que queda recogido el lugar central que ocupa el apetito y el interés por el estatus y la reputación en nuestra psicología primate. Para entender los fenómenos morales de nuestro tiempo tenemos que destacar la llegada en las últimas décadas de las redes sociales. Como se suele decir coloquialmente, se han juntado el hambre y las ganas de comer. Vamos a ver lo que son los estímulos supernormales para entender la forma en que tocan una tecla de la naturaleza humana.
Estímulos supernormales
El concepto de estímulo supernormal es una de esas ideas que es interesante conocer porque nos ayuda a entender algunos aspectos de nuestro comportamiento. Los primeros estudios de los estímulos supernormales, así como el propio nombre en sí, se lo debemos al etólogo y premio Nobel de Medicina Niko Tinbergen (por cierto, perteneciente a una de las pocas familias con más de un Premio Nobel en sus filas, ya que su hermano Jan Tinbergen fue ganador del primer Premio Nobel de Economía en 1969, con Ragnar Frisch; la otra es la familia Curie, con tres premios Nobel).
Tinbergen realizó experimentos de muchos tipos con diferentes animales, por ejemplo, con peces espinosos. El macho tiene un vientre de color rojo y defiende su territorio, donde construye un nido en el centro, y si otros machos entran en él los ataca, mientras que a las hembras las guía al nido para que pongan sus huevos. Tinbergen y sus alumnos construyeron peces falsos de madera pintada y fueron variando los modelos hasta descubrir que es el color rojo de la parte inferior del cuerpo lo que constituía la señal para que el pez ataque. Sin embargo, el color no era lo determinante para detectar a las hembras. Los machos escoltaban a hembras falsas de madera al nido si tenían la tripa redonda, una característica de las hembras cuando van cargadas de huevos. Pero lo más interesante de los descubrimientos de Tinbergen es que los peces falsos podían sobrepasar el poder de los estímulos naturales: los machos ignoraban a otros machos reales para atacar a peces falsos de madera que tenían un vientre pintado de un color rojo más brillante y llamativo que el natural; o escoltaban a una hembra falsa de madera con una tripa más abombada de lo normal en lugar de a una hembra real.
Un estímulo supernormal es una versión exagerada de un estímulo al cual hay una tendencia a responder
También realizaron experimentos con huevos de gansos y pájaros. Por ejemplo, pintaron huevos falsos de un color azul mucho más llamativo que los huevos reales de la especie, y los pájaros dejaban de lado sus propios huevos y querían incubar los falsos. Algunos eran tan exageradamente grandes que el pájaro resbalaba por él y se caía, pero continuamente volvía a intentar subirse encima. Tinbergen llamó a este fenómeno «estímulo supernormal» y publicó algunos trabajos explicando el concepto de que los instintos estaban codificados para responder a ciertos estímulos, o rasgos, y que la amplificación de estos rasgos podía engañar al animal. Por tanto, un estímulo supernormal es una versión exagerada de un estímulo al cual hay una tendencia a responder, o, dicho de otro modo, cualquier estímulo que desata una respuesta más fuerte que el estímulo para el cual evolucionó esa respuesta. Es interesante señalar que unas especies se sirven de este truco para atacar a otras. Por ejemplo, el cuco pone unos huevos que a los padres adoptivos les resultan más llamativos y atractivos de incubar que los suyos propios; y las bocas de las crías de cuco, cuando nacen, tienen también un color más llamativo, lo que hace que los padres adoptivos las alimenten con preferencia sobre sus propios hijos.
El caso es que, en la civilización moderna en la que vivimos, los humanos estamos expuestos a cantidad de estímulos supernormales sin que seamos conscientes de ello. Yo voy a mencionar algunos, pero dejo a la imaginación del lector buscar muchos más.
Alimentos artificiales: un bollo de chocolate relleno de chocolate y con chocolate caliente por encima es un estímulo supernormal. La Coca-Cola, la comida basura... Todos estos productos se aprovechan de una característica humana, que es la apetencia por los dulces, desarrollada tras millones de años de evolución. Los alimentos dulces, como las frutas, indicaban un alto valor calórico y, por tanto, hemos desarrollado una preferencia por ellas. La industria alimentaria diseña productos apoyándose en este instinto, como las bebidas dulces hipercalóricas, que gustan más a los niños y adultos que el agua.
Pornografía. El varón humano está diseñado para responder a los estímulos procedentes de una hembra humana real, pero no para excitarse ante píxeles en una pantalla, o manchas de tinta en una revista pornográfica. Sin embargo, como el macho humano está diseñado para responder ante claves visuales principalmente, es fácil engañarlo con imágenes de una película o una revista.
Los implantes mamarios de silicona son un estímulo supernormal.
La novela romántica es un estímulo supernormal. April Gorry realizó un estudio en 1999 de cuarenta y cinco novelas románticas superventas en las que observó lo siguiente:
• El punto de vista es el de la heroína, y el argumento, tratar de conseguir al hombre adecuado.
• El héroe era siempre más viejo que la heroína (de media siete años, en la vida real los hombres suelen ser tres años mayores de media que sus parejas).
• Los héroes son altos (1,80 m o más).
• Adjetivos para describir al héroe: musculado, fuerte, grande, bronceado, guapo, masculino, activo, lleno de energía...
• Rasgos de personalidad del héroe: audaz, tranquilo, seguro de sí mismo, inteligente...
• Respuesta del héroe: declararle su amor, quererla más que a ninguna otra mujer de su vida, desearla sexualmente, considerarla única y desear protegerla.
Si contrastamos todas estas observaciones con lo que dicen los estudios de la psicología amorosa femenina —por ejemplo, los trabajos de David Buss—, vemos que coinciden punto por punto con todo lo que buscan las mujeres en un hombre. Nos encontramos de nuevo ante la explotación de un instinto, de una tecla, en este caso de la naturaleza femenina.
Los programas de cotilleo son un estímulo supernormal. El ser humano es un animal social, y para su supervivencia el mundo social es mucho más importante que el físico. Saber quién es aliado de quién, quién se acuesta con quién, quién odia a quién y de quién te puedes fiar y de quién no es fundamental. Aquellos que tenían una buena información social la podían utilizar en su propio beneficio (para buscar aliados, parejas, para vencer a enemigos) y el que navegaba mejor el mundo social dejaría más copias de sus genes. Como las relaciones sociales son complejas y variadas, es imposible estar presente cuando ocurren y absorber la información directamente. Por eso la gente se muestra ansiosa por obtener esa información social indirectamente. El cotilleo es universal y podemos considerar esa avidez por la información social un instinto. Lo que están haciendo las televisiones con programas como los que tenemos por la tarde en todas las cadenas, o con Gran Hermano, es lo mismo que les hacía Tinbergen a los peces espinosos al ponerles llamativos peces de madera de colores para que entraran al trapo: tenemos una avidez por conocer la vida de la gente, y entonces las cadenas de televisión nos ponen a unas personas que viven en un entorno cerrado, y encima una cámara en medio de la vida de esa gente... ¡irresistible!, un éxito absoluto.
Las redes sociales
Y llegamos a las redes sociales, un estímulo supernormal para nuestra mente moral y nuestra apetencia e interés por el estatus. Las redes sociales pueden resultar adictivas, y esto no es ninguna casualidad. En una entrevista de 2017, Sean Parker, el primer presidente de Facebook, cuenta lo siguiente:
El proceso mental para construir estas aplicaciones, de la que Facebook fue la primera [...] consistía en: «¿Cómo consumes la mayor cantidad posible de tu tiempo y tu atención consciente?». [...] Y eso significa que necesitamos darte como un pequeño chute de dopamina de vez en cuando, porque a alguien le gustó o comentó una foto, o un mensaje o lo que sea. Y eso va a conseguir que aportes más contenido, y eso va a conseguir que tengas [...] más «me gusta» y más comentarios. [...] [E]s un bucle de retroalimentación de validación social [...], exactamente el tipo de cosa que inventaría un hacker como yo, porque estás explotando una vulnerabilidad de la psicología humana.
Parker o Zuckerberg no sabían probablemente nada de biología ni de psicología evolucionista, pero, intuitivamente, estaban haciendo con las personas lo mismo que Tinbergen y sus alumnos hacían con los peces y los pájaros. Y Parker es consciente de que está aprovechándose de una vulnerabilidad de la psicología humana como se aprovecha de la vulnerabilidad de los sistemas informáticos que conocen tan bien. No es ninguna casualidad que los programas más vistos en televisión sean los de cotilleo y los de deportes, porque tocan teclas de la naturaleza humana que los programas de ajedrez o los documentales no tocan. Nada puede tener el éxito que tiene la pornografía, el cotilleo, los móviles, la novela romántica o el fútbol, que mueven todos ellos miles de millones de euros, si no se dirige a un instinto previo del ser humano. Y las redes sociales explotan nuestra psicología moral y nuestro interés por el estatus como los dónuts o las bebidas azucaradas explotan nuestro apetito por los dulces. Nunca antes había sido posible medir y cuantificar el estatus de una manera tan precisa con el número de seguidores, el número de «me gusta» o el número de retuits. Nunca antes se había podido monitorizar en tiempo real la evolución de tu lugar en el grupo y nunca antes el grupo había sido el mundo en lugar de tus amigos del barrio o la gente de tu pueblo. Es difícil subestimar el papel de las redes sociales en los fenómenos morales de los que hablaremos más adelante.
Por
Pablo Malo
24/10/2021 - 05:00
Morir por un dólar: ¿por qué a los seres humanos nos vuelve locos el estatus? (elconfidencial.com)
www.elconfidencial.com/cultura/2021-10-24/los-peligros-de-la-moralidad-pablo-malo_3311202/