La reina Isabel y la gran duquesa María Pávlovna con la tiara Vladimir.EM
La boda del gran duque Jorge de Rusia con la italiana Rebecca Bettarini ha rescatado de la memoria qué fue de las joyas fastuosas de los Romanov tras el fusilamiento del zar Nicolás II y su familia en 1917.
La reciente boda del gran duque Jorge de Rusia con la italiana Rebecca Bettarini ha rescatado de la memoria qué fue de las joyas fastuosas de los Romanov tras el fusilamiento del zar Nicolás II y su familia en 1917. El enlace ha sido el primero en cien años protagonizado por un miembro de la familia imperial. Tras el fallecimiento del zar, la jefatura de la Casa Imperial recayó en el Gran Duque Kirill Vladimirovich, bisabuelo del flamante novio, hijo de la Gran Duquesa María Vladímirovna, a quien se le salen los ojos de sus órbitas en cuanto alguien le pregunta por su familia. ¿Por qué tanto secretismo? Lo mismo sucede con la Reina Sofía de España. Es un tema tabú.
La princesa Rebecca lució una imitación de las célebres Kokoshnik, el popular tocado ruso que en esta ocasión ha creado la joyería Chaumet en oro blanco y más de 438 diamantes. A principios del siglo XX, el zar era el hombre más rico del planeta y para demostrar el amor que sentía por su esposa y sus hijas adquirió algunas de las joyas más espectaculares de la historia. Algunas procedían de las arcas de su antepasada, Catalina La Grande, la primera mujer de la corte que exhibió públicamente el lujo de la familia ¿Dónde se esconden esos tesoros tras la masacre? La corte de San Petersburgo fue saqueada.
El joyero de Isabel II alberga piezas de incalculable valor. La más popular es la Tiara Vladimir, realizada en diamantes con perlas en forma de gota que el duque Vladimir Alejandrovich, hermano pequeño del emperador Alejandro III, regaló a su futura esposa, María de Mecklenburg-Schwerin. La hija de la duquesa se la vendió a María de Teck. A lo largo de los años, Isabel II la ha cedido a otros ilustres personajes de la corte como Lady Di o Kate Middleton. Dos de los broches de zafiros gigantes rodeados de brillantes pertenecientes a María Feodorovna (esposa del zar Alejandro III) que la soberana británica suele lucir en abrigos y vestidos salieron de Rusia de contrabando. Todo se jugó en casa.
Maria Pavlovna y la princesa Michael de Kent.EM
La duquesa viuda era hermana de Alejandra de Dinamarca, casada con el rey Eduardo VII y los broches se vendieron a la nuera de la consorte británica, María de Teck, abuela de Isabel II. Cuando Felipe de Grecia y Dinamarca -futuro duque de Edimburgo- se casó con Isabel II, su madre la princesa Alicia de Battenberg (sobrina de la emperatriz Alejandra de Rusia y bisnieta de la reina Victoria) le dio a su hijo una diadema de brillantes cuyas piedras se dividieron en una pulsera de platino y un gran anillo de compromiso.
Otros familiares de la monarca británica también atesoran reliquias de los Romanov. El rancio estilo de la princesa Ana llama la atención cuando en su cuello exhibe la gargantilla de cuatro hileras perlas con un gran zafiro central rodeado de brillantes engastados en oro que perteneció a María Feodorovna, madre de Nicolás II. La pieza la compró María de Teck, bisabuela de Ana, por 6.000 libras en 1931. A manos de Miguel de Kent, primo hermano de la reina Isabel II, llegaron unos pendientes de perlas que pertenecieron a su tatarabuelo, el emperador Alejandro II de Rusia.
Margarita de Dinamarca posee joyas de incalculable valor que no pueden salir de su país al ser propiedad del Estado. Sin embargo, hay excepciones. Posee unos valiosos zafiros que luce en pendientes, broches o collares que pertenecieron a los Romanov.
Por increíble que parezca, hasta Imelda Marcos acabó por lucir una de las reliquias. Se trató de la tiara La belleza rusa, elaborada por el joyero de la corte Bolin para Alexandra Feodorovna, mujer de Nicolás I. Las más de 20 perlas penden de una estructura de platino y oro blanco con brillantes que compró el duque de Marlborough quien, a su vez, se la vendió a la esposa del ex dictador filipino Ferdinand Marcos. Parte de esa riqueza la vendió Stalin al mejor postor, entre ellos Cartier.
La multimillonaria heredera de los cereales Marjorie Merryweather compró diferentes piezas a la casa francesa, así como su coetánea Barbara Hutton, que se vanagloriaba de poseer algunas de las esmeraldas más grandes del mundo pertenecientes a María de Meclemburgo-Schwerin y que se hicieron célebres cuando las montó en una diadema que quedó retratada para la posteridad por el aclamado Cecil Beaton. Se ha comentado que parte de esas piedras las adquirió Elizabeth Taylor quien, tras su muerte, las adquirió Bvlgari en una subasta en Christie's.
La hija del fundador de la Standard Oil John Rockefeller, Edith, también adquirió algunas esmeraldas de la Gran Duquesa para que Cartier le realizara un sautoir y el emblemático collar de 389 perlas de Catalina II de Rusia terminó también en posesión de Cartier que lo vendió en 1920 al magnate del automóvil Horace Dodge por 820.000 dólares.
LUIS FERNANDO ROMO
Actualizado Miércoles, 6 octubre 2021 - 01:39
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