Frutería en un mercado de Dos Hermanas (Sevilla). (Javier Zapata)
Es complicado saber a ciencia cierta qué parte de la subida de los precios corresponde al clima, pero está claro que el factor climatológico tensiona la producción global de alimentos
El precio de los alimentos se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los españoles. Cuando se busca al culpable del encarecimiento de la cesta de la compra, todas las miradas se dirigen hacia Vladímir Putin y su guerra en Ucrania. Y es cierto que el conflicto bélico ha disparado los costes de producción, pero hay otro factor que también tiene parte de culpa de que las familias tengan que rascarse el bolsillo cada vez que van al supermercado. Hablamos del cambio climático y sus efectos climatológicos extremos, que están mermando las cosechas y obligando a los agricultores a aumentar los precios en origen para poder cubrir costes y subsistir.
El último dato de IPC publicado en España es el de diciembre, que sitúa la inflación en el 5,7%. Se trata de la cifra más baja de 2022, pero hay un aspecto que llama la atención: los alimentos se han encarecido un 15,7% con respecto al mismo mes de 2021. Además, en el conjunto de la Unión Europea, los precios de la mayoría de los productos agrícolas aumentaron un 24% durante el año pasado, en comparación con el anterior, de acuerdo con la estimación preliminar realizada por Eurostat.
Aunque es complicado saber a ciencia cierta qué parte de culpa ha tenido el clima en estos incrementos de los precios, ya que el peso más importante de la ecuación corresponde a los efectos económicos de la guerra en Ucrania, el profesor de Agricultura de la Universidad Politécnica de Madrid, Carlos Hernández, tiene claro que el factor climatológico "está tensionando los mercados de producción global de alimentos". "Hay una mayor frecuencia de eventos extremos que están afectando a la producción", matiza.
Y como muestra, un botón. O más bien un terrón de azúcar, uno de los productos que más ha incrementado su precio en España. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, en diciembre se encareció un 50,6%. Parte de este repunte se debe a que la mayor parte de la producción de azúcar nacional se obtiene de la remolacha, un cultivo que precisa de climas más lluviosos, y como el año pasado fue uno de los más secos de toda la serie histórica, la cosecha fue bastante pobre.
Habrá quien piense que esta subida no afecta a su bolsillo porque el café lo toma con sacarina y reniega de la bollería industrial, pero el azúcar forma parte, en mayor o menos medida, de una amplia gama de los alimentos procesados que se encuentran en los lineales de los supermercados. Lo mismo sucede con el maíz, aunque en su caso el cambio climático le afecta de forma diferente. Es un cultivo de verano, por lo que necesita menos precipitaciones, pero las repetidas olas de calor que se vivieron en la pasada temporada estival le han perjudicado. "Temperaturas muy altas en verano hacen que la floración sea más desigual y haya una reducción de la producción", apunta Hernández.
Otro ejemplo paradigmático es el de la almendra. El desarrollo de las cosechas depende de las temperaturas y, ante los climas más cálidos de los últimos inviernos, los almendros han adelantado la floración pensando que es primavera. Hasta aquí, parece que el problema puede no ser tan grave, ya que el único inconveniente sería tener que modificar las fechas de la recolección. Sin embargo, que el árbol madure en pleno invierno, deja el fruto expuesto a unas heladas que lastrarán la cosecha. Además, si los ciclos se acortan, la producción se ve reducida porque hay menos tiempo para realizar la fotosíntesis.
Como estamos viendo, el problema del cambio climático para la agricultura es que lastra la producción. Teniendo esto claro, es fácil comprender por qué afecta a la cesta de la compra. Por un lado, los agricultores se ven obligados a subir los precios en origen para poder, al menos, cubrir los costes de producción, encareciendo los alimentos desde el inicio de la cadena de valor. Por otro, entra en juego la ley de la oferta y la demanda. Es decir, si hay menos producto disponible y la gente sigue comprando lo mismo, hay que aumentar los precios para intentar evitar que las reservas se terminen antes de que llegue la próxima cosecha.
Si aumentando los precios no se consigue que la demanda se reduzca, habrá que seguir incrementándolos. Esto es lo que sucede también con el aceite de oliva, parte fundamental de la dieta mediterránea, que ha sufrido en España el mayor encarecimiento de toda Europa, a pesar de ser el principal productor, tal y como contó El Confidencial. En este caso, los datos del INE apuntan a un repunte interanual del 35,2% en diciembre. Y aquí también ha entrado en juego el cambio climático o, más concretamente, la sequía. Por ejemplo, la Denominación de Origen Protegido (DOP) Sierra de Cazorla cifró en un 50% la merma de producción en la pasada campaña, marcada por la escasez de lluvias.
No se trata de un problema endémico de España, sino que afecta a todo el mundo. En Argentina, han calculado que las altas temperaturas y la ausencia de precipitaciones va a provocar un impacto negativo del 1,8% en su Producto Interior Bruto (PIB). En un informe de la Gerencia de Estudios Económicos de la Bolsa de Cereales del país, se estima que los efectos adversos del cambio climático han afectado especialmente al desempeño de los cultivos de trigo, cebada, soja, maíz y girasol. En España, no hay estudios oficiales que cuantifiquen el impacto en la economía, pero la ONG WWF advierte de que el 13% del PIB nacional podría enfrentar riesgos en 2050.
Para evitar que estos cálculos se cumplan, o al menos conseguir reducir su impacto, Hernández pone sobre la mesa varias posibles soluciones. En el caso de cultivos herbáceos (cereales, legumbres, patata, remolacha, hortalizas...), como se siembran cada vez que empieza la temporada, lo más sencillo es "elegir cada año las variedades mejor adaptadas para las previsiones climatológicas". Y decimos sencillo porque "los partes meteorológicos son cada vez más acertados y los agricultores pueden saber cuáles son las previsiones de casi todo el tiempo de cosecha", remarca el profesor.
Algo más complicado es acertar con los cultivos perennes (olivar, almendro, viñedos…), cuyo periodo de vida vegetativo normalmente supera los 25 años. "En este caso, es más difícil de adaptar porque hay una inversión inicial fuerte y un tiempo de espera en la entrada de producción de varios años, pero sí se está trabajando en el tema de mejorar las nuevas plantaciones con variedades adaptadas a esa variación del clima", matiza.
En cualquier caso, este experto considera esencial que se realice una gestión eficaz del agua o de los sistemas de riego por parte de los agricultores y las administraciones públicas. En este sentido, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación va a convocar unas ayudas por un importe de 75 millones de euros en materia de agricultura, ganadería, sector forestal e industria alimentaria. Como explicó el ministro del ramo, Luis Planas, la intención es desarrollar proyectos innovadores para facilitar la adaptación de los suelos y los cultivos al cambio climático, hacerlos más resistentes a las situaciones de sequía y favorecer el secuestro de carbono.
Por suerte, de momento la naturaleza aprieta, pero no ahoga. Y este año parece que da un respiro. Las precipitaciones de los últimos dos meses están sobre la media y se están empezando a llenar los embalses. Aunque se echa de menos algo más de nieve, España esquiva, por el momento, la situación de sequía meteorológica en la que se encontraba el año pasado por estas fechas. Los agricultores respiran algo más tranquilos, pero se trata solo de una tregua, por lo que conviene actuar para paliar la problemática del cambio climático. Al menos, pensando en la cesta de la compra.
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14/01/2023 - 05:00
www.elconfidencial.com/empresas/2023-01-14/putin-culpa-cambio-climatico-afecta-cesta-compra_3556202/