viernes, 26 de junio de 2015

Una juventud condenada a crecer sin esperanzas en el caos de Bagdad

Boda colectiva de milicianos chiíes en Bagdad, el 15 de junio. / A. AL-RUBAYE (AFP)





La generación que llegó a adulta tras la muerte del dictador vive sin expectativas


Yaffar acabó sus estudios de psicología en la Universidad de Mustansiriya de Bagdad en 2003, justo tras la entrada de las tropas de EE UU y el derribo de Sadam Husein. Con 23 años y el ansiado diploma bajo el brazo, el flamante psicólogo puso sus esperanzas en ese cambio político que abría las puertas a un futuro sin dictadura y sin el embargo internacional de la década anterior. “Estoy desilusionado. ¿Cómo no voy a estarlo? Esto no es lo que esperábamos”, declara ahora sin acritud. En el actual Irak lo sorprendente no es que un puñado de jóvenes se haya apuntado al Estado Islámico (EI) o a las milicias chiíes, sino que el grueso de los 20 millones de iraquíes menores de 35 años siga luchando por salir adelante.
“No tenemos otra elección”, manifiesta Rayab, una periodista de 30 años que cada día se esfuerza por no desanimarse. Los coches-bomba, secuestros y violencia que constituyen el escenario de su vida cotidiana no han conseguido borrarle una sonrisa que sin duda le abre muchas puertas en su trabajo, aún dominado por los hombres en un país patriarcal hasta la médula.
De natural optimista, Yaffar se casó con su prometida al año siguiente, y cuando vio que no encontraba empleo, montó un pequeño bazar en las cercanías de la calle Rachid, en el centro comercial de la capital iraquí. Durante algún tiempo logró salir adelante, tuvo tres hijos y esperó con paciencia. Pero la amenaza del EI se cruzó en su camino.
“He tenido que cerrar porque la gente no compra; la mayoría está en el paro y los que tienen dinero no lo gastan más que en lo imprescindible”, asegura. Su objetivo es un empleo gubernamental, gracias a un conocido. Mientras, hace chapuzas para ir tirando. No está orgulloso de haber recurrido al enchufe pero, a sus 35 años, no puede esperar más. Muchos candidatos con menos preparación se han colocado por la sola gracia de su confesión religiosa.

La amenaza yihadista

“No entiendo cómo los americanos no acaban con el EI con el armamento que tienen; si presionaran a todos nuestros vecinos para que dejaran de apoyar a los terroristas, esto se arreglaría”, defiende convencido de que el asunto desborda sus fronteras.
“Es todo un problema político; no hay guerra civil ni sectarismo entre nosotros”, señala Rayab, que se apresura a poner como ejemplo la reciente boda de su prima (chií) con un suní. Aunque los matrimonios mixtos no eran infrecuentes en Bagdad, nunca fueron la norma. “Las tribus suníes no aceptarían que una de sus hijas se casase con un chií”, admite resignada constatando un viejo prejuicio.
Incluso quienes, como Mazen, han conseguido un buen trabajo con una agencia internacional, afrontan problemas inimaginables en otras partes del mundo. “Es peligroso trabajar con extranjeros; los extremistas no distinguen entre EE UU y ONU”, afirma haciendo un juego de palabras con las siglas en inglés, US y UN. “Cada día vengo a la oficina por un camino distinto, pero lo más triste es que no puedo decir dónde trabajo ni siquiera a mis amigos más cercanos; nunca sabes quién simpatiza con los terroristas o quién puede cometer una indiscreción”, explica. Un pequeño empleo a tiempo parcial como reparador autónomo de antenas le da la cobertura.
Pero la tensión hace mella. Mazen, Rayab, Yaffar y otros muchos jóvenes profesionales iraquíes aspiran a llevar “una vida normal”; lo que básicamente es hacer lo mismo que hacen sin tener que vivir en alerta permanente. Ah, y puestos a pedir, que mejore el tráfico de Bagdad porque la media vida que no se les va en el estrés, la pierden en los atascos.

 Bagdad (Enviada especial) 24 JUN 2015 - 21:24 CEST
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/06/24/actualidad/1435173877_506224.html

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