Foto por cordon press from elpais.com
Fachada de la galería Knoedler & Company, en la calle número 70 en Manhattan.
Anunció su cierre en noviembre tras 165 años de actividad en la ciudad
Una de las galerías más prestigiosas de Nueva York, con 165 años de vida, cierra víctima de una trama de falsificación de piezas del expresionismo abstracto.
El belga Pierre Lagrange era, hasta este otoño, uno de esos escasísimos afortunados que pueden sentarse en el salón de su casa y deleitarse con piezas de la exclusiva tribu de los expresionistas abstractos, acaso la de más pedigrí en el circo de las subastas de arte moderno. Este coleccionista afincado en Londres adquirió en 2007 Sin título, 1950, una característica action painting de Pollock por 17 millones de dólares (13 millones de euros) en la galería neoyorquina Knoedler & Company. Cuando este año quiso subastarla en Christie's la obra fue rechazada. No era auténtica, le dijeron. Lagrange buscó entonces la opinión de diferentes expertos y llegó a la conclusión de que le habían engañado. El 2 de diciembre presentó una demanda por falsificación en un juzgado federal estadounidense contra la veterana y respetada galería. Tras 165 años de vida, esta había cerrado tan solo dos días antes.
También se querelló contra su presidenta hasta 2009, Anne Freedman, responsable de la venta. Entre las pruebas presentadas había un análisis forense que demostraba que en el cuadro había rastro de pigmentos que no existían cuando supuestamente se firmó la obra.
La demanda, con la que Lagrange reclama la devolución de los 17 millones pero que no incluye cargos criminales contra Freedman, abrió una versión artística de la caja de Pandora que desde hace días mantiene en vilo al mundillo de la Gran Manzana, que observa con horror cómo el FBI investiga la posible falsificación de 18 cuadros vendidos por la misma galerista y por uno de sus antiguos empleados, Julian Weissman.
Valorados entre 10 y 20 millones (de 7,6 millones de euros a 15,2) y firmados entre otros por De Kooning, Pollock, Motherwell y Dieberkorn, los cuadros proceden todos de las mismas manos: Glafira Rosales, la marchante que les vendió a ambos las obras y a la que su abogado defiende alegando que la galerista ha querido convertirla en cabeza de turco.
Curiosamente, el nombre de Rosales, una mexicana de 55 años que reside en Long Island y que a su vez tuvo galería propia en Manhattan y otra en el Estado de Nueva York, está asociado, según The New York Times, a un nombre español: José Carlos Bergantiños Díaz, un empresario y coleccionista español que según la web Artinfo.com aparece descrito en los papeles de la demanda como alguien que lleva implicado en casos de falsificación desde 1999 (extremo que no pudo ser confirmado por este diario).
Todas las obras investigadas llegaron a manos de Freedman y Weissman a través de Rosales, quien comenzó a traer cuadros de autores estadounidenses desde México en 1993. Según una carta fechada en 2007 y citada por el rotativo neoyorquino, esta marchante comerciaba con las obras de un coleccionista mexicano que habría comprado arte estadounidense en los años cincuenta directamente de manos de los propios artistas (y por tanto sin papeles que certifiquen su autoría). El hijo del coleccionista, a quien ella describe en la carta como "un amigo de la familia que reside en México y Suiza", quería vender parte de la colección que había heredado, incluidas obras de Motherwell, Franz Kline, Clyfford Still y Willem de Kooning, pero insistía en mantener el anonimato.
A través de Freedman y Weissman algunas de esas obras llegaron a galerías como Killala Fine Art, que en febrero denunció a Weissman y a la fundación Dedalus por haber certificado la autenticidad de un motherwell después catalogado como falso y titulado, como parte de una de las más célebres series del artista, Spanish Elegy 1953. P.24. A esa denuncia se unió otra de aquella fundación, que maneja gran parte del legado de Motherwell, por mentir sobre su procedencia. El caso se cerró en octubre con un acuerdo que obligaba precisamente a Rosales a desembolsar la mayor parte de los 600.000 dólares que Killala Fine Art pagó por el cuadro, y a Weissman, a cubrir el resto más los gastos judiciales de la fundación Dedalus.
Pero según se supo el 15 de diciembre durante la primera vista del juicio, las dudas sobre la autenticidad de las obras que Rosales vendía a través de Freedman no son nuevas. Según testificó la galerista, en 2003 ella misma accedió a devolverle dos millones de dólares a Jack Levi, ejecutivo de Goldman Sachs al que le vendió el pollock Sin título, 1949. Al parecer, la International Foundation for Art Research se negó a autentificar la obra, así que Levi solicitó anular la venta y la galería Knoedler aceptó. Después la propia Freedman, junto al empresario canadiense David Mirvish, adquirió el cuadro. "Basándome en mi experiencia, considero que Ann Freedman jamás ha vendido una obra de arte que ella no considerara auténtica. Si el pollock de Lagrange no lo es, tanto Freedman como yo hemos sido engañados y demandaremos a otros", aseguró Mirvish, que fue el anterior propietario del pollock ahora en disputa. Por su parte, la galerista se ha defendido asegurando ante el juez: "Tengo todas las razones para creer que estos cuadros son auténticos", y entre ellas destaca que ella adquiriera tres de las obras que ofrecía Rosales: un rothko, un pollock y un motherwell, que aún tiene. "No me estoy defendiendo. Estoy defendiendo el arte en el que creo".
Sobre el coleccionista misterioso del que según Rosales proceden las obras, continúa el silencio. Mientras tanto, el mundo del arte neoyorquino hierve en una continua conjetura.
Por BARBARA CELIS - Nueva York – from elpais.com 26/12/2011
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