Imagen de una planta de Laurus Labs en India (Sara Hylton / Bloomberg)
- La I+D cada vez es más cara y menos rentable y obliga a las empresas a buscar fórmulas para seguir innovando
Todos queremos tener cada vez mejores medicamentos, más eficaces, más seguros y más baratos, pero la industria farmacéutica no ha dado con la fórmula mágica para lograrlo y, por el contrario, cada vez tiene que invertir más para sacar al mercado sus nuevos fármacos mientras que sus ventas siguen la dirección opuesta y van a la baja.
Según los datos de la consultora Deloitte, la industria farmacéutica invierte cada año unos 127.000 millones de euros en investigación, que el año pasado le proporcionaron una tasa interna de rentabilidad (TIR) del 3,2%, por debajo del coste medio del capital. Lo más preocupante, sin embargo, es que este rendimiento sigue una tendencia decreciente ininterrumpida desde los años noventa que, de mantenerse, llevará a que el rendimiento de la investigación sea nulo en el 2020.
En 2010 la industria obtenía aún un rendimiento a su inversión del 10% y el descenso, según Deloitte, se debe sobre todo a una caída de las ventas medias por medicamento (que se han comido 4,1 puntos de rentabilidad de la industria), a que menos fármacos logran llegar al mercado (baja la rentabilidad de la industria en 0,7 puntos) y a otros factores (2 puntos). Menos beneficios, recuerda Roger Villarino, socio del área de Salud de Deloitte, significan menos dinero disponible para I+D, y por tanto, en el futuro, menos ventas.
Kelvin Stott, director de Portfolio Managment
“El modelo de negocio de la farmacia está roto: es una industria en el límite de un descenso terminal”
El factor que ha sacudido la industria farmacéutica ha sido la exigencia de los gobiernos, principales clientes de la industria, de contener su gasto sanitario. Silvia Ondategui, directora del área de consultoría de Salud de EY, aseguró que uno de los mayores retos de la industria “es ahora garantizar el acceso a sus fármacos: los sistemas nacionales de salud están en números rojos y limitan el precio de reembolso de los nuevos medicamentos o directamente no los reembolsan. Y en otros casos presionan a los médicos para que no los prescriban”.
Los gobiernos, igualmente, impulsan la sustitución de los medicamentos de marca por genéricos cuando caduca la patente, de forma que las ventas globales de la industria farmacéutica llevan prácticamente estancadas desde 2010, mientras que las de genéricos son un tercio más altas. Así, según Deloitte, los ingresos medios por ventas de un blockbuster o medicamento superventas, en su pico de prescripción, caen a un ritmo del 11,4% anual, y son ya de solo 400 millones de euros, mientras que el coste de lanzarlo al mercado se ha disparado y es de media de unos 1.700 millones de euros.
“El modelo de negocio de la farmacia está roto: es una industria en el límite de un descenso terminal”, señaló provocativamente Kelvin Stott, director de la consultora Portfolio Management en un artículo en EndPoints, una newsletter del sector, que fue apostillado por Brent Saunders, consejero delegado de la biotech Allergen en su cuenta de Twitter: “Interesante perspectiva sobre como la ley de rendimientos decrecientes aplica a la I+D farmacéutica. Todos hemos de evolucionar nuestra aproximación a la I+D para logar mayores rendimientos y que así podamos cumplir nuestra promesa de nuevos tratamientos y curas para los pacientes”.
“La industria, para recuperar el coste de la investigación, ha de poner precios muy altos a esos medicamentos porque los van a pagar menos pacientes”, añade Stott
Villarino explicó que los ajustes de precios han coincidido con un encarecimiento enorme de la I+D. “Los principios químicos parecen bastante agotados y la investigación se centra en nuevas tecnologías como biotecnología o genómica, y es más compleja y más costosa”, señaló. A esto se añade la personalización de la medicina. “Se descubren nuevas dianas terapéuticas y se desarrollan fármacos dirigidos a un menor número de pacientes”, explica Javier Urzay, subdirector general de Farmaindustria. “La industria, para recuperar el coste de la investigación, ha de poner precios muy altos a esos medicamentos porque los van a pagar menos pacientes”, añade.
Stott, en su artículo, señaló que el rendimiento es decreciente por el mismo diseño de la investigación farmacéutica: primero se investigan los fármacos que tienen mejores perspectivas de salir al mercado y luego van quedando en cartera aquellos que serán menos rentables, o dirigidos a patologías complejas o minoritarias.
“El Gobierno ha de cambiar su visión del medicamento, y evaluar de forma global su coste, valorando también los ahorros que genera por ejemplo en atención primaria y hospitalaria, o en aumento de la calidad de vida y reducción por tanto de prestaciones o otros costes sociales”, señaló Urzay.
Como ejemplo señala la revolución que supuso el omeprazol para el tratamiento de la úlcera péptica o del nuevo fármaco contra la hepatitis C, y los ahorros que genera en trasplantes hepáticos, además de la calidad de vida que aporta a los pacientes. Según los datos de Farmaindustria, el gasto en medicamentos supone cerca del 17% del gasto sanitario público, “pero a menudo es el único en el que se centran los recortes presupuestarios de los gobiernos”, lamenta.
Ondategui aseguró que la caída de la rentabilidad no es uniforme: las 20 mayores compañías del sector han logrado mantenerla estable y muchas pequeñas y medianas han sido también muy ágiles y se han adaptado rápidamente al nuevo entorno, tomando medidas para hacer más eficiente la I+D.
Una de las medidas, explica Villarino, ha sido un cambio de la política de investigación. “Antes las grandes farmacéuticas investigaban desde la fase 1, mientras que ahora prefieren entrar en fase 2 o 3, comprando medicamentos con buenas perspectivas que desarrollan otras empresas, como las biotec, o comprando directamente a esas empresas”, asegura. “Entran más tarde, pagando más dinero, pero asumen menos riesgo”, resume, y siguen participando en las fases iniciales de desarrollo por otras vías, por ejemplo creando su propios fondos de capital riesgo para invertir desde el principio en empresas que investigan productos prometedores.
La industria se está enfocando también en reducir las ineficiencias de la I+D. Así, explica Silvia Ondategui, un factor clave es acortar el plazo de investigación y maximizar los años de vigencia comercial de la patente. Actualmente el desarrollo de un nuevo fármaco lleva de media 13 años, y la industria tiene su exclusividad comercial durante 20 años, desde el momento en que se patenta –que suele ser mucho antes de salir al mercado.
Para acortar plazos, explica Ondategui, el departamento de I+D colabora con el comercial desde mucho antes del lanzamiento y especialmente en sus últimas fases de investigación: para asegurarse de que el nuevo medicamento será coste-eficiente, aportando valor al sistema, de forma que se garantice que conseguirá financiación pública; o diseñando los ensayos clínicos para conseguir los datos que luego pedirán los reguladores para autorizarlos. De igual manera, explica la consultora de EY, cuando un nuevo fármaco va a introducir cambios en las guías de buenas prácticas clínicas del tratamiento de una enfermedad se empieza a trabajar antes con asociaciones de pacientes y de médicos para que las contemplen.
El estrechamiento de la rentabilidad impulsa también las operaciones corporativas en el sector, aunque no tanto entre los grandes grupos, por los problemas de competencia que genera el alto grado de concentración, sino a través de compras de empresas pequeñas para fortalecerse en un mercado o área terapéutica, o desinvirtiendo cuando algún sector ya deja de considerarse estratégico.
Con todo, lo que a la industria farmacéutica no le va a faltar es mercado. Como recuerda Javier Urzay, el envejecimiento de la población mundial hace que aumente la prevalencia de enfermedades ligadas a la edad, como el cáncer o la demencia, mientras que los hábitos de vida disparan otras como la diabetes o la obesidad. Y el crecimiento de los países en vías de desarrollo da acceso a la salud a millones de personas. Por eso, según Deloitte, pese al esfuerzo de contención del gasto de los gobiernos las ventas del sector serán un 20% más altas en 2020 y superarán el billón de euros (el valor del PIB de España).
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