A 1.300 kilómetros del Polo Norte, en Noruega, la Bóveda Global de Semillas almacena más de un millón de variedades del mundo. Su fin: preservar una agrobiodiversidad vital para adaptar los cultivos en un futuro incierto.
¿Un cataclismo de proporciones bíblicas? ¿Los estragos de la sobrepoblación o el cambio climático? ¿La necesidad de subsistir en otros planetas? Mucho antes de que la pandemia del coronavirus o temporales como Filomena hicieran pensar que hasta lo más insospechado podría llegar a pasar, en una montaña del Ártico se salvaguardó un último recurso con el que preparar los cultivos para un escenario apocalíptico. A tiro de piedra del aeropuerto más septentrional del mundo que alcanzan los vuelos comerciales, los depósitos subterráneos de la Bóveda Global de Semillas custodian las 1.074.537 variedades recibidas hasta la fecha.
Estas muestras han llegado desde casi un centenar de bancos de germoplasma. Son los centros, esparcidos por todo el globo, donde se cataloga y conserva la biodiversidad vegetal para ponerla a disposición de agricultores y fitomejoradores que adaptan las plantas a las condiciones de cada lugar. Sin coste para estos centros, en este refugio les guardan "copias de seguridad" de sus semillas agrícolas y las silvestres emparentadas con ellas. Todas ellas son donantes en potencia de genes para nuevas variedades de cultivos que, en caso de hecatombe, podrían devolverle a la Humanidad el acceso a su necesidad más primaria: la comida. No se aceptan las transgénicas, e, igual que en la caja fuerte de un banco, sus depositarios, y solo ellos, siempre podrían recuperar sus semillas si por cualquier razón perdieran las suyas.
Según Luigi Guarino, director científico del Crop Trust, "la Bóveda, inaugurada en 2008, protege el trabajo y la herencia de generaciones de agricultores que se remontan a más de diez mil años; es como un templo para las semillas". Crop Trust es la organización internacional sin ánimo de lucro que vela por la conservación y la disponibilidad de las plantas esenciales para la alimentación y que, junto al Ministerio de Agricultura de Noruega y el Centro Nórdico de Recursos Genéticos, gestiona la también conocida como bóveda del Juicio Final.
Búnker ártico
Las Svalbard, unas islas de soberanía noruega a mitad de camino entre Oslo y el Polo Norte, reunían un convincente puñado de requisitos para albergar esta instalación. Como rememora uno de sus fundadores, el conservacionista estadounidense Cary Fowler, "necesitábamos encontrar una zona remota por razones de seguridad, pero accesible para facilitar el envío de las semillas. También, que fuera un lugar muy frío para que, si el sistema de refrigeración fallaba algún tiempo, sus bajas temperaturas permitieran seguir conservándolas. Además, la ubicación debía estar en un país políticamente estable pues, de lo contrario, otras naciones no se fiarían para enviar sus semillas a la instalación, y además el país anfitrión tenía que estar dispuesto a financiar su construcción, ya que sus promotores no teníamos fondos".
Entre glaciares y cimas nevadas, la entrada a este búnker a caballo entre un asentamiento en Urano y la guarida de James Bond se levanta a cinco kilómetros de la capital del archipiélago, Longyearbyen, una ciudad principalmente minera donde, salvo accidente, nadie nace y nadie muere -a las embarazadas y los enfermos graves se los factura al continente-, y cuyos apenas 2.000 habitantes ni se inmutan al ver enfilar hacia su único supermercado a algún vecino con el rifle a la espalda. No, atracos aquí no hay, pero sí osos polares. Tantos, que está prohibido salir de sus cuatro calles sin acarrear un arma por si hubiera que espantar alguno.
Cultivos amenazados
Cerca de la Bóveda, cerrada a cal y canto, se estrenará en 2022 un centro de visitantes donde profundizar en el cometido del que, a pesar de estar a un cuarto de su capacidad, ya es el banco de semillas más grande del mundo. Esta especie de arca de Noé vegetal se abre cada cuatro meses para recibir nuevos lotes de simientes de cualquier esquina de la Tierra: desde las muy comerciales hasta rarezas como las semillas de la nación cherokee que les fueron confiadas hace justo un año.
Desde su inauguración, solo una vez se han sacado muestras de sus cámaras, a -18º, sin casi humedad y al final de un túnel horadado en la roca a prueba de inundaciones, terremotos o explosiones. La razón no fue una catástrofe natural, sino una lacra tan humana como la guerra. Las instalaciones en Siria del Centro Internacional de Investigación Agrícola en las Zonas Áridas (ICARDA) se volvieron inviables en 2012. Afortunadamente, para entonces ya se habían enviado réplicas a Svalbard de su valiosísima colección de semillas, con algunas de las variedades más antiguas de trigo o cebada que se conocen. Aquellos backups congelados fueron devueltos para ser reproducidos en las plantaciones del ICARDA en Líbano y Marruecos. En otras ocasiones no hubo tanta suerte. Terremotos, huracanes y, por supuesto, guerras, han arruinado bancos de semillas desde Nicaragua y Honduras hasta Filipinas, Afganistán o Tailandia. Han desaparecido para siempre variedades mejoradas durante milenios por los campesinos que podrían ayudar a fortalecer los cultivos del mañana.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura estima que cerca del 75% de la diversidad genética de los cultivos se perdió en el siglo XX. Si el ser humano ha llegado a cosechar más de 4.000 especies de plantas y una cantidad incalculable de variedades de ellas, actualmente solo una veintena ocupa más del 82% de la superficie cultivada del planeta. Como ejemplo, hoy apenas se siembran unas pocas de las más de 200.000 variedades de arroz o 28.000 de maíz que hay. En España, que por el momento no tiene semillas en Svalbard, de los 400 tipos de melones que se producían en la década de los 70, hoy se planta escasamente una docena.
Las consecuencias de esta situación son alarmantes por los posibles cambios climáticos: "Las variedades de semillas que tradicionalmente se han cultivado en cada localidad del mundo se han adaptado a través de los siglos a los ambientes diversos de esos lugares. Este catálogo de adaptaciones puede ser muy útil para enfrentar los nuevos escenarios que nos está trayendo el cambio climático acelerado que estamos experimentando", afirma Santiago Moreno, profesor de la Escuela de Ingeniería Agronómica de Madrid y director del Banco de Germoplasma Vegetal UPM César Gómez Campo. "Sin embargo, este catálogo de adaptaciones, que hasta no hace tanto era casi tan enorme como el de ambientes, se está viendo reducido, entre otras razones, por la globalización de un limitado número de semillas 'élite' producidas en ciertos lugares del mundo y distribuidas masivamente".
Tiempos de covid
Frenar esta galopante pérdida de diversidad, crucial para adaptar los cultivos a cambios ya previsibles o aún inimaginables, motivó la creación de la Bóveda. Sin embargo, la iniciativa también suscita críticas como la del ingeniero agrónomo Henk Hobbelink, cofundador de GRAIN, ONG internacional, con sede en Barcelona, enfocada en soberanía alimentaria: "Nuestra principal reticencia a un proyecto como este es que distrae la atención sobre la tremenda necesidad que tenemos de mantener en el campo la diversidad de semillas. Esto debería ser la base de cualquier agricultura sostenible, pero los mismos gobiernos que apoyan el proyecto de Svalbard también promueven políticas para sustituir la biodiversidad en el campo con unas cuantas semillas industriales y uniformes. Los bancos de semillas pueden ser una herramienta útil en la conservación de la biodiversidad agrícola, pero no la principal".
La pandemia ha elevado el debate sobre cómo la destrucción de la biodiversidad supone un peligro, también, para la vida humana. Para Marie Haga, ex directora ejecutiva del Crop Trust y hoy vicepresidenta del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, "la Covid-19 nos ha mostrado la urgencia de invertir en sistemas alimentarios que sean más resistentes a sequías e inundaciones, enfermedades y plagas, y a los impactos a largo plazo del cambio climático. La biodiversidad de los cultivos es la materia prima con la que desarrollar las plantas que nos alimentarán en el futuro. Por cada variedad que perdemos, perdemos opciones y conseguirlo no es ciencia ficción; sabemos cómo hacerlo y es increíblemente barato. Solo requiere un poco de voluntad política".
A pesar de la pandemia, el trabajo en los bancos de germoplasma que mandan semillas a Svalbard continúa. Entre el 15 y el 19 de febrero, sus cámaras volvieron a abrir para acoger el primer cargamento de 2021 con muestras llegadas, en este caso, de India, Zambia, Malí, Costa de Marfil y Alemania.
Semillas contra el apocalipsis
POR ELENA DEL AMO / FOTOGRAFÍAS DE LUIS DAVILLA
26 JUN. 2021
https://www.expansion.com/fueradeserie/gastro/2021/06/26/60d46b79e5fdeae1278b45a5.html