La producción industrial ha sido más débil de lo que se esperaba. Las ventas al por menor están cayendo en picado, y muestran pocos signos de recuperación. Las exportaciones están en declive. La industria muestra pocos signos de expansión, y el Gobierno está paralizado mientras los partidos se pelean por la composición de una coalición que, de todos modos, no durará mucho. Es un guión muy conocido de la zona euro. Sólo que esta vez se ha invertido. Es la economía alemana la que empieza a tener problemas, mientras que los países mediterráneos, con Italia y Francia a la cabeza, van mucho mejor.
El cambio en los resultados económicos del norte al sur será importante más allá de las rivalidades nacionales en el seno de la UE. Por supuesto, cerrará algunos de los desequilibrios que se han abierto a lo largo de los años cuando Alemania superaba sistemáticamente al resto del bloque. Pero lo más importante es que desplazará el poder de Berlín a París y Roma. Y Alemania ya no predicará la austeridad, e incluso si lo hace nadie la escuchará, y eso marcará el camino hacia un gobierno más grande y un mayor gasto. Durante sus dos primeras décadas, el euro fue el marco alemán reconvertido. Durante la próxima década, se papel corresponderá a la lira o el franco.
No importa qué estadísticas se miren, las cifras de Alemania son siempre decepcionantes. Este mes se informó de que su producción industrial, una cifra crucial para un país todavía dominado por las fábricas, cayó otro 1,1% intermensual después de una caída del 3,5% un mes antes y muy por debajo de la subida del 1% que la mayoría de los expertos preveían. Más tarde supimos que las ventas al por menor bajaron un 2,5%, frente a una previsión de aumento del 1%, incluso cuando la economía se reabrió, y las ventas deberían haberse recuperado de la pandemia. ¿Y la inflación?: está en el 4,5%. ¿Y las exportaciones, el único sector que siempre sale al rescate de la maquinaria industrial alemana?: También están cayendo. En agosto, el valor de las mercancías enviadas al resto del mundo descendió un 1,5%, mientras que las importaciones aumentaron un 3,5%, reduciendo el otrora poderoso superávit comercial.
Los retos a los que se enfrenta Alemania son bastante conocidos. Las interrupciones en la cadena de suministro afectan a sus fábricas más que a la mayoría de los países. El gran tamaño de la industria automovilística -el 10% del PIB depende del sector- la ha hecho muy vulnerable tanto a la desaceleración de las ventas de coches como al aumento de los vehículos eléctricos. Depende del gas ruso, lo que la expone a la subida de los precios de la energía. Y no ha invertido ni en infraestructuras ni en industrias digitales, lo que hace que su base industrial parezca del siglo XX. Sin embargo, lo interesante es esto. Está empezando a tener un rendimiento inferior al de las economías mediterráneas. Italia, ayudada por las reformas del primer ministro Mario Draghi y una tonelada de dinero de estímulo, lo está haciendo mucho mejor. En el último trimestre, el PIB italiano creció un 2,6 %, casi un 50% más rápido que el de Alemania (y la inflación, del 2,6%, también es mucho más baja, sin signos de estanflación). Francia está obteniendo mejores resultados de lo esperado, con un crecimiento del PIB resistente, una creación de empleo más fuerte de lo previsto y un aumento de las exportaciones, y aunque las ventas minoristas son lentas (bajaron un 0,2% el mes pasado), lo hacen mucho mejor que en Alemania. Incluso Grecia lo está haciendo mucho mejor, con una previsión de crecimiento de más de 7 puntos porcentuales para este año. ¿El resultado neto?: los desequilibrios en la eurozona son tan fuertes como siempre. Sólo que han cambiado de lugar. Es Alemania la que se perfila como el eslabón más débil de la zona, y los Estados mediterráneos los que van mejor. Y eso remodelará el bloque de dos maneras importantes.
En primer lugar, el poder pasará de Berlín a París y Roma. Con la salida de Angela Merkel, y su sustitución por el socialdemócrata Olaf Scholz al frente de una improbable coalición de socialistas, verdes y radicales del libre mercado -una mezcla inflamable donde las haya-, siempre fue probable que esto sucediera. Pero el cambio se verá acelerado por el rendimiento industrial. Las economías en crecimiento siempre tienen mucho más peso que las que tienen problemas. Durante la mayor parte de los últimos veinte años, ha sido el bloque del Norte, liderado por Alemania, el que ha firmado todos los cheques y ha llevado la voz cantante. Eso ya no va a ser así. Serán Francia, Italia y España, con algo de ayuda de Grecia y Portugal, quienes dominen la agenda.
A continuación, Alemania ya no podrá predicar la austeridad, ni los sermones sobre los mediterráneos despilfarradores tendrán mucho peso. Es fácil decir a los demás lo que están haciendo mal cuando diriges la economía más fuerte. Es mucho más difícil cuando se es uno de los más débiles. La eurozona ya ha empezado a emitir su propia deuda con el Fondo de Rescate del coronavirus, mientras que el Banco Central Europeo ha estado imprimiendo dinero a una escala que sólo el Banco de Japón puede igualar. Ya se ha iniciado un debate sobre la flexibilización de las normas fiscales, y Alemania puede tener dificultades para impedirlo.
Con el debilitamiento de su propia economía, es posible que ya no quiera hacerlo. En realidad, todas las formas de restricción fiscal están a punto de ser arrojadas por la ventana. La eurozona será un centro de dinero barato y abundante.
Es cierto que los malos resultados de Alemania en la zona del euro podrían ser simplemente temporales. Sigue siendo una economía muy fuerte, en mucha mejor forma que la mayoría de sus rivales (incluido, por supuesto, Reino Unido). Un aumento de la demanda mundial podría permitirle una rápida recuperación. Sin embargo, por ahora es el más débil de los principales miembros del bloque, y si eso persiste, como es posible, remodelará la zona de forma permanente. En sus primeros veinte años, el euro era una unión dominada por Alemania, y la moneda era el nuevo marco alemán. Eso va a cambiar.